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26 marzo, 2023

La verdadera discusión interna del peronismo: hacer el ajuste o dejárselo al próximo Gobierno

Mientras se desploma la perspectiva de recaudación de impuestos, Massa recorta más gastos, pero el kirchnerismo resiste un ajuste en pleno año electoral

Por Fernando Gutiérrez

La verdadera discusión interna del peronismo: hacer el ajuste o dejárselo al próximo Gobierno

Cristina Kirchner está confirmando la plena vigencia del célebre «Teorema de Baglini», ese que postula que las propuestas de los políticos tienen un nivel de audacia e irresponsabilidad inversamente proporcional a la cercanía al poder.

La vicepresidente, que en estos días habla y actúa como una líder opositora, está planteando soluciones que difieren radicalmente a las que ella misma defendía durante su propia gestión. La materia fiscal tal vez sea uno de los ejemplos más claros: Cristina se enfrentaba a la presión interna del peronismo para que fuera más laxa, por ejemplo con el Impuesto a las Ganancias.

En aquellos días, la tensión con el líder sindical Hugo Moyano llegó al punto de que se convocaran a paros generales en exigencia de que los asalariados no pagaran el impuesto, a lo que la entonces Presidenta respondía que no podía prescindir de un tributo que significaba un 20% de la recaudación de la AFIP y gracias al cual se podía solventar, por ejemplo, el costo de la Asignación Universal por Hijo.

También la entonces Presidenta hacía gala de pragmatismo fiscal en materia jubilatoria: la vigencia de una fórmula indexatoria «procíclica» -es decir, que aumentaba jubilaciones cuando subía la recaudación pero generaba pérdidas reales en momentos recesivos- hacía de variable de ajuste en los momentos complicados.

Uno de los políticos que, dentro del propio peronismo, se mostraba más crítico con esas políticas era Sergio Massa, quien en 2013 rompió con el kirchnerismo y lo derrotó en las elecciones legislativas. De hecho, Massa hizo campaña con el tema del Impuesto a las Ganancias, no sólo en esos comicios sino en todos los siguientes, y continuó como impulsor de la actualización del «mínimo no imponible» ya como parte de la coalición Frente de Todos.

Varios años después, y confirmando la vigencia del Teorema de Baglini, es Massa el que pone el celo en la austeridad fiscal mientras, en contraste, Cristina lo insta públicamente a liberarse de las cadenas del ajuste y abrazar la receta keynesiana de la expansión.

 

El irresistible encanto del déficit fiscal

Ya hacía tiempo que Cristina venía dando muestras de esa nueva postura. Sin ir más lejos, fustigó al ex ministro de Economía, Martín Guzmán, por el excesivo fiscalismo mostrado en el primer semestre de 2021 -logrado, en gran medida, con una reducción real del gasto jubilatorio-. La vicepresidenta responsabilizó a esa política por el revés electoral en las elecciones legislativas de ese año, un resultado que no pudo ser remontado con el tardío esfuerzo del «Plan Platita».

Pero la prédica continuó. El año pasado, luego de un comentado encuentro con el economista Carlos Melconian -en su condición de director de la Fundación Mediterránea-, Cristina hizo gala de apertura y pragmatismo, al marcar coincidencias en el diagnóstico sobre la economía. Aunque hizo una salvedad: a diferencia de Melconian y sus colegas ortodoxos, ella no creía que hubiese una relación causal directa entre el déficit fiscal y la inflación.

Ese mismo punto fue retomado en otras oportunidades. Y llegó a un punto máximo durante la reciente disertación en Viedma, cuando recibió el título honoris causa de la Universidad de Río Negro. En esa «clase magistral» Cristina hizo un planteo que provocó alarma en la ortodoxia económica, al mostrar un cuadro de la revista The Economist, en el que comparaba los niveles de déficit de cada país y su nivel de inflación. Como la mayoría tenía bajos niveles de inflación a pesar de tener un rojo fiscal superior al argentino, para la vice la conclusión era obvia: no hay vínculo causal entre una cosa y otra.

Desde la visión kirchnerista, pasarse a una política expansionista del gasto permitiría una mayor redistribución del ingreso, inducir a una mejora en el consumo -que, a su vez, atenuaría el rojo fiscal- y eso tendría repercusión electoral. La inflación no mejoraría, pero probablemente tampoco estaría mucho peor de lo que se ve hoy. Esa es la visión que dejan entrever la vicepresidente y la agrupación La Cámpora, que emitió un duro comunicado en el que insta a revisar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

Como si todo esto no fuera suficiente problema para Massa, causó gran revuelo el economista Emmanuel Álvarez Agis -ex viceministro de Economía en la gestión de Cristina- al publicar un comentado informe en el que plantea que el Gobierno debería incumplir la meta del déficit fiscal de 1,9% del PBI acordada con el Fondo. Su tesis es escuchada por atención por el establishment -que lo ve como un posible «ministeriable»-, porque está fundada en el desastre productivo del campo, que como consecuencia de la sequía recortará las exportaciones y, por ende, los aportes a la caja de la AFIP por retenciones y otros impuestos internos.

Massa en «modo ajuste»

Del otro lado del Teorema de Baglini quedó el ministro Massa. Que no sólo no renuncia a la disciplina fiscal sino que hace ostentación de ella como una virtud. Fue en medio de la polémica con los economistas de la oposición por la denuncia de una «bomba financiera» que reafirmó el objetivo del déficit de 1,9%.

