31 octubre, 2025
La derrota electoral dejó al espacio en modo reflexivo. El rol de los intendentes y por qué festejó Cristina. Máximo Kirchner, cuestionado.
Por Rodis Recalt*
La escena más elocuente del estado actual del peronismo fue el gesto de Máximo Kirchner cuando en el discurso de la noche electoral el gobernador Axel Kicillof agradeció a los intendentes. En ese momento, el hijo de la ex presidenta levantó las cejas en un claro gesto de que ese agradecimiento era, por lo menos, “opinable”. A esa hora, con el resultado puesto, volaban los reproches entre el líder de La Cámpora y los intendentes por la derrota. +
Las últimas elecciones mostraron que el caudal electoral peronista en la provincia de Buenos Aires sufrió una evidente merma con respecto a los comicios de septiembre, cuando soñaba con “ponerle un freno a Milei”. La comparación es demoledora: el peronismo perdió 261 mil votos, mientras que Milei creció del 33 al 41%. Y lo que es más revelador: subió la participación electoral del 61 al 68%. En ese 7% adicional, las interpretaciones de los analistas dicen que la gente no sufragó con esperanza, sino que se sumaron más votantes por temor a la espectacular elección que había hecho el peronismo en septiembre, cuando desdobló. Es decir que, mientras el peronismo prometía freno, en la provincia de Buenos Aires votaron acelerador.
Según Cristian Buttie, de CB Consultora, ese 7% votó con la lógica del “mal menor”, lo que en términos prácticos se traduce en: “No voté a Milei, voté contra Cristina”. Esa ecuación también explica por qué todas las maniobras de disimular continuidad como renovación –Scioli, Alberto, Massa– fracasaron. El truco ya no funciona. Para una parte del electorado, todos los caminos –incluso Kicillof– conducen a Cristina. Y eso es lo que intentan evitar.
El cristinismo insiste con agitar el “riesgo Milei” como forma de unidad, pero el votante responde más ante el “riesgo K”. En esa dinámica, Cristina se volvió funcional a la lógica polarizante de los libertarios. Milei la necesita: es su enemiga perfecta. Y la maquinaria kirchnerista, lejos de advertir el fenómeno, insiste en repetir el relato de años anteriores. La sociedad se mueve, el discurso no.
Antecedente. La interna estalló con el desdoblamiento de elecciones. La decisión de Axel Kicillof de adelantar los comicios bonaerenses ya había encendido la mecha y, por lo tanto, el festejo de CFK bailando en el balcón tras la derrota fue leído como una celebración del fracaso del gobernador más que del aguante.
El resultado fue un fuego cruzado entre supuestos herederos. Kicillof, que intenta construir poder propio desde la gestión, se enfrenta con una estructura de lealtades que todavía responde a Cristina. Mientras tanto, Máximo Kirchner mantiene el control del PJ bonaerense, pero no logra traducirlo en un liderazgo real. Esta semana aparecieron carteles anónimos en varias provincias pidiendo «que devuelvan el PJ a los peronistas», lo que refleja que el malestar está extendido.
Mientras tanto, figuras como Sergio Massa o Juan Grabois intentan sostener algo que ya se volvió inmanejable. Massa se mueve con un perfil bajo y Grabois como el outsider del peronismo. Pero ninguno logra generar un discurso con capacidad de acumulación.
Lo judicial también juega su parte. Cristina Kirchner enfrenta al menos veinte causas abiertas y está en la etapa más avanzada del proceso de desgaste. Su figura sigue generando rechazo en amplios sectores. Más que candidata, es una referencia de resistencia. Su continuidad bloquea cualquier intento de renovación dentro del peronismo, porque desafiarla tiene un costo que nadie está dispuesto a pagar. El propio Alberto Fernández quedó aislado en su rol presidencial.
Hoy el peronismo vive entre el dogmatismo y el oportunismo. Sin autocrítica, ni revisión. Solo un aparato que se niega a soltar. Incluso los jóvenes que fueron su marca distintiva –La Cámpora– hoy están más preocupados por sobrevivir que por construir futuro.
Ni siquiera la abstención los conmueve. El 35% de los votantes votó en blanco, nulo o no fue. Es el porcentaje más alto desde 1983. Ese vacío, por ahora sin dueño, podría transformarse en un nuevo actor político. La política tradicional aún no lo percibe.
El peronismo parece haber quedado atrapado entre dos minorías intensas: el kirchnerismo residual y el mileísmo ascendente. Ninguno tiene mayoría social. Pero uno tiene el poder, y el otro, la historia. En el medio, una mayoría silenciosa que no sabe –o no quiere– elegir. O tal vez simplemente esté esperando que el peronismo deje de gritar y vuelva a escuchar.