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23 febrero, 2023

Crear y recrear: La importancia del acto de leer, según Paulo Freire

Frente al modelo instaurado en los centros educativos de enseñanza obligatoria, que cuantifica las páginas y los libros que caen en las manos de los alumnos, el pedagogo defiende la lectura como una actividad para crear y recrear ideas, para recrearnos y recrearse.

Cultura y pensamiento: La importancia del acto de leer, según Paulo Freire

Por María Toro*

Su trabajo Pedagogía del oprimido está considerado como uno de los textos básicos dentro del movimiento de la pedagogía crítica.

Compartimos una de sus conversaciones con estudiantes de una escuela mexicana de Veracruz, en la que dialogan sobre la importancia de la lectura.

«El estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas», Paulo Freire

Defensor acérrimo de la pedagogía crítica, Paulo Freire (1921 – 1997) fue un ilustre pedagogo y filósofo brasileño.

Paulo Freire: Bueno, para mí es una alegría estar aquí con ustedes. Mi experiencia de enseñar, que data ya de hace mucho, dio como resultado, entre otras cosas, ese librito que leyeron; surgió cuando daba clases a niños de la misma edad de ustedes. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Me alegra que hayan leído unos textos míos y ahora vamos a pasar un rato juntos escuchando lo que tienen para decir y preguntar. Si puedo, respondo. Entonces, mientras se les ocurre alguna pregunta, empezaré por hacer una: ¿A ustedes les gusta, o mejor dicho, van tomándole el gusto a la lectura? ¿La lectura de este tipo de cosas y no de una revista o algo así? Yo creo que también hay que leer revistas, no estoy en contra de eso. Pero quisiera saber si también les gusta leer un libro más grande. ¿Quién tiene experiencia en eso?

Alumnos: Todos.

PF: Todos… porque en la escuela les piden que lean, ¿no es así?

Alumno: Pero por obligación, y eso no está tan bueno…

PF: Por obligación…

Alumno: Tenemos que tener libros para la escuela porque nos los piden; es diferente de tener un libro que querés y que elegiste porque te gusta… Es mucho más interesante tener un libro que vos mismo elegiste, que leer el que te mandan leer en la escuela.

PF: ¿Y si la escuela cambiara un poco? Por ejemplo, si en lugar de mandar…

Alumna: Lo que da la escuela no me parece muy interesante.

Alumno: Pero todos los años hay un libro que elegimos nosotros…

PF: ¿Entonces el alumno elige una lectura?

Alumnos: Debe haber algún objetivo para los libros que nos da la escuela… —Sí, no nos quedamos con un solo tipo de lenguaje, conocemos otros lenguajes gracias a los libros que nos da la escuela. —Por ejemplo, los alumnos de segundo año ahora están leyendo un libro muy brasileño. Siempre leemos libros de autores ingleses, norteamericanos. Creo que a la mayoría de los alumnos les está gustando leer ese libro.

—Yo creo que el mejor sistema para leer en la escuela es la biblioteca itinerante porque ahí vamos todos, elegimos un libro que nos parece interesante, decimos que lo vamos a leer y no es por obligación, ya que nosotros mismos lo estamos eligiendo, ¿no? Entonces siempre es más posible que nos guste el libro. Nos hace la cabeza a todos…

PF: ¿Qué quiere decir que les «hace la cabeza a todos»?

Alumnos: [Risas]. Que el libro te gusta. Que lo leés de principio a fin, leer de verdad. Un libro que no te hace la cabeza es más pasar las hojas que leer, ¿no?

PF: Quiero explicarles por qué les pregunté eso. Tengo varias razones para preguntar qué significa eso. Pero una de esas razones es la siguiente: yo viví dieciséis años lejos de Brasil, no sé si lo sabían. Por causa de esta actividad mía de leer y escribir y enseñar a leer y escribir a la gente fui apartado de la universidad y tuve que irme de Brasil. Pasé 16 años lejos de aquí, no podía ni soñar con volver. Pero el lenguaje no se detiene, es eso, el lenguaje no se detiene, está en proceso constante de cambio.

