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21 febrero, 2024

La cita de Milei con sus insultados

La política y la vida institucional no parecen funcionar bien lubricados en la Argentina de 2024. Dentro de diez días, el viernes de la semana próxima a las 11, Javier Milei deberá hablarles de frente, por primera vez en su vida, a los 329 diputados y senadores.

Por Pablo Mendelevich*

Se trata de aquellos a quienes el Presidente viene diciéndoles con cierta regularidad, en forma alternada, idiotas útiles, delincuentes, coimeros y parásitos. Cuando el temporal de vituperios amaina los describe como miembros de la casta corrupta. Casta ya pasó a ser una categoría amable.

El lunes, al disertar en Corrientes, a Milei le pareció insuficiente afirmar de manera indiscriminada que todos los políticos “son una mierda”. A los legisladores (la cita es inevitable, pido disculpas) los llamó soretes. Desde luego, este último término, un americanismo capaz de atronar con su gravitación semántica hasta a los más descontracturados hablantes, no integra el léxico corriente de las columnas políticas, lo cual probablemente se deba a un decoro remanente de la mayoría de los escribas, pero más que nada a que hasta ahora no hizo falta convocarlo porque nadie lo utilizaba en el discurso público, mucho menos un presidente. El actual, cuyas excentricidades se van naturalizando con la rutina, la crisis y la estela del 55,6 por ciento, quizás evoque ahora aquello que recordó hace un par de años el papa Francisco, la coprofilia.

La coprofilia es la atracción fetichista por los excrementos. El Papa se la atribuyó en su momento a los medios de comunicación. La puso a la misma altura que otros tres pecados: la desinformación, las calumnias y la difamación. No confundir con la coprolalia, patología de quien tiene el impulso de descargar un vocabulario escatológico y obsceno. El problema con Milei, sin embargo, no pasa por el tipo de ira que él trae de fábrica, sea cual fuere -y que tantas satisfacciones electorales le dio en 2023- sino por el cargo que ocupa desde el 10 de diciembre y las responsabilidades inherentes. Ya no es un candidato en campaña (suponiendo con resignación que cuando lo era estaba habilitado para ejercer la violencia verbal).

Véase lo que son las vueltas de la vida: la semana pasada el mismo Papa absolvió en Roma a Milei como insultador sin filtro. Lo recibió durante 70 minutos (fue el jefe de Estado que más tiempo estuvo con el Pontífice en su primera reunión) y le perdonó los improperios que había vertido contra él, contra Su Santidad. Milei lo había llamado imbécil, impresentable, promotor del pobrismo, defensor de dictadores, jefe de un sistema que mata a la gente, dijo que era el representante maligno en la Tierra y lo tildó de comunista.

El magnánimo perdón pontificio acaso sienta un precedente respecto de la posibilidad de cancelar un zarpazo verbal cuando llega la hora, de decir me arrepiento, lo siento, nada personal, estaba en campaña. Volver para atrás como si nada. Lo que equivale a producir, tratándose de quien se trata, una devaluación de la palabra en el discurso público. Que quizás llame poco la atención en un país donde todo se devalúa más de una vez al día.

El Vaticano a su vez le pidió perdón a Milei después de su visita a Roma por el insólito lapsus del locutor que en la canonización de Mamá Antula presentó a Karina como su esposa y no como su hermana, una anécdota potenciada por el contexto. Este perdón fue el único, curiosamente, que alcanzó la estatura de un comunicado oficial. No se supo (¿pudo ocurrir en la conversación privada?) que el tráfico de perdones también hubiera incluido las declaraciones del Papa referidas a “Adolfito” en las que comparó a Milei, sin nombrarlo, con Hitler. “Les tengo miedo a los salvadores sin historia”, había dicho Francisco cuando promediaba la temporada proselitista.

Francisco abrazado a Milei es un problema adicional para los diputados y senadores que se agravian por el hecho de que el Presidente, enojado por cómo votan o dejan de votar las leyes y sus incisos, les dedica un término escatológico. Milei es el presidente de un país presidencialista. Por aquello del ejemplo roosveltiano del poder, el comportamiento del presidente incide muchísimo en los estándares culturales y políticos. ¿Sabrán perdonar algún día los legisladores al fogoso presidente anarcocapitalista igual que perdonó el Papa cuando lo confundieron con el Diablo?

Lo de algún día tal vez deba leerse como el otro viernes. ¿Milei estará pensando en hacer el discurso de apertura de sesiones ordinarias delante de una mansa masa de recién insultados? ¿Acaso planea pedirles perdón por sus descarríos verbales? ¿Podría suceder que las bancas queden despobladas? ¿O tal vez el peronismo organice un boicot con gritos e interrupciones del discurso presidencial como el que le hizo a Macri en 2019?

El Vaticano es unipersonal, pero los legisladores insultados son más de trescientos y no todos tienen la misma sensibilidad. Los oficialistas, por empezar, si las cosas funcionaran con la lógica tradicional no deberían sentirse clientes del almacén de insultos de Milei, pero en estos tiempos las fronteras entre propios, aliados, leales, claudicantes y vendidos es bastante dinámica. Lo atestiguan Carolina Píparo, tachada de traidora por la Casa Rosada, y Ricardo López Murphy, recientemente clasificado por Milei de verdadera basura y falso liberal. Luego, entre los más ofendidos están los kirchneristas, republicanos de último momento. Por ejemplo Victoria Tolosa Paz, quien para replicar la descripción mileísta de Diputados como “un nido de ratas” aseguró que el Congreso “es uno de los tres pilares fundamentales de nuestra república”. Quizás por falta de tiempo Tolosa Paz se perdió las conferencias de Cristina Kirchner en las que se explicaba que la división del Ejecutivo, Legislativo y Judicial ya caducó y hoy urge cambiar toda la ingeniería institucional.

No se puede decir que los diputados del medio, los llamados dialoguistas, sobre todo los que votaron la ley ómnibus en general pero hicieron objeciones en la trunca votación en particular, sean los más vapuleados. Milei los tiene en la mira pero al final del día cuando insulta se esfuerza por preservar la equidad.

El viejo debate sobre los medios y los fines, aunque solapado, vuelve a estar ahora entre nosotros. No se trata de los fines, se trata de los medios para conseguirlos. Aún si se quiere defender la validez de la ley ómnibus en su totalidad y se comparte el argumento de que hay que acabar con las regulaciones que obstruyen el desarrollo, no es válido cualquier camino. Mucho menos el novedoso método del presidente que insulta día por medio, sin mecanismos inhibitorios, al Congreso completo.

En ocasiones Milei ha sido capaz de explicar su posición en forma templada. Tuiteó el 9 de febrero: “durante muchos años hubo en Argentina un grupo de políticos que dice representar la moderación, el diálogo, el consenso y la sensatez, que lo único que hacen es garantizar el statu quo a cambio de negocios personales. Registros automotores, concesiones de litio, repartija de sobres a periodistas y muchos otros negocios que algunos políticos hacen mientras ‘defienden la República’ en la televisión”.

En la televisión, justamente, esta descripción, que puede ser verosímil, andaría muy bien. Milei mismo la podría haber vertido dos o tres años atrás como panelista. Hasta se podría haber peleado con otros panelistas -de hecho lo hizo-, lo que seguramente le habría valido una palmada en la espalda de los productores ratingdependientes. Pero el Presidente no es más un panelista de televisión y buena parte de lo que está denunciando sin precisiones son delitos. Que como tendencia sean creíbles no significa que todos o ni siquiera que la mayoría los hubieran cometido. Si la corrupción se resolviera con insultos la impunidad habría desaparecido hace rato.

 

*LN/NA