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25 abril, 2022

María Sonia Cristoff: «Me interesa la novela como formato a dinamitar», dice la trelewense

Entre la lengua explosiva de una tía desopilante y justiciera que al morir deja cartas y un tesoro enterrado, una sobrina enajenada por la disciplina laboral que vive una metamorfosis existencial y un chancho salvaje que no negocia su libertad, las voces de «Derroche», la última novela de María Sonia Cristoff, se entrelazan en un artefacto experimental que opera como sátira sobre el trabajo y la alienación de un sistema que ya no deja ni rastro de aquello que alguna vez supo llamarse vida.
Por Milena Heinrich
 Me interesa la novela como formato a dinamitar asegura Cristoff Foto Gabriel Daz

«Me interesa la novela como formato a dinamitar», asegura Cristoff. Foto: Gabriel Díaz.

El título que Cristoff (Trelew, 1965) eligió para su último libro no podría ser más exacto: su novela funciona como una plataforma donde se libran las batallas de la abundancia y de lo descabellado, por momentos insólito y delirante, y donde los géneros y los formatos hacen masa para deformarse y construir algo nuevo, como la oralidad cuando es llevada por el diálogo errático y zigzagueante  y en el encuentro con otro produce nuevos sentidos. «Me interesa la novela como formato a dinamitar», dice la autora en entrevista con la agencia nacional Télam.

Del registro epistolar a las canciones anarquistas o el teatro, pasando por la autobiografía, la novela publicada por Literatura Penguin Random House  aloja en sí misma una trama punzante que convoca a pensar en los irreparables daños del trabajo, el dinero y el capitalismo, o lo que una de sus personajes llama «extractivismo vital», esa «confabulación para convertir vidas en dedicaciones a tiempo completo».

«Derroche» comienza explosiva con la voz Vita, a través de las cartas que deja a su sobrina Lucrecia como testamento cuando muere. «Imaginemos la escena, la situación. Yo estaré recién muerta. Vos, entonces, después de ese pico de molestia inicial que suelen generarte las interrupciones a tus planes, habrás concedido viajar a este pueblo desquiciante del que por entonces ya ni te acordarás», escribe la tía, con una pluma rabiosa y divertida, como quien ha logrado succionarle algo a la máquina de la mediocridad y el capitalismo. Vita aprovecha la ocasión epistolar para exponer una crítica sobre la forma en la que vivimos, mientras aproxima las pistas para que Lucrecia pueda hacerse del tesoro que enterró en el patio de su casa, en La Pampa. En ese diálogo entre la muerta y la sobrina, Lucrecia será llevada a reconocer la apropiación que el sistema ha hecho de su vida y a relacionarse con seres extraños, como un chancho salvaje y anarquista, que elige ante todo la libertad de saberse no domesticado.

P:¿Cómo surgió Derroche? ¿Fue una forma, una historia, un género, una crítica, una voz?

-M.S.C: Las formas en las que surge un libro son siempre distintas para mí. En el caso de Derroche, surgió de un momento de crisis laboral en el que yo estaba. Ocurre que quienes escribimos estamos siempre en conflicto con los otros trabajos que orbitan alrededor, y yo estaba en uno de esos puntos en los que el conflicto escala a nivel de crisis: había aceptado un trabajo que, en vez de convivir y sustentar y hasta propiciar mi trabajo de escritora, que es lo que siempre le he pedido a mis otras actividades, me tomaba el día entero, me quitaba la concentración y las ganas. En el principio de Derroche, entonces, están esa desesperación y esa rabia. Y están también, como siempre, las lecturas. En este caso, ensayos acerca del trabajo que empecé a leer a deshoras. Ese tipo de lecturas que para mí son siempre una especie de usina, una manera de escribir tomando notas.

Desde la correspondencia de una tía muerta, la voz de un chancho jabalí salvaje y la vivencia de Lucrecia se da una forma desmedida de conversaciones insólitas pero urgentes.  ¿Cómo fue el trabajo de estas voces que son muchos planos?

-M.S.C: Precisamente la conversación es un tema central en la novela, la conversación como una práctica de abrirse, de acercarse, de practicar la empatía, de cuestionarnos, de repensarnos. Por eso la novela hace tanto énfasis en la oralidad, por eso decidí construir a los tres personajes centrales más que nada a partir de sus modos de decir. Para construir la voz de Vita,  que ha sido hija de anarquistas y que ha visto a sus padres padecer y hasta morir por sus ideales, y que a raíz de eso se ha armado una capa protectora de ironía, leí muchísima prensa anarquista, fundamentalmente publicaciones donde encontré esas frases vehementes y barrocas y provocativas que ella adora usar. Para construir la voz de Lucrecia, la sobrina a quien le escribe esa carta explosiva inicial, sintonicé más bien modos de habla estigmatizados del presente, un presente que incluso está llevado al extremo de su cosificación verbal en los reclamos y pedidos y urgencias que ella recibe permanentemente, como un bombardeo, desde su trabajo. Y para construir la voz de Bardo, el chancho salvaje me inspiré en los dichos y refranes de los crotos y linyeras, esos anarquistas en versión local y trashumante a quienes Bardo, en su desprecio por cualquier forma del adocenamiento, homenajea.

Soles decir que cuando escribís te interesa la ambigüedad ¿ cómo crees que interviene en esta escritura?

