14 noviembre, 2024
Biólogos y filósofos proponen una fascinante teoría que reinstala la teleología en el corazón de la naturaleza. En su exploración del comportamiento orientado a metas en la naturaleza, los filósofos de la ciencia, McShea y Babcock presentan una teoría fascinante: los «campos de deseo».
Por Luis A. Hara*
Se trata de una alternativa a las explicaciones mecanicistas tradicionales que predominan en el pensamiento científico. Su enfoque busca reconciliar los conceptos aristotélicos de teleología (comportamiento orientado a objetivos) con la visión mecanicista de un universo newtoniano, sugiriendo que los organismos y sus acciones son influenciados por campos externos más amplios que los guían hacia ciertas metas.
La ciencia suele explicar el comportamiento de los animales y plantas mediante mecanismos, como instrucciones genéticas, circuitos neuronales o presiones evolutivas que impulsan la supervivencia y reproducción. Sin embargo, si bien estas explicaciones dan cuenta del origen del comportamiento teleológico, a menudo no logran explicar cómo los organismos alcanzan consistentemente sus objetivos en tiempo real.
Por ejemplo, una tortuga marina puede regresar a su playa natal desde cientos de kilómetros de distancia, y una bellota se convierte en un roble de forma consistente. Aunque las explicaciones mecanicistas se centran en vías neuronales, señales ambientales o planos genéticos, no logran explicar completamente la búsqueda flexible y continua de estas metas. La teoría de los campos de McShea y Babcock propone una forma de entender este comportamiento dirigido a objetivos sin depender únicamente de mecanismos.
La idea de campos que influyen en el comportamiento orientado a objetivos no es nueva. El biólogo austríaco Paul Weiss propuso en el siglo XX que los «campos morfogenéticos» ayudan a dirigir la formación y organización de las células dentro de un embrión. McShea y Babcock amplían esta idea, sugiriendo que entidades dirigidas a objetivos (como células, tortugas o seres humanos) están guiadas por estructuras invisibles llamadas «campos de deseo».
Estos campos crean una “atracción” o “dirección” para el comportamiento, permitiendo que las entidades ajusten su curso cuando se desvían de su objetivo (persistencia) y puedan adaptarse a diferentes puntos de partida (plasticidad). Así, la navegación de una tortuga marina podría estar guiada por el campo magnético terrestre, mientras que el escarabajo pelotero se orienta con la luz de la Vía Láctea, sugiriendo que estos campos están más allá de su entorno inmediato.
McShea y Babcock argumentan que este marco basado en campos también se aplica a la cultura y psicología humanas. Sostienen que los humanos vivimos dentro de “campos de deseo” que moldean nuestros pensamientos, acciones y deseos, manifestándose como estructuras sociales que guían el comportamiento, tal como el campo magnético guía a una tortuga. Las normas sociales, leyes y presiones económicas actúan como campos externos que orientan nuestras elecciones e intenciones.
Estos campos de deseo son jerárquicos y se presentan en capas: a nivel microscópico, nuestras células y circuitos neuronales podrían ser influenciados por campos bioquímicos, mientras que a nivel macroscópico, estamos dirigidos por campos sociales y culturales.
La noción de los campos de deseo toca también la cuestión del libre albedrío. Si nuestras decisiones están influenciadas por campos externos, ¿significa esto que somos meros productos de estas fuerzas? McShea y Babcock adoptan una postura compatibilista, que permite tanto el determinismo como el libre albedrío. Según esta perspectiva, cuando estos campos se alinean con nuestros propios deseos e intenciones, se convierten en parte de nosotros en lugar de ser una restricción.
La teoría de los campos propuesta por McShea y Babcock abre nuevas posibilidades para entender las motivaciones y el comportamiento dirigido a metas a nivel molecular. Campos de neurotransmisores, como los que involucran serotonina o dopamina, podrían actuar como mediadores de nuestros deseos e intenciones, ejerciendo una influencia que abarca áreas cerebrales mucho más allá de una sola neurona o vía. Alternativamente, estos campos podrían representarse mediante influencias electromagnéticas o circuitos neuronales complejos que actúan en amplias áreas del cerebro, ayudándonos a comprender mejor los impulsos que dirigen nuestras metas y deseos.