Pablo Touzon, uno de los compiladores de los textos sobre el fallecido presidente. Foto: Camila Godoy.
En el libro «¿Qué hacemos con Menem?» los periodistas Pablo Touzon y Martín Rodríguez reúnen una quincena de artículos donde sociólogos, politólogos, historiadores y periodistas abordan el ascenso al poder en la década del 90 del expresidente riojano Carlos Menem, y veinte años después, reflexionan sobre su liderazgo y su forma de hacer política, en un contexto internacional de auge del neoliberalismo.
El libro, publicado por Siglo XXI editores, reúne artículos de los compiladores, así como de José Natanson, Carolina Pellejero, Camila Perochena, Walter Fresco, Tomás Borovinsky, Mariano Schuster, Ernesto Semán, Alejandro Galliano, entre otros, que dan cuenta del contexto en el que Menem llega al poder, los aspectos económicos y sociales de su gestión, las consecuencias para el peronismo y los antagonismos surgidos a partir de su política, para dar cuenta de la Argentina contemporánea.
En diálogo con Télam, Pablo Touzon desgrana aspectos del período 1989-1999 en que el recientemente fallecido dirigente ejerció la presidencia, en el marco de una democracia aún incipiente para una Argentina inmersa por entonces en un momento de gran crisis social, política y económica.
– Pablo Touzon: Nos une un espíritu colectivo si se quiere «generacional», en el sentido de que muchos de los autores que participamos fuimos adolescentes o niños durante los noventa. Al revés de la fascinación que algunos, entre los cuales me incluyo, podíamos tener sobre los setenta y su leyenda, esta es una época que vivimos, y de maneras muy diversas. Revisar a Menem es revisarse. También creo que nos unifica la idea de que los noventas y sus profundas transformaciones no pueden reducirse a un tweet o una consigna, y que existe cierto silencio sobre un tema que a todos nos incomoda que es importante explorar. A los peronistas porque fueron partícipes centrales de este proceso contra el cual se construyó básicamente el kirchnerismo, a los liberales porque les recuerda que las únicas reformas en serio de libre mercado que se hicieron en democracia fueron bajo un liderazgo y un formato peronistas, a la izquierda porque el menemismo fue también popular y proponía, al menos electoralmente, una economía política insólita para ese paradigma: la alianza entre los más ricos y los más pobres.
– P.T: No estoy tan seguro de que su llegada al poder sea en este punto tan rupturista con el legado peronista. El peronismo llega al poder casi siempre a través de disrupciones fuertes del sistema político y social -sin ir más lejos, el 17 de octubre- procesos que a la vez genera y contiene, y a los cuales les construye un «orden». La excepción es más bien la norma y existe subyacente en el peronismo una idea de la representación que no es meramente la reproducción de los intereses de su sociología o de su electorado como en espejo. La vieja idea de la «Comunidad Organizada» supone colocarse por encima de las pujas particulares, sin negar el conflicto pero procesándolo y organizándolo a su manera. Tampoco Perón o Kirchner dijeron exactamente qué es lo que iban a hacer cuando les tocó, más allá de una orientación muy general, y los dos construyeron una vez en el poder un esquema de alianzas sociales y políticas mucho más contradictorio y novedoso: ni Perón armó un laborismo, ni Kirchner un duhaldismo. El menemismo implica una ruptura profunda en muchas tradiciones históricas del peronismo en términos de políticas públicas, pero muchísimo menos en la forma de hacer política en sí. Haciendo un juego de palabras podríamos decir que se diferencia en las políticas, no en la política.
– P.T: El menemismo no dejó una herencia política explícita. No hay líneas internas «menemistas» en el peronismo, e intelectualmente tuvo mucha menos sobrevivencia que el duhaldismo, en el fondo más afín con el ideario kirchnerista. En ese sentido, explícitamente político, murió con su época, en la bajada del ballotage frente a Kirchner en el 2003 y fue muy nítido: en el peronismo murió un liderazgo y empezó a nacer otro. Pero uno podría contar la historia del peronismo a través de sus Césares, como Suetonio narró a Roma; los peronistas de Estado, los que efectivamente gobernaron y Menem está ahí, junto con Perón, Kirchner y Cristina, en un mismo grado de relevancia. Menem en el peronismo es un poco como el faraón Akenatón en el Egipto Antiguo, al que después de su reinado en donde se cambiaron todos los dioses, usos y costumbres, después directamente lo borraron de la Historia. Hay historias enteras del peronismo en donde Menem apenas si figura.
– P.T: Muchísimo. Pocos procesos políticos en Argentina tuvieron menos insularidad que el menemismo, en un momento de cambio mundial tal vez irrepetible. Menem fue la versión local de un proyecto verdaderamente universal, tal vez el último que de manera tan homogénea tuvo la humanidad. Es difícil reproducir hoy la fuerza que tenían en aquel momento las ideas del triunfo definitivo de la democracia liberal como forma política y del capitalismo de libre mercado como forma casi existencial. Muchos partidos populares del mundo iniciaron en aquellos tiempos una mutación interna muy profunda, aunque mucho más de sus ideas económicas que de las políticas, el PRI, el peronismo, la socialdemocracia europea y el PC Chino, que habían empezado incluso antes. Me parece que Menem quiso verse en el espejo de un Deng Xiaoping criollo, un reformador «sin anestesia» que a la vez preserva a su manera «la autonomía de lo político». Menem nunca cuestionó en el fondo la preeminencia o preexistencia del movimiento peronista -siempre se negó a armar el «partido menemista»- al cual dotó de un armazón partidario y de orden bastante únicos en su historia. No debe haber existido peronista más «pejotista» que Carlos Saúl Menem.
– P.T: El liderazgo de Menem era decididamente provincial, carismático y mesiánico. Casi un pastor evangelista, ahora que el tema está en la picota. El «Síganme» era personal, no ideológico: seguime a mi, no a mis ideas. Su legitimidad derivaba de su liderazgo, reservándose para si el cómo y el cuándo y el qué, absorbiendo la totalidad de los costos de ese decisionismo. Una idea de representación muy extrema, casi perfecta, dado que implica un ejercicio de delegación del poder muy radical. Un poder que se pide, se reclama, se asume y se usa. El poder no «está en otro lado», está ahí. Lo que no creo es que esto sea de ninguna manera más superficial que el voto estrictamente ideológico: en el fondo uno vota personas, no plataformas programáticas. El cajón de herramientas puede cambiar, las formas de liderazgo difícilmente. En términos de herencia, incluso Kirchner, en el marco de una época y un liderazgo mucho más ideológico, también tiene algo de esa escuela. Siempre me acuerdo cuando le preguntaron, creo que era en el programa «678», por qué había nombrado a Martín Redrado en el Banco Central, en pleno conflicto por las reservas, y respondió: «¿Y qué querían, que lo ponga a Kunkel?». La amplificación de los márgenes de maniobra fue siempre un mantra entre los liderazgos peronistas.
Cambiemos creo que encontró -paradojalmente, para un partido que buscaba a priori una «desideologización» de la discusión política argentina- mucho más una definición identitaria, homogénea, que se pregunta mucho más por su identidad que por otra cosa, todavía fascinada por el hecho de existir como una identidad nueva en la Argentina. Se mira, todavía, demasiado al espejo. Este «purismo» es decididamente extraño al menemismo, un sincretismo sociológico y cultural que no conocía de límites. Sobre la relación entre el macrismo y el menemismo, diría rápido que es lo inverso a lo que hablábamos antes de su relación con el peronismo: son «parecidos» en sus objetivos de políticas públicas, pero opuestos en su concepción de la política y en la forma de hacerla.