24 julio, 2022
Desopilante o no, el carrusel de escenarios políticos comenzó a girar vertiginosamente y se disemina. Vale atender el nervioso reguero aún como forma de entretenimiento
Por Roberto García
las versiones que soplan:
1-Llega “el momento Ratzinger” para Alberto Fernández, superado por un stress incontenible. Le sugieren recluirse en Olivos como se retiró el Papa anterior a Bergoglio y que el ejercicio de gobierno sea administrado por otra figura. Se queda con la mujer, el bebé y Dylan en la placidez de la residencia, algo así como el último emperador chino en una chacra revolucionaria. No ayuda para ese final la metamorfosis anímica que se le atribuye al Presidente luego de cada jornada, inclusive su tendencia a trasnoches de estudio que lo fuerzan a despertarse cerca del mediodía. Claro, solo los fines de semana. Tampoco el pregonado clima de violencia social inminente, los datos inflacionarios y la curiosa observación de las desventuras del dólar, minuto a minuto, como si fuera un espectáculo continuado, más bien nefasto.
2- Después de frustrados intentos, aterriza Sergio Massa como superministro –una categoría superior inclusive a la de Jefe de Gabinete– y se hace cargo del día a día y la ocupación de ciertas áreas o ministerios. Siempre hay una fecha para esa inconclusa promesa que se renueva como un pagaré. Permanecen en el misterio los posibles acompañantes en esa nueva función, hay varios que no se inscriben en la iniciativa.
3-La espiral de la crisis determina la renuncia de un agobiado Alberto y su reemplazo por Cristina, según manda la Constitución. La naturaleza ingobernable de la Casa Rosada obliga a adelantar el proceso electoral solo para Presidente y Vice en marzo próximo.
Se podría continuar con las especulaciones, son las más prósperas de todas las riquezas argentinas. En rigor, para el punto 1 nadie imagina con seriedad al Presidente con parcial licencia y regando las plantas en Olivos, suministrando la mamadera a su hijo cada 8 horas. Descartado el momento Ratzinger. Además, Alberto ya dio señales detalladas cuando habló hace pocas horas de que “no me van a torcer el brazo”. No se refería solo al campo, también a otros embates cercanos.
La alternativa 2 involucra a Massa: repiten el rumoreo de su acceso a la Jefatura de Gabinete, se reanudan las fechas del cambio y empeora la maduración del proyecto, pasado de punto quizás desde hace dos meses. Ahora se anuncian modificaciones en ese sentido para esta semana. No encajan con el viaje de auxilio de Batakis al FMI. Tal vez más adelante, si persiste el fracaso.
Primero parecía que Cristina se oponía al ingreso del titular de la Cámara de Diputados, ahora es Alberto quien dispuso de vallas para esa incorporación, a pesar de las charlas conjuntas: lo aseguran hasta los propios protagonistas y se atribuye esa transmutación a la múltiple personalidad del Ejecutivo, quien dice que “sí” pero no cumple.
Igual persisten las rencillas internas de poder ante ese supuesto: el viernes 22, al concluir la reunión con Batakis, el mandatario y Juan Manzur salieron juntos de la sala, parecían un equipo rejuvenecido con el anuncio futuro de nuevas medidas económicas. Entonces, Alberto se aleja para abandonar a su jefe de Gabinete, disculpándose: “Tengo que reunirme a solas con Sergio”. Las mentas dicen que, atónito y quejoso por la multitud de versiones, el tucumano lo mandó a la mierda o al carajo. Sobre ese destino presunto no dispone de precisiones el periodismo. Susurros de pasillo.
No es el único incidente registrado en la oleada crítica. Por ejemplo, habrá que agregar una irascible discusión en un plano menor: Daniel Scioli con Miguel Pesce, por una disposición del Banco Central que privilegió a una cámara empresaria de los Estados Unidos y que, de acuerdo a otra interpretación, le correspondía efectuarla al ahora responsable de Producción. Sorprendió, según cuentan, el alarmante tono de Scioli, también algunas puertas golpeadas y actitudes poco habituales en quien fuera candidato a Presidente.
Más del radio pasillo. Quizás como nunca al Gobierno le hace falta la preventiva instrucción de Cristina: “Alberto, poné orden”. En el caso de que no lo lograra, los correveidiles se preguntan si ella se haría cargo de la eventual herencia. Quedan pocos albertistas, pero resumen su pensamiento: Ni muerto me voy. A pesar de que hace poco hizo insinuaciones en dirección contrario.
Importante: a pesar de la rareza ambiental que significaría un trauma como el de la renuncia, ella está dispuesta a cumplir con los dictados constitucionales. No piensa mantenerse en la estela dimitente.
La especie más difundida en las últimas horas se registra en el Congreso: allí se ha forjado una usina, con representantes de Córdoba, Santa Fe y San Luis, que han imaginado y parlamentan una variante electoral en el caso de proseguir la caída en picada del Gobierno. Con el antecedente de l989, muchos hombres del interior –hoy menos sometidos a la vorágine de la catástrofe económica que afecta al AMBA– deslizan la conveniencia de un adelantamiento: llamar a comicios en marzo del año próximo, en exclusividad para Presidente y Vice.
No son los únicos que barajan esta variante no contemplada en la Constitución del 94 ni en la Ley de Acefalía. Pero, en términos políticos, es una coincidencia de gobernadores, oficialismo y hasta UCR que, creen, aliviaría la crítica situación actual. Fantasías en el bolillero de la continuidad y el salvataje, sin duda a ser cuestionado por infinidad de constitucionalistas.
Nadie se priva de este contexto apremiante, proceloso y posiblemente falso, justo cuando viaja Silvina Batakis al FMI sin que Cristina haya pronunciado una sílaba a favor o en contra sobre las medidas que dará a conocer Economía. Como si no fuera parte del Gobierno, al cual vigila y objeta.
Un intento la visita a Washington para conseguir un plazo de supervivencia superior al que indicaron sus dos primeras semanas, en el que el dólar tuvo una conducta eléctrica: pasó de la cotización de 220 voltios a bordear el trifásico de 380.
Mientras Alberto, en uno de sus peores momentos, hasta tuvo la mala suerte de que Joe Biden, por Covid, le suspendiera una entrevista que consideraba oxigenante para su gobierno. Ahora, como Alfonsín, Menem, De la Rúa –y tantos mandatarios pasados–, hasta se va a ganar la fama de Jetattore, facilitando a los cristinistas hacer los “cuernitos” con la misma perfidia que Néstor Kirchner los realizaba cuando nombraban a Menem. Pero no alcanza el gesto: están inmersos en un tango de la misma época de Gregorio de Laferrere, más hiriente aún: Cambalache. Justo de un peronista. Como corresponde.