6 octubre, 2024
¿Por qué será que emigramos a países donde la pobreza no es indigna o por qué será que volvemos del exterior admirando sociedades que tienen resuelto estos problemas? ¿Será que admiramos en otros lo que no queremos modificar en nuestro país? Sinceramente, no lo sé.
Por Sergio Mammarelli*
Esta semana, me gustaría dedicarme a una sola cosa. La absoluta ceguera de todos nosotros frente al verdadero problema del desarrollo de la Argentina: La pobreza estructural. Es más, frente a ella, se alza una pobreza mayor: la pobreza de gestión de nuestros funcionarios y la pobreza de comprensión que afecta a la otra Argentina que no es pobre.
En el centro de la vida pública se ha instalado la pobreza como un fenómeno orgánico y sistemático. Es lo que definiremos más adelante como “pobreza estructural”. Todo pareció revolucionarse con los últimos números que se dieron a conocer por el Indec: el 55% de los argentinos se encuentra en situación de pobreza; y si se tiene en cuenta los menores entre 12 y 17 años situados en el conurbano bonaerense, dicho porcentaje se eleva al 70%. Sin embargo, ese es un dato importante que toma los ingresos de las familias y los contrapone a la canasta básica de bienes. Es una equiparación entre retribuciones y precios en un semestre. Pero el problema es otro y más profundo: la pobreza sistemática.
Harto de cifras, porcentajes, estadísticas acerca de cómo la pobreza estructural se transformó en la peor epidemia de nuestro país, debo confesar que me cansó un poco soportar políticos, economistas y analistas, que atienden a esta pandemia echándose culpas pasadas o eludiendo el problema con aumentar una u otra asignación, que todos sabemos no sirven absolutamente para nada. El nivel de hipocresía de nuestros gobernantes es maravilloso y de los argentinos que miran para otro lado, también.
Si miramos el pasado, ya repetí muchas veces la inexplicable culpa del Peronismo. No solo fracasó por venir a eliminar la pobreza y la aumentó, sino que solo se consoló con administrarla y además lo hizo mal. No hay excusa posible. Desde Menem en adelante, todo fue un fracaso, pasando por la experiencia de Macri, que en iguales términos se propuso acabar con una pobreza que solo aumentó en sus años de gobierno. Todos hablan, dan entrevistas, realizan actos políticos, como si su responsabilidad no existiera. ¿La sociedad quiere un cambio, pero hacia dónde?
Si miramos el presente y el futuro, lamentablemente, será todo igual. El Gobierno se defiende sosteniendo que acabó con un sistema clientelar de planes, aumentando esas asignaciones dejándolas fuera del ajuste salvaje. Mentira absoluta. Los planes en vez de disminuir aumentaron y sus montos no sirven absolutamente para nada.
Simplemente para acercarme a lo que intento explicar en estas líneas, comenzaría diciendo que los esfuerzos económicos del Estado nada pueden hacer para combatir la pandemia de pobreza estructural que padece la Argentina.
Para comprender el problema debemos asumir que nuestra pobreza se refiere a la situación de carencia de recursos y oportunidades que afecta hoy a más de la mitad de los argentinos de manera crónica y persistente. Tiene hasta poco que ver con el ingreso mínimo o la ayuda que se reciba. Precisamente por eso, no se soluciona. Esta forma de pobreza está relacionada con factores estructurales como la falta de acceso a educación, empleo digno, vivienda adecuada, servicios de salud y otros servicios básicos. Está enraizada en desigualdades sociales, económicas y políticas que dificultan la movilidad social y perpetúan la situación de pobreza de los argentinos. Y ahora, la epidemia amenaza con ingresar en la clase media. Para que podamos darnos cuenta de lo que hablamos:
Ahora bien, si lo que nos asusta es la pobreza, que decir de la indigencia, que no es otra cosa que una forma extrema de pobreza en la que una persona o familia carece por completo de los recursos necesarios para satisfacer sus necesidades básicas, como la alimentación y la vivienda. Pasan hambre, no tienen techo y no tienen cómo vestirse.
Detrás de la pobreza se esconde una altísima y sin precedentes desigualdad para un país que supo tener la clase media más importante de toda América. Como esa desigualdad es estructural se traduce en altos niveles de inequidad de renta y de riqueza, así como serios problemas de igualdad de oportunidades, con un ascensor social que no funciona hace rato, dando lugar a una transmisión intergeneracional de la pobreza o, lo que es lo mismo, a que la pobreza se convierta en hereditaria.
Por este motivo, en estas líneas intento transmitir una mirada diferente para darnos cuenta del fracaso de los gobiernos anteriores y el fracaso del actual. A Milei no le interesa ni la pobreza ni la desigualdad. Es un problema del mercado.
Si podemos asumir la dimensión del problema, tal vez nos demos cuenta de que la experiencia de la pobreza es mucho más amplia que la carencia de ingresos. Hoy la Argentina está plagada de pobres que tienen trabajo. Las personas pobres enfrentan múltiples carencias al mismo tiempo.
