El curador Rodrigo Alonso rescata una serie que representa “un paréntesis” en la larga carrera de la artista fallecida el año pasado, ya que antes y después se enfocó en explorar la representación de la naturaleza
Por Celina Chacrut
Dos hombres duermen en la vereda de la Avenida San Juan al 300, bajo el sol abrasador del mediodía porteño. Justo detrás, sobre la moderna fachada vidriada del Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba), se despliega la colorida reproducción de otros dos rostros anónimos: los que pintó Josefina Robirosa en 1968 en Cabezas, obra que pertenece al museo.
Otros contrastes similares se encuentran adentro, en la muestra Línea y vibración, que abre el viernes al público. Entre los hallazgos del curador Rodrigo Alonso se cuentan dos pinturas de la artista fallecida el año pasado: Sin título (terapia) representa un grupo de seres andróginos reunidos en círculo, mientras que en Personas, realizada dos años después, se recrean tres figuras recostadas sobre el piso, con sus rostros cubiertos; una se toca la cabeza, otra parece tener sus manos atadas en la espalda. La primera, de 1973, fue prestada por la terapeuta de Robirosa, y la segunda forma parte de la colección de Mariano Grondona; realizada en 1975, tiene un escalofriante aire premonitorio de lo que estaba por suceder en la Argentina.
“Son obras muy poco conocidas. La de terapia no está reproducida en ningún catálogo”, explica Alonso, responsable de esta selección de piezas realizadas entre 1967 y mediados de la década siguiente, en las cuales la artista explora con franjas de colores y juegos geométricos que se alternan creando volúmenes y siluetas. Una serie que marca según él “un paréntesis” en la larga carrera de la artista, que antes y después se enfocó en explorar la representación de la naturaleza. Su legado integra también colecciones como las del Museo Nacional de Bellas Artes -que le dedicó una retrospectiva en 1997-, el Moderno y varias del exterior.
“Vistas en el contexto epocal en el cual fueron producidas –destaca Alonso-, estas obras encarnan mucho más que una contienda entre abstracción geométrica y figuración. Ofrecen una mirada singular sobre un mundo crecientemente racionalizado, medido, estandarizado, donde los seres humanos tienden a ocupar espacios preasignados, y sobre las posibilidades que esos mismos seres poseen para transformar su entorno, incidir sobre él y expandir sus energías y acciones”.
¿Qué la llevó a explorar con estas figuras anónimas, con rostros sin rasgos y cuerpos formados a partir de ondulantes líneas de colores? El curador rastrea una pista en una cita de Robirosa incluida en un libro de Mercedes Casanegra, que acompaña la imagen ganadora del concurso internacional organizado por la empresa ITT en 1970 para su imagen publicitaria. Fue uno de varios premios que obtuvo con esta serie.
“A medida que las técnicas de comunicación avanzan –dice esta artista que integró la generación del Instituto Di Tella-, el ser humano llega a ser más libre para articular sus ambiciones e ideales, para explorar y conquistar lo desconocido. En mi pintura me concentré en la creciente habilidad humana para comunicarse, que es esencial para el avance de su sabiduría y su capacidad para el bien”.
Otro motivo parece estar relacionado con el hecho de que, a pedido del tapicero francés Jacques Larochette, Robirosa realizó diseños en grandes dimensiones que eran tejidos por mujeres en un taller de Bariloche. El resultado se exhibió en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires en 1964, y al año siguiente en la Galería Witcomb; durante la década de 1970 las comercializó esas creaciones a través de la Galería El Sol.
“Si bien Robirosa siempre consideró a los tapices como algo muy diferente de la pintura –observa Alonso-, no puede dejar de notarse que la simplificación formal implementada por aquéllos tuvo consecuencias en el desarrollo de la última. La trama geométrica que facilita la traslación de las figuras al tejido comienza a aparecer con insistencia en los cuadros desde mediados de los sesenta. Algo similar sucede con el color. La confección de los textiles insume pigmentos de tonalidades variadas e intensas en todo el espectro del círculo cromático; los más complejos llegan a incluir más de doscientos colores. La pintura de estos años también recurre a una paleta amplia y diversificada, ausente en los trabajos anteriores”.
Aquella trama que incluyó una colaboración entre mujeres se expande en la exposición actual, donde una veintena de obras de Robirosa dialoga con otras de artistas representadas en la colección del museo. En la entrada, Seis en este mundo (1967) se exhibe por ejemplo junto a Algunos segmentos (1970), video de Elda Cerrato –fallecida semanas atrás- comprado en la última edición de arteba. En el segundo subsuelo Freaking on Fluo (2010), un enorme lienzo multicolor de Marta Minujín sobre el que se proyecta un video, se exhibe junto a una imponente instalación site specific de Leila Tschopp, entre otras obras. Una buena forma de mostrar las líneas que las unen, literalmente.
Para agendar
Línea y vibración, Josefina Robirosa y artistas mujeres en diálogo en Macba Av. San Juan 328, desde el 10 de marzo hasta el 25 de junio, de miércoles a domingo de 12 a 19. Entrada general: $700 (miércoles $400). museomacba.org