11 julio, 2021
FUE PRESENTADO A CHUBUT POR EL MINISTRO LUIS BASTERRA POR VIDEOCONFERENCIA, EN BUSCA DE FEDERALIZAR LA ESTRATEGIA
La realidad virtual ha llegado a diferentes sectores, incluso la producción ganadera y lechera. Así lo demuestra un experimento que realiza el Ministerio de Agricultura ruso que aplica gafas de realidad virtual a sus vacas para que visualicen pastizales y condiciones de libertad cuando en realidad producen leche o carne en estado de cautiverio y absoluta reclusión en granjas intensivas.
Dicen que sin embargo la idea que parece descabellada, estaría dando resultados exitosos. Sencillamente porque apelando al imaginario posible, se alcanza el objetivo es tranquilizar a las vacas con un programa de relajación, logrando el engorde de ganado y produciendo más leche y de mejor calidad.
Se podría decir que en el caso nacional también se aplicaría este tipo de estrategias psicoproductivas desde la política, sin embargo no sobre el ganado vacuno, sino sobre el sistema productor.
Resulta que otra vez el Gobierno nacional avanzó con un plan estatal sin participar a los sectores involucrados, que tienen mucho para aportar al funcionamiento de sus propias actividades, a expensas de imaginarios productivos que define en laboratorios políticos. Un ‘error estratégico’ -tal como critican desde los privados y las provincias que se repite en los diferentes polos productivos nacionales. Trátese de agricultura, ganadería energía, petróleo, pesca o cualquier otra actividad, la dirigencia (no sólo la actual) se empeña en aplicar medidas y disponer políticas de acuerdo a las urgencias de caja o las teorizaciones ideológicas que les entusiasma.
Esto genera múltiples frustraciones por estadios ya conseguidos en las cadenas productivas, fracasos sectoriales en función de los intentos adaptativos a nuevas reglas de juego que parecieran no medir en perspectiva, desinversiones y finalmente pérdidas de producción y trabajo.
Definitivamente porque «Cuando los anuncios van más rápido que la realidad, pierde consistencia cualquier plan», señala María Julia Aiassa, analista de Rosgan
Tal como advierte un informe de Agrofy News, al anunciar las nuevas restricciones para la exportación de carne, el Gobierno adelantó también este Plan Ganadero: «Se definió que antes de los próximos 30 días deberá estar diseñado el proyecto en el cual vienen trabajando los Ministerios de Desarrollo Productivo y de Agricultura, Ganadería y Pesca».
A modo de adelanto, desde Casa Rosada señala que el Plan Ganadero pretende ser ‘un conjunto de políticas de asistencia técnica y financiera hacia toda la cadena de producción del sector. Dentro de las medidas abordadas, se encuentran el financiamiento a tasas subsidiadas, el otorgamiento de beneficios fiscales y capacitaciones en mejoras tecnológicas y asistencia en el desarrollo técnico’.
De ese modo, según el Gobierno, se podrían destinar 3 millones de toneladas para el mercado interno, que podría llevar el consumo local a más de 70 kilos por año por habitante, y 2 millones para exportación, que duplicaría las exportaciones del último año.
Sin embargo este consenso comenzó a entrar en dudas a medida que se van pronunciando distintos actores y analistas sectoriales.
En este sentido, María Julia Aiassa, analista de Rosgan, se preguntó cuán alcanzables son estos números y cuánta racionalidad guarda dicha distribución.
Aun bajo una hipótesis de cero crecimiento en el consumo de otras carnes -pollo y cerdo- esto supone que el consumidor argentino deberá absorber 125 kg de carne al año, es decir entre 10 a 15 kg más de los que actualmente consume: «Recordemos que Argentina -pese a la crisis económica que viene transitando en los últimos años- sigue siendo uno de los mayores consumidores de carne per cápita en el mundo», destaca Aiassa.
Por lo tanto, ¿cuán genuina es esta demanda por mayor consumo? En principio, no resulta demasiado clara. En lo que respecta al aumento de la producción, claramente es necesario dar un salto sostenible en materia productiva.
