17 enero, 2023
A esta altura, es sabido que aquello de que los robots invadirán al planeta, producirán desempleo y gobernarán a las personas son pensamientos tan antiguos como propios de la ciencia ficción.
Preparate para lo que viene: empleo, robots y la vida antes, durante y después de la automatización
Por Oscar Barone*
La automatización de procesos ya está entre nosotros, y aunque el miedo a lo desconocido se impone como una barrera ante la evolución tecnológica, el pensamiento creativo de las personas, empresas y gobiernos será imprescindible para conciliar el vínculo entre las máquinas y el ser humano.
A esta altura, es sabido que aquello de que los robots invadirán al planeta, producirán desempleo y gobernarán a las personas son pensamientos tan antiguos como propios de la ciencia ficción.
Sin embargo, cada vez que las personas dan cuenta de que están usando la tecnología con mayor recurrencia o que las empresas comprenden la necesidad de digitalizar procesos, surge la misma sensación que los espectadores de L’arrivée d’un train à La Ciotat tuvieron en la improvisada sala de cine de los hermanos Lumiére, en 1896.
¿Un tren saldría de la pantalla y acabaría con todos ellos o simplemente se trató de una imagen en movimiento? Los Lumiére pretendían, en aquel entonces, proyectar imágenes 3D y para ello se plantearon un innovador sistema de representación de imágenes que en lugar de sorprender generó miedo, una sensación recurrente en las personas cuando enfrentan lo desconocido.
Un siglo después, los desarrollos tecnológicos siguen generando la misma emoción que, en el mejor de los casos se presenta como un desafío para unos, pero en el peor de los casos, paraliza a otros. A comparación de más de 100 años atrás, hoy somos protagonistas antes que espectadores y por ello presenciamos la evolución tecnológica como si fuera el mismísimo tren saliendo de la pantalla y sin darnos tiempo, siquiera, de correr por nuestras vidas.
Pero no, tales avances no pasan por sobre la humanidad destrozándola, como tampoco guarecen esperando a que estemos dormidos para gobernarnos. La tecnología no nos invade y la principal razón que da cuenta de ello es que se trata, justamente, de una construcción del ser humano que, si se quiere ver desde el punto de vista aristotélico, es una herramienta que construimos en búsqueda de la felicidad.
Dicho de otra forma, lo que hemos logrado en la actualidad con la automatización robótica no es un ejército de máquinas autómatas invasoras, sino un buen kit de herramientas que, implementadas inteligentemente, pueden hacer nuestras vidas más fáciles.
Cuando hago referencia a la inteligencia, aunque bien se ha nombrado de esta forma a una de las tecnologías que por entonces está en boca de todos, no hago referencia a otra cosa que a la del ser humano, capaz de crear las herramientas, los sistemas y los procesos de optimización para sacarle cada vez más provecho. ¿Cómo? Cada vez de manera más simple, dando play a un botón con el cual sea posible reducir a minutos las acciones repetitivas y rutinarias que hechas de forma manual llevan horas, días o meses.
Si se quiere, en ese solo párrafo, se reserva la razón por la cual al miedo -que es una expresión orgánica- debiera seguirle el desafío y la gestión del cambio, una tríada imprescindible para empezar a pensar, por fin, que la automatización de procesos tiene más beneficios que contrariedades.
Ya lo dijo el escritor Howard Phillips Lovecraft: “La emoción más antigua y más fuerte del ser humano es el miedo, y el tipo de miedo más antiguo y más fuerte es el miedo a lo desconocido”. Sumo a esta frase, desde mi humilde experiencia, que lo desconocido por unos es el invento de otros, y tal invento es una solución para todos.
La resistencia al cambio está plagada de sesgos, principalmente, aquel que pondera los aspectos negativos de esta era sin siquiera darnos la oportunidad de explorar los aspectos positivos.
Por ejemplo, es normal que la persona que conduce su auto hasta el trabajo, en donde realiza todos los días las mismas tareas, haya incorporado nuevos hábitos en este último tiempo como el uso de una app móvil de tránsito que le indique cuál es la ruta más rápida, o que escuche la música que le sugiere una app en base a sus gustos, pero que al final del día se cuestione cuánto falta para que reemplacen su lugar por una máquina.
También es normal que el gerente de una oficina contable haya reemplazado su su tradicional agenda por un Google Calendar que está sincronizado con su correo electrónico corporativo, pero que a la hora de realizar las conciliaciones bancarias siga abriendo una planilla de excel, a sabiendas de que ese día todo su equipo deberá dedicar unas cuantas horas a revisar detalles.
Sobre todo en estos tiempos, es habitual ver que cada vez más empresas están incorporando tecnologías de automatización de procesos, pero a la hora de mostrar sus rutinas para que estas tecnologías aprendan, vuelven a realizar toda la tarea de forma manual.