El lenguaje se va enriqueciendo. Eso que llaman lengua, que en el fondo es lenguaje, habla. Cuando volví del exilio en 1980 encontré una expresión que antes no existía: «hacer la cabeza». Esa expresión me horrorizó, quedé horrorizado por lo que significa. Por eso cuando dijiste «hacer la cabeza» enseguida pregunté: ¿qué significa «hacer la cabeza»? Y ustedes me dieron una explicación que no me satisface. Para mí no tiene nada que ver con querer leer un libro. ¿Qué es EN REALIDAD «hacer la cabeza»? La maestra «le hizo la cabeza» a la alumna…

Alumnos: Quiere decir que ella expuso su opinión…

PF: ¡Aaaaah!

Alumna: Me convenció… No me convenció exactamente, pero es como en tu texto, cuando decís que enseñar a leer y escribir es un acto político. En realidad, terminás pasándoles lo que pensás a las personas a quienes les enseñás.

PF: Pasar lo que pensás… Dijiste algo importante. Yo quería hacerles otra pregunta. Voy a hacer unas cuantas preguntas y después retomo. Dijiste que en el libro yo decía que hay que transmitirle al otro lo que uno piensa, por ejemplo. ¿El papel del educador será esforzarse en transmitir las cosas de ese modo? ¿O no? Pero no hablo de transmitir en el sentido de pasar una cosa de aquí hacia allá, sino de convencer.

Alumna: Creo que el papel de la maestra es crear caminos… Porque creo que los analfabetos y, principalmente, los adultos que no leen y no tienen capacidad de investigar e informarse para formar sus propias opiniones, siguen la opinión de otros. Aceptan lo que los otros les imponen. Y entonces se crea un vacío. La maestra te da datos para que pienses y te abras camino sin imponer nada.

PF: Yo pienso lo mismo: imponer nunca. ¡Nunca! Pero les pregunto (vamos a ver si conseguimos algunas sutilezas): una de las tareas, una de las obligaciones del docente es esa que ustedes mencionaron, es abrir camino, proponer. Y mostrar, por ejemplo, que sobre esta mesa hay dos grabadores pero que además de eso hay algo que está escondido para todos ustedes que están ahí, nadie lo ve… y es que adentro hay tres casetes, mejor dicho tres cajas de casetes, una con cinta y dos sin. Es decir, en el mundo siempre hay cosas escondidas y uno de los papeles de la educadora es llamar la atención sobre esas cosas. A veces ni siquiera es necesario mostrar lo que está escondido; más bien se trata de ayudar al alumno a saber que hay cosas escondidas para que él las descubra. Es lo que llamaste «abrir caminos». Pero, no sé si ustedes estarán de acuerdo conmigo, creo que el educador también tiene otra tarea. Creo que en el momento mismo en que propongo, en que muestro caminos, lucho por convencer al alumno de que estoy en lo cierto. Voy a darles un ejemplo que encontré.

En algunos cursos dictados en Europa o en los Estados Unidos algunos docentes —aunque cada vez son menos que yo sepa— sugerían en clase que los negros son inferiores a los blancos. Uno de esos docentes decía: «Me pone muy triste tener que decir esto. Sólo lo digo porque la ciencia está probando que los negros son inferiores a los blancos. Aunque hay un par de cosas en las que los negros son mejores, como por ejemplo cargar peso y correr». Por eso creen que, en líneas generales, los negros norteamericanos salen campeones en las Olimpíadas. Si yo soy docente y también trabajo con los alumnos de ese docente tengo el deber de luchar para que esos alumnos no crean en la ciencia de ese otro docente. Quiero decir que me siento en el deber, en la obligación de decir que eso es mentira. Y si eso es mentira es porque yo tengo otra verdad. Entonces ese es otro papel del educador: convencer y no sólo quedarse con su opinión, y mostrar que su opinión es más que una opinión, es una verdad que se puede aceptar. Y no digo creer, exactamente, porque no hay verdad.

