26 octubre, 2025
Por fin terminó una de las campañas más mediocres de la historia, sin debate de ninguna idea, plagada de escándalos de todo tipo mostrando la incapacidad absoluta de todos los candidatos, incluidos los más conocidos. Si la competencia democrática, se basara en la confrontación de ideas o proyectos, aquí no existió campaña, ni de oficialistas ni de opositores.
Por Sergio Mammarelli*
Fue paliza para un lado. No la que muchos imaginaban, pero paliza al fin. Y en esa paliza, sea del oficialismo o de la oposición, se revela lo más preocupante: la soberbia. Esa soberbia que se disfraza de convicción, pero que en realidad es ceguera. Porque el problema no es lo que pase mañana en los mercados, eso se va a acomodar. Se restablecerá el dólar, el riesgo país bajará o subirá según el humor del día. El verdadero problema es el estilo, el tono, el modo. Y ahí radica el riesgo mayor: el de un liderazgo que confunde autoridad con prepotencia.
Ya lo vimos. A Macri lo aplastó el voto, y lo que vino después fue la debacle. El poder sin humildad se transforma rápido en castigo. Por eso, más allá del resultado, que cada cual leerá a su manera, lo que emerge es un país que exige otra forma de conducir.
La Argentina necesita reformas profundas: fiscal, previsional, laboral y política. Pero esas reformas no se van a imponer a los gritos. Requieren acuerdos, madurez, capacidad de escuchar al otro. Y ahí está el verdadero desafío: ¿tendrá este gobierno, con el Congreso prácticamente bloqueado y sin mayoría propia, la templanza para construir esos consensos?
El Congreso no cambió. La primera minoría sigue siendo el peronismo. El oficialismo podrá bloquear juicios políticos, sí, pero no podrá gobernar sin diálogo. Por eso, el mapa que se dibuja desde el lunes es otro: Nacho Torres, Llayora o Pullaro deberán reconfigurarse, los gobernadores repensar sus estrategias, y los bloques volver a mirarse a los ojos. La política argentina se rearma, y lo hace desde los escombros de una elección que dejó heridas en todos los frentes.
No es un resultado que asuste. Lo que asusta es la soberbia. Porque la soberbia no permite aprender. Ni de las derrotas ni de los triunfos. Y si algo enseñó la historia argentina, es que las mayorías cambian, los liderazgos se evaporan y el poder, cuando no se modera, se autodestruye.
Lo que vimos el domingo fue más que una elección: fue una advertencia. Y conviene escucharla antes de que vuelva a ser demasiado tarde.
Pues bien, a ese interesante debate de ideas…cerca del 60% de los argentinos en condiciones de votar dijimos NO a las ideas de la libertad, sea porque no fuimos a votar, sea porque los que fueron, votaron otra opción que no fue ninguna de las listas de la LLA a lo largo de todo el país. Es absolutamente cierto que el gobierno se alzó con algo más del 40%, pero el verdadero resultado electoral del domingo 26 de octubre, si es que queremos medir “la fuerza más votada” en todo el país como pretendía el gobierno, es que entre la ausencia en las urnas y entre aquellos que votaron otra opción, continúan alzándose con casi el 60% de los votos.
Milei debe reconstruir aquella coalición que tenía servida hace un año y que él mismo se encargó de dinamitar con insultos y promesas incumplidas. Ese desprecio, se sintetizó en solo aceptar a aquellos que en forma incondicional abrazaban la utopía libertaria sin condicionamientos. El resto fue maltratado como “degenerados fiscales” que gobernaban las provincias de nuestro país federal o “tibios y pelotudos” de las formas, como algunos miembros del Pro, del radicalismo y hasta del Peronismo Federal. Todos sin excepción fueron llevados a la categoría de KUKAS, ratas o cómplices, afectados por “parásitos mentales”.
El domingo fue una competencia de interpretaciones del resultado. En mi caso, considero que hay una sola forma. El número de legisladores que cada partido o agrupación consiguió. Si es una elección legislativa, lo único que interesa es cómo quedarán las mayorías y minorías en ambas cámaras del congreso. Una segunda valoración, pasada ésta, sería ver quién triunfó en cada provincia, para ver qué sucederá para el 2027. Sobre esto, cada gobernador deberá reconfigurarse.
