15 noviembre, 2021
Estas elecciones abren opciones para el oficialismo y también para la oposición.
Por Ignacio Zuleta
Las elecciones de este domingo son, como diría el Dr. Johnson de un segundo matrimonio, un triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Llegan con aire de reparación y validan el axioma de que, en una democracia, los problemas se solucionan con más democracia.
Son la oportunidad para el oficialismo de superar la parálisis de los dos primeros años de su gobierno. Para la oposición será la prueba de su identificación con el público de los grandes territorios electorales. Los dos aparecen animados por la más vieja dialéctica argentina: la que enfrenta al interior con la metrópolis.
En el peronismo, la querella de campaña entre el presidente más débil que ha tenido esa fuerza – Alberto Fernández – y el gobernador más poderoso – Juan Schiaretti -, reanima confrontaciones que abren nuevos rumbos. Los dos años de la trifecta del peronismo AMBA – Alberto, Massa, Cristina – recibieron una reprobación contundente en las PASO del 12 de setiembre pasado.
Si en la Argentina hubiera un sistema parlamentario, habría bastado ese resultado para la disolución del Congreso, la caída del gobierno y un nuevo llamado a elecciones -las elecciones de este domingo equivalen a ese remedio de los sistemas parlamentarios europeos-. Son el intento de reconstrucción del gobierno con el nuevo actor protagónico del peronismo federal, una corriente que ha tenido varias formas de existencia en el pasado (Liga de gobernadores en el ’89, Frente Federal en 2001).
Ese peronismo aporta dos personalidades que han sancionado que el ciclo del peronismo del AMBA, atado a la suerte de Cristina Kirchner, está terminado: Juan Schiaretti y Juan Manzur. El reparto de ganadores y perdedores de estas elecciones decidirá a quién le toca el turno, porque en ellos se sindica la mayoría de los gobernadores del peronismo. Estos han eludido compromisos de fondo con la boyante administración de Alberto desde 2019. Fueron a las PASO con la idea de que era un plebiscito del gobierno de la trifecta. Como la derrota del AMBA los arrastró a ellos, eludieron estar el jueves en el acto de cierre de la campaña del peronismo, que se limitó a una convocatoria vecinal, no nacional.
Schiaretti le puso palabras fuerte a esa confrontación. Recordó la lista corta del peronismo de Córdoba en 2019 y consolidó a su provincia como capital nacional del antikirchnerismo.
Las encuestas de intención de voto que muestra el gobierno para este domingo vaticinan que Juntos por el Cambio puede alcanzar allí el 50% de los votos. No le gusta a Schiaretti perder ante ellos, pero tampoco lo lamenta.
Las mejores elecciones de la oposición las ha tenido en la comarca del cordobesismo que, como ha recordado Leopoldo Moreau, no es un invento nuevo. «Lo fundó Angeloz dándole la espalda al alfonsinismo». Hay quienes lo llevan más atrás, al sabattinismo de los años ’30, que se diferenció del alvearismo y del radicalismo forjista que alimentó al peronismo naciente. Queda para las plumas históricas ese debate que echa luz, como estas reconstrucciones, sobre el presente.
Manzur viene del mismo palo, aunque su rol de caballo de Troya en el gabinete del peronismo AMBA lo fuerza a simulaciones ingeniosas. Lo llevaron para que apague el incendio de las PASO. Aceptó la jefatura de gabinete siguiendo el lema del Adolfo («acepto por tres años, tres meses, tres semanas, tres días, tres horas…”, así fue presidente en 2001 durante una semana).
Ahora confía en que: 1) el peronismo mejorará el resultado de las elecciones PASO y lo premiarán por ese mérito; 2) el peronismo federal lo preferirá a él como abanderado antes que a Schiaretti. Este es portador sano de macrismo, un límite para muchos peronistas.
Además, ha dejado pasar varios trenes y se ha convertido en un Sr. No, cuando pudo para encabezar, por ejemplo, una fórmula presidencial en 2019. Aludió a su estado de salud. ¿Quién no está enfermo? dirá Manzur, que es médico y es un Sr. Sí ante cualquier oportunidad de asumir cargos de poder.