Su explicación oficial -en un mensaje más dirigido a la interna del Frente de Todos que a la propia oposición- fue que si en junio de 2022 se había producido una turbulencia con los bonos del Tesoro era, justamente, porque el mercado había percibido un desvío de la disciplina fiscal. Los números que hizo el viceministro Gabriel Rubinstein marcaban que en ese momento había una inercia de gasto que llevaría el déficit al 3,5% del PBI, es decir un punto por encima de la meta comprometida con el Fondo.

Ahora, en cambio, no hay riesgo de volatilidad en el mercado de la deuda porque, justamente, lo que garantiza la estabilidad es la disciplina fiscal, a la cual Massa definió como «ancla» de toda la economía.

Y la elección de esa palabra no es casual: aparece justo en un momento en el que desde el kirchnerismo se reclama un regreso a otras anclas tradicionales para contener la inflación, como el tipo de cambio y las tasas de interés.

Massa no sólo confirmó la meta fiscal con el Fondo luego de haber obtenido la revisión para el objetivo de acumulación de reservas. Sino que, específicamente, comunicó que se mantendría el tope de 1,6% del PBI para los subsidios al sistema energético, un tema hipersensible en estos días de enojo popular por los apagones.

 

Agujeros en la caja de la AFIP

Lo peor, sin embargo, todavía no empezó. Porque a partir de ahora se agravará la merma en la recaudación de impuestos. Ya en los primeros dos meses del año la caja de la AFIP registró una caída de 3,2% real en enero y una de 9, 2% en febrero.

Por más que en la AFIP están tratando de contrarrestar esa situación mediante un monitoreo más cercano en el pago de Ganancias, IVA y Bienes Personales, todo indica que el contexto de enfriamiento de la economía no permitirá que vuelvan los días en que los ingresos le ganen a la inflación. Por caso, la consultora LCG proyecta que en todo el año la recaudación tributaria evolucionará debajo de la inflación, con una caída real de 5%.

Y en los últimos días se sumaron más pronósticos preocupantes. Por caso, Lorenzo Sigaut Gravina, economista de la consultora Equilibra, prevé que la caída del ingreso por retenciones a la agroindustria podría llegar a u$s4.100 millones, el equivalente a un 0,6% del PBI.

¿Cuánto entraría a la caja por concepto de retenciones? Según una proyección de la Bolsa de Rosario, serían u$s6.532 millones, un 33% menos que lo recaudado el año pasado.

 

¿La tijera del ajuste no alcanza?

Lo cierto es que Massa viene dando muestras de austeridad. Había recibido críticas por el hecho de que gastos ejecutados a fin de año fueron contabilizados recién en enero, como forma de que los números «cerraran» sin objeciones.

Sin embargo, lo que se está viendo en estas semanas es cierto apego a la disciplina. El informe de la Oficina de Presupuesto del Congreso marca que en el primer bimestre los gastos primarios tuvieron una reducción interanual de 9,4% en términos reales, con lo cual se compensó el hecho de que los ingresos tributarios hayan disminuido 14,1%.

De esta manera, se obtuvo un déficit primario -es decir, sin contar el gasto por el pago de intereses de deuda- que resultó un 45,3% menor que el de hace un año. Los rubros del gasto donde más se pasó la tijera fueron los de transferencias a provincias, gastos de capital –es decir, la obra pública- y los subsidios económicos.

Y el interrogante que flota en el ámbito político es hasta qué punto Massa tendrá margen de acción como para continuar con esa política de austeridad. Por un lado, tiene la presión del FMI, que le hizo un reproche casi de tono personal al mencionar en su documento que la moratoria personal había sido «sorpresiva».

La realidad es que, tal como se encargó de recordar el comunicado de La Cámpora, se trataba de un proyecto que ya tenía media sanción del Senado y que cuyo tratamiento para la aprobación en Diputados había sido largamente anunciado, al punto que fue uno de los principales temas por los que Alberto Fernández convocó a sesiones extraordinarias.

Más bien, esa «sorpresa» que dejaron ver los miembros del staff del FMI es de tipo político: alguien les había asegurado que, tal como ocurrió con otras tantas iniciativas del kirchnerismo, terminaría naufragando en el Congreso sin llegar a ser aprobada.

Ahora, esa típica medida populista que va en el sentido opuesto a las reformas estructurales que propugna el Fondo, pondrá una presión adicional, porque insumirá un esfuerzo fiscal estimado en 0,4 puntos del PBI.

En otras palabras, Massa siente por un lado de presión de abandonar la meta fiscal y, por el otro, la presión de reforzar la austeridad porque habrá que recurrir a nuevos recortes para compensar el gasto adicional de 800.000 nuevos jubilados.

En el mercado ya se está percibiendo que el FMI está dando muestras de endurecimiento con el tema fiscal: «Restringir lo que tenga que restringirse aún a costa de la actividad económica y no moverse un ápice en el plano fiscal, por lo cual el Gobierno deberá mostrar cómo hará este año para continuar reduciendo el déficit a pesar del impacto intertemporal de la moratoria sobre los niveles de gasto», expresa un reporte de la consultora Ecolatina.

La cuestión es que, pese a los esfuerzos de Massa por recortar el gasto, está quedando en evidencia que será difícil alcanzar la meta, dado que el año podría ser recesivo -es decir, entrarán menos impuestos a la caja-. Y es en ese momento cuando todas las miradas vuelven a posarse sobre el método clásico de ajuste fiscal: una «licuación» del gasto, que puede ser por la vía inflacionaria, por la devaluatoria, o un mix de ambas.

 

*iP