10 julio, 2021
En «La niña de sus ojos» el periodista y escritor elige ficcionalizar la vida cotidiana en el Palacio Unzué en los días previos al golpe de 1955 y el odio que se desató después contra todos los que se relacionaro con Juan Domingo Perón.
Por Eva Marabotto
A 66 años del comienzo de la Revolución Libertadora, el escritor y periodista Vicente Muleiro fusiona la historia de la adolescente que convivió con Juan Domingo Perón en el palacio Unzué y la del loro que cantaba la marcha peronista que fue mascota del ex presidente en la trama narrativa de «La niña de sus ojos», una novela que habla sobre la intolerancia, las «fake news» y el odio de clases.
Los materiales de los que parte Muleiro son dos anécdotas documentadas: la del calvario que atravesó Nelly Haydeé Rivas, una joven delegada de la Unión de Estudiantes Secundarios, durante la Revolución Libertadora y la de un ave que había aprendido a silbar la marcha peronista.
Entre esos dos puntos, el horror y el humor transita la prosa del autor, que decide quedarse en el terreno de la ficción y recrear la trayectoria de ambos en un caso como víctima de la furia del nuevo gobierno y en el otro como símbolo de la resistencia peronista.
«Del Palacio Unzué, estrictamente de la planta del Palacio Unzué, no queda nada. Rugientes excavadoras y rencorosas piquetas ascendieron a los trompicones por la barranca con el objetivo fundamental de aniquilar a sus fantasmas por orden del general Pedro Eugenio Aramburu, que detentaba la presidencia», relata el narrador dando cuenta de la furia arrolladora que se desató tras el golpe de 1955 contra Juan Domingo Perón y todo aquello relacionado con su figura. No extraña entonces que la violencia se haya extendido a la jovencita que lo amaba y el loro que lo entretenía cantando aquello de «Los muchachos peronistas».
Muleiro ha publicado, entre otras, las novelas «Sangre de cualquier grupo», «Cuando vayas a decir que soy un tonto» (finalista del premio Planeta 2003), y «Sangre en el viento». Es autor, además, de los libros no ficcionales «El dictador: la vida secreta y pública de Jorge Rafael Videla» (en colaboración con María Seoane), «1976. El golpe civil» y «Los monstruos». En coautoría con Hugo Muleiro, escribió «Los Garcas» y «La clase un cuarto».
Sobre el trabajo de recuperar materiales históricos para transformarlos en literatura y su elección de un tema ríspido tanto para los peronistas como para los antiperonistas, el novelista, poeta y periodista conversó con la agencia Télam.
P: Elegiste un tema que confrontó a Perón con la moral media de la época: su relación con las estudiantes de la UES.
-Vicente Muleiro: Sí. Se trata de una historia que le molestaba a las clases medias y a las clases altas. Molestaba a la moral media del país, como también había molestado la figura de Eva. En ese entonces las actrices eran consideradas directamente como prostitutas y a ella misma la rodeaba una amplia gama de «fake news».
¿Creés que por entonces también circulaban noticias falsas?
-V.M.: Claro. Y eso da cuenta de que la demencia periodística no es un fenómeno actual aunque ahora sea mucho más fuerte. Hay gente que sigue repitiendo las historias de entonces, sobre orgías de Perón sin ningún asidero. Las orgías de Perón fueron una fake news de propaganda política de la derecha. Con los rumores sucede eso, que circulan y no queda claro si existe una historiografía que testimonie si son ciertos o no.
Sin embargo, no te basaste solo en rumores sino que realizaste un arduo trabajo historiográfico
-V.M: No me propuse algo así como registrar una verdad sino trabajar sobre la verosimilitud de la historia. Pero consulté «Amor y violencia», de Juan Ovidio Zavala, sobre la historia de Nelly. También «Las mujeres de Perón», de Araceli Bellota, y ya había leído antes de este caso varias biografías de Perón. Algunas aparentemente neutras, que nunca lo son, y otras empáticas como la de Norberto Galasso. Pero también recuerdo las historias y las leyendas que corrían en mi infancia. Todo eso fue armando «la masa madre» para la novela.
Aún así, después de documentarte en profundidad no elegiste el género testimonial. que ya habías transitado en «El dictador», la biografía de Videla, sino que preferiste quedarte en el terreno de la ficción.
-V.M.: Si, he escrito libros de testimonio histórico periodístico tratando de respetar ciertas leyes que sabemos que tienen que ser respetadas. Pero esta es una ficción y la verdad se va armando de otra manera y se abre a distintas lecturas y a distintos sentidos. Es literatura. Está en ese ámbito donde importa la verosimilitud interna y no la verdad histórica.
¿Cuál es el aporte que la ficción a estas historias?
-V.M.: Sin duda el registro más fuerte tiene que ver con la intimidad cotidiana del Palacio Unzué que está ficcionalizada. Pero además hay episodios que están narrados, que están expandidos. Había solo datos. Por ejemplo, cuando comienza el golpe de 1955 Nelly estaba comprando ropa con una amiga, es el único dato que hay. Llegó y se encontró con la guardia que custodiaba a Perón. Todo su recorrido, los diálogos, forman parte de mi invención, son aproximaciones. Generalmente pasan cosas muy curiosas porque la imaginación termina teniendo moléculas de la realidad que uno no sabía y no podía prever. Pero busqué una narrativa que me permitiese darle la tensión dramática que requería la historia.
