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23 octubre, 2025

Voto bolsillo vs. voto ideológico, una elección que esconde tres batallas

Las urnas, entre la economía real y la pasión política. Lo que las elecciones del 26 de octubre anticipan del 2027: el vínculo Milei-Macri, a qué juega Provincias Unidas y el peronismo.

 Por Pablo Ibáñez*

El domingo, Alberto “Bertie” Benegas Lynch llamó diez veces a Oscar Zago. No pudo hablar. El libertario, flamante presidente de la Comisión de Presupuesto en reemplazo del sospechado José Luis Espert, se entregó a la ciclópea tarea de juntar contra reloj a una docena de diputados para una reunión tempranera el lunes, estratégicamente armada 6 días antes de la elección y sin delegados del peronismo de Unión por la Patria (UxP).
La destreza, a veces, se nota en los detalles: Benegas Lynch tenía agendado un viejo teléfono del diputado del MID, porque a éste se lo robaron y lo cambió. No se le ocurrió pensar que, así como algunas familias entran en crisis porque no se pueden comprar una segunda lancha, Zago podía tener dos teléfonos. Al final lo resolvió Martín Menem y el MID; vía Eduardo Falcone, dijo presente. Si no, ese bloque quedaba sin invitación.

Bertie en la batería

Más de diez diputados se sentaron con Menem, el secretario de Hacienda Carlos Guberman y el vicejefe José “Pochi” Rolandi, el protegido de Nicolás Posse que sobrevivió al exilio y ahora está contenido en el dispositivo de Guillermo Francos. Estaba, claro, Benegas Lynch, a quien en la Cámara reconocen, sin velos, como poco entrenado en la tarea legislativa que, hasta acá, ejercitó menos que la percusión.

Presupuesto prorrogado T.3

Guberman, un soldato caputista, arrancó mal y planteó que estaba ahí casi como para hacerle un favor a los diputados y porque, en verdad, la Casa Rosada y el Palacio de Hacienda creen que tienen Presupuesto. “Legalmente”, especificó. Se refería a la prórroga, por segunda vez, de la ley votada en 2022. La interpretación lineal fue que Guberman avisó que la decisión última del gobierno es que el proyecto no se trate y volver a prorrogar.

Como le saltaron a la yugular tuvo, rápido, que pedir disculpas. Pero, casi al instante, volvió a cometer otro error: quiso hablar de los datos del presupuesto, las variables contables, proyecciones y numerologías.

–Mire Guberman, acá no vinimos para hablar de temas contables. Vinimos para mostrar voluntad política. Sería un buen gesto de ustedes que venga a la Cámara el ministro Caputo a explicar el proyecto.

–Pero si nosotros estamos acá para explicar lo que quieran –dijo Guberman.

Zafó de una respuesta hiriente de Miguel Ángel Pichetto, un político de la vieja escuela, pero le saltó Falcone con el mismo reproche: la reunión era para mostrar intenciones de diálogo y no para escuchar un rosario de estimaciones de Guberman a quien, por ser un técnico, se le perdonan los derrapes en la conversación política. Un esfuerzo extra para Martín Menem que quiere dar buenas señales de racionalidad mientras teme que todo confluya en darle volumen a la embestida para correrlo de la jefatura de Diputados.

La intriga del día después

La distracción de Benegas Lynch y los tropiezos de Guberman reflejan que, aun con errores –o comportamientos– infantiles, el Gobierno todavía encuentra en un sector opositor, como el de Pichetto, el MID, algunos provinciales y las distintas graduaciones de UCR, socios dispuestos a charlar. Martín Tetaz fue muy explícito cuando planteó que están dispuestos a votar casi cualquier cosa, con tal de que haya presupuesto.

Hizo un pedido mínimo: que no se incluya en el presupuesto esa cláusula que disponía el proyecto 2024 según la cual si había ahorros, en vez de destinarse a fines como la educación, la salud y obra pública, se anotarían exclusivamente para ampliar el superávit. Menem pudo mostrar –aunque en estos días todo es efímero– que hay un scrum de diputados dispuestos a escuchar y a sentarse a charlar.

Es el insumo para pensar el día después que, aun supeditado al resultado del 26-O, ofrece una plataforma operativa. Entre los asistentes se excusaban, después, que no podían no ir porque había sido, en la gestión Milei, un reclamo permanente la discusión del presupuesto. Las intrigas, de todos modos, están al acecho y se magnifican ante la posibilidad de una derrota dura de La Libertad Avanza (LLA) el próximo domingo.

Dos bibliotecas

Milei apostó, en la semana final, a Córdoba y Santa Fe: se enfocó en dos territorios donde el resultado parece abierto y que, como símbolo, podría tener gran impacto si LLA obtiene victorias. Se da por perdida PBA y, más allá de la diferencia, ganada CABA. Triunfo asegurado en Mendoza y, en las cuentas libertarias, pintan violeta Entre Ríos. Primer dato: LLA se nutre en algunos territorios, como el entrerriano, de la división del peronismo.

La fractura peronista se repite en Salta, donde a la unidad entre Juan Manuel Urtubey y Emiliano Estrada se le escapó –quizá con algún combustible extra PJ– Sergio “Oso” Leavy. Hay división, además, en San Luis y en Tierra del Fuego, un problema para Gustavo Melella. La logística electoral –LLA enfrenta sus problemas de fiscalización en PBA, por caso– es un dato anexo de una cuestión estructural que explica porque, sobre el final, Milei apuntó a Córdoba y Santa Fe: salió a buscar el voto ideológico, anti PJ o anti K.

