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26 julio, 2020

Torta con barbijo, migas para mañana

Por Marisa Rauta

 

En momentos donde nos sacude un ´distanciamiento social´ virósico, nos apabulla el confinamiento, nos desalienta la aridez dirigencial, nos atemoriza el devenir y nos introspecta la finitud cada día, los eventos que abrazan la memoria, son un bocadillo para el alma.

Después de años de recrear año tras año estas fechas icónicas de las que tantas veces he renegado, hoy agradezco poder recuperar las palabras derramadas, y reiterar la arenga una vez más.

No me cansaré de decirlo: si hay un misterio y un baluarte de lo que queda de la argentinidad galesa, esa es la torta negra. Más allá del secreto de su receta guardado bajo siete llaves por las matriarcas que alimentaron el tesón de los colonos que impartieron un salto de civilización a nuestro inhóspito territorio chubutense, lo importante de esa argamasa es tal vez el más simple de los ingredientes de la reinventada `Teisenddu´, que es la levadura.

Este dulce patrimonio de los descendientes galeses en Chubut tenía la finalidad del espíritu mismo que intentaron imponerle a la historia: que dure mucho tiempo, incluso para que otra generación saboree un poco del evento que fue motivo de esa horneada. Pero sobre todo, que algo de ella pudiera reutilizarse para leudar un nuevo pastel. Una retroalimentación mágica, como la vida misma. La levadura, al fin y al cabo ha sido la propia generación tras generación, que guardó la receta, como nosotros la pertenencia.

Hoy es uno de esos días para desplazarse comparativamente por la memoria, por la sencilla razón de que los aniversarios son nostalgia en gotas, y 155 años un verdadero salto en el tiempo. Puerto Madryn y el desembarco de la Gesta Galesa en Chubut amerita desplegar la mirada y el catalejo.

Para dar una idea en perspectiva donde el debate político pasa por la entelequia llamada Nación, o Provincia a Ciudades, basta recordar que para 1884, cuando se define la ley de Territorios Nacionales en el país, en Chubut hacía casi veinte años que la Colonización Galesa estaba en Chubut, creciendo aceleradamente y sólo se consideraba el ´pueblo´.

Un censo arrojaba que solo en el Madryn y Valle Inferior del Río Chubut había 1.205 habitantes de los cuales la mayoría eran galeses (783). Producían trigo, cebada, forrajeras y hortalizas. Se contabilizaban 6.193 cabezas de ganado de las que una tercera parte eran vacas lecheras, más de 2 mil lanares, otro tanto de caballos, unos 200 porcinos y unas 3 mil aves de corral. Hacía 19 años que habían desembarcado en Puerto Madryn 153 personas con casi nada de animales y mucho menos provisiones ni herramientas. Todo lo hicieron a mano y a costa de voluntad y en este mismo territorio agreste con estos inviernos que te cala los huesos y te escarcha la alegría.

El progreso era innegable y eso que recién hacía 10 años que habían podido organizar bien los canales de riego con suficiente profundidad y sistemas de compuertas, con lo que lograron superar parcialmente las inundaciones, previniendo las crecientes ocasionadas por el deshielo, con la llegada del agrimensor recién recibido Eduardo J. Williams a quien se reconocería durante años como el labrador de “las venas de plata del Valle”.

En 1873 ya se exportaba a Buenos Aires la primera cosecha de trigo. El comercio fue una buena medida de la prosperidad y la reinversión: en 1874 por ejemplo se vendieron 7 mil libras de manteca, 7 mil de pluma de avestruz, 1.200 quillangos y 300 toneladas de trigo. En seis años, esas sumas subieron a 16 mil libras de trigo, 16 mil de plumas, 15 mil de quillangos y unas mil doscientas libras entre cueros, cerdas y lana.

En 1884 ya había ocho casas de comercio y dos barcos con línea regular a Buenos Aires. Incluso uno propiedad de la Colonia financiado por el Gobierno nacional. Nada mal.

