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20 octubre, 2023

Terminó la campaña y ahora viene el desafío de resetear el país 

El país avanza el domingo hacia una elección clave. Deberemos decidir en un momento donde el contrato moral de la sociedad con el poder está roto. La democracia sigue siendo el mejor camino.

Por Rubén Rabanal*

Se terminó la campaña, al menos la que nos llevó hasta la elección presidencial de este próximo domingo. Los argentinos de estos tiempos nunca habían sentido una sensación de incertidumbre tan grande ante lo viene. Nadie en su sano juicio, tanto los profesionales de las ciencias políticas y sociales como el público de a pie, puede predecir a ciencia cierta qué sucederá en las urnas dentro de 48 horas.

El proceso que vivimos involucra algunas novedades, pero también el regreso de viejos fracasos; el país ha caído una vez más en el facilismo extremo de populismos, esta vez de varios colores, que ofrecen desde recetas distribucionistas que han sido probadamente inviables hasta experimentos que ni los propios convencidos pueden explicar cabalmente de qué se tratan. Enfrente, las propuestas de moderación y equilibrio tuvieron tal ineficiencia en su armado que no lograron aún contener la demanda de un pueblo frustrado, cansado, pero con suficiente poder como para intentar darle un castigo ejemplar a la política clásica. El abismo de lo desconocido esta ahí y no está claro hacia dónde dará el paso la Argentina. El coctel puede ser explosivo y la responsabilidad ante el voto se vuelve enorme como pocas veces vivimos.

Sobran las razones para justificar esta sensación general. El contrato moral que el país cerró en 1983 se rompió y esa es la razón esencial de la falta de libreto político que se vive hoy. A esa crisis debe sumarse que el contrato de confianza económica entre los ciudadanos y el Estado estalló en mil pedazos tantas veces que es difícil atreverse a pensar si en algún momento podrá ser restituida. Y para esto no hay receta mágica que valga.

Argentina se reseteó tras la tragedia de la dictadura y la sociedad le dio un crédito a la clase política para comenzar a construir de nuevo un país. Hubo experimentos con todas las variantes.

El radicalismo tuvo en frente la responsabilidad de establecer Justicia tras las monstruosidades de las violaciones a los derechos humanos, pero no supo o quiso (como alguna vez confesó Raúl Alfonsín) avanzar con reformas económicas que eran imprescindibles. La crisis de su final nos dejó en manos de un peronismo que durante décadas se vistió del traje que convenía para el momento, mutando de nombres y fingiendo identidades distintas, desde el pseudo liberalismo de Carlos Menem, hasta el pseudo progresismo de los Kirchner. En el medio, ni la Alianza, ni el Gobierno de Mauricio Macri, terminaron de cumplir las promesas de sanación que habían lanzado.

Todos terminaron negociando lo que no debían haber negociado; todos terminaron relativizando el contrato con la sociedad que los llevó a la Casa Rosada; todos terminaron postergando fines y reformas, algunos por conveniencia personal y hasta económica, otros directamente por incapacidad. Al final de este camino, la mediocridad de fines y principios de esta última instancia presidencial terminó por superar cualquier episodio anterior. La desmesura en el gasto y la obscenidad en el manejo de la política superó todo. Quizás sea hora de pensar que los argentinos le exigen a su clase política más de los que lógicamente se le puede pedir y que es hora de dejar de pensar en recetas mágicas y asumir que llegó el momento de los sacrificios.

Está claro que no todos los gobiernos fueron iguales y que, sobre todo en materia de corrupción y violación de las mínimas reglas institucionales, a algunos les cabe mucha más responsabilidad que a otros de esta debacle nacional. Esa responsabilidad ante la destrucción de la economía, la sociedad, la seguridad y, sobre todo, la moral social, nunca tuvo el castigo ejemplar por parte de la Justicia y eso también alimenta la bronca que hoy están llevando muchos argentinos al cuarto oscuro.

La democracia está en jaque, esto no es una novedad. Los resultados que la sociedad le pide hoy a la política hay que pensarlos con la mirada puesta en una película y no en la foto de un momento. En 40 años la democracia no dio respuestas; no es culpa del sistema que, por lejos, sigue siendo el mejor y más justo que los hombres supieron crear en toda la historia de la humanidad. Hay ejemplos de sobra en el mundo y hasta en nuestros vecinos sobre la factibilidad de vivir en un sistema democrático.

