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20 julio, 2024

Nada es para siempre y el sindicalismo argentino lo sabe muy bien

“Nada es para siempre” nos cantaba de manera formidable Fabiana Cantilo, canción que encaja perfectamente para referirnos a la crisis que atraviesa nuestro sindicalismo.

Por Sergio Marcelo Mammarelli*

Agregaría a lo expuesto una frase para redondear el editorial de este domingo: “quién le pone el cascabel al gato”, expresión originada en una fábula donde un grupo de ratones para no ser sorprendidos por el gato deciden ponerle un cascabel para que les avise, pero ¿quién sería el valiente que se lo pondría? En la fábula, nadie se presentó voluntario.

La dirigencia gremial en la Argentina, denominada cariñosamente como los “Gordos” (algunos efectivamente por regordetes, pero otros denominados así porque sus gremios son los que tienen más afiliados) han decidido no participar al diálogo tripartito convocado por el Gobierno. Para algunos, su actitud es fruto de las presiones de Pablo Moyano, a quien muchos lo ven bajando de los camiones como si estuvieran bajando de Sierra Maestra. Su arma preferida, como bien ya la utilizó durante el gobierno de Macri, sería rodear todos los proyectos de reforma de tufillo de corrupción: “Será otra Banelco”. Días pasados, nuevamente se lo escuchó con una frase similar con la misma intención de hacer abortar cualquier otra reforma en el campo laboral o sindical.

Como siempre ha ocurrido, el frente sindical no está absolutamente unificado. Existen muchas sospechas a esta altura de que “los Gordos” están distanciados de Pablo Moyano pese a los esfuerzos del patriarca de la familia, Hugo, que intenta mantener una relación decorosa. Fuera de este sector, se unen al escenario sindical las dos CTA, que más allá de las diferencias, las dos son kirchneristas. Esta sería en resumidas cuentas la composición de la beligerancia sindical contra cualquier gobierno, ahora el que encabeza el Presidente Milei.

Esta exclusión sindical en el diálogo tripartito presenta otra interesante incógnita. ¿Los gremios mandarán representantes al Consejo del Pacto de Mayo, que debería estar integrado a fines de agosto? Se trata de un Consejo del que formarán parte los gobiernos nacionales y provinciales, las dos cámaras del Congreso, los empresarios y los sindicalistas para llevar a los hechos los principios teóricos inscriptos en el Pacto de Mayo. Está claro que el único y mayor temor de los muchachos es que el Gobierno se meta con sus cajas y ven al trío Milei, Caputo y Sturzenegger, como que están pensando algo macabro, más que contra ellos, contra sus bolsillos.

En apariencia Sturzenegger sería el ratón de la fábula elegido por Milei para meterse en la vida interna de los sindicatos. La semana pasada, se metió con la propina a los mozos de bares y restaurantes, que seguirá sin ser obligatoria, pero se habilitará por medios electrónicos. También es uno de los precursores de extender el modelo del sindicato de la construcción, donde patrones y trabajadores hacen sus propios ahorros para el día en que el trabajador se quede sin trabajo. No olvidemos que también se lo sindica como el autor del DNU que puso fin a las cláusulas obligacionales en los convenios colectivos de trabajo, exigiendo que ningún descuento se le podrá hacer a un trabajador, afiliado o no, sin su consentimiento.

Fuera de estos entretelones, la semana pasada ocurrieron algunas novedades en el ámbito de las relaciones colectivas y más precisamente en el ámbito de la representación sindical. La Secretaría de Trabajo habilitó la incorporación a los registros oficiales del Sindicato de Conductores de Camiones en la provincia de Jujuy, que, junto con el antecedente de Santa Fe, le van complicando las cosas al clan Moyano. Dicho de otro modo, se autorizó la inscripción en el Registro de Asociaciones Sindicales del gremio que conduce Daniel Urrutia, ex integrante del sindicato de los Moyano en la provincia. Ello quiere decir, que, si el flamante sindicato obtiene más afiliados que el sindicato ya existente, a cargo del moyanista Jorge Rodríguez, tal vez le disputen la tan ansiada “Personería Gremial” como todo aparenta.

En Santa fe, en el mismo sentido, fue la Corte Suprema la que dejó firme la desafiliación del Sindicato provincial de la Federación Nacional, conducido por Sergio Aladio. Con este antecedente, ya serían dos provincias que podrían quedar fuera de la Federación Argentina de Trabajadores Camioneros, desestabilizando la unidad de los convenios colectivos de trabajo, la unidad de una sola obra social y el futuro para la actividad.

