12 abril, 2025
«Te dimos la oportunidad de ser gobernador y antes de ser un ministro», sostienen madre e hijo con el coro camporista. «Sí —replica Kicillof—, pero nunca vi a ninguno de los dos ni de la agrupación en el asiento de atrás del Clio». Deudas pendientes, reproches y el comienzo quizás de una batalla mediática y judicial con denuncias ciertas, arteras o fakes.
Por Roberto García/EP
El perfume de una mujer tira más que un par de bueyes, según la leyenda y una vulgar reescritura posterior del dicho. Le cabe la certeza a la profesora de Letras Soledad Quereilhac, esposa de Axel Kicillof, en la última decisión del gobernador bonaerense de separarse de otra mujer, políticamente hablando: Cristina Fernández de Kirchner. Una bomba en el corazón del peronismo, la provincia de Buenos Aires. Esa división electoral, además de madurarla mucho tiempo, le generó al gobernador un exabrupto de la viuda de Néstor: “Desagradecido de mierda”, acompañado por otras maldiciones de dudoso gusto. Y una confesión doble: “este petiso me debe todo, lo inicié, lo hice, como el otro desagradecido de Diego Bossio”.
Ni olvido ni perdón. Como si su exfuncionario del Anses hubiese tenido algo que ver con la determinación de Kicillof por desdoblar las elecciones en la provincia: un día una para candidatos a las legislaturas distritales, otra fecha para los nacionales. Ni una referencia de la exmandataria, sin embargo, a la señora Quereilhac, clave en la motivación de su marido. Comprensible: ella es cinturón negro de karate, mejor no provocarla. Y es quien ha sufrido, estoica, el daño que en los últimos años ha padecido su querido Axel.
Ocurre que la familia Kicillof, al parecer, se hartó de las arbitrariedades de Cristina en los últimos años, la injerencia en su gobierno, la interrupción del sueño por quien le ha cobrado una tasa de interés monumental por haberlo puesto a su vera como ministro de Economía en años pasados. Y permitir ávidos flechazos de La Cámpora para acosarlo en la gestión, ubicar gente que no se alineaba al gobierno bajo la tutela de Máximo Kirchner repartiéndose cargos y cajas sin pedir permiso.
Más que un empleado, Kicillof parecía un súbdito, alguien sencillo que le gusta correr por el parque vecino, concurrir al cine, salir de paseo con su mujer y los hijos, saludar a quienes lo saludan. Ninguna relación con la otra familia, inaccesible, rodeada de custodios y lejos de cualquier contacto con aquellos que no son del club. Unos sin manchas sobre la honradez, los otros sin atreverse a justificar lo que les dejó el padre. Imposible de mostrar, por otra parte.
“Te dimos la oportunidad de ser gobernador y, antes, de ser un ministro”, sostienen madre e hijo con el coro camporista. “Sí —replica Kicillof—, pero nunca vi a ninguno de los dos ni de la agrupación en el asiento de atrás del Clio, cuando solitos recorrimos la provincia con Carlos Bianco de conductor”. Deudas pendientes, reproches y el comienzo quizás de una batalla mediática y judicial con denuncias ciertas, arteras o fakes.
Ya Bianco le atribuye una amplificación inusitada a La Cámpora al escándalo por no someterse a un chequeo alcohólico en un retén policial; el intendente de La Matanza, Fernando Espinosa, se ha convencido de que su causa en tribunales (violencia de género) se origina y propaga por la misma muchachada militante; el intendente Mario Secco (Ensenada) aguarda un somatén, igual que el que está a cargo de Avellaneda, Jorge Ferraresi. Por su parte, Kicillof se siente ajeno a la justicia bonaerense, le dejó ese dominio a los cristinistas, dominantes del rubro. Así le irá.
La falta de escrúpulos en las campañas electorales de todo el país ya fue advertido por un reconocido consultor en la materia, quizás porque estaba notificado de un bólido de alquitrán que afectará a uno de sus contratantes. En una cena de esta semana con distintos autónomos del peronismo, Horacio Rodríguez Larreta preguntó si conocían una versión escandalosa sobre un postulante a conocerse en pocos días: ninguno admitió ignorar el caso.
Tiempo de versiones, de que los petroleros empujaron —por así decirlo— la fracasada continuidad de Manuel Garcia-Mansilla en la Corte Suprema, los macristas afirmando que el gobierno nacional auspicia a Rodríguez Larreta (sin saber que Milei jamás le daría un vaso de agua al exjefe de Gobierno) o que el macrismo estimula a Ramiro Marra para dañar a la Libertad Avanza en Capital Federal.
Así, cualquier empeño por la unidad provincial del peronismo se ha roto con la reciente separación de las elecciones decretada por Kicillof, la picasesos de su mujer y un núcleo de adherentes que le sugiere la llegada de su hora presidencial para el 2027 y un trasiego menos tenso como gobernador hasta esa fecha. Ya tiene bastante con los trolls acuciantes del gobierno nacional. Ahora Kicillof se somete a la rabia continuada de Cristina y Máximo, a los efectos de la ruptura.
Aunque restan futuras incidencias, costuras que intentará coser Sergio Massa, un profesional más cercano a la doctora y sin odios con el gobernador: falta que en la Legislatura se vote una ley para que los comicios sean concurrentes en lugar de separados, bajo el signo de que ‘ley mata decreto’, imaginando que luego Kicillof dispondrá de un veto para anular la norma. O, como todavía no se han suspendido las PASO, y los ciudadanos de provincia tal vez deban afrontar tres elecciones en unos pocos meses, halla por razonabilidad que la rotura del espejo peronista se repare con curitas e intercambien negociaciones para integrar las listas de candidatos.
Finalmente, esa es la causa central del litigio entre Ella y su exprotegido, el desagradecido que, junto a una mayoría de intendentes, se consideran acreditados para no quedar expuestos en los blancos de la kermesse a disposición de los tiradores de La Cámpora. Y de sociedades que los acompañan, como la de Emilio Pérsico, que no dudan en acribillar La Matanza para instalar allí un refugio político para Cristina. O de ellos mismos.
En su pugna con Kicillof, ella ha advertido que seguirá a fondo y, si es necesario, se arremangará o pondrá los pies en el fango como representante barrial de una de las secciones electorales, la tercera. Si es necesario, cruzaremos Los Andes en pelotas, puede repetir como San Martín.
Quizás deba confrontar con otra mujer en el distrito, Verónica Magario: ninguna se ruboriza por bajar de categoría. Tampoco Mayra Mendoza, si lo manda Cristina; ella sueña con suceder a Kicillof en 2027, mientras el gobernador piensa saltar en esa fecha a la Casa Rosada, igual que la misma viuda de Kirchner, a quien no arredan votos, vetos o elecciones en turnos distintos. Ni eventuales decisiones de la Corte Suprema sobre su libertad.