Yo diría entonces que las tareas o papeles importantes de la educadora son crear caminos y cuestionar, hacer todo para que el alumno no se duerma. Dormirse no sólo desde el punto de vista físico en este caso, sino dormirse por falta de interés. Por una parte eso: provocar y demás. Y por la otra no dejar de decir. Una educadora no puede esconderse delante de los alumnos. Nunca puede tener vergüenza de ser educadora. Tiene que asumirse como educadora, como quien educa. Lo mismo que la madre.

¿Se imaginan si sus madres se cruzaran de brazos y dijeran «yo no tengo nada que ver con eso»? ¿O a sus padres diciendo «no le prestes atención a ese tonto»? Por supuesto que a la edad de ustedes es feo que la madre y el padre empiecen a preguntar con quién salen o a qué hora van a llegar… Pero el día de mañana sabrán que esas preguntas son necesarias. Esas preguntas sólo dejan de ser interesantes cuando se transforman en instrumentos de prisión para el adolescente. Pero, en última instancia, para terminar esta parte de la charla, creo que el papel del maestro, de la maestra, es mucho más que simplemente abrir camino. Es mostrar el camino. A veces es necesario que la educadora tenga el coraje de asumir el deber de mostrar el camino.

Ahora, estoy de acuerdo con ustedes: el deber de un docente democrático no puede ser intentar domesticar al alumno e imponerle sus propias creencias, su posición política. Por ejemplo, yo soy del Corinthians en San Pablo y no tengo que amenazar a los alumnos diciéndoles: «¡O te hacés hincha del Corinthians o te pongo un cero!». No se puede hacer eso. Quiero decir, el educador tiene que respetar el ser, la forma del ser de la niña o del niño. ¿De acuerdo? ¿Y con respecto al libro? ¿Qué pueden decirme respecto del libro que leyeron?

Alumnos: Me pareció interesante la parte donde decís que leer no es sólo asimilar las palabras. Decís que leer es como la vida, desde que somos niños.

Hay un leer vinculado a vivir. Contás una experiencia tuya, eso me esclareció y sentí una complicidad con lo que yo sentía.

—Todos sabemos qué es leer, pero no sabemos decir qué es. Hasta tenemos miedo de decir: «No, yo creo que leer no es solamente eso, es mucho más». Miedo de que alguien diga: «No, pero yo no pienso de esa manera». Entonces, cuando alguien lo dice de una forma bien clara y te das cuenta de que es así, ves las cosas de otra manera, ves que tenías razón, aprovechás mucho más que antes porque sabés claramente lo que es.

—Quiero hablar de la relación que hacés entre el ser y el leer para poder escribir. Eso está ligado a tu experiencia, a tu vivencia. Tenés que escribir y al mismo tiempo estar leyendo todo. Siempre estás leyendo y escribiendo al mismo tiempo, ¿no?

—Creo que explicaste bien que leer es algo natural. Cuando leía, sentía que todo era estar leyendo y que entonces uno ya nace leyendo. Yo tenía eso en la cabeza, pensaba que era necesario tener una vivencia para poder entender, que no servía para nada que nos enseñaran cosas que están fuera de nuestra vivencia. Creo que la mayoría de las personas tenían esa idea. Entonces fue muy interesante ver confirmado en tu texto lo que estaba pensando.

—Lo que me ayudó a entender es que tengo que juntar leer con otros desciframientos que hago, con lo que veo, oigo, huelo, toco, ¿no? Y juntar todo. Que leer no es sólo pasar los ojos sobre el texto. Tengo que vivir lo que estoy leyendo para poder entenderlo.

—¿Sabés lo que descubrí también? Después percibí que mientras leés tus sensaciones aumentan. Si comprendés lo que estás leyendo, cuando el tipo dice: «Un campo verde, con una persona» no estás viendo sólo un campo verde; estás sintiendo que él puede estar allí dentro también.

Y podés tener un montón de cosas porque estás viviendo las cosas. Parece que estás en el lugar donde ocurre la historia. Parece que estás dentro de la historia, en la misma época, conviviendo con los mismos personajes, pero sólo estás viendo… La armás como la asimilás mejor. Cada uno tiene una forma de ver los personajes, por ejemplo, en determinado lugar.