LLA es la oferta no peronista más nítida y puede aspirar, si se miran las elecciones de las últimas dos décadas, a seducir a entre el 37 y el 42% de los votantes. En la elección del 7 de septiembre, eso no ocurrió y LLA, luego de absorber al PRO, terminó en un modestísimo 33%. Primó, en un territorio hostil como es la provincia y, sobre todo el conurbano, el voto bolsillo producto de un deterioro económico sostenido.

La matemática electoral creativa que intentó el gobierno al sumar el “voto popular”, que le permitía juntar los datos de 24 provincias de LLA versus solo 13 o 15 de Fuerza Patria, con el inocentón objetivo de mostrar una victoria, repite la misma variante: confrontar con el peronismo, buscar el voto antiperonista histórico, una apuesta al voto ideológico que antes no estuvo, no al menos en el sentido de la grieta clásica, en la lógica de Milei.

La raíz del desencanto

La consultora Equilibra de Martín Rapetti analizó los indicadores sociales de la era Milei, determinó que no hubo ni V ni pipa de Nike en el comportamiento económico, pero halló otra figura: el símbolo de la raíz cuadrada. Dibuja, acierta Equilibra, una caída brusca, un rebote parcial y luego un amesetamiento. A partir de esa gráfica, define el estudio como “La raíz del desencanto” y la expone como un potencial predictivo de la suerte electoral del gobierno.

Con datos que llegan hasta julio, Equilibra toma un universo de 14,5 millones de argentinos que reciben ingresos de manera formal –asalariados privados, públicos y jubilados– y proyecta que, en promedio, sus ingresos están 6 puntos abajo respecto a noviembre de 2023. Varía, claro, por segmentos con una mejor performance para asalariados privados y, muy abajo, los públicos nacionales (no tan mal los provinciales).

Pero, y acá está parte del hallazgo analítico, Equilibra compara la variable salarial de la era Milei con lo ocurrido, ocho años atrás, con Mauricio Macri. La comparativa es interesante porque Cambiemos, el oficialismo en 2017, ganó la elección con 42% a nivel nacional y atravesó, como Milei, un proceso de ajuste, devaluación y golpe sobre los salarios. Macri llegó al 2017 con la economía rebotando, Milei no.

En 20 meses de gestión libertaria, la pérdida acumulada de ingresos equivale a 2 meses. En el mismo período, con Macri fue de 1,2. El gráfico que presenta Equilibra –que agrega, además, la variación en el Índice de Confianza del Gobierno (ICG), cifra que presenta la Universidad Di Tella sobre datos de Poliarquía– muestra que Milei llega, al menos respecto a salarios e ICG, con una tendencia negativa, muy diferente a la de Macri.

La gran pregunta para consultores y campañólogos es cuánto del 56% de los votos de Milei en el ballotage de 2023, que se replicaba en indicadores de aprobación o buena imagen en el orden del 50% –al menos hasta hace tres meses, en los que comenzó una caída que coincide con que los salarios dejaron de recuperarse– tendrá incentivo para ir a votar, para estirarle el apoyo al gobierno, mientras su propia economía está deteriorada.

Las otras batallas de las elecciones

El 26-O, al margen y en paralelo a la disputa electoral principal, se despliegan otras tres batallas que operan como anticipo de lo que puede venir de cara al 2027.

Milei-Macri. Muy devaluado, con el partido caotizado y reducido a aspiraciones personales –como la obsesión de Fernando De Andreis por ser diputado por CABA– el jefe del PRO ve renacer sus chances de influir en un mal resultado de LLA. Sus pretensiones chocan, hasta acá, contra la doble Nélson que le hacen Karina Milei y Santiago Caputo, en esa unión para impedir que Macri logre meterse en la mesa chica de las decisiones. Macri, per se, vale menos que lo que parece: solo le queda un puñado de diputados y los dirigentes de más peso –de Ritondo a Santilli, a Frigerio o a “Nacho” Torres– ya se autonomizaron y negociarán, o romperán con Milei, sin el arbitraje de Macri.

Provincias Unidas. Con la pretensión de llegar a 10 puntos a nivel nacional, ganar en al menos tres provincias –Corrientes, Chubut y Córdoba– Provincias Unidas (PU) pudo aspirar a constituirse en un tercer actor, aunque no necesariamente eso exprese un tercio del volumen político y electoral. LLA se devoró al PRO y el centro moderado, hasta acá dador de gobernabilidad, tiene un mal antecedente: en 2017, la polarización se devoró al “centro” y tuvieron que negociar, a la baja, con un Macri que quedó empoderado aunque 8 meses después tuvo que ir a pedirle fondos al FMI.

La encrucijada de PU es la siguiente: el rápido deterioro de MIlei, que se agudizaría con una derrota el 26-O, puede darle más chances de regreso al peronismo. Una victoria de LLA puede “forzarlos”, como ocurrió gran parte de estos dos años, a tener que sostener a Milei –porque tienen votos solapados con él, o porque hay puntos de acuerdos amplios– y perder toda identidad propia.

Peronismos. Tras la victoria del 7 de septiembre en PBA, que produjo una conmoción, agudizó la crisis de Milei y revitalizó a todas las tribus del país, el peronismo encara su propia reconfiguración. La victoria –sin sumar casi votos respecto a 2023– tapona la autocrítica pendiente sobre la derrota del 2023 y, en particular, respecto a la fallida administración de las diferencias internas a la hora de gobernar.

¿Vendrá esa etapa, post 26-O? ¿Tiene el peronismo un mecanismo para darse ese debate o, como ocurrió en el pasado cercano, le alcanza para constituirse en oferta electoral competitiva el hecho de ser opositor de una gestión, como la libertaria, que se muestra deficitaria? Hay, además, dos expedientes. El primero es el asunto CFK-Kicillof. El segundo, menos difícil de poner en nombres, refiere a la crisis entre el peronismo ambeño y el del resto del país.

*CC