En los últimos 30 años, Argentina produjo en promedio apenas 2,8 millones de toneladas anuales. El año que mayor producción se registró dentro de este período fue en 2009, cuando se alcanzó un total de 3.376 mil toneladas, a expensas de una voraz liquidación del stock. Al año siguiente, en 2010, la producción total de carne vacuna caía a 2.626 mil toneladas.
Precisamente, el nivel de extracción de los dos años previos había trepado al 28,5% avizorando ya aquel desenlace, una pérdida de más de 5 millones cabezas en tan solo un año y el inicio a un ciclo de escasez que condicionó fuertemente los siguientes años.
El otro atisbo de crecimiento que tuvo la producción nacional comenzó a registrarse a partir del 2017. Tras siete años de estancamiento por debajo de los 12 millones de cabezas faenadas, a partir de ese año comienza a reactivarse la faena, producto de un rotundo cambio en la política de exportación, impulsada, a su vez, por el impresionante crecimiento de la demanda china: «Este cambio tampoco vino precedido de un plan de reconstrucción productiva e, inevitablemente, el crecimiento de la producción nuevamente se dio a expensas de una mayor extracción».
De acuerdo a los últimos datos de stock disponibles a diciembre de 2019, el rodeo nacional contaba con aproximadamente 23 millones de vacas. Con una tasa de destete del 63%, se estarían obteniendo unos 14,5 millones de terneros al año, menos lo que se pierde por mortandad, en números brutos y sin discriminar por categoría, apenas reponiendo los 14 millones de cabezas faenadas al año que, a un promedio de 226kg por res, aportan poco más de 3,1 millones de toneladas de carne vacuna anualmente.
«Pensemos por un momento en un plan ganadero que verdaderamente logre aumentar la eficiencia productiva del stock nacional es decir, la cantidad de kilos producidos por animal en stock, actualmente estancada en torno los 57 a 58 kg. Asumamos a modo de hipótesis que en cierto plazo de tiempo logramos llevar la tasa de destete del 63% al 70% promedio a nivel, sin retención de animales, es decir mantenido la misma cantidad de vientres en stock.
Entonces, los 23 millones de vacas en producción podrían entregar una reposición de cercana a los 16 millones de terneros y terneras al año. Asumiendo una extracción de equilibrio, es decir donde se faena lo mismo que se produce (16 millones de cabezas), lograr los 5 millones de producción que tendría como objetivo este plan ganadero nacional, implicaría llevar el peso medio por res en gancho de los 226 kg actuales a unos 317 kg por animal faenado», señala Aiassa. Esto es más que Uruguay (250kg), más que Brasil (260kg) e, incluso, más que Australia (290kg), algo en principio poco alcanzable, en función de las características del sistema productivo argentino.
Alternativamente, alcanzar los 5 millones de producción sin forzar a tal extremo los diferentes indicadores de productividad, implicaría iniciar un proceso de retención y recomposición del stock nacional durante los próximos años que, indefectiblemente limitaría la oferta de carne durante los años que demande dicho proceso. En este sentido, «si lográsemos incrementar el stock de vacas a un mínimo de 30 millones de animales, trabajando con tasas de destete del 65% a nivel nacional e incrementando los pesos de faena a niveles cercanos a los de nuestros vecinos (260kg por res), lograríamos producciones anuales en torno a los 5 millones de toneladas de carne». Sin embargo, este camino demandaría un proceso de reconstrucción de ese stock de vientres durante el cual la faena anual debería tener al menos 1,5 millón de hembras menos para lograr dicho objetivo en un plazo no menor a 5 años. Algo que, en este contexto de escasez de oferta y precios en alza, políticamente no sería deseable forzar.
En concreto, «cuando los anuncios van más rápido que la realidad, pierde consistencia cualquier plan por más noble que luzca su objetivo. Argentina, en materia ganadera, tiene un gran desafío por delante y es precisamente lograr trascender los intereses cortoplacistas que muchas veces impone la política para trazar, definitivamente, un horizonte de crecimiento racional, coherente con nuestra realidad productiva y fundamentalmente sostenible en el tiempo», concluye Aiassa.