11 julio, 2023
El ex presidente Mauricio Macri se va de viaje y cuando vuelve retomará su posición como líder de la coalición.
La inutilidad ruidosa de las campañas
No hay mayor muestra de confianza en la política que la desconfianza en las campañas electorales. La pirotecnia de los 35 días previos las PASO del 13 de agosto entusiasma a los candidatos porque las primarias son una situación de dirigentes. Importa el formato de las alianzas, acuerdos y desacuerdos entre los candidatos, que buscan posicionarse en la mejor foto posible.
Así como las PASO son un negocio de dirigentes, el formato se agota en las elecciones generales, que es una situación de urnas. Los dirigentes llegan a ese día ya jugados y están en manos del votante y su racionalidad. La fantasía de que las elecciones son un hecho emocional en donde el voto se decide en la última semana, es un prejuicio tan frágil como el que dice que el voto responde al bolsillo o que los candidatos títeres sirven para ganar (eso se lo dirán a los Alberto o a los Uñac).
Ni hablar en un balotaje, que viene a ser un tercer tiempo regido por una lógica binaria que anula del todo la capacidad de los dirigentes y los partidos de huir del demonio de la voluntad popular. En esa convicción debe descansar la confianza en la política y la desconfianza en las campañas. Paciencia. «Un golpe de dados jamás abolirá el azar… Jamás, aunque lanzado en circunstancias eternas desde el fondo de un naufragio» (Mallarmé).
El tiempo de campaña pone en evidencia -como la convivencia en un camping- el fondo de la conducta de los que se juegan algo importante. Mauricio Macri partió en un viaje hasta fin de mes, que importa más por el efecto ausencia que lo que vaya a hacer por el universo mundo. Dejó abierto el debate sobre el replanteo de su tarea como jefe del PRO. Parece revisar el abandono de su rol de líder que lo hizo asumirse como jefe de la tribu bullrichista.
Al regresar, Macri reclamará que le tengan preparado el discurso del 14 de agosto, el día siguiente a las PASO. Reasumir como líder de su fuerza, no ya de Cambiemos porque nunca lo fue, le exigirá nuevos gestos. Los describió Mario Negri, con palabras de un tecnicismo envidiable. «Líder -afirmó- es quien tiene a capacidad de llamar cuando nadie llama y de hablar con los que no se hablan».
Tendrá que levantar algunos teléfonos y resetear algunos vasos comunicantes entre células dormidas. Que existen con el larretismo, aunque nadie lo perciba, como la carta robada del cuento de Edgar Allan Poe. Todos la buscaban y estaba a la vista de las narices de todo el mundo sobre una mesa de la sala («The Purloined Letter», cuento de 1844).
Como está a la vista Jorge Macri, ministro y extraterritorial candidato de Mauricio y consentido de Larreta en la CABA; la tarea del matrimonio Julia Pomares-Alberto Föhrig, cada cual jefe de asesores de Horacio y Patricia; o el pas de deux de los hermanos Schiavoni en Misiones, Humberto bullrichista y Alfredo larretista. Revisar la posición facciosa es recomendable en tiempo de internas. Larreta admite que nunca dejó de hablar con Mauricio. Y hablaron antes de este viaje, que traerá de regreso a un Mauricio menos partisano.
«En la política, como en la literatura, los enemigos están en los afines», dice Francisco Umbral, cronista de la ejemplar transición española. «Los afines no perdonan. Los enemigos matan, pero los afines, sin matar nunca, tampoco perdonan nunca, que es casi peor.» («Y Tierno Galván ascendió a los cielos: Memorias noveladas de la transición», 1990).
El peronismo entendió después de la PASO suicida de 2015 entre Aníbal y Julián, que debía superar la división que los hundió en una cadena de derrotas desde 2009. Lo lograron en 2019 y los dirigentes han intentado en este turno levantar los teléfonos.
Cristina, que no es jefa del peronismo nacional, pero sí del de la provincia de Buenos Aires, ha levantado teléfonos en la necesidad de supervivencia. Ha intentado hablar con los que no se hablan y camina por su avenida del medio tironeada de un lado por Massa, que prometió meterlos presos a todos, y de Juan Grabois, que avisó que ya cuenta con el voto de ella en las PASO. Algo habrá hecho.