Y aunque el autor describa ese lugar con lujo de detalles, es completamente diferente para otras personas…

Por eso me parece bien la ilustración… No la ilustración en sí, sino como hacía Monteiro Lobato: dibujar no del todo. Puede ser una cosa medio vaga, unas siluetas, ¿no? Para que yo imagine, por ejemplo, una persona en un libro es algo muy personal; yo no imagino como un dibujo. Para mí siempre es una silueta…

El cine y la ilustración imponen un poco la cabeza del autor… Por eso es mucho mejor y mucho más interesante el libro que la película. En el cine es así, el tipo que hizo la película la sacó de un libro. Si no lo leiste, no lo sabés. Me parece bien ir a ver la película de un libro que leiste para conocer la opinión de otras personas, para preguntar qué les parece. Pero si primero ves la película y después leés el libro, no tiene gracia… No es como te lo imaginabas… Sí, un libro sin ilustraciones no captura al lector sólo por los ojos. La ilustración corta un poco la imagen, la creatividad del lector.

PF: Ustedes también hacen otra actividad que propone la escuela; es decir, ¿también les gusta escribir?

Alumnos: Nos gusta…

PF: También hay una cosa. La lectura de un libro crea obstáculos, porque cuando estás leyendo un libro tenés que seguir el camino que hizo el autor. Estás viviendo el personaje, tenés que sentir lo que autor imaginó para él. Eso de escribir es mucho más amplio. Sos vos el que sentís a tu personaje, el que lo llevás por el camino que querés. Pero cuando lo lee otro, pasa lo mismo… Cuanto más leo, más complejo se me hace escribir.

Porque las palabras me vienen a la cabeza pero, por ejemplo, cuando leo una novela y después tengo que escribir, me quedo empantanada, no consigo hacerlo. Tanto es así que este año me dediqué a la poesía. No podía desarrollar una historia de tanto que leía, parecía que era medio incapaz. Se puso demasiado complicada la cosa… Lo que ocurre también es que, cuando estás leyendo, la historia te despierta sentimientos. Y cuando vas a escribir, por más que no quieras, terminas queriendo expresar los sentimientos que te transmitió el libro, o que te transmitió alguna otra historia, en tu historia. Y se complica porque, cuando vas a escribir poniendo tus sentimientos, terminás metiendo aunque sea un poco cosas del libro que leiste.

Lo emocional cuenta mucho, depende de vos, de cómo sentís el libro, de cómo lo leés. Si dividís el libro en varias partes vas a ver que en las distintas partes que leíste en distintos momentos tu ánimo era diferente. Y de ahí depende la forma en que lo armas.

Es como montar una película, porque te dan los personajes y no te dan la imagen. Vos armas la imagen y la película pasa en tu cabeza.

PF: ¿Qué criterios tienen ustedes para saber si les gusta un libro o un texto?

Alumnos: Creo que es justamente que el libro consiga transmitirte lo que el autor quería.

—También un libro que te atrapa…

—No, yo creo otra cosa…

PF: No, yo quiero saber cuál es el criterio de ustedes. ¿Cuáles son las cualidades? Eso me despierta curiosidad…

Alumno: Yo creo que el libro tiene que adaptarse a lo que a vos te gusta…

Alumnos: ¡No!

Alumna: Yo creo que tiene que ser un libro, sobre todo, atrapante. Un drama, una comedia…

PF: Muy bien, entonces esa es una cualidad: un libro, cualesquiera sea, tiene que ser atrapante…

Alumno: Aunque sea un libro largo… —Aunque, por ejemplo, sólo te guste leer libros de aventuras y leas un policial. El libro tiene que ser atrapante.

PF: Muy bien. Ahora díganme otra cualidad.

Alumnos: Un libro puede ser cansador para una persona pero no para otra, depende de la persona… —Para esa persona puede ser cansador, para otra no. Yo creo que los criterios varían mucho de persona a persona.

