19 septiembre, 2022
La incautación reciente de un lote de obras atribuidas a Antonio Berni a Pablo Picasso, Raúl Soldi y Marta Minujín, volvió a poner en el centro de la escena del mundo del arte la circulación de material que no es auténtico.
«Internet es el medio a través del que más se venden los falsos», dice a Télam el director general de Coordinación Internacional de Interpol de Argentina, Marcelo El Haibe, quien señala que este tipo de delitos también sucede «en algunas galerías, sobre todo, con obras de arte moderno donde los dibujos son trazos o líneas y es más fácil copiar, por eso a veces en esos espacios aparecen obras falsas».
El operativo de agosto pasado fue «el más grande» realizado por el organismo, afirma El Haibe, y agrega que las obras secuestradas pasarán a formar parte del acervo del Departamento de Protección del Patrimonio Cultural de Interpol, con la idea de integrar en un futuro un Museo del Falso, un viejo anhelo del investigador. Mientras tanto, están avanzadas las gestiones para exhibir parte de este material en una muestra que tendrá lugar a principios de 2023 en el Centro Cultural Kirchner (CCK).
A partir de ese operativo hay, hasta ahora, cinco involucrados: «El organizador, el encargado de colocar las obras a la venta en redes; el que hacía los certificados falsos, quien ensamblaba los cuadros y los que propiamente reproducían obras con la intención de hacerla pasar por original», indica Fernando Gómez Benigno, del Departamento de Protección del Patrimonio Cultural de Interpol.
Uno de los involucrados ya había sido detenido en 2015 como responsable de la organización; en aquella oportunidad se le secuestraron 230 obras. Con la venta de obras falsas, que también incluyen esculturas de metal de Carlos Regazzoni, el falsificador «obtuvo más de tres millones de pesos, en distintas operaciones que quedaron documentadas, lo cual es bastante dinero», detalla Gómez Benigno.
Piezas de Carlos Alonso, Salvador Dalí, Stephen Robert Koekkoek, Carlos Páez Vilaró, entre otros, también figuran en el botín de obras incautadas junto a una máquina para encuadrar, certificados de autenticidad apócrifos y máquinas de escribir con distintas tipografías para completar esos falsos certificados, agrega Gómez Benigno, que concede la entrevista a Télam en conjunto con El Haibe.
Ante este voluminoso lote de obras falsificadas los investigadores requirieron al juzgado interviniente que en vez de ser destruidas pasen a integrar el acervo cultural de la Policía Federal. Para esto, el departamento de Protección del Patrimonio Cultural cuenta con un depósito judicial destinado al resguardo temporal de los objetos secuestrados que está acondicionado de acuerdo a estándares de seguridad como alarma, cámaras de seguridad, cerradura reforzada, claves personalizadas y temperatura pertinente: «aire acondicionado, sensor electrónico de humedad, control de temperatura», explica Gómez Benigno.
Así resguardadas, la idea es que el año próximo pasen a formar parte de una muestra que se prevé hacer en el CCK y posteriormente concretar un proyecto de larga data: el Museo del Falso. «Tenemos que encontrar un espacio muy grande para exponer las obras falsas con los originales también y solicitar la participación de un curador o curadora», señala El Haibe.
Tanto con la muestra en el CCK como con el museo, la finalidad es «advertir a la ciudadanía que antes de comprar e invertir dinero en un cuadro tienen que tomarse tiempo para hacer averiguaciones sobre los orígenes y sobre características técnicas: el estilo, la antigüedad, y la procedencia es lo fundamental», dicen.
«Evitar que sean estafados -destaca El Haibe-. Eso clarifica el mercado porque si la gente se siente segura sabiendo que hay un mercado más controlado por el Estado puede invertir más y eso le conviene a los artistas también».
Este tipo de operativos abre además interrogantes acerca de los autores de las falsificaciones y también de los compradores: víctimas de engaño por un lado y personas a veces poco precavidas por otro a la hora de realizar este tipo de transacciones.
Algunos de los compradores «son argentinos y otros provienen del exterior y ven la oportunidad ante un cuadro que tiene certificado de autenticidad», dice El Haibe sobre estas obras que se ofrecen como auténticas a un precio más que razonable.
«El tráfico ilícito de bienes culturales involucra a nivel mundial entre 3500 y 6500 millones de dólares anuales, según un trabajo de la Unesco», puntualiza.
En Argentina, la falsificación y posterior venta tiene un fuerte «componente social», según el arqueólogo Daniel Schávelzon, quien señala que nuestro país «tiene dos cosas contradictorias: buenos artistas y una vieja colección de arte mucho más fuerte que otros países, pero no hay mercado de arte, debido a la falta de estabilidad económica».
A modo de ejemplo y para explicar este fenómeno, el especialista señala: «Un cuadro que en los 80 costaba 200 mil dólares ahora vale 20 mil y no hay posibilidades de que surjan para el mercado artistas jóvenes, entonces los compradores adquieren obras de artistas consagrados: un Petorutti, Spilimbergo. Entonces los artistas jóvenes, que sí los hay y buenos, no tienen posibilidades de surgir, crecer, y ese es el semillero para las falsificaciones, que involucra a quienes tienen una moral que está en el borde».
Para Schávelzon, «lo increíble son los clientes» poco advertidos que compran estas obras. «El comprador de cosas de valor se asesora y en este caso tiene que prestar atención a la genealogía de las obras, saber que si pertenece a la colección privada de fulano de tal, funciona como garantía de calidad; si la obra estuvo en el Malba o el Fortabat, es garantía de que es bueno», sostiene.
«Argentina es uno de los países donde se falsifica mucho arte en todas sus concepciones, y hasta libros con ediciones truchas», asegura el especialista, quien recuerda entre los falsificadores de la historia argentina la figura del excéntrico Elmyr de Hory, quien se paseaba por la avenida Alvear con su monóculo de oro durante 1962 o visitaba galerías de arte en su Rolls Royce.
«Pocos sabían que era el más famoso falsificador de arte moderno, que dejó en todo el mundo más de mil obras de Matisse, Picasso, Modigliani, Chagall, Gauguin, Laurencin, Vlaminck, Degas y Renoir, hechas en sólo veinte años de trabajo. Sus obras están -o estuvieron- colgadas en los grandes museos del mundo, y sus litografías falsas forman legiones y aún pueden verse expuestas en muchas paredes.
Un millonario de Texas le compró a Elmyr de Hory 15 obras del artista francés Raoul Dufy, y Orson Welles y otros directores de cine del mismo nivel hicieron películas sobre su insólita vida. Sabía que, si falsificaba o copiaba obras contemporáneas, debía adquirir la pintura y las telas en los mismos negocios que el artista, lo cual dificultaba cualquier expertizaje.
Huyó de la Gestapo, del FBI y de la policía de varios países y encontró un refugio ideal en la Ibiza de Francisco Franco por la mitad de su vida, a cambio de declararse culpable de homosexualidad -prohibida por el franquismo- y por vagancia, transgresiones que sólo le reportaron dos meses de prisión a cambio de su tranquilidad futura, señala el arqueólogo en su libro «Arte y falsificación en América Latina».
Sus obras nunca fueron realmente cuestionadas hasta 1968, cuando se peleó con los socios que se encargaban de las ventas, pero logró quedar libre y que ellos fueran presos. Ganó 35 millones de dólares con sus falsificaciones, aunque el fisco le calculaba más de cien millones y, como ya lo habían descubierto poco antes de morir, hizo en Madrid una exposición de sus obras titulada «Al estilo de…», poniendo en evidencia su trabajo y riéndose de muchos, recuerda Schávelzon.