18 octubre, 2023
Algunas ideas en torno a cómo se inscribe el nuevo álbum de Bad Bunny «Nadie sabe lo que va a pasar mañana», en la trama amplia de la cultura.
Por Juan Pablo Carrillo Hernández*
En la historia del arte, no son pocos los capítulos que se han dedicado al Artista. Si bien, en última instancia, son las obras las que componen aquello que con el tiempo admiramos y nos conmueve, el Artista que las crea también recibir su parte de interés y atención, en varios casos a causa de su personalidad, que suele ser excéntrica, original, inquietante, escandalosa, histérica, narcisista, transgresora y, por todo esto, atractiva. Por más que en nuestra época se insista tanto en separar al Autor de la Obra, lo cierto es que esa relación es indisoluble. Un repaso incluso superficial de la historia del arte demuestra que aquellas que consideramos grandes obras fueron creadas casi por regla general por seres humanos un tanto más perturbados que el resto, en ciertos rasgos al menos, atormentados por su propio mundo interior, con trayectorias de vida en las que una sensibilidad extrema se combina paradójicamente con el deseo casi autodestructivo de vivir experiencias también extremas.
En fin, la verdad es que el Artista no suele ser un ser humano común, y esa excentricidad parece ser, por un lado, el precio requerido para crear Obra y, por otro, el salvoconducto necesario para colarse al mundo del Arte.
También es cierto que una concepción del Artista en esos términos es profundamente romántica. El Artista como un ser apasionado en el sentido más amplio o abarcador de la palabra. Apasionado en sus experiencias de vida, apasionado con su obra y también, valga la redundancia, con las pasiones en sí mismas. En otras palabras, un ser que afronta sin temor todo el espectro posible de las pasiones humanas, desde las más eufóricas hasta las más tenebrosas.
Del Artista se suele ver el lustre, pero sólo el examen atento de su biografía descubre los episodios oscuros y a veces incluso inconfesables (esos mismos episodios por los cuales la sensibilidad contemporánea, tan moralizante, insiste tanto en separar al Autor de la Obra).
De nuevo, es difícil saber qué es primero y qué viene después. ¿El Artista es pasional porque es Artista? ¿O es esa sed de pasiones la que, al intentar saciarse, puede llegar a convertirse en la sensibilidad artística y eventualmente en el sustrato de la Obra?
Es ampliamente conocida la pregunta que durante tantos siglos se atribuyó a Aristóteles, en el también célebre “Problema XXX”:
¿Por qué todos los hombres que han sobresalido en filosofía, política, poesía o artes parecen ser de temperamento dominado por la melancolía […]?
En Occidente existe una amplísima tradición de pensamiento que relaciona arte y melancolía, en prácticamente todos sus aspectos, desde la creación hasta la recepción de la obra.
Casi podría decirse que no ha habido en la historia del arte un solo artista que no ha sido también un gran melancólico, o que no haya pasado por alguna temporada de aguda melancolía en su vida y, por otro lado, también cabe sugerir que para disfrutar plenamente de las grandes obras de arte se necesita al menos un poco de melancolía en uno mismo.
La música de Bach, el Quijote, la Quinta sinfonía de Mahler, la poesía, Hamlet, ciertas pinturas de Picasso… ¿no hay en todas ellas y en otras semejantes una cierta tristeza que va y viene, que no se disipa y que de alguna manera, cuando se le percibe, se siente imprescindible para la perfección de la obra?
Teniendo esta trama cultural a la vista, es posible escuchar el álbum más reciente de Bad Bunny, nadie sabe lo que va a pasar mañana (2023), como si fuera la obra de un artista en su periodo melancólico, en el marco de aquello que es posible en nuestra época: ese artista, esa obra, esa melancolía. En cierta forma es como si todo la tradición y herencia artística que estuvo en vigor al menos hasta mediados del siglo XX, hoy se hubiera decantado y asentado en las coordenadas más imprevisibles del planeta y de la historia: en un cantante popular puertorriqueño de fama verdaderamente exacerbada. Fuera de toda duda, una de las 5 o 10 personas más conocidas actualmente en la Tierra.
La fama es el tema principal de las canciones que integran nadie sabe lo que va a pasar mañana. La misma Fama frente a la cual parece que ningún ser humano sabe bien a bien cómo actuar y que los artistas del Renacimiento y del Barroco llevaron a sus esculturas, sus pinturas y sus poemas. La Fama que, por herencia grecolatina (entre quienes se le consideraba una diosa difícil de entender), se ha expuesto como un estado caprichoso, impredecible, paradójico. ¿Se debe gozar de sus mieles sin restricción aun a sabiendas de que éstas son efímeras, perennes y también frívolas? ¿Se disfruta de la Fama con placer y aun con cierta presunción (como queda de manifiesto en varios momentos de las canciones del álbum)? ¿Y qué hacer cuando se descubre que todos esos goces que da la Fama –el dinero, la celebridad, la atracción pública– no son plenamente satisfactorios? ¿No es hasta cierto punto natural recibir esa contradicción con un ánimo meditabundo y melancólico?
Dicho al margen: después de Un verano sin ti (2022), que llevó al verano hasta en el nombre, nadie sabe lo que va a pasar mañana es un álbum perfectamente invernal, culturalmente hablando. Es probable que por esto mismo no tenga la recepción desbordada y elogiosa que tuvo su producción previa u otras más anteriores. Una época como la nuestra que con tanta ansiedad busca “estar bien” siempre (o al menos aparentarlo) y que rehúye sistemática aunque inercialmente a la profundidad, no da de buen grado la bienvenida a la tristeza, la reflexión y el temperamento melancólico que por mucho tiempo caracterizaron los últimos meses del año en la mentalidad occidental.
Dos paráfrasis de Marx
1. Una vez como tragedia, otra como decadencia.
2. Unos hacen lo que otros pensamos.