Sobre esta base de análisis, la primera certeza del domingo es que LLA aumentará su representación parlamentaria sin embargo quedará bastante lejos de mayorías propias o del quorum. Esa nueva mayoría reformista que empuje en el Congreso los cambios de fondo que el presidente quiere y nos prometió, deberá esperar o a lo sumo requerirá un trabajo de consenso sumamente difícil para aprobar ya no la reforma deseada, sino la reforma posible. Todos sabíamos que el número mágico de estas elecciones era el 40%, como umbral donde el gobierno “salvaba la ropa” y lo consiguió en una sorprendente elección. Por debajo del 35% se entraba en “zona de oscuridad” y eso no ocurrió. Lo único que puede brindarle el resultado es cierta tranquilidad. El resultado le asegura que, en una de las cámaras, no se pueda reunir la mayoría calificada ni para el juicio político o la insistencia frente a un veto. El resto dependerá exclusivamente de la recuperación de consensos. Y también eso, es una muy buena noticia.
Ahora tenemos certeza, que la primera minoría hasta finalizar el mandato de Milei estará en manos del peronismo en sus distintas versiones seguida por una segunda minoría que constituye el gobierno en su alianza con el Pro. Por último, quedarán los gobernadores y sus legisladores afines, espacio donde se deberán generar los acuerdos que permitan gobernabilidad tanto en diputados como en senadores.
Aún en la euforia del resultado, en dos años, cerraron 16.322 empresas, casi la misma cantidad que durante “la Pandemia”, superando cómodamente las 3660 que cerraron con De la Rúa o las 8833 empresas que cerraron con Duhalde con la crisis del 2001 o incluso las 5249 que se cerraron en los cuatro años del gobierno de Macri. Y la elección del domingo, no cambia esa realidad acuciante.
Pasó la elección y no explotó el país. Milagro. O resignación. Porque lo que vimos el domingo no fue una ola libertaria, sino una advertencia: la democracia argentina sigue viva, aunque a los gritos. Pues claro que Milei ganó. Con lo justo, pero ganó. ¿Y? Aumentó bancas, bloqueó juicios políticos y se aseguró dos años de trinchera institucional. Pero todavía está lejos de la reforma profunda que prometió. No hay mayorías, no hay quórum, no hay plan. Hay gritos.
La oposición, claro, también perdió. Porque cuando se juega a no perder, se termina ganando derrotas. Y así, entre gobernadores que miran para el costado, partidos sin brújula y una ciudadanía cada vez más harta, se va configurando el verdadero mapa del poder: nadie manda del todo, pero todos pueden bloquear todo. Un empate catastrófico.
La campaña fue una vergüenza. Ni una idea, ni un proyecto. Solo insultos y delirios mesiánicos. El voto castigo se convirtió en voto de resignación. El miedo al pasado sigue siendo el mayor activo del oficialismo. Y la soberbia, su peor enemigo.
La paradoja es brutal: Milei necesita ahora hacer lo que nunca hizo. Tejer alianzas, seducir adversarios, moderar el tono. Gobernar, en serio. Porque si se conforma con resistir vetos, el país quedará atrapado en el limbo del “no se puede”.
¿Lo hará? No lo sabemos. El domingo, el pueblo habló. No con entusiasmo, pero con claridad. Todo depende ahora, de que hará el presidente a partir del lunes 27 de octubre. Tal vez se dé cuenta que es él y no su gabinete quién debe construir un oficialismo capaz de construir mayorías que le permitan sacar leyes y no solamente resistir las que le impongan. Si se conforma con resistir vetos solo nos esperan dos años difíciles a todos los argentinos. Si en cambio, reacciona bien, todavía puede resurgir entre las cenizas y recobrar a aquellos que como en mi caso, lo votamos aún sin convicción en 2023.
Queda para otro editorial, un tema que merece una mirada mucho más calma y es algo que siempre preside mi pensamiento: “el pueblo jamás se equivoca al votar”. Y en este caso, como en otros volvió a suceder. La pregunta, muy difícil de adivinar, es por qué sucedió de esta manera. Fue confianza o miedo. Fue convicción o nuevamente un voto para que el pasado no vuelva. En fin, el tiempo nos irá develando esa respuesta.