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21 agosto, 2023

Opinión: Massa, abandonado en la derrota

Sergio Massa fue el único que enfrentó la debacle electoral. El Presidente, Cristina y Máximo estuvieron borrados. También la CGT. La profundización de la crisis económica favorece a Milei. Es una pesadilla para la campaña oficial. Incomoda a Bullrich.

Por Eduardo van der Kooy*

Como la extravagante costumbre kirchnerista suele ser indagar siempre el futuro hacia atrás, retomó vigencia después del terremoto político de Javier Milei aquel retuit que el 19 de abril disparó Malena Galmarini, titular de AySA, la esposa del ministro-candidato. Sucedía entonces un forcejeo con un asesor de Alberto Fernández, el empresario Antonio Aracre. “Massa (Sergio) se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa”, pontificó el mensaje.

Esa descripción parece encajar con la realidad porque el tercer puesto en las PASO instaló un estado de pánico político y económico en el oficialismo. Debilitado, sumergido por el desborde económico, Massa parece seguir representando el centro de gravedad del poder en la coalición oficial. El líder renovador ratificó que está dispuesto a quedarse hasta el final. “Cuando estoy al frente de la tormenta tomo el timón y no lo suelto”, declaró. Su perfil de corajudo sería ahora el único capital que podría exhibir.

Su supervivencia en la doble función de ministro-candidato tiene explicaciones. Una es el vacío político al que fue sometido estos años el Presidente. Convertido en personaje fantasmal. Otra sería el repliegue de Cristina Fernández, aterrada porque en el crepúsculo de su carrera termina convalidando las políticas de ajuste del Fondo Monetario Internacional (FMI), aceleradas luego de la debacle del domingo pasado. La tercera es la desaparición de su principal soporte, La Cámpora, que de pretender conducir al peronismo debió conformarse con la celebración por la victoria en Hurlingham de Damián Selci sobre el ex ministro de Desarrollo Social, Juan Zabaleta.

El humorista K, Daddy Brieva, tuvo a propósito un comentario punzante. “Nadie dice nada. Supongo que Máximo debe andar en Holanda”, cortajeó. Se trata del hijo de la vicepresidenta, jefe de La Cámpora, heredero tal vez de algunos comportamientos que también caracterizaron a sus padres. Frente a cualquier adversidad severa, acostumbra a esfumarse. Máximo posee en su carácter un trazo taciturno.

El desierto de la fotografía oficialista tiene otras referencias. Los gobernadores del PJ, la mayoría de ellos derrotados, permanecen perplejos. No por el traspié que supieron prever: de allí que 18 provincias desprendieron sus comicios de los nacionales. Sí, en cambio, por el verdugo. Suponían que el sopapo, como había ocurrido en algunos anticipos, vendría de Juntos por el Cambio. Nunca de parte del diputado libertario, cuya representación electoral en aquellos casos no existió. O resultó insignificante.

Otra deserción notable resulta hasta ahora la de la Confederación General del Trabajo (CGT). El principal soporte orgánico que Massa tuvo en la campaña. Las voces desencantadas que se escucharon del mundo sindical fueron las de la CTA, del cristinista Hugo Yasky, de los camioneros o del docente Roberto Baradel. Reclamaron paritarias abiertas permanentes después de la trepada del dólar y la suba masiva de precios que produjo la debacle electoral y el cumplimiento del acuerdo con el FMI.

El ministro-candidato va comportándose como funcionario furtivo. Prefirió que fuera una circular del Banco Central la que anunció, sin resguardos, la devaluación del 22% que antes de las elecciones negó que le hubiera reclamado el FMI. Después, reveló una supuesta porfía en Washington. Se habría plantado ante una demanda devaluatoria del 60%. Fueron los momentos, según la leyenda en confección, que Malena lo escuchaba en discusiones “picantes” por Zoom.

Massa se terminó convenciendo que el secretario de Comercio, Matías Tombolini era un colador. No había dique para los precios. No lo echó, según la biblia kirchnerista de estabilidad estatal. Le adjudicó otras funciones. En su lugar designó al titular de Aduanas, Guillermo Michel. De nuevo la tentación épica. Massa contó que se conminó a las dos principales empresas alimenticias a retrotraer precios al 1° de agosto. Ambas habrían aceptado, con una salvedad. Que esa medida podría provocar el desabastecimiento de algunos productos. El ministro-candidato aceptó precios menores a riesgo de dejar algunas góndolas vacías. Precariedad.

El descalabro económico desató presiones internas sobre Massa. El diputado Eduardo Valdés, conocido parlanchín, aconsejó que renuncie al ministerio para dedicarse exclusivamente a la candidatura. Otros kirchneristas piensan de la misma manera, como si aquel gambito pudiera dar un vuelco sustancial a la elección de octubre. Un importante intendente del Sur del Conurbano hizo una reflexión: “¿Alguien supone que por eso la gente lo va a desligar de la crisis económica?”, dijo.

