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4 diciembre, 2021

Vilar Madruga: «La literatura debe ser siempre una celebración de lo irreverente y lo distinto»

«La tiranía de las moscas» es una novela que se narra desde las voces de tres hermanos que viven oprimidos y clausurados en una familia represiva, delirante y autoritaria, y donde la irreverencia opera como gesto de resistencia.

Por Milena Heinrich
Con una escritura fresca y polifónica, la cubana Elaine Vilar Madruga cuestiona el poder de las instituciones en «La tiranía de las moscas», una novela que se narra desde las voces de tres hermanos que viven oprimidos y clausurados en una familia represiva, delirante y autoritaria, y donde la irreverencia opera como gesto de resistencia: «Para entender una dictadura no hay que vivir precisamente en una, ni experimentar una distopía en carne propia. Basta con cerrar las puertas de una casa», dice la autora.
Elaine Vilar Madruga

Elaine Vilar Madruga.

Febril, despiadada y rebelde, la voz principal que narra este texto es la de Casandra, la «princesa troyana» que antecede en nacimiento a Caleb y Calia, los tres hijos que conviven en esa casa donde manda un padre tirano que se cree un héroe frustrado, y una madre patologizante que tampoco quiere a sus hijos, «una polilla con mucho polvo sobre las espaldas», como la define en algún momento Casandra.

Los tres «retoños» de ese hogar irrespirable crecen como pueden hacerlo «los hijos de los culpables» y resisten la tiranía del afuera y del adentro. Al poder, desde la perspectiva de Vilar Madruga, se lo resiste con un poco de realismo mágico: Casandra, despiadada y feroz, ama a los objetos y los puentes y no oculta su autodeterminación sexual; Caleb, el del medio, provoca la muerte de todo bichito o animalito que se le acerque sin que él entienda bien por qué, y Calia, la más chiquita y silenciosa, tiene un mundo interno que se expresa en dibujos de animales hiperrealistas.

Detrás de esta novela apabullante está Elaine Vilar Madruga, escritora, poeta y dramaturga nacida en La Habana en 1989, elegida por la española Cristina Morales para participar en la colección Editora por un libro, de la editorial Barrett. Esa triple condición marida con las muchas capas que ofrece este libro, que entreteje un relato desde las perspectivas de los hijos para postular una reflexión sobre lo represivo de las instituciones: la familia y el Estado.

Como cuenta la escritora cubana a Télam, la novela «inicia con una voz, y toda voz es el comienzo de una historia. Guiada por ese primer impulso comencé a escribir unos monólogos que eran habitados por su voz. Tenía la impresión de que esos monólogos se convertirían en teatro, que Casandra como ´heroína trágica´ y ´niña terrible´ capaz de predecirlo todo, habitaría en un espacio escénico o teatral; jamás pensé que al final se trataría de una novela».

-T: ¿Cómo interviene la literatura en esa derivación?

-E.V.M: Lo maravilloso es su condición de aventura. Y no hay nada mejor que avanzar un poco a ciegas por el laberinto de una historia y descubrir de repente el lugar preciso donde, hágase la luz, la historia se convierte en una realidad que va más allá de la página en blanco. Llevaba par de años investigando sobre las figuras de los dictadores, las tiranías. Buscaba contrastes y me hacía muchas preguntas: ¿quién o qué es el tirano?, ¿cómo una figura autocrática se comporta en el ámbito de lo privado, de lo familiar?, ¿cuál es el comportamiento del dictador cuando viste su máscara de abuelo, de viejo, de padre? Siempre me ha gustado contar la historia detrás de la Historia. Y que esta sea habitada por personajes pequeños, nimios si se quiere, en apariencia vulnerables, incómodos como las moscas y zumbones como ellas. Personajes moscas dentro del puño del poder. Siempre he creído que el poder puede atrapar y aplastar a muchas moscas, pero no a todas. Siempre hay una mosca inteligente que escapa y luego cuenta la historia, y ya sabemos que quienes cuentan las historias son siempre los vencedores.

-T: Se postula la familia como institución castradora, al menos en esta que «no merece salvación» con un padre que ejerce de manera patética su autoritarismo patriarcal y una madre que desprecia porque pareciera que esas criaturas le demuestran la irrelevancia de su vida. ¿En qué aspectos te interesaba trabajar?

-E.V.M: No me interesan las historias acartonadas y perfectas. Me desaniman, me despintan, me frenan. Hay instituciones en apariencias sagradas e intocables pero, ¿por qué algo es sagrado?, ¿por qué convertimos a alguien en intocable? Lo sagrado aburre. La madre no es sagrada, ni el padre, ni el estado, ni el país, ni el poder, ni la religión, ni el cuerpo, ni la literatura. Lo sagrado existe para que podamos otorgarle movimiento. Si nos guiamos por lo sagrado, entonces somos silenciosos, y si guardamos silencio entonces vivimos en una cárcel. No podemos ser prisioneros de las ideas. Las ideas existen para hacernos libres.

Por otro lado, la familia como institución siempre me ha interesado. Es uno de esos rompecabezas difíciles que no tienen todas las piezas en orden. Hay piezas con errores de fábrica y esas son precisamente las que me interesan: las que no encajan bien, las que son atípicas, las que no se conectan en el «perfecto diseño» que otros han creado. Mi madre, por ejemplo, apenas lee lo que escribo. Le incomoda un poco, supongo. Y eso indica que voy por el camino que yo misma diseñé para mi literatura.

