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4 noviembre, 2024

No quiero una revolución libertaria, me conformo con que intentemos parecernos a Uruguay

Hace pocas semanas, luego de una campaña opaca para nuestra visión electoral, sin insultos, sin violencia, sin acusaciones delictivas, sin promesas de romper todo y fundar algo nuevo, Uruguay eligió en primera vuelta al sucesor de Luis Lacalle Pou entre dos propuestas de centro que encarnan tres candidatos, que se definirá en segunda vuelta en virtud de que ningún candidato obtuvo más del 50%. En efecto, con una ventaja de más de 15 puntos el Frente Amplio (FA)se impuso en las elecciones presidenciales de Uruguay, con Yamandú Orsi que logró el 43,9% de los votos. El segundo, con quién se deberá enfrentar en un balotaje, es el candidato oficialista Álvaro Delgado que llegó al 26,7%, apadrinado por el presidente Luis Lacalle Pou.

Por Sergio Mammarelli*

El resultado igualmente es absolutamente incierto, dado que, pese a la victoria, el candidato oficialista proyecta sumar el resto de los partidos que compitieron por separado y forman parte de la coalición gobernante y que superarían al Frente Amplio por más de dos puntos.

Sin embargo, lo más interesante del acto electoral, fue el resultado de la consulta popular vinculante que no logró el 50% de los votos para reformar la constitución y se mantendrá la reforma que el Congreso le aprobó a Lacalle Pou y que elevó la edad jubilatoria a los 65 años, en etapas, para los nacidos desde 1977. El rechazo a esta propuesta despeja la incertidumbre económica que fue el tema central de una campaña electoral. Curioso, ganó un partido de izquierda y los uruguayos eligieron continuar con su sistema jubilatorio privado. Cosas que solo pueden pasar del otro lado del charco.

Más allá de que habrá segunda vuelta con un resultado muy reñido, en todo Uruguay no hay drama ni entusiasmo; no hay miedo a lo que se venga, ni esperanza de un cambio sustantivo. Si bien en estas elecciones está en juego la presidencia y todo el parlamento, los uruguayos no sienten que se juega el futuro de sus vidas. La idea, fantástica y normal para Uruguay, sería inédita en nuestro país. Es que dicho país, cuenta con una historia reciente de rotación de partidos políticos en el poder, sin que cada cambio abriera una etapa refundacional, y con cierta estabilidad política, económica y social, cosa que relativiza el alcance de la decisión del voto, para erigirse en revolucionaria en cada elección.

Con esta reflexión, me gustaría iniciar esta editorial. ¿Por qué no podemos copiar la normalidad uruguaya? Hablamos igual, tuvimos un nacimiento común, recibimos la misma inmigración, nos divide solo un río y podemos ser tan distintos.

Si bien, José Mujica, cuando todavía era presidente de Uruguay, afirmó: «No somos países hermanos, somos gemelos que nacimos en la misma placenta», definición que me despierta la siguiente duda: Evidentemente tuvimos crianzas por padres diferentes. No hay otra forma de explicar las profundas diferencias que nos separan.

«Lo que es igual y un poco distinto». Así lo definió el reconocido escritor argentino Jorge Luis Borges en «Milonga para los orientales«. El propio Borges en el citado texto se confunde al escribir: «Milonga para que el tiempo vaya borrando fronteras; por algo tienen los mismos colores las dos banderas». Sin embargo, la bandera de Argentina es celeste y blanca, mientras que la uruguaya combina el blanco con el azul, cada una acompañada de un sol amarillo.

Veamos que significa, eso de lo «igual» y lo «un poco distinto»

Gerardo Caetano, historiador y politólogo uruguayo decía, que, por ejemplo, que a un colombiano lo ven y todos saben que es un colombiano, a un brasileño lo ven y todos saben que es un brasileño, a un argentino lo ven y todos saben que es un argentino. Y a un uruguayo lo ven y dicen: “es casi un argentino«. Si esto suena irritante, ni hablemos de la siguiente frase: “Uruguay es una provincia más”.

Es cierto que durante las primeras décadas del siglo XIX existieron diversos esfuerzos por construir una gran nación conocida como las Provincias Unidas del Río de la Plata, tal como soñaba el mayor abanderado uruguayo José Gervasio Artigas. La oposición de esta idea fue nada menos que de Buenos Aires, que establecía criterios de poder a través del puerto y en detrimento del de Montevideo, que es mucho más accesible. Ya en esa época, nos negábamos a la competencia. Lo cierto, es que, aunque muchos sostengan que Uruguay fuera un invento diplomático mediado por los ingleses, ambos son países diferentes, que permitieron pese a ser gemelos en palabras de Mujica, tuvieran una educación política, económica y social muy diferente.

Siguiendo a Caetano, uno de los primeros quiebres entre ambas naciones es que, si bien las dos son sociedades bastante europeizadas respecto al resto de América Latina debido a los fenómenos de inmigración temprana, en Uruguay, la inmigración empezó antes y se desplegó sobre un territorio más pequeño y casi vacío, más homogéneo social y étnicamente, con la ausencia de un fuerte nacionalismo uruguayo.

Claudio Fantini, politólogo y periodista argentino, también explica en el mismo sentido, que inmigrantes en el país hermano, fueron capaces de definir al país de forma estructural, forjando un país liberal y laico, distinto a otros de la región. En Argentina, por el contrario, la inmigración fue más tardía y se encontró con un territorio más grande, poblado y diverso, con presencia indígena y poderes sociales constituidos, dice el investigador.

Caetano, no explica en términos más simples: “El nacionalismo ha estado tan marcado que los argentinos dicen «presidente de la nación», en Uruguay, en cambio, se le dice «presidente de la república».

