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3 febrero, 2021

«En 2020 vimos el mayor retroceso de las libertades individuales en tiempos de paz y quizá en tiempos de guerra»

En América Latina, como en otras partes del mundo, los gobiernos establecieron controles y restricciones a la gente ante la pandemia de covid-19.

Por Gerardo Lissardy

La democracia fue otra víctima de la pandemia de coronavirus alrededor del mundo, de acuerdo a un nuevo informe de la Unidad de Inteligencia de The Economist.

La crisis sanitaria global y en particular las medidas tomadas por los gobiernos para limitar el avance de la covid-19, llevaron en 2020 al peor puntaje promedio global del Índice de Democracia que esa unidad realiza anualmente desde 2006.

«Vimos un enorme retroceso de las libertades individuales, creo que el mayor jamás emprendido por los gobiernos en tiempos de paz, y quizá aún en tiempos de guerra», dice Joan Hoey, autora del informe, en una entrevista con BBC Mundo.

América Latina tampoco escapa al fenómeno global: la democracia de la región registra su quinto año consecutivo de retroceso y recibe su puntaje más bajo en la historia del índice (6,09 promedio sobre 10 puntos posibles).

En Países como Reino Unido ha habido protestas contra las cuarentenas obligatorias

 

El informe clasifica a 167 países entre democracias plenas (entre 8 y 10 puntos), democracias imperfectas (entre 6 y 8), regímenes híbridos (entre 4 y 6 puntos) y regímenes autoritarios (por debajo de 4 puntos).

El puntaje se otorga en función de variables en los países como proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles.

Noruega encabeza el ranking 2020 con 9,81 puntos y apenas tres países latinoamericanos clasifican como democracias plenas: Uruguay (15º con 8,61), Chile (17º con 8,28) y Costa Rica (18º con 8,16).

En el otro extremo, tres países de la región son clasificados como autoritarios: Nicaragua, Cuba, Venezuela.

Lo que sigue es una síntesis del diálogo telefónico con Hoey, quien también es directora regional para Europa en la Unidad de Inteligencia de The Economist:

Sabemos que la pandemia de coronavirus tuvo un impacto terrible en la salud pública, pero su informe advierte que también ha disminuido la calidad de las democracias en todo el mundo. ¿Cómo es eso?

No hay duda de que las medidas que tomaron los gobiernos para mitigar el impacto de la pandemia tuvieron un impacto enorme en la democracia en 2020, como se refleja en el índice.

Tenemos, de lejos, el peor puntaje global en el índice de democracia desde que comenzamos a producirlo en 2006.

Joan Hoey, autora del Indice de Democracia 2020, advierte sobre un retroceso de las libertades individuales en el mundo

 

Creo que vimos en todas partes cómo la democracia podía volverse fácilmente prescindible en una emergencia de salud pública mundial. No solo en los regímenes autoritarios o en las democracias menos desarrolladas, sino que en las democracias desarrolladas de Europa, Norteamérica y América Latina vimos una regresión muy grande en los puntajes regionales.

Eso se debió esencialmente a que vimos un enorme retroceso de las libertades individuales, creo que el mayor jamás emprendido por los gobiernos en tiempos de paz, y quizá aún en tiempos de guerra. Esta fue la característica sorprendente del año y tuvo un gran impacto en los resultados generales del índice.

A la vez, especialmente en el mundo desarrollado, hubo un grado bastante alto de cumplimiento público de las medidas implementadas. La gente abandonó voluntariamente libertades fundamentales ante esta nueva enfermedad mortal. La mayoría concluyó que prevenir una pérdida más catastrófica de vidas justificaba una pérdida temporal de libertad.

Quizás vimos más protestas en democracias menos desarrolladas de África, Medio Oriente, incluso América Latina. Tal vez esto sea en parte por los niveles mayores de coerción empleados. Y también muchos líderes usaron la pandemia como pretexto para reprimir a sus opositores, la disidencia, la libertad de expresión.

¿En su opinión esto significa que la gente quizás le da menos valor a la libertad de lo que se pensaba?