Se insiste: con sus luces y sus sombras, no hay sistema que lo supere. El problema es local, nuestro, autoinflingido y hasta íntimo de las convicciones políticas de cada argentino. La dirigencia política no es un hongo que crece naturalmente bajo los árboles después de la lluvia. Un dirigente político es alguien que en algún momento caminó por la calle como cualquier ciudadano de a pie.

Esa película nos indica que Argentina tuvo saltos en el nivel de pobreza que superaron el 55%, como en las hiperinflaciones, pero hoy ese nivel supera con tranquilidad el 40%. Nadie puede hablar de efectividad absoluta en ese proceso. En materia de inflación sucede algo parecido: cuando el país pudo entrar a pensar en tasas normales, la política volvió a tentarse con la desmesura del gasto y la rueda comenzó a girar nuevamente. El dólar es solo un termómetro, un precio más, que sigue la correlación del descontrol en la caja y su financiamiento con emisión y tiene curvas que se siguen casi a la perfección al resto de esas variables funestas.

En el final de la carrera a octubre, además, la avaricia política ganó por encima de cualquier grandeza. Las cabezas visibles de cada grupo casi desaparecieron. Alberto Fernández, que finalmente es el presidente, y Cristina Fernández de Kirchner, terminaron la campaña sin pedir el voto por su candidato, que es Sergio Massa. Ellos tres formaron la coalición que hoy nos gobierna. Mauricio Macri demoró, jugó y hasta dejó que especularan con un apoyo suyo a Milei, antes de jugarse definitivamente por Patricia Bullrich, la candidata que él mismo impulso para oponerse a Horacio Rodríguez Larreta, moderado pero inviable para el reclamo social del momento.

No todo es oscuridad. Existe una pulsión antidestructiva y el miedo ante prácticas que están al borde de la democracia hacen que la sociedad no se desborde hacia el vacío en lo social y lo económico. Hay elementos de sobra en nuestra realidad para que eso suceda, pero está claro que por ahora Argentina decidió no precipitar otro momento conmoción interna extrema.

El país no está ante un escenario de saqueos y violencia como vivió en otras ocasiones como el 2001 solo por el distribucionismo irresponsable de la campaña de Sergio Massa o por el control político de los barones del conurbano. Mucho menos porque se haya arrojado definitivamente a los brazos de Javier Milei en la desesperación por encontrar una alternativa que no vio nunca hasta ahora. La expectativa a lo que viene todavía consigue contener mínimamente a la civilización frente a la barbarie y no es porque la política haya hecho méritos para esto, simplemente existen amplios sectores que todavía tienen el poder para decidir no suicidarse.

Quienes están a cargo de encarnar la representación popular no deben abusar de esta situación de expectativa. El monstruo del descontrol puede estar a la vuelta la de esquina y el crédito que da la sociedad en un bien escaso y que se agota rápido.

Llegó la hora. Deberemos decidir entre el facilismo, el sacrificio, la imágenes dantescas de los actos de Milei, la imprecisión de una promesa dolarizadora que ni muchos de sus votantes entienden, el descontrol de un peronismo que no deja de asombrar por su desmesura y desparpajo, la incapacidad del PRO, los radicales y la Coalición Cívica de entender la responsabilidad que la sociedad puso en sus manos, el peronismo de Juan Schiaretti que no logra salir de su propuesta cordobesa o la inexistencia de una izquierda que debería tomar forma lógica algún día.

El resto son todas preguntas. ¿Qué pasará con los indecisos que fueron protagonistas de las PASO? ¿Entenderá la sociedad el peligro de la liviandad de propuestas que se hamacan sobre el facilismo de demoler la política sin entender que la casta, con sus hedores, también es necesaria para gobernar? ¿Sabremos todos que mañana o pasado las tarifas deberán volver a estar en niveles lógicos, que cada uno debe pagar por lo que consume, que no hay subsidio que dure cien años si se quiere vivir en una economía lógica? ¿El peronismo eterno, el que maneja provincias y municipios, con quién negociará su subsistencia futura? ¿Estamos ante la ruptura total del sistema conocido o solo una nueva pausa en la decadencia argentina?

Gracias a Dios la mediocre campaña terminó. Es momento de votar.

 

 

*MDZO/NA