28 octubre, 2021
Además de los combustibles, el uso del petróleo está diseminado en una gran cantidad de productos donde resulta más complejo su reemplazo. ¿Cómo piensa este sector la necesidad de hacer más sostenible su práctica de cara a la descarbonización?
Por Santiago Berisso
Al momento de pensar en los usos del petróleo y el gas, seguramente, lo primero que se nos viene a la cabeza son los combustibles o la generación eléctrica. Sin embargo, su utilización se extiende por toda la industria manufacturera y lo podemos encontrar, por ejemplo, en la fabricación de envasados, en el sector agrícola para la fabricación de fertilizantes y en la industria farmacéutica.
Justamente esta diversificación de los derivados del petróleo en todo el aparato productivo incrementa los desafíos de la transición energética. La pregunta que surge entonces es: ¿de qué modo se proyecta reducir las emisiones de carbono en estas actividades?
“En esta transición, lo que hay que ver es cómo hacemos para emitir menos. En el mediano plazo, todos los procesos van a tener que ser carbono neutros”, dice Gabriel Garrido, director ejecutivo del Instituto Petroquímico Argentino. Según indica él, en el mapa global, las refinerías nuevas que se están poniendo en funcionamiento “están considerando perfiles mucho más vinculados a la petroquímica que al combustible. Hoy por hoy, tenemos entre un 90% y un 95% de la producción destinado a combustible y el restante queda para productos petroquímicos”.
Esta menor participación no evita que se esté planificando un cambio de tendencia. “Los perfiles nuevos de salida están viendo que el consumo de combustibles fósiles, a nivel mundial, está llegando a un plateau y, en Estados Unidos, está empezando a bajar. Mientras, la petroquímica sigue creciendo porque la vida moderna necesita pintura, autos más livianos para que consuman menos energía y plástico para conservar alimentos”, dice Garrido.
A pesar de remarcar la necesidad que tiene el ser humano en la vida moderna de un sinfín de productos que antes pasan por las manos de la petroquímica, no escapa a la responsabilidad que tiene la industria en los objetivos internacionales de reducir la emisión de gases de efecto invernadero: “En los procesos petroquímicos de transición hay una generación de dióxido de carbono y la captura es uno de los temas sobre los que más se está hablando”. De cualquier modo, subraya que, en el sector, “solemos remarcar que hay que hacer el análisis de ciclo de vida competo de los productos. No es válida la descalificación de que porque esto genera CO2 no vale. Al ir a una transición energética, el gas es un recurso natural no renovable con emisiones muchísimo menores que el petróleo y el carbón”.
Del mismo modo que lo viene mencionando gran parte de los actores que hacen a esta actividad, Garrido menciona aquí el protagonismo que debe adquirir el hidrógeno en este marco de descarbonización. “El hidrógeno verde es una muy buena opción”, dice y agrega que, semanas atrás, desde el IPA dieron inicio precisamente con foco en el hidrógeno. “La transición energética va a requerir de productos químicos como el amoníaco o el metanol, que son carriers de hidrógeno. No son solo utilizados como fertilizantes, sino ahora también directamente como combustibles”, señala.
Se estima que más de un 90% de lo que se produce en el país cuenta con algún insumo originado en la industria petroquímica. El abanico de mercados o sectores a los que suple esta industria es muy amplio. Representa el 4% del PBI nacional, más de un 12% del PBI industrial y un 7% de las exportaciones de mano de obra intensiva.
En Argentina, hay ocho polos petroquímicos, los cuales son integrados por más de 150 compañías que generan más de 60 mil puestos de trabajo en forma directa y 100 mil de manera indirecta. Con una larga tradición en este tipo de desarrollo, originado en la década del cuarenta, la industria petroquímica argentina es la segunda más grande de Sudamérica –detrás de Brasil– en términos de producción.
Entre productos básicos (butileno, metanol, etileno, propileno o amoníaco), productos intermedios (acetato de vinilo, melamina, isopropanol, óxido de etileno o bisfenol A) y productos finales (cloruro de amonio, nylon 6, urea, polipropileno, ABS o caucho poliisopreno), según datos del IPA, en 2020, la producción total fue de 5.483.800 de toneladas, lo que implicó un crecimiento de 110.700 toneladas.
También el año pasado, un total de 718.000 toneladas fueron exportadas, mientras que la importación fue de 2.746.300. Al ver esta balanza en los últimos años, se puede ver que las exportaciones caen desde 2018 y las importaciones aumentan desde 2017 a la fecha.
“A diferencia de otras industrias, ésta utiliza al gas no sólo como un utility, como puede ser para un horno o en una caldera, sino que lo usa como materia prima. Se incorpora algún componente del gas y termina siendo parte del producto que fabrica”, explica Dolores Brizuela, directora comercial de Hidrocarburos y Energía para América Latina de Dow Chemical Company, en el podcast AmCham Connect. Entre el 80% y el 90% de los componentes del gas es metano, aquel que se utiliza en los hogares y en usinas eléctricas para generar electricidad. “Y ese metano también puede ser utilizado para la producción de metanol, de amoníaco o de urea, que son productos para fertilizantes y combustibles”, señala.
