Se vio reflejado de inmediato en la odisea que había padecido hace unos pocos años. Rememoró aquellos días de pies llenos de callos y ampollas, de sudor, lágrimas y desesperación. Entonces, en un ritual inconsciente, detuvo su trote y atravesó la meta de los 1500 metros del decatlón caminando, tal como en su travesía por el desierto. La vida de Santiago Ford, el cubano que ganó el oro en esa prueba con los colores de Chile, tiene destino cinematográfico: “Al entrar a la meta me paré, pero no porque haya querido, sino que de repente me acordé cuando caminaba por el desierto a las cinco de la mañana, parado en medio de la nada sin saber qué hacer”, comentó el ganador de una medalla labrada tras un esfuerzo inaudito.
Se nacionalizó chileno hace menos de un año, después de una dura batalla legal. Ahora disfruta de la gloria y de una dosis de alivio en los Juegos Panamericanos Santiago 2023. “Esos últimos metros fueron ese reflejo de estar en la madrugada deshidratado, pero mi corazón y mi mente sabían que yo quería estar aquí en este momento”, agregó, luego de ser abrazado por el cariño y el aliento de 25.000 personas que siguieron sus diez pruebas. “Gracias Chile, gracias por la oportunidad de estar acá. Ellos eligieron que estuviera acá representándolos… y creo que los dejé felices”, suspiró.
Hizo una apuesta de riesgo y triunfó. Prefirió exponerse a un tortuoso viaje de más de seis mil kilómetros por toda América, bajando hacia el sur hasta Chile, a seguir formando parte de un equipo cubano de atletismo que no le reconocía sus méritos deportivos, después de cinco años de músculo, velocidad y destrezas. “Saqué un cuarto lugar y pasó inadvertido, como si no hubiese pasado nada. En Cuba tienes que tener oro o plata para que te reconozcan y puedas llamar un poco la atención. Si no, no eres nadie. Es complicado”, le comentaba hace un tiempo al diario El Mercurio. Y eso que su vida no tenía mayores contratiempos. El problema era que no lo reconocían en su tierra, ni siquiera después del cuarto puesto en el Mundial Sub 18 de Polonia.
En 2018, el entrenador Alfredo Pávez y su grupo de coaches viajaron a la isla y tentaron a Ford para que se sumara al Team Chile. Detectaron su potencial y le prometieron mejores oportunidades. Sabían que era una gema. Entonces, frente a la indiferencia de sus compatriotas, Ford sopesó las opciones y se puso a planificar el viaje. No era sencillo: había que dejar atrás a sus padres, a su hermana y abandonar una vida sin mayores sobresaltos. Así que el 8 de septiembre de aquel año voló de Cuba hacia Guyana. Allí permaneció diez días hasta que pudo entrar a Brasil. Atravesó la selva en camioneta hasta llegar a Manaos. Y desde la capital del estado de Amazonas tomó un avión hacia Perú.
Desde este punto arrancó su camino más espinoso: “Me tocó bajar todo el territorio peruano por carretera. Estuve un día y medio atravesando Perú entero hasta llegar a Tacna. Estaba deshidratado, tenía hambre y el frío me tenía mal”, narró a El Mercurio. Recorrió todo su periplo en solitario y vivió en Tacna una situación de mucha tensión. Sucedió que la policía peruana subió al bus y fue el único pasajero al que hicieron bajar. Estaba bajo sospecha.
“Me metieron en un cuarto de control y me preguntaron el motivo por el que viajaba. Los policías peruanos me decían que estaba ilegal en el país, que me iban a deportar. Les respondí que era deportista. Me abrieron la maleta completa, vieron que tenía pura ropa de deporte, al igual que en el celular y las fotos: todo de deporte. Me creyeron, pero aun así no me dejaban pasar. Me dijeron que si no les daba dinero, no me dejarían pasar. Solo me quedaban 30 dólares, no tenía más. De esos 30 dólares, tenía 20 conmigo y otros diez escondidos en el celular. Me advirtieron: ‘Te vas a ir ahora, pero te salvaste porque nos diste esta plata, si no te quedas aquí con nosotros’”, relató.
¿Lo peor ya había pasado? Para nada. Continuó su travesía y llegó a la frontera con Chile. Cruzó el desierto solo, siguiendo la línea del tren. Por momentos giraba la cabeza y miraba hacia atrás por si lo perseguía alguna patrulla. Supone que estuvo alrededor de tres horas caminando y, tiempo después, se enteró que se había salvado de milagro porque atravesó un campo minado. Por fin dejó la región desértica de Arica y viajó a Santiago hasta reencontrarse con aquel entrenador chileno que había conocido en Cuba.
En Chile tuvo que disfrazar su realidad. Se alejó un tiempo de los entrenamientos y encontró un oficio imprevisto. “Estuve un año trabajando de guardia en una discoteca de madrugada. Me ayudaron para que pudiera entrenarme en el Centro de Alto Rendimiento. Pero al trabajar en la disco llegaba muy cansado. Dormía tres o cuatro horas. Entraba a las 9 de la noche y salía a las 7 u 8 de la mañana. No aguanté más. No podía seguir el ritmo, no podía entrenarme con ese trabajo de guardia”, afirmaba.
Una vez más, otro salvador se cruzó en su vida. En este caso, el entrenador Matías Barrera, que sin conocerlo, lo alojó en su casa para que pudiese focalizarse en los entrenamientos. De a poco, su cuerpo volvió a responderle y encontró el tono apropiado de un deportista de alto rendimiento. Sin embargo, faltaba algo más: desde marzo de 2020, la pandemia, que lo sumió de nuevo en la actividad. Luego, cuando las restricciones de la cuarentena quedaron atrás, se impuso en el salto triple del Nacional de Atletismo de 2021, aunque no fue reconocido como campeón porque todavía no tenía la ciudadanía chilena. Ese triunfo testimonial llegó con una recompensa extra: La ministra de Deporte de entonces le dio hospedaje en el Centro de Alto Rendimiento.
El último obstáculo superado, casi como si se tratara del mismísimo decatlón, fue haber recibido en enero pasado la carta de nacionalidad con el apoyo de la Cámara de Senadores chileno y la firma del presidente Gabriel Boric. Empezaba a inquietarse seriamente en la cuesta regresiva de estos Juegos Panamericanos, hasta que llegó ese último rescate. Así, Santiago Ford brilló a la hora señalada y se bañó de dorado en Santiago 2023, después de una faena que lo tuvo a punto del exilio. Y del olvido.