14 agosto, 2023
De acuerdo a un hallazgo de investigadores de la Universidad Memorial de Terranova de Canadá, ciertos alimentos activan en el cerebro el «círculo vicioso» que lleva a las personas a comer más de lo que necesitan.
Esta investigación llegó a la conclusión de que existe una relación entre la inflamación del hipotálamo, una parte del cerebro que regula el balance de energía y la sensación de hambre, y el consumo de dietas altas en grasa. “Las dietas con mucha grasa pueden dar lugar a un círculo vicioso difícil de detener”, publicaron en la revista PNAS.
Sin embargo, no todas las grasas provocan este fenómeno. Las grasas saludables, como las incluidas en la palta, los frutos secos o el aceite de oliva son recomendables en un plan de alimentación saludable en las porciones recomendadas. El problema está en la ingesta excesiva de alimentos ultraprocesados con altos niveles de grasas industriales.
“Esos alimentos producen una inflamación del hipotálamo que incrementa el apetito hasta niveles que nos hacen comer más de lo que necesitamos y que ganemos peso”, detallan los autores del trabajo, aunque aclararon que “la inflamación de esa región del cerebro también se asocia con enfermedades como la anorexia y otras que producen pérdida de peso”.
El equipo encabezado por Michiru Hirasawa dio cuenta de que las dietas ricas en grasa hacen que la prostaglandina E2 (PGE2) active en el hipotálamo la hormona MHC, que hace que las personas sientan apetito.
Por esta razón, este fenómeno podría explicar el aumento de peso y, en otros casos, el adelgazamiento excesivo. En una concentración elevada produce una inflamación intensa y la PGE2 quita el apetito, pero si la concentración es menor, lo incrementa.
Los investigadores utilizaron modelos animales para encontrar cómo se regula esa relación entre la inflamación y un apetito desordenado. Para ello probaron modificando genéticamente a los ratones que participaron en el estudio, les eliminaban los receptores de esta prostaglandina en las neuronas MHC, y los animales quedaban protegidos frente a la obesidad o el hígado graso que provocaba la inflamación del hipotálamo vinculada por una dieta con mucha grasa.
Para Hirasawa no es fácil predecir “el resultado de una inflamación, porque la intensidad baja o alta es relativa, puede ser aguda o crónica e involucrar a muchos órganos, células y moléculas diferentes”.
Sin embargo, Hirasawa aclaró que “reducir la inflamación puede aliviar ambos síntomas». “Por ejemplo, la dieta mediterránea es antiinflamatoria y se sabe que ayuda a reducir peso en personas que tienen sobrepeso u obesidad. Aunque también es esencial ser selectivos con la forma y el momento en que se utilizan tratamientos antiinflamatorios, ya que la inflamación también es necesaria para nuestro funcionamiento diario, por ejemplo, curando heridas o combatiendo infecciones”.
Por último, Hirasawa cree estos avances “pueden llevar algún día a tratamientos para la obesidad”. Para ella, “el conocimiento del mecanismo que arranca con la ingesta de comidas grasas y causa una inflamación que incrementa el apetito permitiría desarrollar tratamientos que empleen esa diana”.
Someter a las personas a la modificación genética a la que se sometieron los ratones en el estudio publicado en PNAS no es viable porque la PGE2 tiene muchas otras funciones, aparte de inflamar el hipotálamo y dar hambre. Y si bien la experta reconoció que “es de esperar que los tratamientos que bloqueen este mecanismo tengan un efecto antiobesidad”, concluyó que “es crítico identificar posibles efectos secundarios y poner a prueba su seguridad antes de utilizarlos”.
*EP/RB CP