21 agosto, 2023
Que se vayan, ellos…
Por Sergio Cavicchioli*
Finalmente la sorpresa de las PASSO no fue menor. Con escasas diferencias porcentuales, Javier Milei se alzó con un triunfo ajustado, pero triunfo al fin.
Detrás se ubicó Juntos por el Cambio que dilapidó sus expectativas electorales en discusiones internas más propias del teatro de revistas y, en un tercer lugar, no muy lejos, un Sergio Massa que no logró convencer con la propuesta de “estamos mal, pero si me votan…, vamos a estar mejor”.
La Libertad Avanza supo, interpretó y actualizó aquella consigna del 2001 en donde el electorado argentino expresó, tras años de hartazgo, el famoso “…que se vayan todos”. Hace 22 años, ese grito tuvo sus consecuencias de forma inmediata: significó que, en las elecciones presidenciales del año 2003, el candidato que se transformó en presidente; Néstor Kirchner, alcanzó ese cargo con solo el 22% de los votos.
El dato no fue menor. Los “K” colonizaron la Primera Magistratura con el porcentaje de acompañamiento electoral más bajo en toda la historia política de la República Argentina. “Nestor” fue el presidente con menor legitimidad de origen; más bajo incluso, que el que había obtenido Arturo Humberto Illia –allá por 1963- cuando ganó la elección con el 24% de los votos, pero, con una particularidad: el peronismo estaba proscripto. Es decir, en una fachada de democracia.
El “kirchnerismo” tomo un país literalmente fundido y actúo en consecuencia. Puso a la Argentina como si fuera una empresa en convocatoria de acreedores, logró una quita compulsiva del 75% de su deuda y acordó que al pago del 25% restante, se le sumaría el famoso cupón PBI. Dicho de otro modo: Argentina pagaría más a sus acreedores en la medida en que creciera su Producto Bruto Interno.
Argentina, desde las cenizas, logro crecer, pero hasta el 2011. A partir de ese año, el país se estancó, por un lado. Por el otro, tuvimos que pagar a los bonistas que no ingresaron al canje de deuda porque la misma se dirimió en tribunales de Nueva York. El crecimiento de la primera etapa kirchnerista se taró paulatinamente, mientras que los niveles de inflación comenzaron a presionar a una economía más volcada a potenciar la demanda que a profundizar un crecimiento económico que dinamizara más agresivamente la capacidad industrial instalada.
Todos estos vaivenes se completaron con una tímida primero, más clara luego, decisión de la Administración encabezada ya por Cristina Fernández de fortalecer su gobierno de la mano del llamado “capitalismo de amigos”. Empresarios dominantes en el entorno “k” fueron por todo. Y así se inauguró un período en el que la discrecionalidad, el favoritismo se hizo más que evidente al sortear mecanismo de control institucional que garantizara la clara y rápida detección de actos de corrupción.
Si bien varios indicadores ya asomaban durante la presidencia de “Néstor” (Caso Skanska), el mandato de su esposa consolidó este tipo de prácticas. Las sospechas en un principio, y la condena judicial después, corroboraron este tipo de prácticas que necesariamente impactaron en la esfera política.
Dentro de las particularidades de la cultura “k” hubo una que se constituyó en una constante: la desconfianza. Así, y luego de la muerte de “Néstor” (quien se presentaba como el sucesor natural de Cristina), Cristina Fernández eligió -para que la sucedieran- a candidatos que le garantizarán impunidad, en vez de candidatos que intentarán calar más hondo en el electorado nacional.
El ejemplo más claro es quien fue elegido para acompañar a Daniel Scioli como candidato a Vice en el 2015: Carlos “El Chino Zanini”. Fue Secretario de Gobierno Municipal cuando “Néstor fuera Intendente de Río Gallegos, Ministro de Gobierno de “Néstor”, Diputado Provincial por el Frente para la Victoria en Santa Cruz, Presidente del Tribunal Superior de Justicia de esa provincia y Secretario Legal y Técnico de la Nación durante los gobiernos de “Néstor” y Cristina.
El producto, la consecuencia de este enjambre de necesidades cruzadas, se combinaron con índice inflacionario en crecimiento constante y un reclamo primero enunciado por los partidos opositores, luego demandado por la mayoría de la población, de honestidad y transparencia en el manejo de los fondos públicos.
Mauricio Macri fue quien mejor capitalizó este panorama y así triunfó en las elecciones de 2015. Pero su administración siguió bajo el imperio de dos constantes que se constituyen en los pilares del atraso argentino: el déficit fiscal y la inflación. Cristina dejó el poder un índice inflacionario del 25% mientras que Mauricio lo hizo con 54% y con la deuda externa más grande de toda la historia argentina y del mismo FMI.