Con todos estos antecedentes, está más que claro que el sindicalismo en Argentina se enfrenta a una encrucijada que podría ser definitoria. Esta cruzada no es otra cosa que una nueva embestida sobre un ámbito marcado por la corrupción alimentada por la perpetuación de liderazgos que, incluso generación tras generación, han mantenido el poder a menudo en detrimento de los intereses de los verdaderos trabajadores. Pensemos a vuelo de pájaro que Hugo Moyano dirige en Camioneros desde 1987, Armando Cavalieri en Empleados de Comercio (SEC) desde 1986, Gerardo Martínez (UOCRA) desde 1990. El más antiguo de estos es Luis Barrionuevo, Gastronómicos (UTHGRA), desde 1979. Mientras que Sergio Palazzo está en la Bancaria desde 2010, entre otros.

Con este fenómeno de la permanencia en el poder sindical, todos sabemos que los sindicatos más poderosos han conseguido someter a las principales empresas de cada sector. Incluso algunas de las más importantes han decidido retirarse de Argentina, como Latam Airlines, Falabella, Walmart, Pirelli, Axalta Cotinga Systems, Saint-Gobain Sekurit y Brightstar, entre otras.

Como tantas veces tuve oportunidad de reflexionar, los dirigentes sindicales no son malos, sino que simplemente son viejos, tanto o más como el modelo sindical argentino, que hoy es la peor traba que impide la renovación y la auténtica representación de los trabajadores.

A lo largo de estos últimos 30 años, varios ratones intentaron poner el cascabel al gato, remontándonos al recordado Carlos Menem en 1990, que impulsó reformas económicas neoliberales que incluyeron las privatizaciones, o Mauricio Macri (2015-2019), que intentó impulsar reformas laborales y enfrentó a los sindicatos en varias ocasiones, aunque no logró ningún éxito trascendente. Hoy nos sorprendió otro Macri, en este caso Jorge, quien ahora, desde su posición en la capital, está con serias intenciones de enfrentar a este poder enquistado al revocar la decisión de último momento de Rodríguez Larreta de querer extender la concesión de las grúas de acarreo de tránsito en la Ciudad y con eso mantener a los trabajadores de estas bajo el convenio de Camioneros. Veremos si logra colocar por fin el cascabel.

El poder de los sindicatos argentinos históricamente fue mucho, pero el apoyo de la sociedad civil siempre fue escaso. Hace muchísimo tiempo que la mala imagen de los sindicalistas, el temor a perder los empleos y sufrir represalias, disuade a muchos de participar de las medidas de fuerza o aún de afiliarse a un sindicato. Sin embargo, enfrentarse a los sindicatos en Argentina es una tarea compleja y arriesgada para los políticos. El éxito en términos políticos depende de varios factores: del respaldo social, empresarial y mediático, habilidad de negociación y de un mapa político que apoye la decisión de enfrentarlos. Las preguntas son simples: Para qué el enfrentamiento si estamos todos sucios, dirían varios encumbrados dirigentes políticos pertenecientes a la casta. O algo peor, qué gano en términos políticos enfrentándome, o simplemente, porqué me voy a atrever sin respaldo social, mediático, empresarial, etc. Lo cierto es que, por una u otra razón, al igual que la fábula, no aparece ningún ratón voluntario de ponerle el cascabel al gato.

Las razones históricas de este poder y de su actual decadencia, se remonta a partir de 1945. Hasta esa fecha los sindicatos mantenían el carácter de asociaciones civiles con una limitada capacidad legal de representación. Pero el 2 de octubre de aquel año, cuando el gobierno de Farrel-Perón dicta el Decreto 23.852, pone en vigencia la primera norma argentina de Asociaciones Profesionales de Trabajadores, que luego se transformará en ley 12.910 de la democracia, al asumir Perón como presidente constitucional en 1946. A partir de estas normas, se le permitió al sindicato de industria o actividad más numeroso tener la representación individual o colectiva de todos los trabajadores de una actividad, independientemente de la afiliación o no al sindicato.

