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29 octubre, 2025

Del hipertexto a la inteligencia artificial: viajes por la literatura digital

La literatura digital no consiste en trasladar un libro a una pantalla, como ocurre con los libros electrónicos. Es un laboratorio artístico donde texto, imagen, sonido e interacción se entremezclan. En la década de 1950, los primeros ordenadores ya comenzaron a despertar la imaginación de personas que empezaron a experimentar buscando la cooperación del ser humano con las matemáticas, las ciencias y la creatividad.

Por Yolanda De Gregorio Robledo, Universidad de Cádiz*

Ya en 1952, Christopher S. Strachey desarrolló un programa de ordenador denominado [Love Letters](https://www.gingerbeardman.com/loveletter/): generaba cartas de amor, mostrando cómo las máquinas podían crear.

Hoy, la irrupción de la inteligencia artificial (IA) continúa este viaje en el que la tecnología impulsa nuevas formas de expresar y contar.

Diffracted Hemispheres, una muestra de arte digital interactivo.
© Jason Nelson.

Cuando el código empezó a rimar

Poco después de aquellas cartas de amor automáticas, el filósofo y poeta alemán Max Bense animó al informático Theo Lutz a desarrollar un programa capaz de generar versos a partir de cálculos probabilísticos, al que llamaron Stochastische Texte(“Textos estocásticos”, 1959).

Los poemas estocásticos de Theo Lutz.
Theo Lutz.

A partir de 1960, la poesía aleatoria se transformó en un terreno de experimentación, como muestran algunos ejemplos: I Am that I Am (1960), de Brion Gysin, Tape Mark Made (1961), de N. Balestrini, o La Machine à écrire (1964), de Jean Baudot. En esa misma década, los poetas concretos y visuales emplearon los ordenadores como una herramienta para experimentar con la materialidad del lenguaje, creando versos y representaciones gráficas estáticas y animadas.

La máquina comenzó a convertirse en un cómplice creativo que mostraba que el acto de escribir podía ser también un diálogo con la tecnología, capaz de ampliar lo que se entendía por “escritura”.

Una lectura laberíntica, el hipertexo

Si la poesía generativa mostró cómo se podía experimentar con los ordenadores, el hipertexto abrió la literatura a una nueva forma de leer, no lineal. Gracias a la mayor accesibilidad de los ordenadores personales y el desarrollo de software que ayudaban a crear textos hipertextuales, en las décadas de 1980 y 1990 se publicaron importantes narraciones hipertextuales, donde los enlaces desplegaban la narración más allá de una única línea narrativa.

El lector ya no avanza de la primera a la última página, sino que va escogiendo la ruta a seguir a través de los hiperenlaces. Entre los ejemplos más influyentes están Afternoon, a Story, de Michael Joyce, publicada en 1990, y Patchwork Girl (1995), de Shelley Jackson.

Estas obras desafiaron la noción de relato cerrado y lanzaron la posibilidad real de que la literatura saliera de la forma impresa hacia formas narrativas inéditas. Con el clic, se pasaría a una mayor participación por parte del lector.

Cuando la palabra empezó a moverse

Con el inicio del nuevo siglo, internet llegó a muchos hogares y los ordenadores personales se volvieron más potentes y económicos. Programas como Flash pusieron al alcance de los artistas nuevas herramientas. Con una programación sencilla, permitían combinar texto, imagen y animación.

En este nuevo contexto, la literatura ya no se limitaba a la página o al hiperenlace. Se permitió al lector convertirse en una parte activa de la experiencia, al ser las obras animadas e interactivas. Ejemplos significativos son Birds Singing Other Birds’ Songs (2001), de María Mencía, que fusiona la poesía concreta tipográfica con la experimentación sonora, y Fitting the Pattern (2008), de Christine Wilks, quien a través de la metáfora de la costura invita al lector a coser un patrón de memorias.

Estos años se caracterizaron por la proliferación de obras digitales en la red, donde programar, escribir y leer se entrelazaban.

Cuando la literatura trabaja con la IA

Pronto, el avance tecnológico incorporó a un nuevo actor, que entró con fuerza, capaz no solo de animar textos, sino de generarlos. Artistas como Jason Nelson, con sus obras que combinan el juego, el texto y una estética caótica, o Alinta Krauth, que explora la interacción entre humanos, máquinas y otros seres vivos, muestran la diversidad de la literatura digital actual.

Mechanical Treehouse.
©Alinta Krauth y Jason Nelson

Estos autores utilizan la IA para ampliar sus posibilidades creativas. En el caso de Alinta Krauth, los modelos de aprendizaje automático permiten reconocer e interpretar sonidos de animales, como en The (m)Otherhood of Meep. Por su parte, Jason Nelson genera movimiento e imágenes nuevas a partir de una inicial, como en [Mechanical Treehouse]. Otros, como David (Jhave) Johnston, emplean órdenes o prompts para generar junto a la máquina diferentes obras artísticas, como vídeos, imágenes o animaciones.

Son artistas que, desde los años 1960 hasta la actualidad, se han beneficiado y han experimentado con las posibilidades que la tecnología les ofrecía. Hoy, en la mayoría de las ocasiones, la IA es empleada como una herramienta de trabajo o una colaboración que les acompaña en la exploración de nuevas posibilidades y horizontes creativos.The Conversation

 

*Yolanda De Gregorio Robledo, Profesora del área de Filología Inglesa, Universidad de Cádiz
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.