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9 agosto, 2025

Pesca: Barcos fantasmas y permisos sin control, la trama oculta detrás de la actividad

Un informe global destapa una trama oculta de empresas fantasmas, permisos cuestionables y flotas pesqueras que operan en la sombra. ¿Quién se está llevando los recursos del mar? Casi nadie lo sabe.

Por momentos, parece una historia de espías. Barcos que cambian de nombre, empresas que se disuelven y reaparecen con otra cara, registros imposibles de rastrear, sociedades anónimas conectadas entre sí como piezas de un rompecabezas opaco.

Pero no es una ficción. Es la forma en que opera buena parte de la industria pesquera a nivel global. Y quedó expuesta en el nuevo informe «Más allá del pabellón», elaborado por el laboratorio EqualSea por encargo de Oceana, una de las organizaciones internacionales más reconocidas en conservación marina.

El estudio analizó 33.000 embarcaciones pesqueras industriales entre 2017 y 2021. El resultado: el 60% de esos barcos no tienen un beneficiario final identificable. Es decir, más de la mitad de la flota que extrae toneladas del océano cada día, no tiene un dueño visible.

Cascarones, pirámides y sombras

Milko Schvartzman, especialista en conservación marina y uno de los mayores referentes regionales en pesca ilegal, lo dice sin rodeos:

«Lo que hacen muchos armadores es crear empresas que funcionan como cascarones, para evitar ser identificados como los verdaderos dueños de las embarcaciones».

Según Schvartzman, esa arquitectura empresarial deliberadamente confusa puede incluir pirámides de sociedades conectadas entre sí, registros en países donde no se exige revelar quiénes son los accionistas y cambios constantes de nombre o bandera.

«Una misma persona puede estar en la cima de una estructura con varias empresas debajo, en distintos países, todas operando como si fueran entidades separadas. A veces, incluso, son los propios gobiernos los que están detrás de esos entramados, como ocurre con muchas embarcaciones chinas», agrega.

Barcos fantasmas

La falta de transparencia tiene consecuencias directas. Si no se puede saber quién es el verdadero dueño de un barco, tampoco se lo puede responsabilizar cuando infringe la ley, pesca de forma ilegal o destruye ecosistemas marinos.

«El responsable de la depredación no es el marinero. Es el dueño final. Pero si no se lo identifica, nunca se lo sanciona», explica Milko. «Y así se perpetúa el delito».

El informe también revela que una porción significativa de estas embarcaciones operan en regiones alejadas del país donde están registradas. En el caso de África Occidental y el Pacífico, una de cada tres naves industriales está controlada por intereses extranjeros. ¿Cómo puede ser? A través de contratos poco transparentes, intermediarios legales y registros diseñados para ocultar más que para informar.

El caso argentino

Argentina no escapa a este escenario. De hecho, según Schvartzman, está muy por detrás de otros países de la región en materia de transparencia pesquera.

«No tenemos un registro público de embarcaciones. No sabemos con claridad quiénes son los dueños finales de los barcos que están pescando nuestros recursos. Es como si una parte del mar estuviera privatizada en secreto», afirma el especialista.

Y agrega algo aún más alarmante: «Hay barcos con permiso para pescar en Argentina cuyo armador está vinculado a embarcaciones que cometieron pesca ilegal. Eso viola la Ley Federal de Pesca, pero se sigue permitiendo porque no se investiga a fondo quién está detrás de cada permiso».

¿Y ahora qué?

El informe propone una serie de acciones concretas para mejorar la trazabilidad y combatir la impunidad en la industria:

-Publicar los nombres de los beneficiarios finales de cada embarcación.

-Transparentar los procesos de licencias y permisos.

-Coordinar políticas globales para que ninguna empresa pueda esconderse tras múltiples banderas.

«Hoy el mar es saqueado por flotas sin rostro. Y los países —incluido el nuestro— les abren la puerta», advierte Schvartzman.

Mientras tanto, las consecuencias ambientales, económicas y sociales siguen acumulándose. Ecosistemas destruidos. Recursos agotados. Trabajadores en condiciones precarias. Y una ciudadanía que, en muchos casos, ni siquiera sabe quién se está llevando su pescado.

*SANV