En este mismo sentido, Andrea Heins, presidenta del Comité Argentino del Consejo Mundial de Energía, se refiere, en diálogo con EOL, al proceso de la petroquímica y señala que “en algunos casos, cuando las naftas van a la petroquímica, es como que se les saca una parte. En las naftas hay una cadena de hidrocarburos larga y se sacan los hidrocarburos del centro, en la jerga se llama corte corazón. Se despojan la parte más pesada y la más liviana, que vuelven a la refinería, y con lo que se obtiene se utiliza en todo lo que tiene que ver con aromáticos: benceno, tolueno”.
En consonancia con lo que dice Garrido, Heins considera que “al igual que las petroleras, en las petroquímicas no son ajenos a la transición energética y a las demandas existen cada vez más abiertamente y son más fuertes, por lo cual están buscando alternativas para reconvertirse. Algunas empresas lo hacen más rápido, otras más lento, pero la mayoría de ellas están trabajando en este tema y estudiando cómo se reconvierten”. Hay una realidad, entiende, y es que “la industria petrolera como la conocíamos de diez años para atrás no existe más. O se reconvierten a nuevas demandas que van a ser muy dinámicas o quedan en el camino”.
Así como destaca el peso que debe ganar el hidrógeno como insumo para la petroquímica, Heins también destaca que la captura de carbono en las instalaciones es una de las medidas de mitigación de la huella de carbono a tener en cuenta. “En muchos casos en los que sería muy difícil reemplazar el gas, tiene sentido la captura de carbono. Seguramente para algunos productos finales hay alternativas, mientras que para otros no la hay en los próximos treinta años. Para esos casos, en el mientras tanto, la alternativa es seguir con el proceso tradicional, pero acoplarle, por ejemplo, una captura de carbono para absorber las emisiones que generás”.
En términos de eficiencia energética, Garrido insiste en la necesidad de comparar ciclos completos, y advierte que el reemplazo de ciertos productos puede ser contraproducente al final de la cadena en términos de emisiones. “El mayor peso de un auto implica que necesitás más energía para moverlo y esa energía te la ahorrás con un auto más liviano”, ejemplifica en relación a la idea de sustituir los componentes plásticos de un vehículo por metal. Al mismo tiempo, se refiere a productos aislantes, como el telgopor (poliestireno expandido), o los poliuretanos. “Pensemos en la eficiencia energética que pueden tener los hogares hoy gracias a este tipo de productos. Si no usaras nada de eso, deberías utilizar más energía”, agrega.
Sin duda, la industria que gira alrededor del plástico es una de las que más revisiones merece, a los ojos de una opinión pública que asocia automáticamente este insumo con una acción nociva en el medioambiente.
Gabriel Garrido recae en que la petroquímica nacional ya “está trabajando y avanzando en el reciclado químico, en el que básicamente se corta la cadena de todo plástico que no puede ser reciclado mecánicamente y mediante un proceso químico se vuelve a tener una fuente nueva de hidrocarburos”. Y a esto agrega que lo que también se está estudiando “es que ese calentamiento necesario para producir esa rotura de cadenas sea a partir de energías renovables”.
“El plástico tiene muchos beneficios, pero no tiene que llegar al medioambiente una vez utilizado y para eso se pueden dar varias etapas de un proceso. Primero, reutilizarlo. En segundo lugar, reciclarlo, y después, queda el rediseño”, dice. Lo que ocurre, advierte, es que hay mucho plástico que, desde la instancia misma del diseño, no está pensado para ser fácilmente reciclable. “Hay empaques que son muy lindos, pero tiene siete capas, que pueden llegar a tener aluminio, un adhesivo o una impresión. Esos son productos complejos para reciclar. Mientras más complejo, menos valor tiene al momento de ser reciclado”, explica el director ejecutivo del IPA.
Consultado por EOL, Bruno Giambelluca, coordinador de la campaña de Cambio Climático de Greenpeace Argentina, subrayó en primer lugar que el reemplazo de los combustibles fósiles y sus derivados, en este contexto, resulta “impostergable”. En este sentido, dijo que eliminar el uso del petróleo de forma progresiva para la industria química, el plástico, o cualquier otro rubro, es una necesidad imperiosa. Existen múltiples alternativas en distinto grado de desarrollo por parte de científicos en todo el mundo que permiten impulsar las industrias con elementos sustentables, muchos de ellos de origen natural, en reemplazo del petróleo, incluso para la fabricación de plásticos o pinturas; además de poder reducir la necesidad de nuevos productos por la re utilización o el fortalecimiento de la industria del reciclaje”.
El Instituto Petroquímico Argentino, en conjunto con el CONICET, Ecoplas y firmas como YPF Química, Dow Argentina, PetroCuyo, BASF Argentina y Pampa Energía, entre otras, conformaron a mediados de este año un consorcio a través del cual buscarán desarrollar proyectos de reciclado químico (pirólisis).
“Las nuevas tecnologías de reciclado, como el químico, llevarían el rendimiento a un nivel superior y aceleraría la economía circular de los residuos plásticos posconsumo especialmente con aquellos que poseen cierta complejidad para su reciclado vía mecánica”, explican desde las entidades que lo conforman.
De acuerdo a un informe realizado por la Facultad de Ingeniería de la UBA y Ecoplas, el 47% de los Residuos Sólidos Urbanos en el país son generados en el AMBA, de los lo cuales se considera que entre el 12 y 15% son plásticos. De esta manera, se considera que “en Argentina existiría disponibilidad de residuos plásticos como para alimentar 23 plantas de reciclado químico de 25.000 toneladas/año cada una”.