20 abril, 2023
Lo novedoso es que la frecuencia de episodios políticos autodestructivos en la coyuntura argentina se ha acortado exponencialmente, al ritmo del deterioro de la calidad de vida de la mayoría de los argentinos
Por Claudio Jacquelin*
La secuencia es constante desde hace ya más de dos años. Lo novedoso es que la frecuencia de episodios autodestructivos se ha acortado exponencialmente, al ritmo del deterioro de la calidad de vida de la mayoría de los argentinos.
El oficialismo (en todas las ramas del Frente de Todos) y la oposición de Juntos por el Cambio ofrecen un espectáculo, cada vez con menos público, en el que se suceden en la producción de bloopers y goles en contra con notable regularidad. A una mala noticia o traspié de uno le sigue inevitablemente el desatino o el error en público del otro.
En el constante ida y vuelta, puede llegar a inscribirse la histórica caída del Movimiento Popular Neuquino (la primera en seis décadas) en la disputa por la gobernación a manos de Rolando Figueroa, un exoficialista local devenido en circunstancial opositor, con el apoyo de Pro. En el vaivén en el que los éxitos son fugaces y las pérdidas son constantes para el FDT y JxC, cabe anotar que Figueroa se sigue reivindicando del MPN y la historia de ese partido provincial ha estado signada por la preservación del poder territorial antes que por cualquier alianza perdurable con alguna fuerza nacional. Su éxito y vigencia han radicado en darles poco y sacarles mucho a los gobiernos nacionales de turno.
A pesar de que el sello cambiemita haya tenido una paupérrima performance en Neuquén, el ala amarilla de JxC celebrará por algunos días lo ocurrido allí, sobre todo porque el candidato peronista se ubicó tercero a más de 20 puntos de los dos postulantes salidos del MPN.
Nadie dejará de celebrar lo que tenga a mano. Eso mismo había hecho el oficialismo nacional al comenzar la semana pasada cuando se desató abiertamente la lucha fratricida de Pro, que salpica a todo JxC, tras la reacción autonomista de Horacio Rodríguez Larreta.
Todo duró hasta que en el último día hábil se difundió el índice de inflación del 7,7% y el Gobierno cerró la semana de la peor maneara.
La suma de disonancias y traspiés alcanzó entonces cimas que aún no habían sido tocadas en tan corto período y con tanta densidad por los dos espacios hasta ahora mayoritarios de la política nacional.
No resulta sorprendente entonces que los encuestadores masivamente hayan salido a alertar, admitir o promocionar (según el caso y la conveniencia) que el antisistema Javier Milei aparece en la última foto colándose en un probable ballottage presidencial. Un escenario que probablemente se fortalezca con el caso neuquino, donde el candidato libertario obtuvo algo más del 8% de los votos. Nada desdeñable. Aunque vale aclararlo: todo eso si las elecciones fueran hoy y si los sondeos resultaran más eficaces de lo que vienen mostrando en las últimas elecciones.
Tampoco debería sorprender que los poderes políticos y económicos de Estados Unidos que aún tienen algún interés por la Argentina hayan puesto su foco de preocupación en ese ascenso, tanto como en las limitaciones e incapacidades de las dos grandes coaliciones para construir algún horizonte de previsibilidad y esperanza. Unos desde su fallida experiencia de gobierno y los otros desde su convulsionado internismo, que lo incapacita para articular una oferta consistente.
El interés y la preocupación foráneos pudieron constatarlos los interlocutores locales que tuvo en siete días de inmersión en la cuestión nacional la subsecretaria del Departamento de Estado de EE.UU. (o sea la vicecanciller), Wendy Sherman.
Un hilo conductor unió el trayecto que fue desde Santo Domingo, donde estuvo con el ministro de Economía, Sergio Massa, hasta Buenos Aires, donde dialogó con miembros del más amplio espectro político, económico y social. En esas charlas Milei estuvo casi tan presente en la dimensión local como la cuestión China, que desvela a la administración de Joe Biden, a escala planetaria.
