16 enero, 2022
El gobierno lanza consignas contradictorias. Importa más la estética de confrontación con el FMI que su contenido.
Por Ignazio Zuleta
De todas las señales pirotécnicas que estallan sobre los cielos de Olivos, la única que reviste una intención estratégica es la que llama a la unidad del peronismo. Como este oficialismo tiene una afección por la teratología política -lo prueba que haya un presidente con menos poder y legitimidad que su vicepresidente- esa convocatoria a la unidad virtuosa que le funcionó al peronismo en 2019, se hace aplicando la táctica anarquista «de cuanto peor, mejor».
Se trata de lanzar consignas de gobierno contradictorias, que dispersen al electorado y malquisten al peronismo con el voto ganador en las legislativas de 2021, cuando el oficialismo perdió por arte de birlibirloque más de 5 millones de votos. De esa manera, el peronismo perderá sus chances de competir airosamente por la renovación presidencial, a menos que las tribus admitan que el bien del triunfo bien vale una unidad odiosa.
Esta tiene un solo camino: la alianza con el peronismo «federal» o de los gobernadores, que es el más poderoso de la Argentina y con el peronismo menguante del AMBA, en donde compiten Alberto, Cristina y Massa por entrar, a los codazos, por la misma puerta y al mismo tiempo, al estilo de las astracanadas de Larry, Curly y Moe. Si insisten, los van a llamar los tres chiflados.
Los «federales” encaran confiados el proceso preelectoral de 2023. Se basan sobre una ventaja en la disponibilidad de recursos – y de crédito – que les da el superávit fiscal y financiero de las cuentas públicas. Su situación tiene un carácter cercano a lo estructural y les permite desplegar estrategias de muy diferente corte que el gobierno nacional.
El peronismo del AMBA que controla el área metropolitana del país viene de perder las elecciones en los grandes distritos. Ese resultado salpica los escenarios de gobernabilidad futura. El superávit de las provincias es para los gobernadores su base de los procesos de reelección. Quienes pertenecen al peronismo no tiene muchos incentivos para pegarse a las estrategias del peronismo AMBA, al que resulta difícil brindar posibilidades de éxito a los «federales» del interior.
El proceso se verifica desde 2020 y, según el cálculo de Nadín Argañaraz, “se esperaría que el 2021 cierre con un resultado fiscal superavitario de 0,1% del PIB ($53.012 millones) para el consolidado de provincias, y del 0,2% del PIB para el 2022 ($97.492 millones). Si se considera el resultado primario (es decir que se excluyen de los gastos los correspondientes a los intereses de la deuda) – agrega el economista del IERAL -el panorama es similar, con un superávit primario del 0,6% del PIB para 2021 ($261.564 millones) y del 0,5% del PIB para el 2022 ($327.001)”.
Seguramente el presidente busca hacer músculo ante su declinante electorado exaltando un asunto tan críptico e incomprensible por la mayoría del pueblo argentino y peronista, como es el acuerdo del FMI. La lección es clara: en estas lides generadas por el gobierno importa más la estética de la confrontación que su contenido.
Del FMI nadie entiende mucho, y menos con las explicaciones oficiales que sirven tanto para un acuerdo como para una declaración de default. Pero como irrita la oposición, adelante.
Tampoco entiende ese público la confrontación con la justicia; pero como se identifica al sistema judicial con la oposición, adelante.
Lo que ocurre es que después, la oposición te puede ganar. Sienta a su gestión, en el tobogán del riesgo. Sus funcionarios le recomiendan a Alberto la lectura del informe del FMI sobre el préstamo a la gestión de Cambiemos. Ese reporte sugiere, por vía oblicua, recomendación para esta nueva negociación. Una, para retener, es la que advierte que “Dado que la deuda con el FMI generalmente se percibe como una deuda preferencial, los acreedores privados pueden percibir que el apoyo del FMI aumenta su riesgo en lugar de reducirlo. Esto es especialmente problemático cuando un programa carece de consenso político”.
En un gobierno que es también una cooperativa sin jefe que defina un rumbo unívoco, todos miran para otro lado. Cuanto más, se entretienen con la suerte ajena. A Miguel Pesce lo llaman Leo Di Caprio: es el único que ve venir un meteoro que choca con la tierra y nadie le cree. Simpáticos, los compañeros. Total, es radical.
La oposición se distrae en respuestas triviales a las demandas de una prensa militante e indignada que cree tener una estrategia mejor que la de ellos. Puede alardear de que no ha cometido, sin embargo, ningún error estratégico desde 2019, cuando perdió las elecciones – perder elecciones no es un error, en ese caso fue la consecuencia de un mal gobierno.
Cualquier lectura de sus pasos no puede ignorar esa realidad. No es difícil entenderlo. Primero, porque Cambiemos es una cooperativa de líderes sin conducción para unificar sus movimientos detrás de una misma estrategia. Sus decisiones son concertadas y siguen el mandato de la unidad. Es el mandato que percibe en su público, y les permite a las tribus que la integran tolerar los deslices de sus caciques.
Por ejemplo, que Horacio Rodríguez Larreta jugase a perdedor en las elecciones de Santa Fe por apoyarse en el ticket que le acercó Martín Lousteau. O que designe como secretario de Deportes de la CABA al Chapa Retegui, un admirador confeso de Cristina Kirchner, promovido por Lousteau a costa de la baja de Juan Nosiglia. Juegan con fuego.
Esas audacias de Larreta lo enojan con radicales y macristas del distrito, pero él se justifica en la necesidad de blindar sus relaciones con la UCR jacobina. Ante la repregunta, sanitiza sus decisiones: una cosa es hablar bien de Rodrigo de Loredo, y otra es no apoyar a Mario Negri para que siga siendo el conductor el interbloque opositor. El mismo criterio que sostiene Emilio Monzó, jefe del bloque de los primos de Encuentro Federal. El argumento es: ¿no se dan cuenta que en el momento en que lo corrieron a Negri del interbloque entramos en zona de desastres?
