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5 julio, 2020

Virus: Las reuniones familiares, el principal desafío

¿Dónde está el peligro de un rebrote? El peligro somos nosotros mismos. Es cierto que muchos de los focos tienen que ver con el trabajo y sus condiciones; pero el ocio y nuestra vida personal tampoco están libres de coronavirus. La experiencia europea muestra como las reuniones familiares complican los contagios. Por estos días, la reunión de una familia en Castellón para celebrar San Juan ha provocado ya más de 20 positivos. Y el origen de varios casos localizados en Málaga y Granada también está en un encuentro familiar que tuvo lugar en la localidad malagueña de Casabermeja. Y ni decir del caso de Lugo, donde una comida en A Mariña suma casi medio centenar. ¿Qué se está haciendo mal?

En parte, «es inevitable y está ocurriendo en todos los países, porque el virus sigue ahí», reconoce en declaraciones a Teknautas Jesús Molina Cabrillana, portavoz de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (SEMPSPH).

La única forma de no correr ningún riesgo sería mantener el aislamiento social del confinamiento, pero una vez superada esa fase, en cualquier actividad hay que pensar en tres normas básicas: «separación, mascarilla e higiene de manos».

Sin embargo, el ambiente distendido de un encuentro familiar o con amigos lo complica todo, así que es mejor tomar precauciones.

 

¿Dónde y cómo nos juntamos?

 

Por supuesto, si tenemos los síntomas que se pueden relacionar con el covid —sobre todo fiebre, tos seca y cansancio—, habría que evitar acudir a cualquier tipo de evento y, por supuesto, tratar de organizarlo. Pero cuando no es así y decidimos montar una celebración, la primera pregunta es dónde.

Si algo van dejando claro los estudios y los brotes que se rastrean es que los interiores son aliados perfectos para el virus, así que la recomendación fundamental es que los encuentros sean al aire libre o en espacios amplios y muy aireados.

«El mayor problema son los espacios cerrados con mucha gente», apunta Molina, «si las reuniones no se pueden hacer al aire libre, es mejor que no se hagan». A partir de ahí, hay diferentes niveles: si no disponemos de un espacio completamente abierto, al menos habría que apostar por un patio o terraza y, si no queda más remedio que juntarse en un interior por cuestiones climáticas, que esté ventilado.

Eso significa abrir las ventanas, porque recurrir al aire acondicionado puede ser totalmente contraproducente, salvo que nos aseguremos de que el sistema expulsa el aire de dentro al exterior e introduce aire nuevo de fuera.

Una segunda cosa para disminuir las probabilidades de contagio, también habría que reducir el número de participantes en la reunión y el tiempo.

«Si antes estábamos cuatro horas y ahora lo podemos dejar en dos, quizá evitemos que haya una transmisión efectiva aunque alguien esté contagiado», apunta. Por otra parte, pensando en lo peor, es mejor asegurarse de conocer a todo el mundo, de manera que «si aparece un caso, se pueda trazar rápidamente y acotar el brote».

¿Nos podemos abrazar?

 

Llegamos al lugar convenido, si tenemos que entrar en una casa, es probable que nuestros anfitriones nos pidan cosas como dejar los zapatos en la puerta o que nosotros mismos hayamos adquirido esta costumbre. «Eso no tiene ningún sentido, la fuente de infección no está en los zapatos ni en la ropa, sino en las personas. A veces nos centramos en aspectos absurdos y descuidamos los importantes, como estar cara a cara hablando sin protección», apunta Molina.

Y si la clave está en el contacto personal, ¿qué pasa con los abrazos y los besos? «En la medida de lo posible, si se pueden evitar, mejor.

Es una de las normas más difíciles de cumplir», reconoce Molina, «pero hay que minimizar los riesgos».

En cualquier caso, si no podemos soportar la idea de prescindir del contacto físico con los seres queridos, ‘The New York Times’ ofrece algunas pistas de cómo hacerlo de una forma un poco más segura: habría que usar mascarilla, intentando no tocar el cuerpo de la otra persona con nuestra cara o con la propia mascarilla. No obstante, la investigadora Linsey Marr, del Virginia Tech, explica en ese artículo que la exposición al virus por un abrazo sería muy baja.