El debate de estas horas entre Olivos y el cordobesismo ha sido hiriente para las dos partes. Pero ha sido sincero. Toca el hueso de la historia argentina y del peronismo. En los años 1988 (Menem-Cafiero), 1999 (Menem-Duhalde), 2003 (Menem-Duhalde/Kirchner), 2015 (Scioli-Zannini) y 2019 (lista corta), el peronismo del interior hizo su juego ante el peronismo AMBA, que perdió elecciones por no suturar esa división.
Se preguntan todos sobre lo que vendrá. Hay que activar los barómetros, que vaticinan pachorras y tormentas. Horacio Rodríguez Larreta es uno que hay que leer con cuidado. Cerró la campaña en un acto de contrafrente en San Fernando, sobre el filo de la veda, a las 7:30 del viernes junto a Diego Santilli, Fernán Quirós, Alex Campbell y, en una señal a la tropa, la candidata a concejal fernandina Agustina Ciarletta.
Pero el gesto más serio lo hizo al mediodía del martes, con la visita sorpresa a su Waterloo privado, San Miguel. Allí su candidato Santilli tuvo la derrota más amplia frente a Facundo Manes, apadrinado por el cacique local Joaquín de la Torre.
Compartió con él y un equipo mínimo un largo asado en el comedor del predio que fuera sede del club de rugby Indios, convertido en el búnker más cuco del conurbano. Larreta pidió parlamentar con De la Torre, un ex massista, ex ministro de Vidal y peronista que migró a las listas radicales de Maxi Abad. Habrá entendido, como Emilio Monzó, que Santilli debía permanecer en la CABA. Temieron que los desplazasen, tal como ocurrió.
Larreta honró con la visita al competidor Manes, que sacó el 64% de los votos. También para preguntar si hay migración de esos apoyos a la lista que encabeza Santilli este domingo. «Va a ser un esfuerzo lograrlo», responde Joaquín, que completa: «El voto de Facundo hay que leerlo como una tercera vía dentro de Cambiemos. Esa vía del medio atrae a quienes toman distancia de lo que significan Macri y Cristina».
Como ocurre en el peronismo, Larreta enfrenta una dialéctica con los socios del interior, sean de la UCR o del Pro. Lo señalan comprometido con una sociedad excluyente con los radicales porteños – Nosiglia/Lousteau, que discrimina a caciques de provincias importante que sostienen el liderazgo de Gerardo Morales, que compite con el senador por la presidencia de la UCR.
El radicalismo del interior ha sido protagonista en la recuperación del partido después de la crisis de la Alianza del 2001. Aquel gobierno representaba al AMBA con De la Rúa y Chacho. En la nueva etapa que lo lleva al gobierno en 2015 con Cambiemos, el radicalismo del interior protagonizó etapas de crecimiento con avances y retrocesos que lo han vuelto a poner en el escenario.
En ese ciclo hay que incluir el experimento fallido de la “Concertación plural” de Cobos en 2007, la tarea en el Senado de la dupla Morales/Ernesto Sanz, la alianza UNEN en 2013 y Juntos por el Cambio de 2015. La conducción de los bloques desde 2015 en las dos cámaras, a cargo de Mario Negri, Ángel Rozas, Luis Naidenoff, etc., son parte de esa construcción de los “federales” del radicalismo.
En el Pro hay sectores que acompañan los gestos empáticos de Macri y Patricia Bullrich hacia Javier Milei y reciben las pullas del radicalismo, que se indigna con el anti-radicalismo del personaje. En el trazo grueso, resulta también una puja en la oposición entre federales y AMBA. El mismo amor, la misma lluvia (Cadícamo).
Todo un programa para Larreta, que aprovechó que lo escuchaban pocos para desplegar su pensamiento sobre el futuro. Lo sintetiza así: «Podemos ser gobierno en 2023, podemos tener el 50% de los votos si la hacemos bien. Pero para gobernar necesitamos tener el 70% del apoyo. Hay que acordar también con quienes no nos votan. Es lo que nos faltó en 2015». «- ¿Con quienes hay que acordar?», le pregunta la mesa. «- Con todos; menos Cristina, todos están para acordar en un menú que empieza con terminar con la inflación».
La misma pastoral que expuso en julio, en otra reunión de pocos, ante Miguel del Sel. Lo visitó en Santa Fe junto a Elisa Carrió, Maxi Ferraro y Álvaro González para convencerlo de ser candidato a senador. Empleó los mismos argumentos, que oculta en público porque confronta con un ala no negociadora dentro de Cambiemos. No logró sacarle un sí, y eso que era el cumpleaños del Midachi. Para Joaquín esa visita fue un homenaje con prenda: la ampliación larretista descansa sobre ese peronismo que él representa.
