Las obras revisan mandatos, consignas y aspectos de distintas épocas de la vida nacional.
Autoras y autores argentinos, como Claudia Piñeiro, Ángela Pradelli, Eduardo Berti y Martín Sivak, se animan a retomar la figura de sus padres en libros que trabajan desde la ficción o el ensayo para complejizarlos en sus roles familiares pero también en sus tareas profesionales, sus proyectos de vida o sus identificaciones políticas y logran así a través de sus obras revisar mandatos, consignas y aspectos de distintas épocas de la vida nacional.
«El salto de papá», de Martín Sivak
Recuperar la voz de un padre, reconstruir sus intersticios, lo no dicho.
Publicado por Seix Barral, el texto es un híbrido narrativo de recuerdos personales que Sivak fue recuperando de su infancia y también de numerosas entrevistas que realizó a personas que conocieron a su padre, desde su hermano hasta el carapintada Mohamed Alí Seineldín o los gerentes del banco, una conjunción de voces muy distintas que no intentan suavizar al personaje sino, más bien, mostrarlo en toda su complejidad.
En la medida que Sivak nutre sus preguntas como hijo pero corre el foco de su dolor, lo que construye es un relato transmutado: una escritura que vuelve a traer esa vida que se le escurrió de las manos cuando su papá, una marxista-leninista, aficionado a la música, curioso lector, megalómano y devenido banquero tras el secuestro y asesinato de su hermano, saltó al vacío desde el departamento familiar, no sin antes saludar a los obreros que enfrente construían un lujoso hotel, como escribe el narrador así de voraz en la primera página del libro: «Uno. Final. Antes de tirarse de palito de un piso dieciséis, papá se despidió de la clase obrera argentina».
«Mi libro enterrado», de Mauro Libertella
«Mi libro enterrado» es el comienzo de la obra de Libertella y la forma de asumir lo que implica llevar un apellido imponente en la tradición literaria argentina, pero también es una memoria del registro de un hijo ante la debilidad de un padre que lo convoca a hospitales, guardias o departamento cercanos a un derrumbe.
«Por momentos todavía siento que el apellido no me pertenece», escribe Mauro Libertella.
Si bien el libro se publicó en 2018 por Random House y ya había tenido una primera publicación en 2013 por Mansalva, en el comienzo el autor dice que empieza a escribirlo cuando se cumplen cuatro años de esa muerte y a partir de ese momento empieza un breve pero contundente relato sobre el duelo pero también sobre un legado: la pasión por la escritura y la lectura.
«El estilo de los otros», «El invierno con mi generación» y «Un reino demasiado breve» son los trabajos que dieron continuidad a la obra de Mauro Libertella que comenzó con este libro en el que asegura: «A los 23 él tuvo su primera novela y yo tuve su muerte».
«El lugar del padre», de Ángela Pradelli
Dividida en capítulos que pueden leerse también como cuentos independientes, «El lugar del padre» es la historia de un duelo posible, con un registro pausado, que sin estridencias ni golpes bajos, permite habitar el dolor de una ausencia.
Libro está dividido en capítulos que pueden leerse también como cuentos independientes.
De esta manera, la narradora logra presentar al padre pero a través de ese vecino que dispara el relato al tratar de voltear un árbol que está frente a su casa. Ella lo ve y la escena funciona como un destello de recuerdos que van tomando nitidez a medida que se va acercando a Ramón, lo que implica también acercarse a ese padre que acaba de morir.
Publicada en 2004 por Alfaguara, «El lugar del padre» es una puesta por narrar una gran historia en voz baja, exponiendo lo susurrado, insinuando un mundo conurbano de lazos que ayudan a atravesar un duelo. «Cuando alguien se muere, se muere y no hay por qué ir detrás de esas hilachas que tardan más de la cuenta en desaparecer», se lee en estas páginas. Son esas hilachas las que iluminan la vida de estos protagonistas.
«Un comunista en calzoncillos», de Claudia Piñeiro
La biografía se construye desde la mirada de una hija que le agradece la libertad para correr los límites impuestos por los mandatos de la época y lo reconoce como un cómplice a la hora de vencer al silencio y tomar la palabra.
Una crónica familiar, postal de una clase trabajadora de los 70 en el conurbano bonaerense.
«Mi papá era una persona enojada con el mundo, eso me afectaba, y después al recordar apareció su sonrisa y fui encontrando esos momentos de mi padre, jugando al tenis, en mi casa… Volví con este libro a recuperar una imagen suya más amorosa y comprensiva», dijo Piñeiro a esta agencia al momento de publicarse una de sus obras más personales.
Situada de diciembre del 75 a junio del 76, la novela está dividida en un texto titulado «Mi padre y la bandera» y las cajas chinas numeradas, donde se entreveran palabras, anécdotas, citas históricas y fotografías que permiten escaparse del tiempo acotado de la narración.
«Un padre extranjero», de Eduardo Berti
La novela -la más autobiográfica de su corpus junto con «Faster»- se inicia con la muerte de la madre del narrador, que funcionaba como el nexo que lo unía con su padre, que no sólo se negaba a hablar en su idioma natal sino que se mostraba infranqueable en muchos otros aspectos. El hijo, poco más tarde, sabrá que su padre ha comenzado a escribir, justo cuando se da a conocer su primer libro publicado.
«Hay en el extranjero una mirada de extrañeza, nos hace ver lo que no habíamos advertido», dice Berti.
El autor de «La mujer de Wakefield», «La vida imposible» y «Todos los Funes» construye un relato que altera las cronologías y superpone las historias, como los tramos en los que cuenta su propia experiencia como extranjero en Europa o los que dedica a dilucidar los misterios vinculados a Joseph Conrad: el protagonista está obsesionado con la historia del escritor y marinero polaco, que vivió en Inglaterra y cuya experiencia tiene similitudes con la condición de extranjero de su padre. Ambos guardan secretos y aparecen enigmáticos a los ojos de sus familias, como una gran metáfora de la extrañeza que pueden irradiar los seres más próximos.
«Hay en el extranjero una mirada de extrañeza, de desfamiliarización, que muchas veces nos hace ver cosas que nosotros no habíamos advertido antes, por estar demasiado metidos en nuestras vidas cotidianas. Mi padre nunca terminó de perder esa mirada extrañada. Y creo que me la contagió. Que me educó, que ‘formó’ mi percepción del mundo. No tanto a sentir el ‘peligro’ de las cosas escondidas, como a desconfiar del ‘fácil engaño’ de la fachada de lo así llamado ‘normal'», sostuvo Berti en una entrevista con Télam.
«Mi papá alemán», de Mónica Müller
Retoma la historia de su padre inmigrante que se instala en la Argentina en 1922.
Cuando el padre regresa a Alemania después de cincuenta años de permanencia en la Argentina, el contexto social parece revelar en él sentimientos de racismo que hasta entonces la hija no había podido o querido ver. Ante el impacto, se siente obligada a rastrear la verdad en sus propias evocaciones y a compartir sus descubrimientos y sus sospechas. Su hermano la ayuda a desentrañar los enigmas.