El antecedente y la vigencia de Donald Trump, con los efectos conocidos sobre las instituciones democráticas de EE.UU., y las muchas semejanzas que pueden establecerse con el argentino sirven para entender por qué el gobierno demócrata le asigna relevancia y preocupación al fenómeno Milei.
El carácter disruptivo e impredecible del libertario ultraconservador (si el oxímoron lo permite) también fue motivo de consulta durante conversaciones que autoridades de organismos multilaterales de crédito (empezando por el FMI), funcionarios de la administración norteamericana e inversores tuvieron con Massa y miembros de su equipo.
El massismo se ocupó de no despejar del todo esas preocupaciones, cuando no de alentarlas en beneficio propio, a pesar de las consecuencias que para el país pudiera tener ese escenario en caso de ocurrir.
La estrategia del massismo se explica, en parte, porque nadie está en condiciones de asegurar ningún resultado electoral en el que Milei no sea protagonista y, en parte, porque Massa necesita ayuda urgente y todo fantasma que por temor incentive a quienes pueden asistirlo es bueno para su causa. Un Aníbal Fernández menos brutal, aunque no menos aterrorizante. Los vasos comunicantes entre allegados al massismo y a los libertarios siguen abiertos. En las redes sociales no se ocultan. Al visceral antimacrismo suman otras coincidencias menos conceptuales e ideológicas.
La creciente fragilidad en que la inflación indomable puso al ministro de Economía y el avance libertario facilitan un punto de apoyo para el ministro con la justificación de la histórica sequía, cuyos efectos todavía no se han terminado de hacer sentir, y el argumento (o la excusa) del impacto de la guerra de Ucrania en los precios internacionales.
En esos dos planos (político y económico) se sostiene la disposición a revisar las metas del acuerdo con el FMI por parte de las autoridades del organismo con el vital soporte de la administración Biden. “Sergio tiene en el ala colombiana del Departamento de Estado demócrata muy buenas relaciones y a las que le cumple los compromisos que asume”, dicen en el entorno del ministro.
En todas las conversaciones, Massa se compromete a cumplir con los reclamos de Estados Unidos en cuestiones sensibles, como la incursión china en áreas claves, como la minería, la energía y la seguridad. El multilateralismo que dicen cultivar Alberto Fernández y su canciller Santiago Cafiero encuentra límites en la crítica situación económica.
A pesar de la impotencia para domar los precios y ordenar otras variables con su política de patchworks, el ministro de Economía no se entrega. Con el aliciente de algunos dólares logrados en su mendicante gira, redobla apuestas. Nadie podrá acusarlo nunca de falta de audacia.
Acostumbrado a jugar más allá del límite, ahora promete (y le hace decir a la portavoz presidencial, siempre dispuesta para asomarse al ridículo) que la inflación entró en un sendero descendente. No importa que contradiga la opinión mayoritaria de los economistas de las más diversas adscripciones, que, cuando mucho, admiten que en el próximo mes podría haber algún leve descenso por cuestiones estacionales.
Sin embargo, ninguno pronostica que en abril la suba estará debajo de lo que consideran un piso del 6%, y con todas las perspectivas de un rebote posterior, solo por inercia. Pero más aún si por las exigencias del oficialismo Massa se ve obligado a abrir un poco la mano y otorgar el aumento de suma fija que le exigen los sindicatos y La Cámpora.
En este caso, el problema mayor es que difícilmente podrá aplicar su estrategia de prometer y demorar el cumplimiento, como hace casi siempre y en estos días se verifica con la compensación del impuesto a las ganancias de los trabajadores, que todavía espera su concreción. Empresarios y gremialistas reconocen tanto que cumple como que no necesariamente lo hace en tiempo y forma. Aun en las malas, Massa siempre saca alguna ventaja.
En ese contexto aparecen como una gran novedad las dudas que empiezan a calar hondo en el cristicamporismo, que por extrema necesidad se ataba al destino económico y político de Massa hasta disimular la enorme cantidad de diferencias históricas, políticas e ideológicas, incluso las traiciones.