PF: No, yo quiero saber cuáles son los criterios que tienen ustedes.

Alumnos: También depende del momento. —Eso es lo que yo creo. Por ejemplo, puede ser que yo haya leido una novela hace diez años (diez años es imposible, hace tres años sí) porque quise y ahora ya no la quiera leer, es decir que depende del momento… —Depende de cada uno…

PF: Ya lo sé, pero en este momento de hoy: ¿qué debe tener un libro para que digas: «¡Caramba! ¡Este libro sí que me gusta!»?

Alumna: Yo estoy en una etapa que me gusta leer novelas.

PF: Buenísimo; leé novelas entonces.

Alumna: Pero hace dos meses quería leer ciencia ficción. Me encanta. Puedo leer de todo, pero ahora estoy más abierta a leer novelas.

PF: Muy bien. ¿Y qué debe tener una novela para que digas: «Esta novela me gusta»?

Alumna: Cuando el autor crea, o me transmite, una ilusión. Yo estoy más para las novelas que terminan bien que para las que terminan mal, ¿sabés?

PF: Me parece muy bien.

Alumnos: [Risas]. Y claro… qué viva.

PF: ¿Saben una cosa? Yo tengo 67 años y sigo diciendo: «Estoy más para eso que para lo otro».

Alumnos: [Risas]. Yo leí una novela ahora que terminó mal y lloré toda la tarde. [Risas]. Pero al mismo tiempo fue bueno… —El libro termina formando parte del lector, ¿no?

PF: Pero digan otra cualidad.

Alumnos: ¿Otra más? —Y por otro lado, a veces el libro te hace enojar.

PF: Ah, eso es bueno, ¿no? [Risas].

Alumnos: Yo pienso lo mismo.

—El libro es tan bueno que te provoca.

—El libro es bueno porque se mete con vos. No sirve que el tipo te transmita sólo lo que está pensando, tiene que saber transmitirlo metiéndose con vos.

—Sí, tiene que provocar al lector. —El libro, mientras lo vas leyendo, sirve para que empieces a pensar un montón de cosas.

—A veces durante la lectura te identificás con un personaje. Y ahí te das cuenta en qué sos bueno —por ejemplo, si sos una buena persona— y en qué no, ¿entendés? Entonces paras y pensás: «¡Guau!… Yo hago eso». Es lo que más te pasa.

—También hay una cosa muy linda, que es interesarse. Por ejemplo, si querés aprender. Podés buscar una enciclopedia. Si te interesa la Segunda Guerra Mundial vas a empezar leyendo, por ejemplo, La bicicleta azul, Olga, El séptimo secreto, todo sobre Hitler, y después también vas a querer entender qué es el comunismo, el socialismo. Después, si te interesa el cuerpo humano, vas a leer un libro científico que también es algo que atrapa tu interés…

—Sí, no es como leer una enciclopedia…

—Es importante, por ejemplo, que busques un libro que leiste hace tres años y vuelvas a leerlo…

—Eso es otra cosa…

—Nada que ver… —… y dentro de diez o cinco años vas a tener una idea completamente diferente de ese libro.

—Muchas veces relacionás el libro con vos.

—Relacionás el libro no sólo con vos, con tus sentimientos, sino con lo que te rodea. —Sí, con la vida misma, ¿no? —Creo que el libro abre caminos diferentes para vos en otros aspectos o incluso en temas que ya estás cansado de leer.

—Creo que un buen libro es aquel que toca tu vida, que interactúa con tu vida.

—Pero también creo lo siguiente: cuando releés el libro, no es que tu cabeza cambió, no es que lo que pasó antes fue un error, es que en aquel momento captaste esa parte del mensaje que estabas dispuesto a captar.

—Yo creo que el libro nunca se equivoca en lo que dice. Nunca está equivocado…

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PF: Miren, quiero hacer otra pregunta en relación con eso. ¿Y desde el punto de vista del lenguaje del autor? ¿Qué los conmueve? ¿Qué los toca?

Alumnos: Un lenguaje más cercano al nuestro… No, un lenguaje más poético.