No necesariamente. Estoy segura de que la mayoría de la gente pensó mucho en esto. No creo que signifique que la gente no valora la libertad, pero tomó una decisión —se podría decir comprensible, dado el número de muertos por esta nueva enfermedad— de que valía la pena.

No significa que no haya sido difícil, o que no haya habido protestas. Es probable que cuanto más dure esto, veamos más protestas como las que hubo en las últimas semanas en Europa.

Pero la eliminación de libertades civiles es impactante. En términos del índice, cualquier país que eliminó libertades individuales como la libertad de movimiento, que estableció poderes de emergencia sin permitir un escrutinio democrático adecuado, que eliminó pesos y contrapesos, etcétera, es penalizado independientemente del nivel de apoyo público a las medidas.

«Una gran pregunta para el futuro es hasta qué punto estas libertades serán restauradas», señala Hoey.

 

Así debe ser, porque o tienes estas libertades o no las tienes.

Una gran pregunta para el futuro es hasta qué punto estas libertades serán restauradas o no.

Entiendo que la principal crítica es a la forma en que los gobiernos impusieron los confinamientos. Pero, ¿había una alternativa, considerando que esto se hizo en nombre de salvar vidas?

Creo que se plantearon muchas críticas y preocupaciones. Y es legítimo en una democracia que la gente cuestione lo que hacen sus gobiernos. Esas personas no deberían haber sido silenciadas o censuradas.

Pero los críticos del confinamiento fracasaron en proponer una alternativa convincente a estas políticas de distanciamiento social y encierro, seguimiento y rastreo, etcétera. Y creo que muchos evitaron responder a la pregunta de cuántas vidas están dispuestos a sacrificar en nombre de restaurar la libertad.

Es un intercambio muy difícil y serio. Supongo que se podría decir que gobiernos que debieron actuar muy rápido en respuesta a la pandemia no involucraron lo suficiente a sus poblaciones en una discusión abierta y transparente sobre esto.

Por el contrario, los poderes de emergencia se pusieron en marcha muy rápido, sin ningún escrutinio real por parte de los parlamentos u otros órganos de supervisión.

Se hacen muchas críticas a los gobiernos por no ser tan transparentes sobre qué medidas estaban adoptando y cuánto durarían, y así sucesivamente.

Es probable que pudiera haber habido mucha más discusión sobre eso, lo que no quiere decir que hubiera una alternativa.

Segun Hoey, «los críticos del confinamiento fracasaron en proponer una alternativa convincente» a la restricción de libertades.

 

Creo que eso nos dice mucho sobre cómo funcionan realmente las democracias avanzadas hoy en día, donde hay muy pocos intentos de involucrar a los ciudadanos en una discusión sobre los temas más importantes.

Deberíamos estar analizando lo que hacen nuestros gobiernos y exigir que se restablezcan esos derechos y libertades lo antes posible.

Estados Unidos tuvo un debate sobre el confinamiento, con el entonces presidente Trump y sus seguidores muy reacios a tomar medidas de distanciamiento social. Pero si preguntan alrededor del mundo qué democracia retrocedió en 2020, muchos señalarán la de EE.UU. Entonces, ¿fue realmente útil ese debate para la calidad de la democracia estadounidense?

EE.UU. tiene una larga tradición de poner mucho valor en la libertad individual y una especie de antipatía mayor hacia el involucramiento del Estado en la vida de las personas.

Sin embargo, se tomaron acciones a nivel estatal para imponer medidas, distanciamiento social, confinamiento.

Pero el puntaje de EE.UU. volvió a disminuir en 2020 en general. Hubo algunas mejoras y obviamente ocurrieron cosas negativas.

Lo principal que mejoró fue el puntaje de participación política y compromiso político. Vimos la politización de la pandemia en sí y todos esos debates sobre cómo lidiar con las pandemias. Después vimos el movimiento Black Lives Matter y las manifestaciones contra la violencia policial y la injusticia racial. Y finalmente vimos una enorme movilización para las elecciones de noviembre. Eso fue una mejora en el puntaje.