Estas afinidades electivas pueden servir para un ejercicio del discernimiento, útil para resolver qué es oportuno o inoportuno. En este caso, serviría para decidir dónde se hace la política: ¿en el grado cero de la representación, en la base vecinal de las relaciones del sistema con la gente, o en las altas góndolas?
En el vecindario de San Fernando esta designación de Retegui obliga a la constituency de Cambiemos a un reperfilamiento. ¿Votamos a la oposición para esto? En el área de cobertura del cable, Retegui tiene una imagen que sirve al marketing. Al final, ¿quién te vota, el vecino o los animadores de TV? No discernir esto con claridad es un error de los personeros de la política electoral de mercado.
Con ese ánimo van los opositores el martes a escucharlo a Martín Guzmán y sus tribulaciones con el FMI. Les parece claro el propósito del gobierno de generar señales contradictorias. Como anunciar que irán a extraordinarias con algún proyecto de reforma de la Magistratura, mientras sus funcionarios harán un canto a la indignación en la manifestación callejera contra la Corte de un día antes.
Luis D’Elía intenta arrastrar a la multitud a un acto revolucionario para destituir a la Corte desde la calle. Es conmovedora esta confianza en la propuesta popular para producir hechos que conmueva el voto popular. Lo mismo manifiestan los dirigentes y legisladores de oficialismo, que surfean la ola de calor para conmover los cimientos de la república. Un desafío a la realidad, digno de examen en políticos que deberían conocer qué y por qué la gente vota ciertas cosas. Y la diferencia entre las algaradas para hacer músculo con las herramientas de cambio en un democracia, que son las urnas.
Javier Milei, para tener una muestra que entusiasma a la TV militante de todos los colores, comprometió a más de un millón de suscriptores en un sorteo de pesos argentinos (ni dólares). Hace dos meses había recibido en las urnas una cifra más modesta, poco más de 300 mil sufragios con una candidatura a diputado.
D’Elía, que es patria y es pueblo, debería tener ya la experiencia para ver la diferencia entre las patas en la fuente y el voto. A menos que esté haciendo músculo con otro objetivo. O por lo menos debería recordar lo que dijo Duhalde después de perder las elecciones de 1999: la gente sabe lo que tiene que hacer cuando el candidato es un político y cuando es un cantor. Es raro traducir manifestaciones callejeras en votos.
D’Elía ha dado pruebas sobradas de ingenuidad, desde que perteneció al gobierno más peronista desde Juan Perón hasta que terminó en un calabozo. Milita en el partido hegemónico que administró el país desde 2002, salvo el cuatrienio macrista, y también en la organización de seres de clasificación no biológica más grande del planeta, sólo superado en número por Facebook, que es la Iglesia de Roma. Na’ aprendió, pero sí pudo aprender, con más recorrido Alberto Fernández.
Recibe la invitación de D’Elía con el comentario de que en la Justicia ocurren cosas que le desagradan. Sus voceros repiten que la reforma de la justicia que propone esa pueblada es una promesa incumplida de la campaña electoral del oficialismo. Este compromiso debe pertenecer a otras elecciones, porque no figura en la plataforma del Frente de Todos. Quién quiera regalarse algo gratis para un día de fiesta puede repasar el documento «Aporte de Equipos Técnicos de la Unidad» producido por el Gabinete del PJ que coordinó el exministro Ginés González García. En esa extensa plataforma de octubre de 2019, la frase «Suprema Corte» no salta ni con buscador de textos. De paso, ¿qué partido echa de su gobierno a quien redactó su plataforma de campaña?
El movimiento contra la Corte tiene mala vibra para el peronismo. Ocurre cuando se cumplen 20 años de otra asonada contra el tribunal. Eduardo Duhalde temía que la Corte declarase la inconstitucionalidad del corralito. Significaba voltear la pesificación en la que había basado su programa. El gerente de esa presión era el entonces jefe de la SIDE Carlos Soria, padre del actual ministro de Justicia y martillo, como él, de la actual Corte.
Soria había montado una peña – cuyos detalles contará en algún momento un historiador documentado – que sesionaba en el hotel Hilton de Puerto Madero. Allí escuchaba un grupo de banqueros, asistido por periodistas identificados con la prensa de prestigio, a quienes se les pedía que sostuviesen el corralito y la pesificación -hay servilleta con nombres, pero acá no se entrega gente.
Los banqueros asustaban al gobierno con el argumento de que se iba a producir lo mismo que en Rusia, en donde el público había saqueado los bancos. Duhalde le encargó al entonces senador Jorge Yoma que intercediese ante la Corte para que no fallasen en contra. Los llevó a su casa de la calle Olleros, en donde organizó una sesión privada del tribunal. Estos pidieron que el gobierno retirase los proyectos de juicio político que había en Diputados contra ellos. Nada los convenció, ni la amenaza de un discurso que daría Duhalde en un viernes negro, cuando el dólar picó hasta valer 4 pesos, equivalente a la manifestación de este lunes de D’Elía.
La Corte declaró la inconstitucionalidad el 1° de febrero de 2002, hace justo 20 años, con un fallo que el experto Antonio María Hernández calificó como la defensa más contundente del derecho de propiedad que haya firmado la Corte. Los juicios políticos no prosperaron y la administración Duhalde entró en picada; en junio se produjo la muerte por represión de Kosteki y Santillán y Duhalde dio por terminada su candidatura a un mandato desde 2003. De aquellos polvos – con perdón de la expresión -, estos lodos.
*NAr/AQ/EC