Este dirigente emula la astucia del ’73 del «Colorado» Ramos para abrigarse en la candidatura de Perón-Perón en una boleta paralela. Esta picardía de Grabois tiene más sustancia que lo que intentaba el «Colorado» en el ’73 como el hombre de las mil caras -operaba desde varios seudónimos de pluma: «Víctor Almagro», «Pablo Carvallo», «Mambrú», «Antídoto», «Victoria», «Gastón», «Joaquín Gastón», «Víctor Guerrero»-.
Ramos embaucó a Ernesto Laclau -lectura de Cristina-, que lo calificó como «el pensador político argentino de mayor envergadura que el país haya producido en la segunda mitad del siglo XX» (se oyen risas). Grabois tradujo a Tolkien y es asesor del papa Francisco. El golpe de las elecciones 2023 lo dará él, no ya Milei, que está pasando de moda.
La andanada de mensajes responde a la ilusión, nunca satisfecha, de que el resultado de las urnas es fruto de la persuasión. La historia electoral en la Argentina demuestra que la intervención de ese frenesí de palabras e imágenes es insoportablemente leve como para torcer la voluntad del votante, que no es leve ni volátil.
Eso explica que más del 75% de los votos, históricamente, se sindica en dos familias políticas. Esas familias se articulan hoy mayoritariamente en las coaliciones de Juntos por Cambio -40/42% de los votos en la última década, y creciendo, pierdan o ganen-; y Unión por la Patria, el frente del PJ y sus amigos -alrededor del 30/32%-.
Lo demás es literatura, y no de la mejor. El resultado puede depender de cómo se articulen esas coaliciones, si en una polarización rabiosa o en esquemas de tercios, como ocurrió en la década de los años 90, o en la primera elección del siglo (2003), que llevó a las urnas al peronismo y al radicalismo, cada cual con tres fórmulas.
Este turno entra en una etapa decisiva, que escapa a la estridencia de los mensajes. El próximo domingo se vota gobernador en Santa Fe. No se equivoca quien piense que el resultado de esos comicios dará la primera señal de cuál es el rumbo de las PASO nacionales en la oposición.
Importa para el resultado final de octubre, porque el peronismo ya forzó una lista (casi) única con el ticket Massa-Rossi. Con esa herramienta de unidad el oficialismo desafía la presunción de que Juntos por el Cambio va a ganar este distrito, y por eso le da relieve a la puja Larreta-Bullrich allí.
La candidata que respalda a Patricia, Carolina Losada, eligió nacionalizar la campaña en la presunción de que el envión de Bullrich en los medios nacionales la beneficia frente a Maximiliano Pullaro. Este candidato eligió, en cambio, anclar su campaña en la provincialización, practicando una capilaridad territorial que le reportó el compromiso de más de 150 intendentes y jefe de comunas y de los senadores provinciales de la UCR.
Pullaro tiene el apoyo de Larreta y sus socios del radicalismo del ala Yacobitti-Lousteau de la CABA. Son decisiones racionales. El PRO es un partido de espectro verticalista, nacido de una tribu caciquil que busca un formato de partido. El radicalismo -lo recordaba Natalio Botana el lunes pasado en su exposición en homenaje a Yrigoyen en Pasos Perdidos- es el primer partido nacido de abajo hacia arriba, y no al revés, desde el Estado, como el peronismo.
El reproche que le hacen los conservadores de su propio partido a Larreta es que se entrega demasiado a los modos del radicalismo y que esa cercanía puede horadar el control del único distrito donde gobierna. La CABA.
En la oposición la expectativa sobre Santa Fe es alta porque los jefazos están convencidos de que quien gane en la gobernación, Pullaro/Larreta o Carolina/Bullrich, volcará la cancha hacia uno u otro lado. Losada confía en el apoyo de Bullrich y la leyenda de que va ganando la PASO. Pullaro cree que el formato de Losada recoge el impulso central-porteñista de Bullrich, que apoya al primo Jorge en CABA por indicación de su mandante Mauricio, y promete que si Losada gana la gobernación se irá a vivir a Santa Fe.
Una exhibición de fragilidad domiciliaria que en elecciones provinciales importa mucho. Como no importa demasiado en distritos cosmopolitas como la CABA, crisol de razas. “Unos comicios consisten en que el pueblo se devora a sí mismo, se muerde la cola, y al final no sabe si ha ganado o no” (ironiza Umbral sobre los espejismos de campaña).