—Un lenguaje que tenga que ver con el libro, por ejemplo, si el lenguaje viene de Rio Grande do Sul…

—Es verdad.

—Y que no sea un lenguaje completamente diferente del momento donde vive el libro. Por ejemplo, si el libro transcurre en la Segunda Guerra Mundial con un lenguaje del futuro eso no tiene nada que ver con el libro. Pero si usa el lenguaje de esa época, te vas a comprometer más con el libro.

PF: ¿Entonces eso quiere decir que el lenguaje es histórico?

Alumnos: Sí, el lenguaje también concuerda con el libro.

—Si los libros tienen un lenguaje aburrido, si el lenguaje no te cautiva, va a ser muy difícil que el libro te cautive porque te va a cansar leer.

—Yo pienso otra cosa. Por ejemplo, estaba leyendo Macunaíma ¡y había un montón de palabras que no entendía! Y como quería entender todo me metí más en el libro. Porque era un lenguaje que no tenía nada que ver, era algo propio de Macunaíma, no tenía relación conmigo, pero era un lenguaje que me involucraba, que quería entender. Es como un desafío. —Que tiene que ver con el libro, ¿no?

—Hay interés y falta de interés, depende de la persona. —Otra cosa. Yo leí El color púrpura y el lenguaje de ella, del personaje principal, daba a entender que pasaban muchas más cosas de las que te imaginabas. Claro, yo imaginaba, pero por el lenguaje pude imaginar cosas mucho mejores, diferentes.

—El color púrpura tiene un lenguaje que no es tan gramatical como el de la maestra.

PF: Ahora quiero hacerles algunas preguntas sobre la lectura, pero desde el punto de vista del lector, no del texto. Ya les pregunté qué pensaban del texto, cuáles son las cualidades que debe tener un texto para ustedes, y ya lo hemos visto. Ahora me gustaría preguntarles qué cualidades debe tener el lector o la lectora para poder percibir las cualidades del texto.

Alumnos: Tiene que estar dispuesto a leer…

—Yo creo que debe agarrar el libro con la cabeza abierta para ver de qué habla…

—Tiene que estar dispuesto a leer, si abrís un libro sin estar dispuesto a leer, no entendés nada.

PF: Muy bien. ¿Y qué significa «agarrar un libro con la cabeza abierta»?

Alumnos: Que estás dispuesto a aprender. —Que estás dispuesta a recibir cosas diferentes.

PF: Eso es.

Alumnos: Que estás dispuesto a recibir otras cosas y no quedarte sólo con tu opinión.

PF: Entonces, entre paréntesis, vean cómo escribir, leer, crear… exige libertad. Vean una cosa: reconozco que hay épocas en las que no estoy para leer. Reconozco que hay épocas en las que no estoy con ganas de escribir. Pero en función de mi deber, independientemente de si tengo o no ganas de leer, leo. Por ejemplo, ahora mismo no estoy con ganas de leer y sin embargo estoy leyendo una tesis de trescientas páginas. ¿Por qué? Permítanme explicarles. Porque soy profesor de la universidad y uno de mis deberes como profesor de la universidad, cuando soy convocado (y por supuesto no soy obligado) a participar en una mesa de doctorado, de maestría, de libre docencia, no importa, es aceptar y participar. Y para eso tengo que leer la tesis presentada, porque no puedo argumentar sin haberla leído.

Alumno: No, pero yo creo que si tenés ganas de leer, si por ejemplo algún día tenés ganas de leer y retomás esa tesis, creo que va a ser diferente…

PF: Un momento, un momento. No vamos a transformar la lectura en puro goce. A veces la lectura puede comenzarse hasta con un poco de dolor. Y ese punto de dolor es el que, incluso, provocará en mí el gusto de haber superado el dolor.

Alumno: Pero incluso así. Incluso una lectura que no te gusta puede en algún momento, dependiendo de la parte que recibas, ser productiva.

