16 abril, 2022
Por Carlos Berro Madero
Por el contrario, creer que algo es verdad en materia económica según los dictados de la imaginación, lleva a aplicar reglas de disposición que no tienen en cuenta lo que describe el economista con quien comenzamos estas reflexiones, y expresa el deseo inconsciente de transformar la realidad en algo más cercano a los impulsos del corazón.
Algo de eso ocurre en nuestro país, que padece los vaivenes del discurso capcioso y liviano de muchos políticos desorientados.
El resultado de este estado de cosas está a la vista hoy en las actitudes del actual gobierno, que inicia y desarrolla cursos de acción que solo responden a creencias sin respaldo de consideraciones técnicas de ningún tipo, difundiendo teorías comparativas falsas y malintencionadas.
Porque al esbozar los argumentos doctrinarios gaseosos que intenta vendernos, lo hace montado sobre fantasías que no deberían ser consideradas como eje de ningún análisis racional,
ya que guardan muy poca relación con los parámetros científicos mencionados por Mitchell (y muchos otros economistas del mundo entero).
Las crisis, que vienen prolongándose así “sine die”, gracias a la colaboración irresponsable de un kirchnerismo multifacético y falaz, han nacido con la intención de hacernos creer que algo que carece de sustancia puede transformar un programa de desarrollo incierto en algo duradero.
Millones de ciudadanos desmoralizados, deambulan de tal modo como entes, a consecuencia de las actitudes farsescas de quienes compiten entre sí para difundir ciertas creencias “cuasi” religiosas que nos han llevado a escenarios de desastre, mientras intentamos vivir de placebos que logren disminuir mágicamente el dolor de nuestros padecimientos.
Fernando Savater sostiene al respecto que “la incredulidad proviene de un esfuerzo por conseguir una veracidad sin engaños y una fraternidad humana sin remiendos supuestamente trascendentes”.
Al ignorar esta regla tan simple, hemos contribuido –por comisión u omisión-, al fracaso económico proveniente de un voluntarismo popular imaginario; porque dicha veracidad habría implicado sacrificios y ciertas privaciones “higiénicas” que, según se aprecia, la sociedad parece haber decidido rechazar casi al unísono.
A buen entendedor, pocas palabras.