Esta crianza diferente, permitió que ambos países se distanciaran de entrada en la cultura política y la cultura económica.

Tanto Caetano como Fantini, coinciden que, desde edad temprana, las sociedades eran diferentes, pero a partir de ese momento las políticas rioplatenses tendieron a divergir notablemente, hasta el día de hoy. Argentina, «populista», con una política «militarista, polarizada, con un gran peso de la Iglesia», que es «de movimientos y no tanto de partidos», y que tiene «liderazgos encarnados» y «poderes personalistas, verticalistas y hegemónicos». Uruguay en cambio, siguió la senda del «pragmatismo», «republicanismo» y «laicismo», al tiempo que destaca la cultura cívica de la sociedad. Algo de eso se ve, a modo de ejemplo, con la profunda tradición política uruguaya es que tiene dos de los partidos políticos más antiguos del mundo, el Nacional y el Colorado, los cuales todavía siguen vigentes.

A esas diferencias de crianza, debemos agregarle diferencias estructurales» muy grandes” entre ambos países. Pensemos en las más visibles como la superficie y la población: Argentina es casi 16 veces más grande que Uruguay y tiene 13 veces más habitantes. A esto se suma la variedad y dotación de recursos naturales que tiene Argentina y el proceso de industrialización que realizó el país, lo cual le da «una complejidad social muy distinta» a la de Uruguay.

Son, en definitiva, dos países intrínsecamente unidos pero incomparables. Sin embargo, en el terreno de las comparaciones perdemos por paliza. En comparación con otros países de América Latina, Uruguay presenta un panorama económico y social marcadamente positivo. Su economía creció un 3,2% en 2024, por encima del promedio regional de 2,3%. Las proyecciones a futuro son similares. En términos de ingreso per cápita, Uruguay se destaca entre sus vecinos, alcanzando aproximadamente 19,733 dólares en 2024, lo que lo posiciona por encima de otras economías importantes en la región como Chile, Brasil y argentina. La inflación en Uruguay ha estado relativamente controlada, ubicándose en torno al 6% anual.

En el ámbito social, Uruguay tiene niveles de desigualdad y pobreza más bajos que la mayoría de los países latinoamericanos. Esto es resultado de políticas sólidas en educación y salud, y de una protección social que cubre a gran parte de su población. Uruguay ha mantenido avances en su desarrollo humano y su calidad de vida, lo que le otorga un liderazgo en términos de bienestar social.

Estas condiciones han permitido que Uruguay se mantenga como un referente de estabilidad económica y social en América Latina, en contraste con los problemas económicos en países como Argentina y Brasil, donde el crecimiento es más moderado y los índices de pobreza e inflación son significativamente más altos.

Uruguay mantiene niveles de pobreza e indigencia bajos en comparación con otros países de América Latina. Para 2024, la tasa de pobreza en Uruguay es de aproximadamente 9,1%, la más baja de la región y por debajo del promedio de América Latina, que oscila entre el 30% y el 35% en varios países. La indigencia también es significativamente baja en Uruguay, reflejando tanto su sistema de políticas sociales como su estructura económica menos vulnerable a la informalidad extrema que afecta a otras economías latinoamericanas.

A nivel regional, países como Argentina, Brasil y Colombia muestran tasas de pobreza mucho más elevadas. En Argentina, la pobreza ronda el 53%, mientras que en Brasil se sitúa en torno al 29%. Chile es el único país con cifras comparables a las de Uruguay, con una pobreza cercana al 10% en su última estimación oficial.

Argentina y Uruguay presentan diferencias macroeconómicas y sociales significativas en áreas como crecimiento económico, inflación, y empleo, lo que se refleja en las condiciones de vida y políticas de ambos países.

1. Crecimiento económico: La economía de Uruguay se ha visto menos afectada por las inestabilidades de Argentina, especialmente debido a su estabilidad monetaria y menor inflación.

2. Inflación y competitividad de precios: Uruguay mantiene una inflación más controlada comparado con la alta inflación de Argentina, que afecta significativamente el costo de vida y el consumo interno.

3. Ingreso y consumo: Uruguay ha mantenido un nivel de consumo privado relativamente estable, apoyado por el crecimiento de los ingresos reales. Esto ha mejorado la confianza del consumidor uruguayo, mientras que en Argentina la alta inflación y la depreciación del peso han reducido el poder adquisitivo, afectando negativamente el consumo interno y aumentando la desigualdad económica.

Sin embargo, la mayor diferencia que todo argentino envidia, es en lo político. Uruguay es un país normal. Simplemente eso. Nadie intenta refundar nada, nadie intenta borrón y cuenta nueva, nadie construye agrediendo al otro. Su nivel de corrupción es controlado, sus políticos honestos. Allí no hay CASTA.

Todo esto me lleva a la conclusión de para qué queremos tanto territorio, tantos recursos naturales y tantas otras cosas que nos transforman en uno de los países más soberbios del planeta tierra. Esa soberbia es la misma que nos hace compararnos con los países más desarrollados del planeta sin advertir que esa misma soberbia nos impide hacer lo mismo simplemente con nuestro hermano gemelo que tuvo la suerte de tener mejores padres adoptivos. No será mejor parecernos a Uruguay que con mucho más compromiso y mucho menos de todo, hacen uno sino el mejor país de toda Latinoamérica.

 

*Abogado laboralista, especialista en negociación colectiva. Ex Titular de la Catedra de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la Universidad Nacional de la Patagonia. Ex Ministro Coordinador de la Provincia del Chubut. Autor de varios libros y Publicaciones.