Curiosamente, al cruzarse dos historias la de Nelly y la del loro, el tono de la trama va de lo desgarrador a lo tragicómico.
-V.M.: Lo que me permitió darle ese tono «amable» y cierta respiración al texto es la anécdota del loro, que es, precisamente la que me hizo escribir la novela. Yo no la conocía y me la transmitió Pepe Quintana, un periodista del Diario Crítica que tiene 102 años. Él fue testigo de la existencia de un loro que era mascota de Perón en el Palacio Unzué. Además tiene la certeza de que después de la Libertadora se lo llevó el cocinero a Lanús y allá se le escapó y se puso a sobrevolar el barrio hasta que lo atraparon y lo fusilaron en la comisaría. Ese dato también está en el libro de un escritor y actor Luis Longhi «Yo conoci a Perón».
¿Ese loro, sobrevolando el conurbano al son de la marcha peronista, es una condensación de la resistencia que se iba a gestar e iba a multiplicarse durante la Revolución Libertadora y hasta el regreso de Perón?
-V.M: El destino del animalito va en paralelo con el destino de los que participaron en la resistencia así que sí tiene puntos de contacto como víctima de un golpe de Estado anticonstitucional y criminal. Fue un integrante más de esa historia popular que fue la resistencia de la segunda parte de los años 50. Porque en la resistencia peronista hubo conspiradores solitarios, que no estaban organizados, ni siquiera conectados con nadie y que participaban o armaban sabotajes desde su propia necesidad y coraje.
Para contar este entramado de historias que desencadena la Revolución Libertadora elegiste un narrador que la trae a la actualidad al contarla, es el sobrino de aquel cocinero que rescató al loro. No es la voz de la víctima, sino de un testigo privilegiado en el Palacio Unzué…
-V.M: Lo pensé así de entrada para dotarla a la novela de una verosimilitud propia, es alguien que tiene un testimonio directo: su tío fue el que se llevó al loro a la casa y se lo contaron pero por ahí hasta incluso vio parte de la historia. Tengo la ilusión de escribir alguna vez desde un personaje femenino.
Lo que llama la atención en la historia y coincide con las habladurías y las fantasías que aún repiten ciertos sectores es la preocupación de la Revolución Libertadora por la sexualidad de Perón. En los interrogatorios a Nelly eso es bastante evidente…
Fue una estrategia de la Revolución Libertadora. Se agarraron de esta relación entre Perón y esta chica y aprovecharon además para hacer una especie de gran radioteatro perverso por los diarios, las radios, para mostrarlo como un fauno perverso frente a una jovencita inocente. Toda esa acción buscaba instalar a Perón como un malandra delante de todo el país.
Con ese objetivo lo que muestra la novela es que Nelly se convirtió en otra víctima de la Libertadora. Incluso es lo que denuncia su abogado defensor.
-V.M: El abogado defensor Juan Zavala era antiperonista. Era radical y había sido el primer jefe de instituto penales de la Libertadora pero se conduele de la masacre pública que están haciendo con Nelly y que le causa daño incluso en su propio cuerpo porque la llevan a una especie de internado de prostitutas jóvenes, donde la maltratan y llega a pensar en el suicidio. Zavala se ofreció como abogado, gratis, porque le parecía un despropósito lo que estaban haciendo con ella.
¿Creés que esa furia desatada contra Perón se mantiene?
-V.M: Es permanente. leés notas en algunos medios y el deseo es que no exista el peronismo e incluso está latente la ilusión de que no hubiera existido nunca. Eso arrancó con el decreto de Aramburu de 1956 que prohíbe mencionar nombres, tener fotos, íconos, hacer menciones periodísticas e incluso tocar música relacionada con Perón. Es un intento de suprimir la realidad y tiene una fuerza totalitaria inmensa y persiste porque el lenguaje y la sintaxis política que hay entre oficialismo y oposición es la misma: tirar a matar, lograr que no existan. Es lo que pasa cuando un ex presidente dice dice que se mueran todos los que tengan que morir. Esa furia de extinción fúnebre está en nuestras derechas hoy. Son cuadros con un lenguaje muy violento y muy áspero, como si los elementos de la mediación política, que la humanidad consiguió en siglos de evolución ya no les interesaran, como si fuesen precapitalistas, y se vuelve al deseo primitivo: a estos hay que destruirlos.
Aunque enfocás un episodio controvertido de su historia, mantenés distancia respecto de Perón, ni lo condenás ni lo ensalzás.
-V.M: No hago un juicio sobre su comportamiento personal tanto en la relación pasional como en su actitud hacia Nelly. Ni lo condeno ni lo exculpo. Conté una historia posible, los múltiples colores de una vida humana, con sus errores y sus epifanías. No hay por qué andar sacralizando a los personajes históricos. La novelística latinoamericana, si uno piensa en Roa Bastos, Carpentier, García Márquez y el mismo Vargas Llosa, no toma por el camino de la sacralización de los grandes líderes históricos. Siempre la ficción está para decir otras cosas diferentes a la historiografía.