El larretismo confía en que un triunfo de Pullaro completará un itinerario que comenzó en San Luis, adonde escuchó que el ganador Claudio Poggi -sepulturero de los Rodríguez Saá- pidió el voto para Horacio en la noche del triunfo. Lo mismo escuchó en San Juan de Marcelo Orrego -verdugo de los Uñac-Gioja-.
Si el domingo próximo gana Pullaro en Santa Fe, sólo le quedará esperar el resultado de la ruleta que ya gira en Córdoba. El domingo siguiente, 23 de julio, se elige intendente de la capital y tiene todos los boletos jugados en favor de Rodrigo de Loredo. Es un desafío feo porque la mejor elección del nuevo gobernador, el schiarettista Martín Llaryora, lo obtuvo en la capital provincial.
La esperanza está en poder dar vuelta esa tendencia, que se atribuyó al anti-juecismo de la ciudad. Larreta estuvo esta semana en Córdoba haciendo sutura y terapia tras su desliz al pronunciarse en favor de una alianza con Juan Schiaretti. Recompuso relaciones con todo el arco radical local, que se resintió con aquel anuncio. Ahora esconde en la discreción otra afirmación que se le atribuye: después de las elecciones de la capital cordobesa, Schiaretti se baja de su candidatura presidencial.
Cualquier resultado, gane o no su peronismo cordobesista en la ciudad, le servirá como pretexto. La confianza del larretismo nace de la percepción que tiene sobre su triunfo en las PASO en la provincia de Buenos Aires, de la mano de Diego Santilli (se oye un silencio a gritos).
Estas escaramuzas solapadas son más importantes que el tono y el color de los mensajes que van a estallar desde este domingo, día de arranque de las campañas en los medios audiovisuales. La oposición dio una prueba de su control de la agenda en la última milla de este gobierno. Fue con el alarde de conducción de alguien que no está de campaña, Mario Negri, entregado ya a la ceremonia de los adioses de la banca y la jefatura de la oposición en el Congreso.
Arrastró al oficialismo en un debate, que ganó, para ponerle fecha al tratamiento de una reforma de la ley de alquileres. Logró, con ingenio estratégico, que el 23 de agosto todos los bloques, salvo el FdT y la izquierda, den quórum para el tratamiento de una norma que mortifica a las clases medias.
Así, se probó que la vanguardia de los temas está en manos de la oposición, que juega como si ya hubiera ganado las elecciones. También, que el oficialismo se quedó sin discurso para los sectores medios que deciden las elecciones. Una señal de derrotismo que pone en acción los vaticinios de Cristina de Kirchner sobre que el peronismo perderá las elecciones.
Si no tenés una fórmula sobre alquileres es que no tenés discurso ganador. El tema es la bisagra del debate político de este turno electoral. El peronismo se ha negado a tratar el tema porque no encuentra consenso interno en torno a la oportunidad o la necesidad de mantener o aumentar las regulaciones de los alquileres.
«El dictamen de mayoría no plantea ninguna modificación central a la Ley de alquileres (27.551) -que fue sancionada propuesta del macrista Daniel Lipovetzky para un país en el que no habría más inflación- sino que realiza modificaciones cosméticas que no avanzan sobre el fondo de la cuestión. El dictamen de minoría (JxC + Interbloque Federal) propone modificaciones al plazo y a la cláusula de ajuste», sintetiza la diputada Graciela Camaño, otra que sabe todo, pero que también se va de la Cámara.
Avanzar o no en regulaciones de ese mercado -la vivienda lo es, además de un derecho- expresa el cuerpo doctrinario del peronismo y sus amigos. La oposición, en cambio, sostiene en su dictamen de minoría, una desregulación moderada del negocio. Piensa más en soluciones de mercado en manos del público. De eso se trata este turno electoral.
La tendencia hacia una economía más abierta, desregulada, con menos subsidios, con racionalidad fiscal y sin déficit, es el estatuto que unifica a todas las candidaturas presidenciales con chances. Es la señal de estas elecciones, una consagración del pensamiento único, que no es otro que el que sostuvo Cambiemos en 2015 y al que se han plegado los principales protagonistas de estas elecciones.