Con Xi Jinping convertido en el nuevo Mao tras su confirmación en el poder en el XX Congreso del Partido Comunista de China, el subcontinente se pregunta: ¿en qué podría cambiar la política de ese país frente a la región en términos económicos, geopolíticos y hasta bélicos?
Por Carlos Gutiérrez Bracho*
En una ceremonia monumental, muy al estilo de Beijing, Xi Jinping asumió a los 69 años su tercer período como secretario general del Partido Comunista de China (PCCh). Lo hizo en medio de un escenario político de culto a la personalidad y con un politburó que no garantiza relevo generacional, ya que todos los miembros son hombres mayores de 60 años. Para muchos, la era de Xi es un nuevo capítulo en la historia contemporánea de China: él tiene ya un poder que no se había visto desde la época de Mao Zedong.
Y la semejanza va más allá de los aspectos políticos. Desde 2017, el pensamiento de Xi es el principio rector del partido, se encuentra inscrito en la Constitución, y los chinos lo deben estudiar obligatoriamente desde la primaria. Un detalle que recuerda al famoso Libro Rojo, que todos los escolares debían recitar con el pensamiento de Mao en medio de la Revolución Cultural.
Justamente, para terminar con ese culto a la personalidad, desde los años de Deng Xiaoping, el gestor de la China moderna, se había limitado la permanencia en el poder a dos períodos consecutivos. Pero, aunque por esa causa la reelección de Xi ha sido muy criticada, en el fondo responde a una tradición ancestral. Y es que en China existe la creencia milenaria “de que la sociedad ideal es la gobernada en una persona en una estructura súper jerárquica”, explica Daniel Lemus, académico del Tecnológico de Monterrey.
En su filosofía, Xi Jinping también retoma un concepto clave de la doctrina confuciana para la gobernabilidad del mundo: Tianxia o “todo bajo el cielo”, con el fin de crear una comunidad de destino compartido para la humanidad, según analiza Georgina Higueras, directora de #ForoAsia.
Como apunta Higueras en un texto titulado “China: todo bajo el cielo”, Xi busca alcanzar una “suerte de poder omnímodo, que encarna los valores ético-morales chinos” y resaltar los valores ancestrales de “paz, estabilidad y orden, frente a los occidentales de democracia y derechos humanos”. Con ello, dice, “China se ha volteado sobre sí misma para retomar el papel de promotora de gobernanza global”, con el fin de encarar los nuevos retos del mundo contemporáneo.
#ENVIDEO | Durante la inauguración del XX Congreso del Partido Comunista de #China🇨🇳 #PCCh, el presidente #XiJinping instó a luchar unidos para construir un socialismo moderno con características propias pic.twitter.com/6nSshjL6NA
En medio de esos grandes designios, su presencia en América Latina y el Caribe es cada vez más significativa, porque aquí “ha llegado para quedarse”. Lo expone la académica de la Beijing International Studies University, Madelein Carolina González, en un artículo publicado en la revista académica De Gruyer.
Los lazos entre las naciones latinoamericanas y la República Popular China provienen de finales de la década de 1970, pero comenzaron a crecer desde principios de este siglo y se fortalecieron desde la pandemia de la Covid-19. “Han encontrado un nuevo rumbo de desarrollo, con más oportunidades de crecimiento y de beneficio mutuo”, dice González.
Frente a este contexto, surge una pregunta inevitable: ¿qué implicaciones tendrá para América Latina y el Caribe la continuidad de Xi Jinping en el liderazgo chino? Para contestar esta interrogante, primero hay que entender qué significa este nuevo periodo para China. Se trata de una apuesta del PCCh por alcanzar un “liderazgo estable”, como refiere Higueras, en una “fase conservadora de acumulación de poder”, en la que el partido critica lo que considera “los populismos que genera ‘el individualismo pernicioso’ de las democracias occidentales”.
Se consolida como el gobernante con mayor poder después de #Mao "Agachen la cabeza y trabajen duro", insta al pleno del Congreso. Se pueden obrar milagros más grandes en esta era, asegura.https://t.co/gcNGLGowTkpic.twitter.com/C4IDwy0q2G
En este contexto, la presencia de Xi ha sido fundamental. Ascendió como secretario general del PCCh y presidente de la Comisión Militar Central en 2012. Una de sus acciones más importantes fue una campaña anticorrupción al interior del PCCh, que sancionó a más de un millón de funcionarios de todos los niveles.
En su libro biográfico, el académico de la Universidad Huron, Alfred L. Chan, asegura que la reputación del gobernante suele ser controvertida y frecuentemente las opiniones no chinas sobre él tienden a ser negativas y exageradas. Se dicen muchas cosas, desde que tiene una ambición sin límites y hasta que es altamente intolerable a que le lleven la contraria. Tampoco falta quien lo compara con Stalin.