Esa herramienta legal creó una ficción jurídica que se mantiene hasta nuestros días. El sindicato con Personería gremial representa a todos los trabajadores del sector, más allá de su afiliación incluso si ésta hoy es muy minoritaria. La segunda gran reforma de 1945, es la institucionalización del derecho de las organizaciones sindicales a desarrollar tareas políticas. Sobre esto último, es dónde la visión estratégica de Perón fue formidable: permitió por primera vez, que los sindicatos como simples grupos de presión se constituyeran en un factor de poder político dentro de la comunidad. El resto es historia conocida por todos nosotros hasta nuestros días.

¿Pero cuál sería el interés para la sociedad, o incluso para Milei, terminar con este factor de poder en la Argentina?

Simple, “el sindicalismo quedó viejo y sin ideas” y las pocas que le quedan se remontan al recuerdo de más de sesenta años atrás. La comodidad de la permanencia en sus cargos y la recaudación de recursos asegurada los dejó escasos de reflejos a la hora de discutir realidades salariales y convencionales; la llegada de la tecnificación y la irrupción de la Inteligencia Artificial los encontró saliendo de un letargo de 4 años con Alberto Fernández. El peso de la edad y el libreto setentista los desactualizó y les hizo perder a la totalidad de los sindicatos vigencia en la representación. Por eso mi frase: No son malos, están viejos, están sospechados, repletos de plata, tienen mala imagen y cada día representan a menos trabajadores. Simplemente como referencia, el sindicalismo y el modelo sindical argentino, dejó fuera de representación a más de 3.465.000 desempleados y cerca de 5.776.000 de trabajadores informales, a los que hay que agregar a los trabajadores que se pusieron frente a sus compañeros y formaron una pyme. A ninguno de ellos les llega ninguna respuesta del sindicalismo argentino.

Todo me lleva a pensar que poco a poco los sindicatos han perdido poder en todos estos años y lo seguirán perdiendo sin importar quién gobierne la Argentina. Sin embargo, en un país tan corporativo como el nuestro, todavía mantienen su protagonismo gracias a su poderío económico y nada más. Representan a muy pocos, pero tienen mucha plata. Sin embargo, “nada es para siempre”. Pensemos que en diez años habrán desaparecido todos los Camioneros. El transporte va a ser con camiones manejados por robots como sucede en Texas, California y en China. Las transformaciones serán de tal envergadura que pocos podrán sobrevivir. Simplemente pensemos por el futuro de la afiliación sindical aquí y en todo el mundo. Su decadencia es formidable. En primer lugar, la altísima rotación laboral y la nueva organización empresarial, impiden que los trabajadores tengan asociación en torno a objetivos comunes e impiden que los trabajadores se conozcan y compartan experiencias. Todos tienen proyectos personales, pero no comunes. No hay sentido alguno de ningún trabajador moderno en afiliarse a un sindicato que lo represente, él se representa a si mismo y quiere que sea así en este nuevo contexto.

Todo está bajo la lupa y según sabemos en el ámbito de la Secretaría de Trabajo, Julio Cordero analiza dos reformas importantes. La primera, una nueva reforma laboral que podría extenderse al ámbito de las relaciones colectivas de trabajo y organización de las asociaciones sindicales. La segunda, junto al titular de la Anses, Mariano de los Heros, donde habría un borrador que podría contemplar, entre otras cosas, la privatización del sistema mediante la vuelta de las AFJP, equiparando la edad jubilatoria entre los hombres y las mujeres en 65 años. A ello se agregaría una gradual desarticulación de los regímenes especiales que plantean beneficios por sectores, así como una revisión del sistema de pensiones. De este modo volvería un nuevo modelo de capitalización, como el que existió entre 1993 y 2008, con la Administradora de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP). No olvidemos que se necesitan entre 4 y 5 personas activas que realicen aportes y contribuciones para financiar a un jubilado, dentro de nuestro sistema público de reparto. Como la ecuación no se da en la realidad, el Tesoro debe contribuir con el déficit, convirtiéndose en un elemento distorsivo dentro del Presupuesto, y, por ahora, no resuelto en forma eficiente. La causa fundamental del déficit lo genera el nivel de evasión pública y privada del 40% en el promedio país (que en algunas provincias llega al 50 o 60%) y desde el restablecimiento de la democracia, los distintos gobiernos fracasaron en mejorar la recaudación.

En fin, como dice la canción, “nada es para siempre” y el final comenzará cuando aparezca esta vez, algún voluntario en ponerle el cascabel al gato.

 

*Abogado laboralista, especialista en negociación colectiva; ex Titular de la Catedra de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la UNSJB; autor, exministro Coordinador de la Provincia del Chubut.