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24 abril, 2022

Juan Cortelletti: «El dispositivo con el que narramos el mundo condiciona nuestra percepción»

Juan Cortelletti: «El dispositivo con el que narramos el mundo condiciona nuestra percepción»

Aunque «Sección 6» (Mil gotas) fue escrito mientras Juan Manuel Cortelletti vivía y trabajaba en Beijing, los cuentos se alejan del diario y la crónica y suceden en un escenario temporal y espacial indeterminado y comparten una atmósfera de extrañamiento y deterioro del mundo y su rol como diplomático se cuela en relatos que dan cuenta del desarraigo, la separación de la familia o del choque con otras culturas.
Por Ana Clara Pérez Cottén
El autor es periodista escritor y diplomtico

El autor es periodista, escritor y diplomático.

El escritor, periodista y diplomático marplatense que alternó puestos entre Uruguay, China y Estados Unidos, publicó su primer libro de cuentos en 2015, luego de «Seres primordiales» y en «Sección 6», un libro que nació en el marco de un taller de escritura en Beijing, explora la importancia de la comunicación y las distintas formas que adopta el concepto de cambio.

P: ¿Encontrás zonas de contacto entre tu trabajo como diplomático y las formas y las temáticas de tu escritura?

-Juan Manuel Cortelletti : La primera respuesta es que no, que son esferas separadas, que mi intento fue mantenerlas aparte. Pero cuando repaso algunos cuentos veo que no lo logré del todo. No hay conexión con el trabajo, pero sí con elementos que lo rodean: el desarraigo, la separación de la familia, el sumergirse e intentar comprender culturas diferentes a la propia; también una suerte de memoria fragmentada, que se va construyendo como en capas de acuerdo a los destinos. Esto aparece como telón de fondo en algunos relatos. El cambio es algo constitutivo de mi realidad desde hace quince años.

La idea de una forma especial de recordar y de acopiar las experiencias, está muy presente en «Sección 6», siempre desde un abordaje literario. En algún sentido, el cambio de país, de contexto general, interrumpe el fluir normal de la memoria; es necesario incorporar toneladas de información. La experiencia anterior se diluye necesariamente, baja su intensidad. Cambia el idioma, la forma de manejar, los grupos de pertenencia, las calles, las direcciones, en el caso de China y Vietnam cambia hasta el lenguaje gestual. En fin, todo esto está en los libros, condimentado con elementos del género fantástico.

¿Cuál es tu contacto con la literatura argentina a la distancia? ¿Cómo influyó en vos como lector tu vida en el exterior?

J.M.C.: Me parece que vivir en el exterior influye en la modalidad de lectura. El país en el que estás te incentiva en uno u otro sentido: los libros que podés conseguir, los idiomas en los que podés leer o los escritores que conocés personalmente y te despiertan un interés especial. La experiencia fue cambiando según cada lugar: en Vietnam me desconecté un poco, leí muchos autores extranjeros, mayormente en inglés, bastante ciencia ficción, y todo lo que pude de no ficción sobre el país, su historia, economía, sistema político. En Uruguay, si bien me reencontré un poco con la literatura argentina también leí a autores uruguayos que no había leído hasta entonces, como Mario Levrero, Felisberto Hernández y Mario Arregui, y profundicé en otros uruguayos que ya venía leyendo. Los cuentistas uruguayos son excelentes y me marcaron bastante. En China, aunque resulte extraño, el contacto con la literatura argentina era muy frecuente porque soy amigo del dueño de la librería Mil Gotas, Guillermo Bravo, un escritor cordobés. Mil Gotas es la primera librería hispanoamericana de China y ahí hay clásicos, novedades, cómics y de todo sobre nuestro país. Recuerdo por ejemplo que había varios títulos de Selva Almada, de Samanta Schweblin, junto con colecciones de Mafalda y Patoruzito, afiches de escritores, y hasta distintos souvenirs relacionados con la obra de Cortázar y de Borges. Guillermo es un apasionado de la literatura y un gran promotor cultural. También se organizaban reuniones virtuales y, cuando era posible, presenciales, con escritores argentinos. Y además descubrí, prácticamente desde cero, la literatura china. Un universo que es inabordable por su historia, su diversidad, y sobre todo por el límite que imponen las traducciones. Apenas uno puede ver la superficie de algo profundo e inaccesible. Leí a varios autores relativamente nuevos que fueron traducidos al español porque mi nivel de mandarín no me alcanzaba para leer literatura. Adriana Hidalgo, por ejemplo, ha publicado a varios escritores chinos muy interesantes y también conocí personalmente a Mo Yan.

En la solapa de presentación de «Sección 6» contás que parte de los relatos surgieron en el marco de un taller en China. ¿Cómo fue esa experiencia de trabajo literario? ¿Qué marcas de esa dinámica crees que quedaron en los textos?

J.M.C.: En Beijing hay una comunidad hispanoparlante muy grande, compuesta por hablantes nativos y por chinos que hablan un perfecto castellano. Así fue que, con un grupo de amigas y amigos de distintas nacionalidades, armamos un taller literario que funcionaba quincenalmente en el bar de la librería The Bookworm. Nos leíamos y corregíamos, con un criterio horizontal, no había un «profesor». Fue muy útil. Por un lado porque se necesita algo de presión para escribir. Pero, además, el taller permitía que la escritura fuera una actividad social, un oficio que se comparte, un poco alejándose de la idea de la literatura como actividad solitaria. Y las marcas de eso en el texto son muchas: en cada reunión había sugerencias, correcciones, incluso ideas muy potentes.

¿Qué cuestiones del imaginario de esos años en China se traspolaron a la ficción?

J.M.C.: Nada en forma directa, pero mucho en un sentido de vibración general del libro. Para mí el estudio del mandarín fue una experiencia fascinante. Creo que eso está presente de una u otra manera la idea, tan antigua como estudiada, de que el mecanismo o el dispositivo con el que narramos el mundo condiciona nuestra percepción. Algunos cuentos, también, en tono fantástico, juegan con la idea de lo que ocurre con nosotros cuando cambiamos de dispositivo comunicacional y narrativo, cuando utilizamos otro idioma, basado en otros principios, en otra lógica. Allí está también la idea del cambio.

Los cuentos parecen tener un denominador común: el extrañamiento ante un mundo aun cuando por momentos se trata de universos administrativos. ¿Qué te interesa de esta percepción?

J.M.C.: La unidad es lo que diferencia a este libro del primero. «Seres primordiales» tiene cuentos que trabajé mucho, pero que no están necesariamente conectados. En «Sección 6» hay más unidad conceptual. Y justamente esa unidad puede ser lo que mencionás: el enrarecimiento, la transformación, la irrupción de lo extraño, yo agregaría quizás el deterioro. Me parece que hay un comienzo en un entorno racional, previsible, normal, y luego en un párrafo del cuento aparece lo fantástico. A veces se solapa con lo real y luego va creciendo. Un poco el título, «Sección 6», tiene ese sentido y en el cuento que se llama igual que el libro hay una escalera hacia abajo para llegar a esa sección y cada escalón es hundirse un poco más en el plano fantástico. No es que me interese esta percepción sino que fue algo que me pasó: estos elementos aparecieron en el proceso de escritura, no fue algo buscado, y es algo de lo que me doy cuenta en la reflexión posterior, con el libro finalizado, y habiendo escuchado los comentarios de críticos y amigos.