La constancia de las PASO indica que el ministro-candidato obtuvo en numerosos distritos menos votos que los postulantes a intendente. También, que Axel Kicillof. El corte de boleta no suele ser un fenómeno masivo. Funciona la inducción promovida por los propios alcaldes. Muy probablemente la práctica se replique en octubre por una razón. También en el Conurbano se buscó la boleta de Milei. El faltante denunciado por La Libertad Avanza no respondió a ningún robo. Simplemente la demanda fue mayor que la oferta. Regla del mercado ante la cual, paradójicamente, los libertarios se durmieron. Aquel mismo alcalde del Conurbano hizo un pronóstico: “Si hubieran estado las boletas, Milei sacaba entre 4 y 5 puntos más en Buenos Aires”.

Massa viaja esta semana a Washington para cerciorarse de que el FMI termine de aprobar el desembolso de los US$ 7.900 millones. Lo venderá como otro gran éxito que, en verdad, responde a que se avino a devaluar. El ministro-candidato es consciente de que la derrota electoral también lo debilitó en este plano. El FMI mantuvo conversaciones, a la par, con Milei y Bullrich. No se prevé una ronda con los tres. Culminó su papel de interlocutor privilegiado.

El ministro-candidato, como los demás contendientes, deberá rediseñar su campaña para octubre. O, mejor dicho, encontrar alguna. La anterior resultó un mapa de recorridas con escaso sentido. El corazón kirchnerista del Conurbano, La Matanza, lo tuvo casi vedado. Por ahora entró en la estrategia de las justificaciones de la crisis con una novedad: reemplazó el conocido ¡Ah, pero Macri! por el nuevo ¡Ah, pero Guzmán! En alusión a “la fuga” (sic) del ex ministro de Economía y las deudas pendientes que habría dejado.

La tropa oficialista no supo poseer otra respuesta que recurrir al miedo y desempolvar fantasmas. Aníbal Fernández volvió a mencionar la posibilidad de muertos si el Gobierno resulta derrotado. A la misma figura apeló el intendente de Berazategui, Juan José Mussi, que en su distrito duplicó en votos a Massa. Andrés Larroque, ministro bonaerense, camporista disidente, anunció que “nos estamos acercando al infierno”. Posiblemente no se esté dando cuenta de lo que ya sucede en la Argentina.

El recorrido hasta octubre promete tener a la economía como eje excluyente del debate. Ventaja objetiva, a priori, para Milei. Pesadilla para Massa. Incomodidad para Bullrich, cuya fortaleza se afinca en un terreno diferente. El ministro-candidato teme por otra dificultad: ¿Adónde podrían ir a parar los votos de Juan Grabois ahora que ha sido blanqueado el ajuste pactado con el FMI? Un dilema adicional serían los ausentes: ¿ir a buscarlos casa por casa, como proponen estrategas de campaña? ¿Para seducirlos con qué?, interpelan en el Instituto Patria.

El comportamiento pos electoral de Milei estaría denotando que sus deficiencias de construcción electoral no serían proporcionales al esmero con el marketing. La excursión mediática triunfal del diputado libertario repuso el famoso teorema del radical Raúl Baglini. A mayor cercanía del poder se impone siempre mayor moderación. El candidato libertario se mostró sereno, sin estrépitos, hasta revelando intimidades de su vida, distante deldesaforado que supo transitar la campaña. Quizá su desvarío haya sido sugerir la privatización del Conicet. Puso freno a la expectativa mágica de la dolarización, negó que se vayan a suprimir de un plumazo los planes sociales, planteó otras formas de ayuda a los carenciados, relativizó la propuesta de la libre portación de armas. Se propone retener el caudal de votos que no sólo exprese un ánimo de bronca. Pretende seducir a otros, sin despertar miedo, entre la parva que no asistió a sufragar.

Su prioridad sería confrontar con Bullrich, donde presume que habría votantes afines. Un incordio para la candidata de Juntos por el Cambio que debe abordar una tarea previa: contener el 11% que respondió a Horacio Rodríguez Larreta. De allí la foto con el jefe porteño y las primeras conversaciones en torno a algunos cargos si la coalición opositora llegara finalmente al Gobierno.

Aquel desafío obligará a Bullrich a realizar cambios que le sirvieron para la interna, pero parecerían estériles en la general. La candidata asomó fuerte y corajuda cuando debió enfrentar a Rodríguez Larreta, aferrado a la estrategia del consenso. Una suerte imaginaria de Margaret Thatcher que se desvanece ante la personalidad desprejuiciada de Milei.

Por ese motivo se entiende el auxilio rápido que Mauricio Macri prestó a la candidata. Sin ocultar, sin embargo, que las ideas de Milei lo seducen. Al ex presidente le encanta asimilar esta dificilísima coyuntura con el inicio de una supuesta batalla cultural de las ideas libertarias contra las populistas.

Alberto Benegas Lynch, primer candidato a diputado bonaerense de Milei, progresa en idéntica dirección realzando la época alberdiana y los personajes de la generación del 80. Hace décadas que, desde la vereda kirchnerista, se escuchan monsergas laudatorias sobre Cuba, Nicaragua o Venezuela. Sería momento de una tregua para que la Argentina aborde en el siglo XXI alguno de sus dramáticos problemas.

 

*EC