PF: Puede y conviene que así sea. Entonces, eso es lo que quiero decir. Porque un docente irresponsable, por ejemplo ahora, cuando ustedes dijeron «Hay momentos en que uno no está para leer», diría: «¡Ah! ¡Muy bien! Tenés razón, si no estás para leer, entonces no leas… ¡y mandá al profesor a freír buñuelos!». ¡De ninguna manera! Un docente responsable no puede hacer eso.

Alumno: Así el que no tiene ganas de leer no va a leer nunca…

PF: Nunca va a leer. Pero es obvio que hay momentos en los que uno es uno y momentos en los que uno sigue siendo uno, pero con otra tarea. Una cosa es cuando uno, porque le gusta, porque quiere, porque tiene ganas, agarra una novela y la lee. Otra cosa es cuando tiene una tarea que es fundamental para su formación, aunque sea aburrida, pero que el día de mañana descubrirá que era importante, que es la tarea de leer un libro.

Tenemos que leer. Quiero decir, si no leemos, seremos irresponsables desde el punto de vista de cierta obligación necesaria. Ahora bien, lo ideal (pero no vivimos en lo ideal) es cuando las dos cosas se juntan. ¡Es una maravilla! Cuando escribí ese texto que ustedes leyeron fue una maravilla porque, por un lado, me gustaba hacerlo y, por el otro, estaba cumpliendo una tarea. Y me pareció genial preparar un discurso para una conferencia.

 

Alumnos: Yo también creo que no se trata de quedarse esperando, «Ah, tengo ganas, no tengo ganas». Hay que saber transformarse para agarrar un libro… —No se trata de agarrar un libro solamente si querés o no querés leer. Pero empezás a leer y el libro te gusta porque es un libro bueno para que leas, porque estás en el momento justo para hacerlo. —Al principio dijiste que leer era estar abierto a recibir cosas y transformarlas. Entonces es eso mismo: aunque no estés con ganas, tenés que estar abierto a leer y percibir que es bueno. Y tenías que leer para darte cuenta de lo bueno que era. —Aunque no te guste, como experiencia, terminás el libro porque va a dejarte algo. Yo creo que tenés que detectar muy bien lo que no te gustó, saber por qué no te gustó.

PF: Eso…

Alumnos: Y otra cosa: también estás mucho más abierto a los temas distintos que estás leyendo. Y así empezás a distinguir mejor los libros que te gustan de los que no te gustan. —Entran en juego muchas experiencias propias también, el libro que estás leyendo no es el único que aporta experiencias.

—Pero estoy de acuerdo en que tenés que leer un libro sobre algo que te guste. La cuestión es buscar el tipo de libro que querés leer.

—Creo que tenés que leer un poco lo que te gusta para, cuando no te gusta, saber por qué…

—No, hay que separar las dos lecturas. Está la tarea de la escuela, por ejemplo, que es hacer un informe y ahí no podés escaparte, tenés que leer. Puede ser mañana o después, pero tenés que leer. Pero cuando elegís lo que vas a leer es otro tipo de literatura, es diferente de un deber. Entonces creo que tenés que elegir, la opción es tuya. Podés terminar el libro o no. [Hablan todos al mismo tiempo].

Alumna: Incluso cuando converso conmigo misma, incluso cuando tengo ganas de leer un texto de la escuela, aunque no me hayan mandado hacerlo, cuando lo agarro para leerlo siempre es un desafío superar la primera página, concentrarme. Cuando me concentro, los libros se abren. Y puede cautivarme un texto de estudios sociales o un libro cualquiera. Al final de cuentas quedo cautivada. Creo que, incluso con los libros que quiero leer, siempre es difícil concentrarse al principio, porque siempre es difícil desentenderse de algunas cosas…

PF: Miren, hay varios puntos que es necesario evitar para poder leer bien, para leer en serio. Son una especie de demonios y diablos que interfieren en nuestra lectura. Tenemos que concentramos en el texto. Tenemos que experimentar eso. A veces estamos leyendo una página y de repente dejamos de leer, el cuerpo sigue en la silla, junto a la mesa y con el libro delante, pero a partir de ese momento iniciamos una lectura mecánica. Seguimos leyendo mecánicamente el texto y nos dislocamos: una parte nuestra sale de nosotros y de repente estamos al borde de una piscina charlando con fulano y zutano y perengano, o en el cine. Esas fugas de la lectura obstaculizan por completo la comprensión. O hacemos el ejercicio de no huir, o perdemos la lectura. Eso es un síntoma de cierto desinterés por nuestra parte. Yo sugiero lo siguiente: es mejor interrumpir la lectura y preguntamos por qué no tenemos motivaciones para leer.

