Con la excusa de hablar de literatura, un terreno donde todo debería estar permitido, el escritor Rodolfo Fogwill (1941-2010) aborda en «Estados alterados» varios temas tabúes y valora -ya sea de forma negativa o positiva- personalidades, religiones o instituciones desde un punto de vista incómodo, incorrectamente político y con opiniones desnudas que prefiere no vestir, ni callar o, directamente, no reemplazar por una ambigüedad o eufemismo.
La editorial Blatt & Ríos acaba de publicar este libro breve pero con un contenido que aglutina las ideas centrales de quien fuese un sello dentro del mundo literario argentino: Fogwill. Esta pieza extraña, que tiene un ensayo (llamado prólogo en la portada) y notas de Silvia Schwarzböck, forma parte de lo que el mismo escritor llama de otra época y que corresponde a «la de los últimos estertores de la pasión apostando a la ilusión o a la verdad, pero todas las fichas». Una apuesta a transgredir todos los límites para provocar.
El principal tema molesto que aborda el autor de «Restos diurnos» en este trabajo, que fue escrito en 2000 para la revista El Porteño pero que nunca llegó a publicarse, es su mirada sobre la última dictadura, especialmente cuando se pronuncia sobre «la adulteración de nuestras cifras de desaparecidos». Se detiene durante el texto más de una vez a incomodar a quienes sostienen este «mito».
Sobre este tema discute con Horacio González, sobre quien al principio hace un elogio impresionista, casi decimonónico, del libro «Restos pampeanos», escrito por el exdirector de la Biblioteca Nacional. Dice que admira del director de la revista Ojo Mocho la capacidad de diálogo «sin sectarismo, sin patotas, sin soberbia» pero tan nacional como el pensamiento del propio González en los años setenta.
El autor de «Muchacha punk» se refiere a sí mismo como quien «sin decirlo escribió pensando en la guerra sucia argentina y sus diez mil muertos…», una cifra provocadora respecto a los desaparecidos que representa tan solo un tercio de la que sostienen los organismos de Derechos Humanos. Esta construcción es una búsqueda de «monstruificarse», convirtiéndose en «el verdugueador del pensamiento bondadoso», según sostiene Schwarzböck en el ensayo introductorio titulado «Materialismo despiadado».
En los límites insanos de la provocación, Fogwill plantea a González que él no transa con «la adulteración de nuestras cifras de desaparecidos» ni con la «construcción de un mito». Para Fogwill el enemigo es el mito literario.
«Verdugueador» (no verdugo) es la palabra que utiliza Schwarzböck para calificar al escritor. La ensayista aclara que el narrador escribió entre 1982 y 1985 más de doscientos artículos sobre política cultural en distintos medios y que dejó de «colaborar» porque se dio cuenta de que todo lo que escribía era expropiado y no existía la posibilidad de crear en los medios como con la escritura literaria.
En su «pensamiento despiadado», Fowgill se considera un «marxista de derecha liberal» (con su resignificación en las distintas etapas de la producción de escritura) y un «colaboracionista lúcido» de la etapa militar del Proceso de Reorganización Nacional. Proceso que divide en tres: dictadura, alfonsinismo y menemismo-alianza. El escritor nunca se ubica del lado de la opinión mayoritaria, ya sea en dictadura o en democracia. Y de alguna forma, reformulando la frase formulada por Massera durante el Juicio a las Juntas («los vencedores somos acusados por los vencidos»), Fogwill postula el triunfo del «Proceso» en la «redistribución regresiva de la riqueza», tarea continuada prolijamente por Alfonsín, Menem y De la Rúa.
Para el escritor, «la digresión es una operación literaria». Y con este recurso o estrategia irónica habla sobre política, corrupción, historia, religiones por fuera del relato literario, si es que por fuera de la literatura del escritor queda algo. En ese sentido, considera que el terror y la comedia son géneros idénticos.
Ya dentro del territorio literario, en unos de los apartados del libro, se disculpa con Abelardo Castillo, Isidoro Blaistein y Arturo Carrera porque a pesar de los efectos de los talleres literarios que estos escritores dictan debe reconocer la emergencia de buenos autores, entre ellos Martín Gambarotta y Gustavo Nielsen.
También «buchonea» (acción con la que se identifica) que en el arte popular de la Argentina «rige el saqueo temático, la usurpación de figuras y méritos…» y una paupérrima oferta cultural de la Argentina de la segunda mitad del siglo XX. El blanco principal del «buchón» para verduguear es León Gieco, quien canta «una tontería oportunista, que también interpreta Mercedes Sosa por su afinidad ideológica mental». Y sostiene que al cantante y compositor «se le va a encular Dios porque usa guerra como pretexto para mangarle público, perfil de imagen y un disco de platino».
La editorial Blatt & Ríos acaba de publicar este libro breve pero con un contenido que aglutina las ideas centrales de quien fuese un sello dentro del mundo literario argentino: Fogwill
Durante sus trabajos, y en particular este que se publica ahora, los nombres alterados son marcas fogwillianas: Gabriel García Márquez, por ejemplo, es llamado «García Marketing» y al Mercosur lo nombra como «Merdosur» o Merdosurf». La crítica ad hominem y la ridiculización de sus señalados es otra de sus estrategias: Oscar Alende, candidato del Partido Intransigente, es denominado un «anciano médico de Banfield» y a Enrique Symns, director de «Cerdo y peces», con quien casi terminan a los golpes de puños, lo llama «el derechohumanista».
Nadie se salva del entorno cultural. Enumera a las figuras académicas, artísticas y literarias como «oportunistas sistemáticos, mercaderes de curso, cómplices reiterados de infamias de la industria cultural, malversadores de ideas, trepadores institucionales, usurpadores de títulos». Y los periodistas, en varios pasajes son llamados «tarados de prensa».
En el terreno literario, no deja de señalar la buena pluma de Miguel Briante, pero no puede obviar al problema con el alcohol que tenía el autor de «Capítulo primero». A Arturo Carrera lo considera uno de los mayores poetas de la segunda mitad del siglo XX. Y de Juan José Saer dice que las novelas «El limonero» y «Nadie nada nunca» están destinadas sólo a «escritores, críticos del propio bando y a visitas guiadas por las cátedras». Sin embargo, destaca que «El entenado» es un libro permeable a todo público… y elogia la postura del escritor santafesino al criticar la OTAN por el bombardeo a la población civil en la República Federal de Yugoslavia.
También le dedica un par de páginas al entonces joven y promisorio escritor Santiago Llach, de quien destaca la «autenticidad a toda prueba» del libro «La raza» y critica los «poemas intolerables» que éste envía por correos electrónicos, para luego hacer hincapié en «lo mafioso y narcisista» que tiene en su «aprecio de la poesía de Santiago».
A pesar de la brevedad del libro, estos párrafos son solo una pequeña muestra de los temas que recorre dejando en claro, sin ningún bozal moral, su pensamiento provocador, irritable. Arremete contra el auge de la «novela histórica», hace reflexiones sobre las posturas racistas de autores, evalúa a los medios de prensa y despliega un abanico de opiniones sobre las religiones. Un pequeño gran libro, sobre todo para los lectores de Fogwill, pero también para aquellos que buscan investigar o simplemente conocer una manera de pensamiento que se ha extinguido y de la que quizá el escritor fue uno de sus últimos exponentes.