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14 julio, 2025

Rezar, volar y endeudarse: la trilogía argentina 2025

Y ahora, para colmo, llegaron las valijas de la libertad, llenas de cosas dudosas, pero vacías de principios. ¿Comienzo de época o presente tumultuoso? La Argentina entre la promesa de cambio y la duda existencial

Por Segio Mammarelli

Había una vez un país donde los presidentes cerraban congresos evangélicos con citas bíblicas, denunciaban que la justicia social es pecado y prometían redención económica mediante una motosierra. Había una vez un país donde se disparaban los vuelos al exterior mientras la mitad de su población no podía pagar la factura de gas. Y paralelamente, en ese país, el futuro económico se jugaba a tres bandas: Dios, el FMI y la libre flotación del mercado. Y para colmo, nos enteramos de que a ese país le llegaban valijas libertarias repletas de cosas que no sabemos, pero vacías de principios. Ese país es Argentina. Y es el resumen de la semana.

Y en el contexto de este particular clima, llegó la “niebla patria” que le permitió al gobierno nacional suspender la “vigilia patria” que había anunciado con bombos y memes para la noche del 9 de julio en Tucumán. Así, la excusa oficial fue la niebla para esta vez ocultar lo real: la soledad. Los gobernadores le hicieron un notorio vacío político al Presidente. La invitación por parte de Presidencia se hizo por mail y no tuvo mucha recepción entre los mandatarios provinciales. Desde las provincias explicaron que la ausencia era por razones de agenda y evitaron confrontar con la Casa Rosada. Sin embargo, al mismo encuentro al que el año pasado habían asistido 18 gobernadores, esta vez asistirían dos o tres. Raro, ¿no? El 9 de julio de 1816 se firmó la independencia en medio del barro, el hambre y la guerra. En 2025, se suspende un acto por niebla y baja adhesión.

El Presidente Javier Milei, fiel a su estilo, cerró un congreso evangélico en Chaco afirmando que la justicia social “es una aberración” y que el único camino hacia el desarrollo es volver a los valores judeocristianos. Con esas afirmaciones, Milei canonizó el ajuste fiscal y exorcizó al Estado benefactor. El show religioso que protagonizó Javier Milei en Chaco nos hace recordar la delirante escena del Hermano Warren Sánchez de “Les Luthiers”. Así como el Hermano Warren se presentaba como un iluminado que “recibe el llamado divino” para liderar y salvar almas, rodeado de fieles crédulos que aplauden cada arenga sin pensar, Milei en Chaco aparece en un acto evangélico, levantando la Biblia al grito de “¡Viva la libertad, carajo!”, mezclando populismo mesiánico con marketing de fe. De este modo, el acto político se transforma en culto. Y el ciudadano, en creyente. No importa el contenido, sino la fe. La verdad no se discute, se repite. La triste diferencia es que, “Les Luthiers” lo hicieron como sátira, Milei lo hace como gestión de gobierno.

Lo que estamos viendo es un caso ejemplar de lo que Cas Mudde, prestigioso científico político especializado en extremismo y populismo llamó “populismo moral”. La idea consiste en que hay un pueblo virtuoso enfrentado a una élite corrupta, pero bendecido por la gracia divina. En esta versión de Milei, el mercado es el templo, la competencia el dogma, y el gasto social una blasfemia. La justicia social no se discute: se condena.

Mientras tanto, en ese mismo país, las cifras del INDEC, los portales de turismo y los balances de consumo ABC1 muestran un fenómeno notable: se dispararon los vuelos al exterior, las ventas en tiendas premium, y las estadísticas de consumo en los sectores más ricos. En fin, todo muy raro. Hay dólares para comprar perfumes en Miami, pero no para reponer medicamentos en hospitales públicos.

Esta disociación brutal recuerda a la vieja categoría de Juan Carlos Portantiero, sociólogo argentino y profesor del pensamiento gramsciano, que nos habla sobre la “fractura y empate hegemónico”, donde cierta fracción dominante logra control económico, pero no logra hegemonía política estable. Es la historia política de la “derecha y liberalismo” en Argentina, pero ahora con una vuelta de tuerca: hay dos Argentinas, no solo en conflicto ideológico, sino directamente en universos paralelos. Una sube al avión con millas; la otra se endeuda para comprar aceite. Una reza en salones 5 estrellas; la otra prende velas para que no le corten la luz.