 

¿Cómo nos sentamos?

 

Una vez comenzada la reunión, tampoco es fácil mantener las distancias y, como vemos a menudo en las terrazas de los bares, cuando nos sentamos tendemos a olvidarnos de ellas. «Hay momentos en los que te vas a acercar, pero si estamos en una mesa, hay que evitar el contacto frente a frente, es mejor sentarse en diagonal», comenta el científico de la SEMPSPH.

La principal vía de transmisión conocida son las pequeñas gotitas que exhalamos y quedan en el aire, por eso estar cara a cara no es buena idea. Esa dispersión de las gotas ocurre al toser y al estornudar, pero también al hablar, sobre todo si ponemos mucho énfasis: gritar también aumenta la liberación de estas partículas.

Así que es importante conservar la mascarilla todo el tiempo que podamos: «Lógicamente, cuando estás comiendo o bebiendo, hay que quitársela, pero nos la deberíamos volver a poner en otros momentos, como la sobremesa, la idea es disminuir el tiempo de contacto».

Como medida adicional, si hay personas de riesgo y queremos extremar su protección, podrían situarse en la parte más alejada de la mesa o incluso habilitar otra mesa para mantener las distancias lo máximo posible.

 

¿Cómo compartir la comida?

 

A la hora de comer, Gemma del Caño, experta en seguridad alimentaria, recuerda que «el virus no se transmite a través de los alimentos, así que el riesgo no está en la comida, sino en todo lo que hay alrededor». Por ejemplo, «si dejamos un plato a la intemperie y alguien tose encima», o si nos pasamos un rato hablando fuerte, gritando o riendo sobre una fuente que luego vamos a compartir.

A la hora de cocinar, «las normas de seguridad son las de siempre, limpieza de superficies y lavado de manos antes de empezar». Una medida adicional podría ser el uso de la mascarilla en la cocina, pero no hacerlo no tiene por qué implicar un mayor peligro, sobre todo en alimentos que van a pasar por las altas temperaturas de la sartén, la cazuela o el horno, que eliminarían cualquier rastro del patógeno. Después, es mejor que la mesa la ponga una única persona, pero no hay problema en que todos colaboren si todo el mundo se lava las manos.

Eso sí, una vez que empezamos a comer, «tendríamos que evitar compartir bandejas, en lugar de pasarnos el pan es mejor que cada uno tome el suyo». Del mismo modo, en lugar de hacer circular de mano en mano el agua o las botellas, convendría que una sola persona se encargue de servir. Por supuesto, hay que abstenerse de compartir vasos ni cubiertos, y en el caso de los niños pequeños, es recomendable identificar cuál es su vaso.

También debería haber un solo encargado de recoger la mesa. Así, aunque tengamos un invitado que esté infectado sin saberlo, no debería pasar nada por tocar sus platos o cubiertos si la persona que lo hace se lava las manos después. «Solo hay que tener en cuenta que no te puedes tocar la cara y que debes lavarte las manos inmediatamente», comenta.

 

El verdadero riesgo, una incógnita

 

En cualquier caso, la gran mayoría de estas dudas surgen porque en realidad aún desconocemos mucho sobre la transmisión del virus. «Sabemos cuántos brotes hay, pero habría que conocer el número total de reuniones familiares y de amigos que se producen para ver en qué porcentaje desembocan en contagios», reflexiona Molina.

«Sabiendo cómo somos los latinos, me temo que hay muchas celebraciones y, en ese sentido, quizá no sea tan frecuente o tan eficaz la transmisión, pero el problema es que cualquiera de estos casos puede saltar a la comunidad. Mientras el brote esté circunscrito a un grupo de amigos no hay problema, pero esas personas después van a su trabajo o contactan con otros grupos. Eso es lo que puede hacer inabordable la situación», advierte.

 

*EC