En términos prácticos: no solo no tienen ingresos adecuados. No tienen vivienda adecuada, no tienen baño, no tienen piso, viven hacinados, muchísimos no acceden a la luz, al agua potable, a cloacas, viven en barrios inseguros, en pésimas condiciones sanitarias, los afecta la droga y la inseguridad mucho más que a los sectores más acomodados. Les es difícil ir a un trabajo por distancia, sus hijos no van a la escuela o si van, solo lo hacen para comer. Carecen de un sistema de salud adecuado. Padecen enfermedades propias de dos siglos atrás. Muchos son analfabetos o semianalfabetos. Nada de esto tiene mucho que ver con un plan o tener un ingreso en Argentina.
Un primer trabajo realizado por la consultora ExQuanti, citada por Carlos Pagni en esta semana en La Nación, pone en relevancia a la pobreza en cada sector de la Argentina. Sus resultados corroboran lo que estamos diciendo. Dicho de otro modo, si bien la pobreza en su conjunto es del 55%, varía según sectores: Cuando se habla de niños, niñas y adolescentes, escala al 70,6%. También hay estudiantes universitarios pobres. Ascienden al 48,5%, situación que explica la reacción contra el desfinanciamiento de las universidades.
Los gobiernos han centrado sus magros esfuerzos en prestaciones económicas contributivas o no. Acaso, ¿eso soluciona algunas de las carencias descriptas? No seamos hipócritas.
La mayor parte de la desigualdad en cualquier adulto pobre de la Argentina se debe a circunstancias personales sucedidas durante su niñez, que escapan a su control y responsabilidad. Y si les parece una pavada piensen por algunos instantes en el futuro de un niño nacido de padres pobres en un entorno rural o en una villa, frente al de uno nacido de padres educados y en un entorno urbano.
El nivel de formación de los padres y el ingreso de la familia condicionan fuertemente el futuro de los niños, haciendo que la falta de oportunidades no sea aleatoria, sino sistemática. Gran parte de ese futuro se forma mientras estamos en el vientre y en nuestros primeros cinco años.
El gobierno argentino desde al menos el 2002, ha implementado diferentes programas y políticas sociales para abordar la problemática de la indigencia, como la Asignación Universal por Hijo, el Plan Argentina Trabaja, el Plan Progresar, Tarjeta Alimentar, entre otros. Cada una de ellas tiene sus propias características y requisitos para acceder a los beneficios. Sin embargo, hace más de una década que el país no logra bajar los niveles de pobreza e indigencia. Pese a que crece la ayuda social directa y urgente, los índices no mejoran. En realidad, los sucesivos gobiernos al igual que este actual apostaron por aumentar la inversión para suplir la insuficiente creación de empleo y mejorar el estado de bienestar genuino, intentando solo contener.
No hay una sola política social del Gobierno diseñada para promover movilidad social ascendente o permitir a las familias escapar de la pobreza estructural. Menos aún, evolucionar de un empleo informal a otro formal y, eventualmente, aspirar a ascender hacia otra clase social.
La cantidad de beneficios otorgados de asistencia social urgente, creció a un ritmo acelerado en los últimos 20 años. Dicho número se multiplicó por cuatro entre 2002 existían (3.509.493) y 2022 (13.664.392). Ahora, si miramos la evolución de los montos reales que reciben los beneficiarios de cada programa, observamos la tendencia inversa. El nivel de beneficios se ha deteriorado considerablemente durante los últimos años. Es decir, que la red de protección social cubre cada vez a más personas, pero provee cada vez menos a cada una de ellas. Seguimos siendo unos hipócritas.
Lo mismo nos sucede con la niñez. En 2009 por cada peso destinado a niños pobres se invertían 7,24 pesos en adultos mayores. Si bien se dice que esta distancia se ha ido acortando y cambia notablemente lo cierto es que la pobreza e indigencia infantil es vergonzante. ¿Alguien puede pensar que así vamos camino al desarrollo?
Los jóvenes de entre 18 y 24 años parecen ser hoy una de las categorías etarias con menor inversión específica. Si coincidimos que las dos principales vías por las cuales los jóvenes de sectores vulnerables pueden aumentar sus probabilidades de salir de la pobreza es a través de la educación y del trabajo formal. Nada de esto ocurre.
Art. 14 bis de la Constitución Nacional: …” El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En especial, la ley establecerá: el seguro social obligatorio, que estará a cargo de entidades nacionales o provinciales con autonomía financiera y económica, administradas por los interesados con participación del Estado, sin que pueda existir superposición de aportes; jubilaciones y pensiones móviles; la protección integral de la familia; la defensa del bien de familia; la compensación económica familiar y el acceso a una vivienda digna”.
La Argentina es un país que solo ha logrado un nivel de cobertura del Estado de Bienestar muy amplio, en la letra de ley y en los discursos de los políticos. Sin embargo, casi nada se derramó en la realidad. A diferencia de otros países de la región, que escriben menos, dicen menos pero efectivamente hacen más, la Argentina ha sido un fracaso y nada indica que no lo será en el futuro por más “viva la libertad carajo” que exista.