En estos tres ejemplos, sin ir más lejos, quienes se resisten al cambio están viéndose a sí mismos como espectadores temerosos de que el tren les pase por encima. Algunos más pasivos frente al ruido de la evolución, otros un poco más abiertos a la adaptación pero igualmente miedosos, y todos, definitivamente, expectantes ante, otra vez, esa sensación que los paraliza.
Ya no existe tal tren, entonces a qué le temen. Es simple: a perder sus trabajos, a perder el control o perder lo que sea que se pueda perder en el lado del desconocimiento.
De igual forma, la ecuación no es tan compleja porque se resuelve con conocimiento y el mismo está dándose, por fortuna, de forma cada vez más democrática. Sólo hay que tomarlo, aunque está claro, no es un paso tan simple para quienes crecimos en una era en la cual el tiempo de estudiar terminaba, con suerte, al salir de la universidad.
Por tanto, la gestión del cambio conlleva, principalmente, aprender cómo funciona, cuáles son las oportunidades, cuáles son las amenazas, cómo se arma, cómo se desarma y cuáles son todas las piezas de aquello que desconocemos.
Aún mejor, la gestión del cambio es inevitablemente un paso individual con impacto colectivo en donde tenemos que aprender el detalle de cada pieza para que esa construcción que hacemos sea consciente y aplique todas nuestras habilidades creativas.
Claramente hay que atravesar el miedo y ese trayecto se define como el desafío. Si no tuviéramos esa emoción en una de nuestras manos, no estaríamos en estado de alerta, algo que también es necesario para la construcción.
Sin embargo, y apelo a que este sea el siguiente paso de la sociedad y de las corporaciones, el proceso de aprendizaje debiera ser cada vez más ágil para que la automatización empiece a implementarse, al fin, conjugando las habilidades cognitivas humanas con la practicidad, la reducción de riesgos y de inversiones que propician las herramientas tecnológicas que estamos desarrollando.
¿Acaso suponen que las máquinas no pueden ayudar al ser humano y hacer sus vidas más simples? Esa es la misión, ahí radica la métrica poética de las tecnologías en funcionamiento, cuando finalmente entendemos, conocemos, aprendemos y aceptamos que somos capaces de hacer cosas mejores y dejarle a nuestras construcciones tecnológicas el trabajo rutinario y aburrido, dándonos garantías de que tenemos mucho más por hacer con lo que resulta de esos procesos automatizados.
Pero para que eso suceda, y mientras atravesamos la etapa de aprendizaje, tenemos que quitar de nuestras mentes la idea del tren y salirnos del lugar de espectadores, tampoco tenemos que adoptar el rol de transformadores del entorno porque si bien lo construimos, produce mucho desgaste poner sobre nuestros hombros la misión de alterar lo dado, aún cuando parte de ello es el desconocimiento ante lo que se viene y que siempre será un misterio a develar.
En cambio si nos identificamos como piezas que, a diferencia de las máquinas no sólo absorbemos conocimiento, sino que además lo sensibilizamos, le damos sentido y lo transformamos para que siempre represente una solución para nuestras vidas, entonces así será posible entender este aspecto romántico de la automatización, el que hace que sea funcional en tanto necesita al ser humano antes, durante y después.
Existen suficientes estadísticas que, en la actualidad, dan cuenta de cuántas empresas están empezando a explorar las tecnologías de automatización y también aquellas que señalan qué puestos de trabajo están en riesgo. Elijo, del montón, el informe del Foro Económico Mundial que señala que la nueva división del trabajo en 2025 eliminará unos 85 millones de empleos, pero creará más de 97 millones de nuevos puestos de trabajo.
Por supuesto, no les dejaré la presión de reinventarse para sostenerse en el puesto laboral porque ese mensaje, a fin de cuentas, profundiza el sesgo de la negatividad y como dije no promulgo la presión por ser transformadores.
En cambio sí promuevo que abras la mente y los ojos para ver tu entorno, que entiendas qué sos capaz de hacer con lo que está pasando y cómo te visualizás como una pieza que pueda integrar habilidades blandas y humanísticas, además de sentido empático y creativo a la maquinaria.
¿Por qué te hablo a vos cuando la gestión del cambio es cultural y por tanto colectiva? Porque sos una pieza y te pido que aprendas del detalle para hacer más simple las acciones más complejas.
El desafío de ser creativos es todavía más avasallante que el miedo a que el tren salga de la pantalla y es que, como lo dije al comienzo, se trata del paso siguiente después de esa emoción, pero ahora con el propósito de hacer algo con ello.
Algunos eligen subirse al tren, otros salir de la sala y volver al estadío del miedo paralizados. Mientras tanto, ya saben, el tren pasará sin matar a nadie.
*CEO de Conciliac/AF