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10 septiembre, 2020

Porqué nos cuesta tanto cumplir la cuarentena

Por Adrian Besuschio*

Desde la irrupción de la pandemia del coronavirus, se ha mencionado que las personas con más dificultades para sobrellevar la cuarentena son las que presentan mayor “vulnerabilidad”. Desde la psicopatología la medida de la vulnerabilidad implica aspectos de la personalidad del sujeto que pueden considerarse más o menos inmaduras. A mayor inmadurez afectiva y emocional, mayor dificultad para enfrentar y sobrellevar el “aislamiento social”.

Según los expertos, el sujeto regula su autoestima en base a dos pilares fundamentales: el trabajo y la sexualidad. En ellos se fundamentan los “logros” de la persona. Estos habitan principalmente en el mundo externo real.

La cuarentena, el encierro, implican resignar aquellos aspectos que hacen a la autoestima, intentando el individuo fallidamente regular la misma con objetos de su mundo interno, o la extension de éste que es su hogar, incluyendo a los convivientes.

Las pérdidas en la autoestima se tramitan como frustración, dolor, y bronca. A ello se suma otro aspecto difícil de tolerar para las personalidades tributarias de algún tipo de inmadurez afectiva: la incertidumbre.

La irrupción de la crisis global del coronavirus, según la cual algunos autores (Y. N. Harari) señalan que el mundo será completamente distinto después de la pandemia, supone la convivencia con una incertidumbre respecto al futuro inmediato de fuentes de trabajo, cadena de pagos, provisión de alimentos etc.

Esta incertidumbre se hace más difícil de tramitar para este tipo de personalidades que poseen un nivel de angustia constante y flotante con un umbral restante muy pequeño que en cualquier momento puede desbordarse.

A esto se suman las medidas de control social. Siguiendo la dialéctica del Amo y el Esclavo, (Hegel) no hay esclavos contentos, y frente a estas medidas sobrevendría la rebeldía. Esta se manifestaría en las dificultades que tienen muchos ciudadanos para aceptar las restricciones legales a su libertad, encontrando todo tipo de excusas y subterfugios para crear sus propias medidas de aislamiento social.

Otras dificultades que poseen estas personalidades más vulnerables es la dificultad para acceder a la “sublimación”. Este mecanismo, ganancioso para el Yo, es patrimonio de la madurez afectiva. Implica cambiar el estado de la energía psíquica pulsional hacia fines útiles para el individuo y la sociedad en la cual esta inmerso: lectura, expresiones artísticas, actos creativos o sencillamente trabajos necesarios y orden en el hogar, juegos de mesa etc.

Algunas personalidades más vulnerables no dispondrían de este mecanismo. Lo reemplazan por uno mas primitivo: el desplazamiento. En él la energía psíquica, que permanece en un alto nivel y con necesidad de descargarse, no encuentra el decurso necesario en la mente o el cuerpo (actividad psíquica, trabajo, sexualidad) y, por tanto, como el vino se hace vinagre, esta energía se transforma en angustia.

A partir de allí pueden surgir consultas al sistema de salud a partir de somatizaciones, temores, crisis de pánico y problemas en la convivencia. El aislamiento social y permanencia en los hogares por tiempo indeterminado supone un acercamiento, que para algunas personas puede ser excesivo, apelando para explicarlo a la fábula de los puerco-espines (Schopenhauer).

Según esta idea, cuanto más cercana es la relación entre dos o más seres, más probable es que puedan dañarse el uno al otro. Una particular forma de angustia que se desata en estas situaciones son las ansiedades de engolfamiento, que pueden contener impulsos de agresividad o indiferencia en busca de una nueva distancia que pueda hacer posible la convivencia en estas circunstancias atípicas y antinaturales para el sujeto.

 

*Médico Psiquiatra APSA, Psicoanalista APA, coautor del Libro “Psicoanálisis y Sociedad Nuevos Paradigmas”