El barómetro cordobés produce señales inconfundibles. El jueves Schiaretti y Miguel Pichetto cerraron la campaña con un amable cruce de sombrerazos. «No miro a Juan Schiaretti como un adversario, sino como un hombre cercano a la visión capitalista y productiva del país», se derramó Pichetto. El gobernador le respondió con un brindis amistoso por el Canal 12 de esa provincia, en otra muestra de que el peronismo fluirá hacia ese cauce moderado que supere la dependencia de los compañeros del AMBA, que los llevan a la derrota.
Pichetto, dueño de la marca Peronismo Republicano, se cuidó de acompañar a los candidatos de Cambiemos Luis Juez y Rodrigo de Loredo en los almuerzos en la Bolsa de Comercio y la Cámara de la Construcción, junto a Mario Negri, presidente del Interbloque.
Para no perder el envión improvisó un viaje a Concordia, a pedido de Rogelio Frigerio, el mejor amigo de los gobernadores peronistas en el gabinete de Macri. Hacia allí partió el avión que compartió con Jorge Yoma, Jorge Franco y Alberto Piotti.
Yoma es compañía oportuna. Es un “kingmaker” del peronismo. Fue el creador de Reutemann y Ortega en Santa Fe y Tucumán, el vigilador del peronismo sobre la justicia y el mentor de Cristina de Kirchner en el Senado. Escribió las dos constituciones reeleccionistas (La Rioja y la del ’94). Franco es la sombra de Pichetto después de serlo del Chueco Mazzón en su mejor momento. Piotti es otro caballero audaz, exjuez, inauguró el modelo del magistrado estrella, fue ministro de Duhalde y llegó a auditarle las cuentas a la AFA, casi una quimera, por encomienda de María Servini.
Más cerca del gobierno, hay que darle una lectura al barómetro Crexell. Lucila, senadora silvestre por Neuquén, ya figura en los cálculos del oficialismo como una banca con la que puede contar después del 10 de diciembre para blindar el quórum: la legisladora comunicó esta semana que su monobloque Movimiento Neuquino abandona el Interbloque Federal que preside el salteño Juan Carlos Romero.
Con eso quiebra su alianza con Juntos por el Cambio, que pasa ahora a tener 28 bancas, no 29. ¿Justo ahora, cuándo oficialismo y oposición cuentan de a uno los tantos? Sobran explicaciones. Una, que ya no se siente representada por la posición de Romero, que ha prometido que nunca le va a votar nada a este gobierno. ¿Y si llaman a un acuerdo, cómo no voy a estar ahí?
Lucila tiene cuentas pendientes con este arco de la oposición. Ganó la banca después de un forcejeo judicial porque la pretendía el radical Pablo Cervi. Los radicales le jugaron en contra y ella logró el apoyo de la ONG «Ojo paritario», que coordina entre otras, Malena de Massa. Le faltó contención del bloque cuando la sacaron de la representación ante la Unión Interparlamentaria, para beneficiarlos a Martín Lousteau y a Esteban Bullrich.
La leyenda dice que le pidieron, como condición, que se afiliara al PRO. Es no entender al personaje, Lucila pertenece a la etnia de los Sapag, que domina el distrito Neuquén por encima del radicalismo y el peronismo. Ese poder se alimenta de petróleo y la habilidad para negociar en el borde de las diferencias ajenas, algo que va más allá de la política transaccional.
Se ufana con razón de su condición: «No soy una mina que entró por el cupo», diría. Es una mujer que hace política hablando con los hombres, como su madre, la legendaria Luz Sapag. Mira y escucha sobre política desde que era una niña. Eso la acerca a una especie de los hijos y nietos del poder, que se tutean con el riesgo del oficio. Son materia de estudio en toda antropología política porque explican procesos que merecen un trato especial. Se pueden ir cuando quieren porque saben dónde está su casa. Es una verdad inconfesable de la política, que explica a los Frigerio, los Macri, los Larreta, los Suárez Lastra, y más por allá, a los Roosevelt, los Frei, los Bush o los Kennedy.