Estados Unidos retrocedió en el Indice de Democracia 2020 y es clasificado como una democracia imperfecta.

 

El lado negativo en EE.UU. el año pasado fue, primero, una disminución de la confianza en las instituciones, incluso un cuestionamiento del proceso democrático en sí mismo, socavando aún más la confianza en el proceso electoral.

La otra cosa que sorprende es una polarización increíble en torno a la política y también a los valores fundamentales. Como consecuencia de eso, vemos un colapso de la cohesión social.

Es un gran desafío para el nuevo gobierno de Joe Biden abordar algunos de estos problemas, que son evidentes desde hace años y parecen cada vez más arraigados.

El informe marca el quinto año consecutivo de regresión de la democracia en América Latina. ¿Por qué?

El puntaje de América Latina disminuyó el año pasado, como en casi todas las demás regiones del mundo, debido principalmente a las restricciones a las libertades civiles en respuesta a la pandemia.

Pero también vimos una continuación de las tendencias que llevaron a ese retroceso de cinco años. Y en áreas en las que la región estaba bastante bien —en proceso electoral y pluralismo, así como en libertades civiles— hemos visto una regresión.

Hubo tendencias autoritarias crecientes en países como Venezuela y Nicaragua, por ejemplo.

En 2020 las autoridades de esos países aprovecharon la situación para reprimir aún más a la oposición.

En El Salvador se impusieron medidas de confinamiento draconianas, que han recibido muchas críticas. Y hubo acusaciones externas de corrupción. Así que El Salvador fue degradado de democracia defectuosa a régimen híbrido.

Pero también vimos protestas que comenzaron en 2018 y se aceleraron en 2019, con la gente cada vez más frustrada por las deficiencias de los gobiernos. La pandemia frenó en gran medida esos movimientos de protesta. Sin embargo, es probable que ganen terreno en 2021, a medida que las poblaciones sienten las consecuencias económicas de la pandemia.

La calificación de la democracia en Latinoamérica cayó en 2020 por quinto año seguido.

 

Si comparamos dónde está América Latina hoy respecto a cuando comenzamos a producir el índice en 2006, vemos una disminución en el puntaje regional promedio en general.

Pero 11 países han mejorado su puntaje durante ese período. Países que lo han hecho bien son Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, Perú, Surinam y Uruguay.

El informe clasifica sólo a tres países de la región (Chile, Costa Rica y Uruguay) como democracias plenas. ¿No es muy poco?

Creo que es un desempeño bastante bueno. La mayoría de los países de América Latina clasifican como democracias imperfectas, algo que la región tiene en común con Europa del Este. Se caracterizan por ciertas deficiencias, sobre todo en el funcionamiento de los gobiernos.

Ahora, Latinoamérica en términos de su puntaje regional general (6,09) es la región de mercados emergentes con mejor desempeño. Está mejor que Asia (5,62) y Europa del Este (5,36).

La región está siendo arrastrada hacia abajo por los países donde hubo esas grandes regresiones: Venezuela, Nicaragua, Bolivia, etcétera.

Hay dos formas de ver las protestas recientes en América Latina. Una es pensar que la gente en la región está cansada de la democracia y de problemas como la corrupción, la inseguridad o la falta de buenos servicios públicos. Pero otros dicen que los latinoamericanos están exigiendo precisamente mejor democracia. ¿Que opina?

Creo que es correcto decir que la gente reacciona de dos maneras. Una es desencantarse con la democracia y tal vez eso explique algo la proclividad en América Latina y Europa del Este por hombres fuertes o populistas, porque lo que tienen no está funcionando.

Pero lo otro que creo que se expresa es una demanda de más y mejor democracia, mejor representación.

Ese es el tipo de impulso subyacente detrás de estos movimientos. No quiere decir que sus líderes o sus políticas vayan a ser una solución al problema. Sin embargo, hay algo positivo en eso. Obviamente pueden ir en diferentes direcciones, una negativa y otra más positiva.

Entonces el final es abierto. Y depende de las personas involucradas en esos movimientos y que luchan por la democracia que ganen el debate quienes tengan los mejores argumentos.

 

*BBCNM