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11 junio, 2024

Las batallas de Milei y sus fracasos. El Gobierno ya tiene pasado

¿Qué más le puede pasar al pobre Milei? ¿Es consciente de todos sus fracasos hasta ahora? ¿Cuánto tiempo más el Presidente se sentirá un cruzado ideológico sin importarle siquiera si es un gobernante bueno o malo, sino histórico?

Por Sergio Mammarelli*

¿Cuáles son las batallas de Milei y sus resultados? ¿Tendrá el sacrificio de todos los argentinos una fecha de caducidad y una justificación que no fue en vano? ¿Cuál es el verdadero balance de medio año de gobierno de Milei?

Comenzamos junio y superamos medio año de gobierno. El dato es importante por una situación que hasta ahora no se daba. Todo gobierno que recién asume no solo tiene la ventaja de las expectativas iniciales. Su mayor capital, es que ese Gobierno todavía no tiene pasado. El mayor problema de Milei es que después de medio año de gobierno ya tiene pasado. El correr de los meses desde diciembre hasta aquí han mostrado un camino, con sus éxitos y sus fracasos. Desde ahora en adelante, solo comienzan a mirarse las cosas irresueltas y los errores mucho más que los aciertos. Lo que se conoce como el final de la luna de miel.

La semana fue bastante difícil para el Gobierno. El viento a favor económico por primera vez dejó de soplar y asistimos a una semana de mercados en negativa, caída de la confianza reflejada en el “riesgo país”, un sector exportador que se resiste a liquidar exportaciones y una oposición que por primera vez superó su fragmentación dando media sanción a una reforma previsional, que además mostró que el Congreso puede unirse con sus dos tercios, situación que restringe la amenaza presidencial del veto y hace posible la hipótesis remota del juicio político.

Los primeros que olfatearon todo fueron los mercados que por primera vez perdieron la paciencia y se adelantaron a la gente y las encuestas con el siguiente interrogante: “esto va a ser siempre así, durante 4 años de gobierno de Milei?”

El sensacionalismo del Presidente nos ha creado la impresión que su gestión no está caracterizada por actos de gobierno normales, pensados, cuidadosamente gestionados y consensuados mínimamente para asegurar su éxito político sino por batallas sin cuartel. Para Milei este no es un gobierno sino una guerra y para su justificación, grita, amenaza en una arenga permanente. La primera de las batallas, no hay duda, es la batalla cultural. Aquí él es el principal estratega acompañado por su amigo Federico Sturzenegger. Hay que dinamitar el Estado y es mejor si uno lo hace desde adentro, se escuchó al Presidente. Es una “asociación criminal” declama en todos lados. Sin embargo, su anarquismo no es clásico. En realidad, lo que Milei desea es un reemplazo: un anarquismo gobernado por el capitalismo que aniquile el Estado. Dicho sea de paso, no existe una experiencia en el mundo de un país fuerte y serio sin Estado o de una experiencia del anarquismo de Milei. Todo es teórico y declarativo.

Para que se entienda, acá no estamos discutiendo sobre el tamaño del Estado y su función frente al ciudadano, tema que a mi juicio es el verdadero problema en discusión. Milei no quiere Estado. Una cosa es traer a la política el interesante problema de cuáles son los límites de hasta dónde el Estado debe avanzar sobre los ciudadanos, que nos conecta con la famosa desregulación y hasta dónde debemos desvalijar ese mismo Estado para que sea soportable la carga impositiva para mantenerlo. Hasta aquí bienvenida la discusión y el debate político y económico también. En este debate se debería enmarcar la desregulación, la motosierra, las privatizaciones, etc. En esta discusión deberemos consensuar los límites de la actuación del Estado para resolver nuestros problemas esenciales, sin que nos regule toda la vida de los argentinos como viene sucediendo hasta ahora.

El segundo escenario bélico, es “la macro”, como les gusta hablar a los economistas. En esta épica guerra se encuentra el famoso equilibrio de las cuentas públicas, terminar con el pecado capital de la emisión monetaria, para poder disfrutar por fin haber aniquilado a la inflación. En esta misma batalla se encontraría también la liberación del mercado de cambios, la eventual dolarización y la destrucción del abominable Banco Central. Esta guerra está conducida por el generalísimo ministro de Economía, Luis Caputo, con la cuidadosa observación del propio Milei, que avala a su general que nos salvó de una super hiperinflación que según el relato presidencial hubiera sucedido a partir de diciembre pasado si no hubiera triunfado en las elecciones.

En el medio de estas batallas históricas, se encierra una actividad paramilitar contra el tercer enemigo. La casta. En este caso, aquí no es una guerra abierta y en plena luz del día. Es una actividad paramilitar mezclada con infiltrados que buscan algunos apoyos para poder avanzar en los otros frentes, tentando a legisladores, gobernadores y hasta sindicalistas. El campo de batalla es por un lado el Congreso, la pelea en la calle contra los movimientos sociales y por otro lado las elecciones de medio término del 2025. Aquí el jefe paramilitar es el pragmatismo de Francos y la estratega electoral, “el jefe”, su hermana Karina. No puedo dejar de mencionar que las operaciones contra la casta también se dirigen en escaramuzas contra la vertiente sindical, aunque todos tenemos conciencia que ellos solo reaccionan cuanto peligran sus privilegios y nada más.

En este medio año, solo hemos asistido repetidamente a este relato épico de guerras y batallas cuidadosamente programadas para arribar a la victoria final y sinceramente los resultados son bastante poco optimistas como ya tuve oportunidad de referirme en columnas anteriores.