Para subrayar y no considerar el acto de un librepensador hay que contabilizar la expresión del sindicalista de ATE Daniel Catalano, acerca de que “Massa no es confiable”. Lo hizo después de haber integrado el cortejo que peregrinó hasta el santuario de Cristina Kirchner para pedirle que sea candidata a algo.
En ese peregrinaje y en el acto posterior contra el Poder Judicial que hicieron los gremialistas amigos y La Cámpora (con la ausencia sonora de gobernadores e intendentes peronistas) se advierte la admisión de la nueva realidad que afronta el cristinismo. Ante la posibilidad de no contar con un candidato que les traccione votos, aunque no les guste, como Massa, la vicepresidenta vuelve a ser su último refugio.
El voto duro que conserva Cristina Kirchner les permite mantener algunas ilusiones, que, al mismo tiempo, los llevan a graves errores de diagnóstico. Por ejemplo, a pensar que el último gobierno de su jefa no fracasó y que por eso Mauricio Macri ganó las elecciones en 2015, sino que fue víctima de las conspiraciones de sus enemigos y las falacias que sus poderosos cómplices ayudaron a instalar. La plaza llena de militantes que la despidió el 9 de diciembre de aquel año y el casi 49% que obtuvo Daniel Scioli frente a Cambiemos los ayudan a construir el espejismo.
Lo mismo le sucede al macrismo duro. Para sus dirigentes las plazas del “Sí se puede” de 2019 y el 41% final que obtuvo Macri en su fallido intento de reelección constituyen la demostración de que no falló por sus propios errores en la formulación y aplicación de políticas y en la forma en la que afrontó los problemas que se le presentaron, sino por las trabas que le puso el peronismo todo y la falta de acompañamiento de algunos socios, entre los que destacan al radicalismo y algunos funcionarios o dirigentes propios.
A ellos apunta cada vez con menos diplomacia Macri en las conversaciones no tan reservadas que mantiene desde que se bajó de un nuevo intento presidencial, en las que, además, expone una radicalización que explícitamente y deliberadamente lo acerca a Milei. Otra constatación del teorema de Baglini: cuanto más lejos del poder, más extremistas son los dirigentes.
Y aún falta mucho por pasar (no solo tiempo). La dura interna de Pro todavía va a dejar muchas secuelas. Ni hablar si la postulación de Jorge Macri no atraviesa el filtro de la Justicia por la flojedad de los papeles de su residencia, según manda la Constitución porteña. El blooper cambiemita podría ser paradójicamente la vía para pacificación interna. La que teme ser el chivo expiatorio de esa situación es María Eugenia Vidal, a quien macristas y larretistas empiezan a mirar como una síntesis. Por las dudas, ella ya dio a entender al entorno de Horacio Rodríguez Larreta que lamenta que algunas de sus expresiones críticas al cambio electoral porteño puedan haber sido utilizadas por el bullrichismo y el macrismo. Nada que impida disimular papelones mayores.
Los escándalos y los espejismos, a los que se suman los inverosímiles esfuerzos que esbozan Alberto Fernández y Cristina Kirchner, para negar y justificar (aunque por motivos muy distintos) el fracaso del actual gobierno y su responsabilidad nula o relativa en ese resultado, explican también la emergencia de Milei.
Tres gobiernos que dejaron a la sociedad en mucho peor situación que la que estaba al comienzo de sus respectivos mandatos y que, para peor, no admiten sus fracasos, mientras colapsan liderazgos y se desata una despiadada disputa pública de cúpulas es otra situación sin precedentes desde la recuperación de la democracia. Un escenario capaz de fatigar hasta el hartazgo a los votantes y llevar a ambas coaliciones a dos de los peores escenarios electorales que pueden enfrentar: una alta abstención de votantes históricos suyos o una fuga punitiva de estos hacia Milei, sin importar que sus listas se alimenten de expresiones de lo más granado de la casta política, que dice venir a purgar. Y no debe descartarse, sino todo lo contrario, que puedan concretarse ambas probabilidades. Tampoco que antes haya situaciones más complicadas.
La sucesión sin solución de continuidad de boopers del oficialismo y de goles en contra del oficialismo ya tiene consecuencias. Y pueden ser peores.
*LN/NA