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25 mayo, 2021

¿Qué se puede leer un 25 de Mayo?: «La revolución es un sueño eterno»

Un 25 de mayo de 1811 en las ruinas de Tiahuanaco Juan José Castelli proclamaba derechos sociales y políticos para los indígenas. El orador de la Revolución gaucha moriría luego de un cáncer de lengua. Un libro para reflexionar sobre las derrotas, los modelos y el triunfo posible de los sueños de libertad y realización: «La Revolución es un sueño eterno», de Andrés Rivera.

 

Por Roberto Amador*

 

“Entre tantas preguntas sin responder, una será respondida: ¿qué revolución compensará las penas de los hombres?” (Andrés Rivera)

Esta novela escrita por Andrés Rivera (1987), Premio Nacional de Literatura (1992), busca a través de la figura de Juan José Castelli, el orador de la revolución, comisario político de los ejércitos que marcharon al Alto Perú, que muere por un cáncer en la lengua, da cuenta no solo sobre el final trágico del “ala izquierda” de la Revolución de Mayo, sino también sobre la militancia, las derrotas y las reflexiones que estas conllevan.

 

Las deudas de la historia

 

«La revolución es un sueño eterno» de Andrés Rivera, como toda historia verdadera, es una historia de deudas. Por un lado, la deuda de la historia con los derrotados. Tanto el relato mitrista que habla de “La revolución de Mayo” como partera de una nueva nación, instalada como relato oficial en el sistema educativo, o el revisionismo, que tomó para sí el peronismo, con distintas versiones, que resalta la figura de los caudillos, sobre todo a Rosas, como punto de partida de la nación; dejan de lado o desconocen los elementos plebeyos que intervinieron en esta etapa histórica.

Por otro lado, el trágico final del “ala izquierda” de la revolución y los límites de sus discursos, en un proceso que no buscaba ser una revolución democrática burguesa, como lo fue la revolución francesa, sino “poner fin al pacto colonial español arraigado por varios siglos y hacerse del poder político (autogobierno) sin afectar la estructura colonial.” [2] La “tragedia histórica” de Mariano Moreno, Juan José Castelli, etc., es que no tuvieron una clase social que le diera cuerpo a sus proclamas. Estos son datos meramente históricos. Datos para ponernos en contexto.

 

«Vieja, acá no me conoce nadie», dijo una vez Rivera a su esposa por teléfono desde Chubut

“Robarle” al pasado para pensar el presente

 

Andrés Rivera era un lector ávido de libros de historia pero renegaba mucho cuando se lo calificaba de novelista político o histórico. “Soy novelista”, punto. En esta novela no “viaja al pasado” para hablarnos de él, no se sitúa en el proceso para describirnos hechos. Extrae de él lo que necesita para hablar de nuestro tiempo. Es sólo un recurso más. Como escribió Ricardo Piglia, “el que escribe no puede hablar de sí mismo. El que escribe solo puede hablar de su padre, o de sus padres y de sus abuelos, de sus parentescos y genealogías.” [3]

Rivera busca la excusa, el personaje, para realmente hablar de él, de la experiencia de los suyos y los balances de la militancia, “intenté dar cuenta por ese personaje, Castelli, que yo defino como nuestro contemporáneo, de esa militancia gris y casi siempre condenada al fracaso.” [4] No busca enseñarnos historia. No lean el libro si buscan eso dice Rivera, “no conocía de Castelli más de lo que puede conocer cualquier alumno de escuela primaria y secundaria”. [5] Pero en junio de 1985 lee que “Juan José Castelli, a quien se llamó el orador de la Revolución de Mayo, murió de un cáncer en la lengua.” [6] Y esto pasa a ser el impulso inicial, el puntapié para escribir no sobre Castelli en sí, sino sobre “el silencio de la derrota”.

Castelli, el orador de la revolución argentina, murió de un cáncer de lengua, no sin antes decir su verdad

El diálogo de los derrotados: resistir

 

Rivera que militó dos décadas en el PC Argentino, expulsado en 1964 por diferencias políticas, después de Juan Gelman y Portantiero, y que luego colaboró con Susana Fiorito (su compañera de vida) editando los boletines de los sindicatos clasistas del SITRAM-SITRAC, había sido parte de la generación derrotada por el golpe militar del 76 en Argentina. Dos años después de editada la novela, el 9 de abril de 1989, cae el muro de Berlín. Los capitalistas de todo el mundo cantaron victoria. Decretaron “el fin de la historia” o sea, el fin de la lucha de clases como motor de la historia.

Trae la figura de Castelli no para ubicarlo como héroe, sino para abrir un diálogo entre derrotados; era la mejor forma de escapar a las etiquetas de la literatura histórica. Quien haya tenido la oportunidad de leer la novela, ¡y quien no, hágalo urgente!, sentirá la presencia del cuerpo envuelto en una capa azul, del “orador de la revolución”, y el hedor nauseabundo a bosta y sangre que ella trae. “Castelli es un hombre de nuestros días, con sus desgarramientos, con sus claudicaciones y con sus firmezas.” [7]

Ese es el gran logro de Rivera, la empatía de las nuevas generaciones con los derrotados de la historia. No para llorar y renegar de las mismas, sino para sacar conclusiones. Ver en la derrota, aunque el cáncer corroe la lengua, y no nos permita hablar, una etapa más en la vida de los revolucionarios. Saber que lo que queda en la palabra escrita, aunque se escriba en un pequeño papelillo para armar cigarrillos [8], es el:

 

“Intransferible y perpetuo aprendizaje de los revolucionarios: perder, resistir. Perder, resistir. Y resistir. Y no confundir lo real con la verdad”, dice Rivera

 

Castelli sabe que le quedan pocas horas de vida. El cáncer avanza. Pero pide tiempo para defenderse y ordenar papeles. Lejos del fusil, con el que saboreó las iniciales victorias. Sabe, preso y alejado a fuerza de encierro del proceso que se desarrolla en las calles, que el sueño eterno de la revolución sostiene la pluma con la que escribe y denuncia. Y aunque sabe de la muerte trágica de los suyos, como la de Mariano Moreno, o la traición de quienes vacilan. Empuña y apunta:

«Escriba que no le importa cuándo llegará el fin del camino. Escriba que no le importa eso –saber cuándo llegará al fin del camino-, con una mano que no tiembla. Escriba que el actor no miente, y que su pulso no tiembla.

Y que en el escenario, cuya luz se extingue, el actor escribe: la revolución es un sueño eterno«.

Hay un tema, un solo punto que puede identificar buena parte de la obra de Rivera: la derrota. Escribe desde el campo de los derrotados, de los que han intentado liberar al país y al mundo de la opresión y explotación. La revolución es un sueño eterno (hasta que es), busca eso. Y por sobre todo a no resignarse, y saber que cuando hay retrocesos, las palabras son un arma cargada de vida. Porque «relatando, uno se defiende, y a menudo, ¡ataca!», decía Tolstoi.

 

*Obrero de Madygraf y docente de escuela secundaria, LID / Arte by Laura Caruso