El 52,9% de pobreza que dejó el primer trimestre de 2024, poco importa si es culpa de la herencia (sin duda) o de las políticas de ajuste del período inicial del gobierno de Javier Milei. Para ambos el resultado es el mismo. Hay claras diferencias geográficas en ese dato que aún nos preocupan más: en las regiones Noroeste y Noreste la tasa de pobreza trepa al 57% y 62,9% respectivamente y disminuye en la región Patagonia al 49,1%”. Solo pensemos que más de 25 millones de personas no llegan a cubrir la canasta básica e incluyen el triste récord de 18,1% de indigentes (8,5 millones), que conforman el dramático escenario de las urgencias sociales más extremas.
Les recuerdo a los argentinos que en 1974 había solo un 4% de pobres en el país, lo que significaba en ese tiempo unas 800.000 personas. Hoy ese número se multiplicó por 31. Esa Argentina terminó con un golpe de Estado en marzo de 1976 que nos iba a hacer mejores. Nada de eso ocurrió.
La cantidad de niños pobres de entre 0 y 14 años llegó a 66,1% (al cierre del año pasado era 58,4%). Esto implica que hay 7,3 millones de chicos pobres.
Para los nostálgicos, los peores presidentes de la historia democrática argentina, Alberto Fernández y Cristina Kirchner, terminaron con una pobreza de 41,7% y una indigencia de 11,9% en un contexto de caída de la economía, del empleo, de los salarios y de una inflación que se triplicaba en sólo un año.
¿Qué “brotes verdes” de sectores puntuales y de recuperación de este ajuste tienen posibilidad de operar sobre esta pandemia? ¿Acaso todos nos iremos a trabajar a Vaca Muerta o a alguna mina de litio en la Puna?
¿Acaso, pensará Milei, que impulsó la desintermediación de la política social, y que con ello aparecerán el asfalto, las cloacas, educación de calidad, salud digna y un empleo formal?La obra pública de infraestructura está parada y dudo que los privados inviertan en una escuela, un hospital o asfalten y den agua potable y cloacas a una villa.
¿Acaso el cambio de la fórmula de actualización garantiza que la AUH no pierda poder de compra y permita salir de la situación de pobre estructural?
¿Acaso pensaran que un aumento en la Tarjeta Alimentar, el poder de compra superará esa situación?
Y todavía sigo escuchando sectores que resumen el problema a uno solo: Lo que sucede es que nadie quiere trabajar en este país.
La sociedad argentina sufrió profundas mutaciones en un período relativamente breve de su historia. Hasta no hace más de treinta años, nuestra democracia se alzaba con el orgullo de una clase media ancha y aspiracional, que la distinguía de los otros países de la región. Todos aspiracionalmente queríamos ser clase media. El pilar de ese orgullo estuvo depositado fundamentalmente en la educación pública que era el símbolo de esa promesa. Por el contrario, la crisis de 2001 modificó nuestra matriz. Esa nueva Argentina quedó definitivamente marcada y sintetizada por su clase baja, como el colectivo social de los excluidos del sistema que se depositó en los conurbanos y permitió el nacimiento de los llamados “planes sociales”. Así la Argentina quedó caracterizada por su clase media-baja, con un ejército de cuentapropistas, changuistas, autónomos, que sin ayuda estatal intentan infructuosamente subirse a la clase media, pero no lo logran.
La defensa de la soberanía no son más aviones, más ejército, más dinero para la SIDE o el despilfarro de más de 12 mil millones de dólares en una aerolínea de bandera. Tampoco es “viva la libertad carajo”. La soberanía es precisamente que todos los argentinos estemos incluidos en un proyecto de país, seguramente con la estabilidad macroeconómica que pretende Milei, pero con una microeconomía que se parezca precisamente a los países a los que decidimos emigrar en búsqueda de dignidad. Por ahora a nadie le interesa, comenzando por el Gobierno seguido por la oposición, pero también por muchos argentinos que no podemos entender lo que significa la pobreza e indigencia estructural de más de la mitad de nuestros compatriotas. Nadie se salva en un país de pobres ni tampoco habrá desarrollo económico. Solo habrá vivos y una minoría que lamentablemente provocarán que el péndulo de la historia vuelva a repetirse.
Todos los argentinos sabemos que este 52% de pobreza y 18% de indigencia es fundamentalmente consecuencia de los 20 años de Kirchnerismo. No fue magia, fue maldad. Sin embargo, ojo, no sea que las nuevas ideas de la libertad y sus genios, con Milei a la cabeza, intenten superar el récord alcanzado.
Milei tiene una oportunidad única de transformarse en el artífice del verdadero milagro argentino. Volver a ser un país normal desarrollado con todos los argentinos dentro. Sino es así simplemente habremos fracasado otra vez.
*Abogado laboralista, ex Titular de la Catedra de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la UNSJB; ex Ministro Coordinador de la Provincia del Chubut, autor de varios libros.