Por primera vez ahora, entendí la absurda consideración del concepto del Estado que tiene en mente Milei, no solo por considerarla una entidad económica o como un fallo del mercado, según los liberales sino por su odio anarcocapitalista, para denostar desde allí a toda la política, al punto de seguir sosteniendo que el problema no es el mercado, no es la gente, el problema son los políticos.

Esta ignorancia acerca del origen y necesidad del Estado nos pone en otra discusión mucho más compleja. ¿Sin Estado, desde dónde Milei puede cumplir su misión universal? ¿Acaso será desde una categoría que todavía la ciencia política no tuvo la oportunidad de crear? ¿Desde dónde Milei alcanza su legitimidad de origen y, mucho peor, desde qué idea loca adquiere y mantiene su legitimidad de ejercicio?

La perplejidad del problema me obliga a volver ordenar las ideas en mi cabeza para intentar producir un argumento razonable, siempre tentado a simplificarlo para no preocuparme ni tampoco preocupar a nadie en mi alrededor. Milei es simplemente un loco que intenta llamar la atención y desmarcarse de la casta y nada más, me repito ciento de veces en la inteligencia que esa conclusión es la más benigna de todas las posibles explicaciones de su personalidad.

Para que se entienda a donde quiero ir, arrancaría mi razonamiento con la siguiente pregunta: ¿Desde dónde Milei pretende gobernarnos sin la justificación del Estado que no solo plantea el origen sino los límites de su ejercicio? ¿Cómo justifica su legitimidad en el ejercicio del poder alguien que propugna la abolición del Estado en favor de la soberanía individual y en ese caso porqué deberíamos respetar y acatar sus decisiones?

Desde el comienzo de los tiempos, la civilización se preguntó por el origen del Estado con innumerables teorías para que al final nos enteráramos por nuestro mesías y profeta que el Estado es un enemigo que debe ser eliminado. Pobres desgraciados, aquellos pensadores clásicos, que se apoyan en la naturaleza social o política de los propios seres humanos que explican el Estado como una evolución institucional, en principio más pequeña y que poco a poco irán aumentando: familia, aldea, ciudad, Estado. (5000 para Platón y 10000 para Teles de Mileto). Imbéciles contractualistas, que por el contrario consideran que el individuo no es naturalmente social, sino que está obligado a serlo. En consecuencia, en contra de sus pasiones aceptan vivir y conformar un Estado mediante un contrato. De este modo nos vemos obligados a obedecer al Estado debido a nuestra corrupción o naturaleza interna. Si somos malos, lo explicará Hobbes. Si somos buenos lo explicará Rousseau entre otros autores. Del mismo modo, quedaron en ridículo otras teorías denominadas patriarcales, que explicarán el Estado en forma similar a un padre que tiene su familia y manda en su familia. Así, el rey tiene su justificación, así como su origen divino, según Bodino.

Para qué explicar acerca de los orígenes de la ciencia Política o Politología que Milei simplemente subestima con explicaciones económicas, ejes cartesianos, derivadas y algunas ecuaciones. ¿Qué sentido tienen siglos de pensamiento acerca del estudio de la naturaleza del Estado, de las causas que determinan los procesos políticos y de las constantes y valores que guían el desenvolvimiento de las instituciones, para un joven soberbio que piensa que superó o es la síntesis de siglos de intelectualidad?

Pero intentemos acercarnos al pensamiento de Milei y sus ideas anarquistas. ¿Acaso sabrá siquiera qué significa la palabra y cuál fueron los antecedentes históricos de ese pensamiento, como movimiento político y social que surgió en el siglo XIX, como respuesta a las injusticias y desigualdades generadas por el capitalismo industrial y el autoritarismo del Estado capitalista?

Todo esto me lleva a pensar, que el Presidente parte de la premisa que el origen del pensamiento universal comenzó con la escuela austríaca y la famosa idea del anarcocapitalismo en la década del 50 y que Murray Rothbard reemplazó el pensamiento político universal hasta la fecha, sustituyendo siglos de conocimiento. Sus antecedentes, tan polémico como Milei, pueden leerse en Wikipedia. Se opuso al igualitarismo y al movimiento por los derechos civiles, culpó al voto y al activismo de las mujeres del crecimiento del Estado del bienestar, promovió el revisionismo histórico y se hizo amigo del negacionista del Holocausto Harry Elmer Barnes. Más tarde, abogó por una alianza libertaria con el paleo conservadurismo (que él llamó paleo libertarismo), favoreciendo el populismo de derechas y defendiendo al supremacista blanco David Duke. Pensar que toda esta locura constituye nuestra esperanza del nacimiento de una nueva Argentina, me da escalofríos.

En fin, es hora de que comencemos a poner racionalidad a nuestras expectativas y comencemos a poner límites a nuestra tolerancia al dolor social que padece la Argentina. En modo alguno comulgo con las ideas del pasado, cuya vigencia pongo en duda con la simple pregunta de qué significa hoy ser peronista, ser radical o aún simpatizar con el Pro. Mas sorpresa me produce aún, qué significa tener pertenencia con algún movimiento de la izquierda argentina. Sin embargo, pensar que esta orfandad justifique seguir o fanatizarse con Milei y su gobierno, me produce un pavoroso miedo que se puedan repetir viejos populismos totalitarios que deberíamos desterrar de nuestro imaginario.

* Abogado laboralista, especialista en negociación colectiva, Ex Titular de la Catedra de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la Universidad Nacional de la Patagonia, Autor de varios libros y Publicaciones, Ex Ministro Coordinador de la Provincia del Chubut