En este contexto, entramos al tercer acto de esta tragicomedia semanal: el segundo semestre, que es un clásico del folclore económico argentino, envuelto en promesas de rebote, brotes verdes o milagros inesperados. Sin embargo, esta vez no es así. Los inversores están cautelosos, el riesgo país sigue orbitando los 700 puntos, y la economía real da señales de fatiga estructural. Aunque el Gobierno festeje superávit fiscal y déficit cero como si fueran sacramentos, lo cierto es que las cuentas se logran a fuerza de paralizar pagos, licuar jubilaciones y subejecutar partidas clave y endeudarse.

La afirmación precedente nos ingresa en una duda difícil de despejar: ¿El problema es sólo de liquidez o es de modelo? No soy economista para animar una respuesta y tal vez ella la tendría que ensayar el pastor evangelista amigo de Milei, proclive a los milagros insólitos. En mi caso, agnóstico, me inclino a pensar que tal vez la Argentina simplemente se prepara para un mundo que ya no existe. Mientras Milei promete apertura comercial, libre mercado y desregulación absoluta, el mundo entra en una fase de proteccionismo sofisticado, crisis climática y tensiones geopolíticas. Tal vez, por esta razón, mientras el Presidente reza, el Banco Central interviene. Mientras los ricos viajan, el Estado ajusta. Y mientras los datos macro parecen sonreír, los datos sociales lloran. La inflación sigue alta, los salarios siguen cayendo, y la pobreza se consolida como nueva normalidad. La motosierra no construye la tan ansiada batalla cultural.

El cierre de esta trilogía no es feliz. Esta semana asistimos penosamente al ingreso de Milei al panteón de los valijeros patrios. Todos sabemos, en la historia reciente de la política argentina, que las valijas son mucho más que contenedores de dinero: son símbolos de connivencia, impunidad y acuerdos por debajo de la mesa. Solo para recordar, me aparecen en mi memoria reciente las valijas menemistas que circulaban entre la SIDE, los contratos de armas y los negocios turbios con el Estado. Las valijas de Antonini Wilson que se volvieron el ícono del Kirchnerismo naciente con esa valija de USD 800.000 que ingresó en un avión oficial. O incluso, el famoso «valijagate» con Lázaro Báez y los bolsos de López, y ya no eran valijas: eran conventos con millones en efectivo.

Ahora, en la era Milei, surge la sospecha de un vuelo procedente de Miami con 10 valijas que habrían ingresado con tratamiento preferencial. Y a diferencia de otras épocas, el blindaje mediático y judicial no lo otorgan los medios “militantes” sino los medios del régimen libertario-liberal. La síntesis de los hechos, los destacan nada menos que los fiscales y el diario La Nación. Vuelo privado desde Miami, ingresa a la Argentina con supuesto trato VIP y presiones para evitar controles de Aduana. Allí aparecen personas vinculadas al entorno presidencial, confirmado por un silencio llamativo de funcionarios clave y evasivas mediáticas.

La noticia es una bomba que toca el corazón narrativo del Mileísmo: Un Presidente que construyó su ascenso a fuerza de denunciar «la casta corrupta», la “mugre kirchnerista”, los “ñoquis de la política”, no puede sobrevivir políticamente a una Antoninización de su gobierno.Las valijas no son solo valijas, son la evidencia física de la traición al relato. En otras palabras: cuando aparecen las valijas, muere la épica.

Si antes Milei se diferenciaba por su condición de «outsider», ahora comienza a recorrer el camino inverso: acepta la lógica del poder tradicional. Se alía con figuras del sistema que antes criticaba y ahora empieza a parecerse en los hechos a los corruptos que juró combatir. Ya no hay «la casta» como enemigo externo. Ahora él es la casta.

En conclusión, ¿estaremos frente a la etapa final de la mitología libertaria?

Quizás estamos presenciando el momento en que Milei deja de ser un fenómeno político y se transforma en otro capítulo previsible del manual argentino de la corrupción. Tal vez no sea el final de una era, sino apenas el comienzo de una larga gira. Milei no es el primer presidente argentino que sube al atril con la Biblia en una mano y la valija en la otra. Pero sí es el primero que, mientras predica el Apocalipsis fiscal, permite que los ángeles bajen de Miami con equipaje diplomático. Rezar, volar y endeudarse: esa parece ser la santa trinidad del nuevo orden. ¿Y la justicia social? Pecado mortal. ¿Y la transparencia? Milagro pendiente. El problema, como siempre, no es la corrupción: es el relato. Porque en la Argentina de 2025, lo que indigna no es que te roben, sino que no te inviten al avión.

*ISEL