Otra cosa que quería sugerirles es que cada vez que lean un texto y no comprendan el significado de una palabra no esperen que esa palabra aparezca de nuevo para ver si, de tanto aparecer, terminan entendiendo qué significa. Consulten el diccionario. El diccionario está para eso. Agarren el diccionario, abran el diccionario y busquen qué significa esa palabra. Ahora ya llegamos al mediodía y quiero agregar sólo dos cosas más. La primera es que vine aquí hoy precisamente por ese asunto de la conciencia del deber. Resulta que pasé una mala noche. Me di algunos gustos y pagué un poco, no demasiado, pero pagué un poco. Comí mucho camarón, esas cosas…

Alumnos: [Risas]. Eso es gula, ¿no?

PF: Es gula, sí. Me hizo doler hasta el dedo gordo del pie. Ya van a ver lo que es eso… Entonces pasé una mala noche y ahora, de mañana, vine medio distante. Yo sé cuándo no estoy bien. Tal vez ustedes percibieron que no estaba bien. No daba ni para hablar, para conversar… Pero vine igual. Quiero decir, me parecía horrible llamar por teléfono y decir: «Díganles a los niños y las niñas que no puedo ir porque no me siento bien». Me parecía una falta de respeto hacia ustedes y hacia la escuela. Yo había propuesto este encuentro, había aceptado la invitación…

Entonces me peleé conmigo mismo. Y el resultado de la pelea es que ahora me siento perfectamente bien. Quiero decir que me recuperé, que estoy excelente. No sé si llegaré en tan buenas condiciones a la tarde. Tengo que viajar a Recife hoy y ni sé si podré dar clase. Pero estoy contento. Estos cuarenta minutos que pasé con ustedes fueron absolutamente geniales. Lo segundo que quiero decirles es lo siguiente: esto que ocurrió aquí es la escuela o, mejor dicho, es una hipótesis de la escuela con la que sueño para el pueblo de este Brasil.

Alumnos: [Risas].

PF: Lo triste es que el ejemplo que ustedes me dieron hoy es un ejemplo lindo pero evoca un deseo insatisfecho en mí. Esta mañana encontré algo lindo: un grupo de jóvenes, de niños y niñas que piensan, que piensan sin miedo, que plantean las cosas, que meditan, que se analizan, que preguntan, que opinan, que tienen opiniones inteligentes, emotivas… ¡Caramba! Quiero decir que eso me da una enorme alegría como brasileño. Ahora bien, yo querría que eso también ocurriera entre las masas populares, es decir, en las clases populares, entre los niños de los suburbios… Por eso estoy a favor de la buena escuela pública, aunque también respeto la buena escuela privada. Quiero felicitarlos, felicitar a sus docentes, a la dirección de esta escuela, porque creo que hoy tuve una de esas mañanas maravillosas que hace tiempo no tenía, lo que para mí es un milagro. Qué cerca me siento de la edad de ustedes…

Alumnos: [Risas]. PF:… a pesar de no serlo cronológicamente, quedé contentísimo porque me sentí entre compañeros, ¿entienden? Porque yo tengo 20 años, tengo 18, tengo 15, a pesar de los 67 y del dolor en el pie.

Alumnos: [Risas].

PF: Entonces quiero darles un abrazo enorme, a todos, sin excepción. Y un beso también para todos. Sigan así que, al fin de cuentas, Brasil es de ustedes y no de esos sinvergüenzas que andan sueltos por ahí arruinando el país. Hasta luego, ¿sí?

 

*CI/ Bloghemia