Lo que gasta el estado (en sus tres niveles: nacional, provincial y municipal) no alcanza a ser cubierto con sus ingresos: es decir, déficit primario. Y si a este desfasaje, le agregamos los intereses que paga Argentina por generar deuda (interna y externa) para financiar ese déficit primario. La tormenta es perfecta.
Como consecuencia de los anterior, el aumento sostenido de precios (inflación) es el principal dinamizador de la economía nacional. La Argentina se mueve no por crecimiento de su capacidad instalada y de productividad laboral, sino por las nefastas connotaciones que conlleva convivir en un contexto inflacionario. La pérdida de capacidad adquisitiva provocada por la inflación junto al crecimiento de los costos de producción (mano de obra, servicios y fundamentalmente impuestos), llevaron -otra vez- al país a vivir la peor combinación que puede adquirir un sistema económico determinado, a saber: “estanflación”. Combina una realidad económica con aumento sostenido de precios con caída de los niveles de actividad económica. Este no solo es un círculo vicioso, sino es el peor circulo vicioso.
Los aumentos de la pobreza e indigencia de la población, la precarización del trabajo, entre otras, son consecuencias previsibles que dominan y condicionan a más de la mitad de los argentinos. Unos pocos, escapan de este teatro y buscan una desesperada solución al convertirse en emigrantes dispuestos a dejar su tierra y sus afectos con tal de tener una oportunidad digna, aunque esto deba ocurrir en otras tierras y otras culturas.
El “… que se vayan todos” no logró correr a los principales responsables del fracaso argentino. Continuaron vigentes. Y lo que pareció ser una bocanada de aire puro allá por el 2003, se terminó constituyendo en el peor remedio. Los “K” no solo son portadores de esos defectos, sino que los profundizaron con los niveles de corrupción impune más groseros que haya observado la Argentina en toda su historia.
Juntos por Cambio, con Mauricio a la cabeza, que fue el remedio distinto al que se volcó mayoritariamente el electorado argentino en 2015, fue también un marcado fracaso que naufragó en sus propias contradicciones. Tal vez, el ícono de ese fracaso reciente, sea la vuelta de Argentina al ámbito de control del Fondo Monetario Internacional (FMI) con la asistencia económica y financiera más grande que otorgo dicho organismo a un país. Más de U$S 54 mil millones de los cuales un porcentaje se destinó para el pago de la deuda que dejo el kirchnerismo pero, una porción muy importante, ingreso en la famosa bicicleta financiera de las que participaron fundamentalmente el sector financiero destinado dichos dólares a sus casas matrices o en cuentas de particulares en el exterior.
Con lo cual, el “… que se vayan todos” siguió vigente, pero sin respuesta efectiva, es decir, sin que el electorado perciba dos cuestiones fundamentales: una, alcanzar una mejor calidad de vida que conviva, y dos, con un sistema de representación política más austera y ocupada en generar políticas que contribuyan a ese mejoramiento de las condiciones de vida.
¿Cuál es logro de Milei? El haber interpretado acabadamente que “… el que se vayan todos” de la sociedad civil de 2001/02 no tuvo consecuencias prácticas. Por lo tanto, su permanente vigencia a lo largo de éstos últimos 22 años. ¿Cuál fue su propuesta en esencia? Canalizar ese enojo, ese fastidio, ese hartazgo.
“Yo soy el vehículo para echar a la casta corrupta” sostiene Milei a los cuatro vientos. Esa es la principal diferencia veintidós años después de la explosión de 2001. Hoy, La Libertad Avanza, viabiliza dentro de la clase gobernante aquel grito desesperado de los gobernados que no lograron identificar a alguien que levantara esa bandera a lo largo de dos décadas.
Sin lugar a dudas. ¿Pero es únicamente eso? Claramente no. Javier Milei no es una caja que solo tiene capacidad para albergar ese reclamo, esa demanda. Milei y la Libertad Avanza están lejos de ser una propuesta seria para gobernar la Argentina. ¿Por qué? Porque es imposible construir o, mejor dicho, reconstruir un país a partir de la expulsión de una clase dirigente incapaz, ineficaz, ineficiente y corrupta. Ésta, tal vez, sea una condición necesaria pero lejos está de ser suficiente. Al analizar la propuesta de gobierno libertaria -sostenida ideológicamente por un liberalismo que resume la función del Estado al único rol de arbitrar entre la oferta y la demanda- es una práctica que hasta los países más libertarios del mundo abandonaron hace décadas.
