7 junio, 2021
Sobre el poder y la balcanización del Frente de Todos
Alberto Fernández preside un gobierno de coalición que dificulta la toma de decisiones.
Por Rodrigo Lloret
Las democracias modernas se basan en dos sistemas políticos: el presidencialismo y el parlamentarismo. Ambos modelos definen la relación que se establecerá entre Ejecutivo y Legislativo y, fundamentalmente, determinan la centralidad del poder que asumirá el jefe de Estado. No es una discusión menor: el Frente de Todos debería tenerlo presente.
El sistema presidencialista es utilizado en la mayor parte de América. Establece un Ejecutivo unipersonal que es, a su vez, jefe de gobierno y jefe de Estado. El poder del presidente debe ser ratificado en elecciones previamente establecidas pero su mandato no puede ser recortado anticipadamente. De esta forma, el primer mandatario centraliza todas las decisiones.
En cambio, en la mayoría de los países de Europa funciona un sistema parlamentario. En este esquema el Gobierno es designado por el Parlamento, por lo que se obliga a la coalición gobernante a establecer un mecanismo de alianzas que le permita permanecer en el poder. El gobierno puede caer si pierde la mayoría legislativa, lo que obliga a llamar a elecciones para forzar una nueva alianza.
Por primera vez, la figura del presidente se desdibuja para generar consenso.
Desde que las ideas alberdianas dieron vida a la Constitución y a la división de poderes, en la Argentina se instauró el presidencialismo y la autoridad es monopolizada por el presidente. Por lo que es curioso advertir que desde la restauración democrática, tres mandatarios recomendaron reemplazar este sistema y virar hacia el parlamentarismo.
Primero fue Raúl Alfonsín, que impulsó en los ochenta el Consejo para la Consolidación de la Democracia, un órgano encabezado por el prestigioso jurista Carlos Nino e integrado por figuras notables, que recomendó el establecimiento de un modelo semiparlamentario. Más tarde fue el turno de Eduardo Duhalde, que a principios del nuevo siglo definió al “cogobierno” como un sistema superador: el ganador de una elección conduce y los otros partidos con representación parlamentaria integran una alianza gubernamental.
Finalmente, fue Néstor Kirchner que antes de asumir su mandato descartó el sistema político que funciona en nuestro país, tal como quedó expresado en Después del derrumbe. Teoría y práctica de la política de la Argentina. “De las veintidós democracias estables existentes en el mundo, veinte son parlamentarias –destacó Kirchner–. Y este dato algo nos tiene que decir: el parlamentarismo presenta una mejor opción que el presidencialismo”.
Las ventajas del parlamentarismo residen en la mayor gobernabilidad que, aparentemente, podría ofrecer. Esa estabilidad institucional se podría garantizar con una amplia representación de las fuerzas políticas en la conducción del gobierno y con una mayor capacidad para dar respuesta a una crisis, ya que las medidas tomadas son previamente acordadas por el consenso de la coalición que detenta el poder.
La “balcanización” en el Frente de Todos genera marchas y contramarchas.
En la Argentina reciente existen ejemplos de gobiernos de coalición que podrían haberse ajustado a los términos planteados por el sistema parlamentario, porque propusieron al electorado gobernar a través de un acuerdo interno de distintas fuerzas políticas. Este fue el caso de la Alianza (1999-2001) y Juntos por el Cambio (2015-2019).
Pero ni Fernando de la Rúa ni Mauricio Macri sometieron sus decisiones a la opinión de sus socios. La renuncia de Carlos “Chacho” Álvarez un año más tarde de haber asumido la vicepresidencia de la alianza antimenemista y el escaso margen de maniobra que ostentaron la UCR y la Coalición Cívica durante la unión antikirchnerista, demuestran que se trató de experimentos parlamentarios fallidos.
Por lo que Alfonsín, Duhalde y Kichnner deberían estar conformes con el Frente de Todos, ya que representaría el primer caso de un parlamentarismo local. Por primera vez, la figura del presidente se desdibuja en el intento de generar consenso en la alianza oficialista.
Pero la virtud que podría tener el gobierno surgido tras la unión del peronismo también podría devenir en un problema frente a la creciente “balcanización” en la toma de decisiones. Cada tarea gubernamental se complejiza por la sucesión de una interminable cadena de mando integrada por Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Sergio Massa, Máximo Kirchner y Axel Kicillof.
Es difícil ejercer autoridad porque en cada ministerio hay funcionarios con visiones opuestas que responden a la Casa Rosada y al Instituto Patria. Y así se produce una sorprendente serie de marchas y contramarchas que provocan indefiniciones, entre las que se destacan: el pago o no pago al FMI, el aumento o no aumento de tarifas, la estatización inconclusa de Vicentín, la privatización indefinida de la Hidrovía, las relaciones con Israel, la situación de los derechos humanos en Venezuela y hasta la organización de la Copa América.
Hay visiones opuestas entre funcionarios de la Casa Rosada y del Instituto Patria.
En en las últimas décadas del siglo veinte el politólogo y sociólogo español Juan José Linz publicó Democracia presidencial o parlamentaria: ¿qué diferencia implica?, un ensayo fundamental para las ciencias sociales que terminó convirtiéndose en un clásico de la ciencia política moderna al renovar la discusión sobre la especificidad de los regímenes electorales. Para este egresado de la Universidad Complutense y la Universidad de Columbia y profesor de la Universidad de Yale se trata de un debate fundamental porque entenderlo permite consolidar el funcionamiento de la democracia.
Para dar respuesta a ese interrogante, Linz investigaba distintos sistemas políticos comparados pero también se concentraba en la característica personal de los dirigentes. “Todos los regímenes dependen de la capacidad de los líderes políticos para gobernar, para inspirar confianza, para conocer los límites de su poder y para lograr un consenso mínimo –sostuvo el autor–. Estas realidades serían más importantes en el régimen presidencial y donde ellas serían más difíciles de lograr”.
Al decantarse por el parlamentarismo, Linz puede haberse inspirado en figuras de la talla del británico Winston Churchill, el alemán Konrad Adenauer, la israelí Golda Meir, o el español Felipe González. Se trata de grandes figuras que, en momentos muy difíciles para sus países y al frente de una coalición de gobierno integrada por distintos sectores, lograron superar las diferencias internas y alcanzar el éxito porque nunca perdieron su liderazgo.
Precisamente, lo que está faltando en la Argentina.