Para Miguel Ángel Urrego, investigador de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Xi ha garantizado la estabilidad política y económica de China, con especial interés en su política exterior y en crear alianzas estratégicas con las naciones de América Latina y el Caribe. “China es un socio comercial ideal porque tiene un enorme mercado, demanda muchísimas materias primas, genera préstamos, proyectos de inversión, etcétera. Es una fuente de recursos nueva para América Latina, y por esa razón hay un beneficio mutuo, entre comillas, en las nuevas relaciones comerciales”.
González encuentra que Xi ha fomentado una “política exterior proactiva” con Latinoamérica y el Caribe. Por su parte, las naciones de este subcontinente “encontraron un destacado socio y prestamista”, describe. De esta manera, “Latinoamérica se convirtió en el principal destino de inversión de China”. Actualmente es el principal socio comercial de Brasil, Chile, Uruguay, Argentina y Perú, además de que tiene acuerdos de libre comercio con este último país, así como con Chile y Costa Rica.
En 2015 se estableció el Plan de Cooperación China-CELAC (2015-2019), que establecía estrategias para el desarrollo económico, comercial y cultural que permitieran “aumentar el intercambio comercial entre China y los países latinoamericanos y caribeños hasta alcanzar los 500 mil millones de dólares”, se lee en el análisis de González.
No obstante, como advierte Daniel Lemus, en su política exterior China ha tenido la intención de fortalecer la imagen del Partido Comunista “como un elemento efectivo para brindar a los ciudadanos chinos lo que necesitan”; principalmente, busca garantizar el abasto de recursos naturales y energéticos. Ello ha provocado que, sobre todo en Sudamérica, se esté repitiendo un modelo neoextractivista, donde China importa de los países latinoamericanos materias primas no procesadas y a cambio estos reciben insumos chinos procesados.
“China sí ha ganado mucho espacio en América Latina y una de esas características ha sido, precisamente, que se profundizó o se ayudó a desarrollar el extractivismo o el neoextractivismo”, confirma, por su parte David Cruz, investigador de la asociación colombiana Ambiente y Sociedad. Así mismo, señala que en estas actividades se ha descuidado el impacto en el medio ambiente y en los derechos humanos.
Otra razón de la mayor presencia china en el subcontinente es el arribo de nuevos gobiernos de izquierda y centroizquierda, así como la pérdida de influencia estadounidense. En un texto sobre los efectos de la política exterior de Estados Unidos y de China en América Latina, el académico argentino Gonzalo Ghiggino, sostiene la tesis de que Estados Unidos perdió liderazgo global “por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial”.
China ha aprovechado ese vacío para posicionarse como una mejor opción para hacer negocios y fomentar las inversiones. Según Ghiggino, la crisis sanitaria provocada por la pandemia resultó fundamental, y es probable que “los países de América Latina tengan más confianza en Beijing que en Washington”. Lo anterior, por cuanto la voluntad de cooperar del primero contrastó con la falta de solidaridad del segundo en los peores momentos de la emergencia sanitaria. Asimismo, considera que China tiene mayores posibilidades de impulsar las economías latinoamericanas hacia la recuperación.
Por su parte, González señala uno de los nuevos proyectos chinos en Latinoamérica: el de “Cooperación práctica 1 + 3 + 6”, que busca “crear una planificación unificada entre China, América Latina y el Caribe” y que prioriza seis áreas: “infraestructura, tecnología informática, cultura, industria manufacturera, energía y recursos, innovación científica y tecnológica”.
En este contexto, la reelección de Xi no es un tema menor para América Latina. Sandra Zapata, investigadora de la Universidad Friedrich-Alexander Erlangen-Nürnberg, en Alemania, recomienda prestar atención a las políticas exteriores chinas en los próximos meses. “Posiblemente se va a ver más acumulación y centralización de poder en Xi y las decisiones no serían las de Beijing, sino las de Xi, las del líder, y eso cambia sustancialmente el tablero de análisis internacional”, sostiene.
Por lo pronto, no se vislumbra un enfrentamiento entre Estados Unidos y China por conquistar el mercado latinoamericano. Sin embargo, en un hecho anecdótico pero significativo, un grupo de congresistas estadounidenses se reunió recientemente con el presidente colombiano Gustavo Petro, y le advirtió que el exceso de amistad con China podría salir caro. Un precio que se haría peligroso por el riesgo de conflicto si China invade Taiwán, como muchos indicios hacen temer. Si eso ocurre, analiza Zapata, América Latina tendrá que “definir sus alineamientos con China, que es la potencia emergente, o seguir con Estados Unidos y pensar estratégicamente cuáles van a ser sus vinculaciones con estos dos actores globales”.