Reducir la dinámica de una sociedad, al libre juego o vigencia de la oferta y la demanda, y un Estado reducido a su mínima expresión, ha demostrado a lo largo de la historia del pensamiento, que nunca logro construir sociedades justas, equilibradas e inclusivas.
Tampoco se puede sostener un gobierno apelando constantemente a la propuesta de recurrir a la consulta popular, en caso de que un eventual gobierno libertario no alcanzara a conformar las mayorías parlamentarias necesarias para la sanción de leyes que pudiere considerar necesarias para aplicación de su modelo de gobierno.
Por dos razones. La primera es que el mecanismo de democracia directa (consulta o referéndum) solo debe aplicarse a cuestiones muy específicas o puntales, de forma tal, de permitirle a la población alcanzar a informarse sobre el tema en cuestión de la manera más acabada posible. En ese escenario, no es la sociedad, la población, el votante, la que debe destinar una porción cada vez más importante de su tiempo para abocarse a temas o cuestiones cuya resolución delegó justamente en su clase dirigente.
El otro condicionante para la implementación permanente de estos instrumentos de democracia directa es, si su resultado es vinculante o no. Es decir, si el resultado de esa consulta “obliga” a la clase dirigente –ergo el gobierno- a adoptar necesariamente la misma. Hasta ahora, la tradición en la mayoría de los principales países del mundo, indica que dichos países utilizan estos mecanismos a modo consulta, pero de forma indicativa, es decir no vinculante. No siempre una opinión mayoritaria de una porción determinada de un electorado, es la correcta o la que debe adoptar un gobierno de manera puntual. En este sentido, el ejemplo más acabado que se cita para el caso, es la declaración de guerra de un estado a otro. Generalmente o casi siempre, es la cámara de representantes la que adopta esta decisión. No son, ni los poderes ejecutivos, ni los votantes, a través de consultas populares, en donde descansa esta posibilidad.
En definitiva, Javier Milei aparece en el escenario político cubriendo una queja y enojo que busca desde hace décadas quitarse de encima a la mayoría de una clase gobernante (prebendaria) que nuclea no solo a políticos, sino también a empresarios, sindicalistas e incluso jueces y fiscales. Milei –y no la Libertad Avanza- es, hasta ahora, básicamente quien mejor transmite esas quejas y enojos.
Y apuntamos que es MIlei y no su partido político dados los resultados que dicha estructura partidaria obtuvo en las 17 provincia en las que gano Milei. De los 17 estados en donde se materializó su triunfo, en 16 de ellos, sus candidatos a gobernador apenas cosecharon un cómodo tercer lugar.
Chubut es un botón adecuado para evidenciar lo afirmado. César Treffinger, el candidato a gobernador de la Libertad Avanza, en la elección provincial del pasado 30 de Julio, no logró superar el 15% de acompañamiento electoral. Siendo este porcentaje bastante parecido al obtenido por este candidato en elecciones recientes en las que participó también, pero como candidato a senador y también a gobernador.
Vale decir, Treffinger está muy lejos de ser el candidato más votado el pasado 13 de agosto para ocupar una banca en el Congreso de la Nación. Quien obtuvo la mayoría de votos en las PASO nacionales recientes es Javier MIlei y no Treffinger. Esta obviedad surge como consecuencia lógica de analizar los resultados de ambas elecciones. El elegido en Chubut -en las PASO- fue Milei y no Treffinger.
Este es uno de los principales desafíos de la Libertad Avanza. Alcanzar una organización nacional que le permita, a este partido político, reunir presencia en todo el país con candidatos que no solo dependan de un líder circunstancial (hoy Milei), sino, además, candidatos a gobernador o a intendentes o a ocupar cargos legislativos que agreguen valor por si mismos sin depender del efecto arrastre que, evidente, produjo el “libertario” en casi todas las provincias en las que gano.
Además, La Libertad Avanza deberá definir, en algo más de dos meses, si es solo una plataforma en la se basa la aspiración de un economista ubicado en la extrema derecha del espectro ideológico o se constituye, al mismo tiempo, en una organización política, que contenga propuestas de gobierno que den respuesta efectiva al sin número de interrogantes que surgen de las distintas regiones que conforman a este país y que interpelan diariamente a una Capital Federal, que es quien resume el ejercicio unitario del poder.
Sin respuestas a estos interrogantes, a estas preguntas, Milei, la Libertad Avanza y los colgados detrás del saco del economista, lucen más como un semáforo en rojo en una ruta llena de pozos, que una hoja de ruta que indique, a la mayoría de los argentinos, los caminos a seguir. Y este es un riesgo que no sé, si todos los argentinos estamos dispuestos a correr.