-M.S.C: Me interesa la ambigüedad en tanto dirección que está en las antípodas de males literarios como las bajadas de línea, el tono didactizante, las buenas intenciones, y una serie de etcéteras. Como a la vez no escribo en una línea ligada a la literatura de evasión, me interesa mucho meterme con temas bravos, tengo que disponer de mecanismos muy bien armados para no caer en ninguno de esos males que aborrezco y que, como tiburones, andan siempre rondando las propuestas artísticas en general, no solo las literarias. Y uno de los pilares en los que me apoyo para construir esos mecanismos es precisamente la ambigüedad entendida como apertura de sentidos, como proliferación de hipótesis, como invitación a pensar. Otro de los pilares es el humor. Otro es el tono, un tono zumbón desde el cual siempre batallo contra las inflexiones alambicadas.

 ¿Pensás a la novela como un dispositivo para experimentar?

-M.S.C: Me interesa la novela como formato a dinamitar. Porque uno creería que, con la multiplicidad de experimentos que se hicieron en el siglo XX, la novela tradicional con sus tramas lineales y sus contextos didactizantes y sus personajes profundos estaba ya agotada, pero realmente no es el caso. Al contrario, es una forma que muchos instigan y reclaman. Y lo cierto es que yo no batallo contra esa forma anquilosada de novela porque crea en una cronología del progreso, de lo que se vuelve desechable por el paso del tiempo, o porque me quiera colocar la etiqueta ya anacrónica de autora vanguardista; batallo contra esa forma porque me da un aburrimiento tremendo construirla, me genera un tipo de agotamiento emocional profundo estar atenta a lo que Aira llama los rasgos circunstanciales en la novela, toda esa ristra de causas y efectos y explicaciones y detalles de los que en cine sería el continuismo que subyacen en ese tipo de novelas de matriz decimonónica y también en la vida, todo un horizonte signado por el sentido del deber y la doxa y la coherencia obediente del que precisamente intento escaparme cuando escribo. Uno escribe para decir algo, para contar algo, sí, pero sobre todo escribe para habitar otros universos posibles, y en mis universos posibles es muy importante que el peso de las cosas tal como son en la vida se convierta en otra cosa.

¿Por qué la novela tiene como epicentro de crítica y denuncia al trabajo, o al reconocimiento de que el trabajo en el capitalismo nos subyuga la conciencia y el deseo?

-M.S.C: El trabajo ha funcionado siempre como un arma de sometimiento y de explotación. Ya se reía de eso Paul Lafargue en el siglo XIX, cuando decía que la gran lucha no tenía que ser por mejorar las condiciones laborales sino por abolir el trabajo. Es una propuesta muy lúdica la suya pero muy lúcida también. Es interesante notar que lúdica y lúcida son dos palabras casi idénticas, un anagrama para no perder de vista. Pero tampoco creo que se trate de abolir el trabajo, sino de repensarlo en un modo radical, cosa que algunas personas están haciendo brillantemente desde la Filosofía y las Ciencias Sociales, y muchas otras desde donde pueden. Creo mucho en ese «desde donde pueden», creo mucho en las prácticas micropolíticas, en el pequeño gesto individual capaz de contribuir a una transformación general. De ahí surgen personajes como el de Vita, y también como todos esos que aparecen en los microrrelatos del capítulo de Derroche en el cual una Lucrecia completamente tildada por la propuesta de Vita va leyendo, en internet, en los diarios, noticias acerca de personas que hayan dado un portazo a trabajos insoportables.

¿No hay futuro donde no hay ganas -siguiendo a uno de los personajes-, en la medida que hasta las ganas quedaron teñidas por la exigencia laboral constante?

-M.S.C: Esa empleada de un gigante tecnológico que trabaja en un ámbito donde todo el mundo, además de hacer sus tareas, tiene que estar alegre y ser flaca y suscribir a causas hipócritas, y entonces ella, como venganza, como gesto de sabotaje, en una de sus viajes de retorno al pueblo donde nació, vuelve con un cargamento de bizcochitos de grasa que inserta en el sistema de comidas comunitarias y provoca un descalabro en la corporación cool. Porque no son solo las actividades directamente ligadas al trabajo específico las que nos queman las ganas, son también las manipulaciones acerca del deber-ser que desde ahí se ejercen.

¿Crees que la literatura busca interrumpir un poco la vida para que se ilumine distinta?  ¿Funciona como campo de opacidades para la crítica?

-M.S.C: Entre las lecturas de los ensayos ligados al trabajo que fueron sucediéndose mientras preparaba Derroche, hay un libro que no solo me hizo un clic para pensar la novela sino también la literatura en sí, para pensar su práctica en tanto escritora. Se trata de Trabajos de mierda, de David Graeber, un antropólogo anarquista extraordinario que lamentablemente murió hace muy poco, en el que plantea la necesidad de abolir esos trabajos superficiales y ostentosos que no hacen más que reproducir la banalidad del mundo, y de fomentar todos aquellos trabajos que están ligados con el detenerse, con el bajarse de la maquinaria de la producción constante, con la expansión de la libido y con la generación de valor social, y que van desde la enfermería a la escritura de canciones. Aunque no se trate de producir canciones propiamente dichas, sí creo que hay algo de la práctica literaria, tanto si uno participa como quien escribe o como quien lee, que nos lleva a detenernos, a estar en silencio, a liberar nuestra imaginación, a generar hipótesis, a estar dichosamente solos, todas actividades que sin dudas contribuyen a propiciar esa otra luz a la que te referís vos en tu pregunta. De hecho, más que como utopía, me gusta pensar la literatura como forma de propiciar un sistema de iluminación distinto sobre la marcha del mundo.