-T: Hay un paralelismo entre lo público y lo privado, demostración de que lo privado en tanto íntimo o personal es, sin dudas, político ¿cómo se unen estos polos ?

-E.V.M: Como es arriba es abajo, y como es a la izquierda, también a la derecha. Estamos cortados por la misma tijera. Los polos no son tan polares sino bastante homocigóticos. El dictador doméstico tiene la misma cara que el dictador de un país, da igual si la represión ocurre de puertas hacia adentro o hacia afuera. Una familia o un hogar pueden ser la perfecta representación de un país en miniatura. Sorprende muchas veces darnos cuenta de con cuántos potenciales dictadores compartimos nuestra vida o nuestro día a día. Algunos incluso nos son queridos. Para entender una dictadura no hay que vivir precisamente en una, ni experimentar una distopía en carne propia. Basta con cerrar las puertas de una casa, o ser un niño, o abrir las páginas de un libro, o disentir de un criterio familiar, o ir contracorriente. Pensar contracorriente es un acto de extremo valor, sea en un país o en un hogar.

-T: Es esa contracorriente donde el libro funciona como celebración arrolladora de la rebeldía: la irreverencia como respuesta política.

-E.V.M: Admiro la resistencia, quizás porque mi fondo humano es muy frágil, muy quebradizo. Creo en la irreverencia como una forma particularmente admirable de coraje. Y en las ideas del cuerpo como herramienta de liberación. Cuando todo esto se suma hay una esperanza de supervivencia, de un mejor mañana. La literatura debe ser siempre una celebración de lo irreverente y lo distinto, una expresión de lo heterogéneo. De lo contrario, la literatura sería un fósil que la corriente arrastra. Lo mismo digo de la vida. Para no fosilizarnos, ni en el plano de las ideas ni el plano de la realidad, se ha de renunciar a lo confortable, al colchoncito de plumas, a la palmada consoladora en el hombro, al apadrinamiento blando. La irreverencia, en el fondo, es la manifestación física de un dolor que se ha transformado en arte.

-T: ¿Por qué la analogía con las moscas, qué dice ese zumbido, ese ruido que incomoda?

-E.V.M: Los escritores somos moscas incómodas. Andamos por todos lados. Husmeamos los rincones. Sacamos a la luz los trapos sucios y nos posamos en ellos de lo más contentos de la vida. Somos insectos peligrosos. Nuestros zumbidos llegan a todos lados. Somos tan insistentes que, si no deseas escucharnos zumbar, iremos hasta tu oreja para decirte aquello que deseamos decir. Las moscas, en esta historia en particular, son criaturas casi divinas, dictan leyes y mueven los hilos de la trama. Hacen justicia. Son mi voz y mi acción que, de alguna manera, se han filtrado en el mundo de lo ficcional.

-T: Incapaces de ser domesticadas, las moscas representan también la tiranía de los adultos y ahí la novela adopta la perspectiva de tres niños ¿qué supone mirar desde estos cuerpos?

-E.V.M: No es un intento de volver a la condición sagrada de la infancia, porque ya comentaba mi opinión sobre lo sagrado o lo impoluto. Es por eso que los cuerpos de estos niños distan mucho de ser sagrados. Casandra usa su cuerpo y su sexualidad como una herramienta de liberación contra el poder represivo de los padres, Caleb destruye cuanto toca, Calia guarda silencio como una forma particular de resistencia. Ellos mismos son mosquitas sin posibilidad de redención ni domesticación: de hecho, no quieren una cosa ni la otra. Muchas veces, los escritores miran hacia la infancia como un particular jardín del Edén perdido. Algunos, incluso, intentan reconstruir ese jardín del Edén desde la escritura. Pero todo eso me parece un despropósito y una pérdida de tiempo. En ese jardín del Edén no solo existen las apacibles flores de la infancia perdida, sino también las espinas.

-T: El texto todo el tiempo está jugando con el realismo mágico. Ese mestizaje juega incluso con la disolución del imaginario de «la normalidad», por ejemplo en la inclinación sexual que siente Casandra por objetos. ¿Cómo entendés esta indagación experimental?

-E.V.M: No se puede ser cubana, caribeña y latinoamericana sin pensar en la realidad como un constructo que tiene más de cuatro paredes. La realidad es siempre mágica, kafkiana, distópica o utópica según el día y, por supuesto, no tiene paredes que la definan. No puedo pensar la literatura de otra manera porque es así como vivo. Esa es mi identidad, que trasciende incluso la identidad de la escritora que soy. ¿De qué otra cosa puedo escribir si la literatura es la expresión más fiel de lo que vivencio? Tengo el privilegio de entender de dolor, de pobreza, de desgaste, de emigración, de mestizaje, de luces, de colores, de fiestas sin fin, de espacios donde confluyen los muertos y los vivos, y todo eso se desboca en mis libros. Soy mis libros. Soy lo que escribo. Y en esa escritura, más que indagación experimental, viajan mi sangre y mi cuerpo.

*AT