3 agosto, 2025
2Se acabaron las vacaciones de invierno y el calendario argentino, fiel a su naturaleza esquizofrénica, se acelera. Pero hasta apenas una semana atrás, no se aceleraba hacia ningún lugar. Aceleraba como quien corre en una cinta: con esfuerzo, pero sin avance. Lo que antes era bronca se ha transformado en silencio. Y no cualquier silencio: uno que no precede a la tormenta, sino al bostezo. Bienvenidos a la democracia sin deseo.
Por Sergio Mammarelli*
Milei llegó al poder cabalgando sobre este sentimiento. No inventó el desencanto, solo supo canalizarlo. Sin embargo, lo que sorprende es que en lugar de construir algo sobre las ruinas de la política tradicional, eligió bailar sobre ellas.
El último capítulo fue casi caricaturesco. Mientras anunciaba que los argentinos podrán viajar a Estados Unidos sin visa, como una dádiva simbólica para la clase media aspiracional, acusaba de “genocidas” a los senadores que votaron un aumento para jubilados. En un país donde el genocidio tiene cuerpos, fotos y legajos en la Esma. Un insulto a la memoria.
Pero lo realmente obsceno no es el exabrupto presidencial. Es el contraste brutal con la realidad. Hoy, el 50 % del país es pobre. La mitad de nuestros jóvenes trabaja en la informalidad, sin aportes, sin obra social y sin futuro. Las mujeres jóvenes lideran el desempleo. El litio y Vaca Muerta brillan en los discursos, pero no en los bolsillos. ¿Ese es el modelo que nos va a salvar del “genocidio”? ¿Una nación de freelancers sin derechos ni certezas?
El mes pasado los gobernadores eran socios: hoy son parte de un ejército federal en marcha. ¿Dónde quedó el manual de construcción política?
Los cinco jinetes del apocalipsis federal cabalgan en sentido contrario a su antiguo jefe. Ignacio Torres, Maximiliano Pullaro, Martín Llaryora, Carlos Sadir y Claudio Vidal no solo gobiernan provincias clave, sino que ahora también fundan un frente electoral nacional, con nombre de proclama: «Un grito federal«. La pregunta ya no es si Milei está solo. La pregunta es si alguna vez entendió lo que significa gobernar con otros.
Este nuevo bloque surge del desgaste, pero también del ajuste brutal aplicado desde la Casa Rosada. Milei prometió motosierra y cumplió. Eliminó fondos fiduciarios, paralizó la obra pública, recortó transferencias discrecionales y, en algunos casos, retuvo fondos coparticipables con una soltura jurídica que haría sonrojar al Menemismo. Lo que no dijo es que también dejaría sin oxígeno político a sus aliados territoriales.
¿Resultado? Un frente federal que no se declara opositor, pero se organiza para disputar poder real en las elecciones de octubre. Gobernadores de signo diverso, todos víctimas del desdén libertario, que ahora toman la iniciativa bajo el pretexto de «defender la Argentina del trabajo«. O lo que es lo mismo: sostener el tejido productivo de provincias que ya no aguantan el default interno del modelo Milei.
Y ahí está el corazón de la contradicción presidencial. El libertario que llegó para «terminar con la casta» ha terminado cercado por esa misma casta provincial que, a diferencia de los trolls, sí tiene legitimidad de origen y gestión concreta. Mientras Milei tuitea desde la cima del dogma austríaco, los gobernadores llenan baches, pagan sueldos y deben explicar por qué no hay fondos para sostener escuelas u hospitales.
Si bien hasta ahora hay silencio estratégico, lo cierto es que no se reportaron adhesiones oficiales desde provincias del NOA como Salta, Tucumán, Santiago del Estero o Catamarca al nuevo frente electoral. El Norte Grande opera bajo un régimen de integración regional capaz de articular canales políticos entre sus gobernadores mediante el Consejo Regional del Norte Grande, donde participan Catamarca, Jujuy, Salta, Tucumán y Santiago del Estero. En varias provincias del NOA gobierna el Peronismo local (Chaco, Salta, Tucumán), donde abundan las quejas por retenciones de ATN, falta de fondos coparticipables y obras paralizadas que podrían alimentar la adhesión o al menos el interés en una alianza que reivindique reclamos territoriales.
Sáenz, en Salta ha expresado públicamente su malestar por la caída del consumo, que impacta la recaudación de IVA y coparticipación, afectando directamente al presupuesto provincial. Participa junto a Jaldo y Sadir en jornadas defendiendo que ATN y coparticipación se distribuyan en proporción a la ley actual. En Tucumán, el Gobernador Osvaldo Jaldo, exige recibir el 4,7 % del total de fondos coparticipables (incluido el impuesto a los combustibles) según la ley vigente, y alerta que sin esos recursos proyecta no poder pagar sueldos ni obras públicas. En Jujuy, el Gobernador Carlos Sadir ha reclamado reciprocidad y federalismo junto a Sáenz y Jaldo. En Santiago del Estero, el Gobernador Gerardo Zamora, con fuerte respaldo local, pero con tradición peronista y vínculo histórico con el Kirchnerismo desde su etapa como «radical K», podría sentir presión desde la fisiología provincial ante la reducción de transferencias. Por último, en Catamarca, el Gobernador Raúl Jalil participó de reuniones conjuntas con Sáenz, Sadir y Jaldo entregando el “Pacto de Güemes”, y ha avisado que sin coparticipación no podrá cumplir obligaciones salariales provinciales.
En este contexto, es evidente que si el ‘Grito Federal’ se convierte en un puente que logra vincular al NOA con el centro-sur, estaríamos ante el nacimiento de una articulación federal postperonista. De avanzar este reclamo conjunto, no será solo un cacerolazo de provincias: será una mutación política del federalismo argentino.
¿Será este frente una nueva alternativa política duradera o apenas un realineamiento táctico ante la urgencia electoral? Difícil saberlo. Pero si algo deja claro este «grito federal» es que la épica del ajuste sin redes, sin consensos y sin política tiene fecha de vencimiento. Incluso para los que ayer aplaudían y hoy resisten.
Pero la potencia de este frente no reside solo en lo que rechaza, sino en lo que puede anunciar: una nueva promesa, una hipótesis de país que vuelva a generar deseo. Porque el verdadero problema argentino ya no es solo la pobreza o la inflación. Es la apatía. Es ese bostezo democrático que nos convirtió en espectadores de un show permanente.
Este grito federal, si logra superar la lógica reactiva, puede ser algo más que un frente electoral. Puede ser la oportunidad de inaugurar un nuevo mito colectivo: una política que no necesite insultar para existir, ni planillas de Excel para enamorar. Que vuelva a discutir un modelo de país, no solo una administración de la escasez.
En fin, Milei podrá vetar leyes, recortar presupuestos y burlarse de la «vieja política», pero no podrá gobernar sin ella. Ni mucho menos, silenciar un país que empieza a gritar desde las provincias. Quizás ahí, en ese grito coral, esté naciendo algo más que un frente: una posibilidad.