Cada hábito estaba en el fondo íntimamente ligado con un destino común. El té -que era una tradición social- en la Colonia permitía simplificar una de las comidas ahorrando provisiones, y cerrar la tarde temprano, ahorrando energías. El Eisteddfod fue el festival de la Vieja Tierra en la Nueva Patria para conservar lo poco del idioma que se podía, en comunidades donde la operatividad propulsó el inglés y el castellano, esperando que la lengua, como la torta, en otras generaciones, leudara también luego.

Los pilares fueron los caminos trazados, los canales de riego, el ferrocarril, los rifleros, las escuelas, las capillas, el telégrafo, los periódicos, las bromas cotidianas, las anécdotas, el sentido de grupo, la identificación. El sentido de cohesión de los clanes y el orgullo por la pertenencia hizo su parte en la dignidad de los poblados.

En perspectiva, Chubut está en 2020 golpeada financieramente como nunca, pero jamás quebrada. No sólo poseemos petróleo, pesca, producción ovina, turismo, metalmecánica y lideramos la mayor cantidad de proyectos de energías renovables, sino que las invaluables alternativas de desarrollo territorial en los 224 mil kilómetros cuadrados que representan la mitad del sur del país, son apenas el piso de un inmenso techo en el que habitan las 600 mil almas chubutenses.

Un territorio prístino que el mundo envidia en medio de este caos de peste y contaminación que nos puso serios y nos marcó para siempre como humanidad. Una provincia con más ganas de ponerse de pie y disparar de la política que decidida a resignarse al fracaso de rodillas.

Dice Fernando Williams en un trabajo titulado “Gwlad Yr Addewid: Literatura e Imaginarios Paisajísticos en la Colonización Galesa de la Patagonia”, que la religión protestante en su versión “no conformista” desempeñó una función vertebral tanto en la planificación como en la organización de la colonia. Que los imaginarios paisajísticos aportaron definitivamente a la construcción del espacio público.

Hubo una `misión´ superior que tiró del carro de los sinsabores, y una apuesta a la trascendencia personal en la búsqueda de ser mejores ciudadanos. Pero además en esa construcción fortalecida de las comunidades que representaban el todo que componían ellos -las partes-, no sólo importaban las representaciones sino también las prácticas.

La descentralización y el espíritu autogestivo propios de la doctrina “no conformista” marcó definitivamente el modo en que era entendido y ejercido lo político. Un modo que permite comprender los recurrentes conflictos que enfrentaron a las instituciones representativas creadas por los galeses, con los funcionarios estatales enviados desde la centralidad burocrática. Ese fingido federalismo exasperante y raro que siempre se termina repitiendo como farsa o tragedia al fin y al cabo.

Cuando un niño nace, su impronta esencial jamás podrá alterarse. Lo mismo sucede con los pueblos, y eso puede ser tremendamente alentador para la vecindad electora.

Hace 155 años la Colonia también tenía sinsabores, fracasos, desencuentros políticos, boicots, disturbios sociales, malarias económicas y traspiés en las decisiones que tomaban, pero por sobre todas las cosas a su gente le sobraba decisión y aceptación, como hoy a la nuestra.

Un gastado grabado en un añejo sauce decía: “mis lágrimas te cedo: tu madera será cuna, cama y féretro”. Y eso hoy mismo representa Chubut y sus recursos para nosotros: nuestra vida.

Por eso para los de adentro y para los de afuera, para los que se compran la película de mando o declaman para la tribuna una vez cada cuatro años, pero sobre todo para quienes caminamos las mismas veredas todos los días sin bajar los brazos ni agachar la cabeza: no hay torta que valga sin el valor cabal de este hoy y ahora, que está habitado de tantas otras historias y vidas a honrar, levadura inalterable para el futuro que debemos preservar. Felicidades vecinos y adelante!