29 mayo, 2022
Vaca Muerta es la solución para muchos problemas pero, también, una espada de Damocles. Si no extraemos toda la riqueza hidrocarburífera allí dormida, y no la transportamos y no la transformamos, no estaremos explotando una fortaleza.
Por Carlos Leyba*
Opinión: La esperanza y el futuro
“Está en marcha” dice la publicidad oficial. El Gobierno bautizó, antes que nazca, Néstor Kirchner un gasoducto para transportar el gas de Vaca Muerta. Una obra estratégica.
Con ese caño en funcionamiento podremos proyectar nuestro autoabastecimiento de gas, su exportación y, por ejemplo, de manera directa el desarrollo de la química del gas, que incluye a los fertilizantes.
La publicidad oficial de coloridas y dinámicas imágenes de obreros trabajando en el terreno, grúas levantando y colocando caños, nos dice que la obra ocurre desde, por lo menos, el 26 de noviembre de 2021.
Ese día el secretario de Energía anunció la “decisión del Presidente y la vicepresidenta, que por eso la inversión se nota”, frase que aludía al gasoducto de marras. El video de la televisión pública titula “el presidente Alberto Fernández anunció en la Casa Rosada el inicio del proceso para la construcción…”. ¡Inicio de la construcción!
El 15 de febrero de 2022 la TV Pública, en su anuncio, titula “Arranca la construcción del gasoducto Néstor Kirchner”. Otra vez un nuevo colorido video vuelve a poner escenas de montaje de una obra en marcha que no está ocurriendo.
El 21 de abril la TV oficial anuncia “El presidente Alberto Fernández encabezó el lanzamiento de la obra”.
Días después una tormenta de videos publicitarios oficiales comienzan con “Está en marcha” y “describen los trabajos” de una obra que no empezó.
Al día 24 de este mes las obras no estaban en marcha. No se han iniciado. Los caños han sido comprados. Esa compra es una buena noticia.
Pero la publicidad gubernamental anticipa y describe en imágenes creativas lo que no ha ocurrido y filma lo que no ha pasado.
¿Cuál es la ventaja de contar lo que no pasa?¿Crea esperanza?¿Abre futuro?
El ministro Matías Kulfas, con razón, a lo largo de toda la campaña de Fernández, hizo de Vaca Muerta, y de los puestos de trabajo que generaría directa e indirectamente, una suerte de revolución energética que habría de implicar transformación de las cuentas fiscales, externas y energéticas. Tenía razón.
Repetía -con claridad- lo que muchos energéticos decían y que, sin embargo, en los gobiernos de Cristina y de Macri no pudieron o no supieron, concretar.
El dato indiscutible es que las obras de infraestructura, para poder utilizar todo lo que se puede producir no están y tampoco están las plantas de transformación que podrían agregar valor a la riqueza natural.
Ha pasado casi una década sin haber dado los pasos necesarios para aprovechar a pleno una oportunidad que, ahora, a partir de la invasión de Rusia a Ucrania, podría ser otra década de viento de cola.
Una década de viento de cola como la que bendijo a Néstor con la soja, y que Néstor y Cristina la convirtieron en “década soplada”.
Porque de aquellos días sólo quedaron los pasos que avanzamos por el viento que empujaba.
La ausencia de plan o el no saber o no querer pensar en qué deberíamos hacer para que perdure el empuje, hicieron de esa década sólo un recuerdo: no una base.
La pobreza en la sociedad y las reservas nulas que dejó Cristina son la prueba estadística de cómo las oportunidades se escurren cuando no hay plan. De aquello sólo quedó el recuerdo.
El 25% de los chicos, nacidos en el pozo de comienzo de siglo, hoy ni estudian ni trabajan.
Esos chicos serán padres de un futuro que no parece venturoso.
Nacieron con los mejores términos de intercambio de la historia. Y como no supimos ni quisimos pensar -poner el programa en la cabeza- esas oportunidades se esfumaron.
Es una lección que deberíamos haber aprendido. Volvamos al presente.
Más allá de la ensoñación de aquél Kulfas en campaña, ensoñación por los resultados que brinda “una llave mágica”, a la que han sido y son adeptos todos los gobiernos después de Raúl Alfonsín a la fecha (un peso un dólar, la soja eterna, lluvia de inversiones), lo cierto es que Vaca Muerta es un aporte de magnitud a la solución de muchos de nuestros problemas.
Como siempre, necesario pero no suficiente. Lo que no se puede evitar son las consecuencias de no haber programado cómo aprovechar de verdad la oportunidad. Y puede volver a pasar.
Pero también Vaca Muerta es, de alguna manera, una espada de Damocles porque si no extraemos toda la riqueza hidrocarburífera allí dormida, y no la transportamos y no la transformamos -con valor agregado- para hacerla un bien transable internacionalmente, no estaremos explotando una fortaleza y no estaremos aprovechando una oportunidad.
Pero, además, si no lo hacemos ya, el stock que tenemos (fortaleza) se tornará inútil y problemático de aquí a 30 años cuando el rigor de las políticas ambientales haga que, aquella fortaleza, se convierta en una debilidad.
En términos concretos ya hemos perdido un porcentaje importante de esa oportunidad. ¿Qué nos pasó?
La realidad es que ni Cristina ni Macri dieron realmente un paso adelante. Y con Alberto, Kulfas perdió la conducción de la energía que pasó a ser un coto de caza de Cristina.
El resultado es que la bandera Vaca Muerta cayó en desuso y el Ministerio de la Producción abanderó el Cannabis Medicinal. Del caño pasamos al frasquito.
Este 24, Alberto Fernández promulgó la Ley de Cannabis Medicinal y Cáñamo Industrial y sintetizó que para él con esta ley «sepultamos un poco más la hipocresía argentina». Difícil de entender.
Sobre todo cuando, al mismo tiempo, todo el aparato oficial de comunicación señala que la obra del caño de Vaca Muerta está en marcha. Lo que es rigurosamente falso.
La hipocresía es el fingimiento de cualidades, sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan. Es una variante de la mentira o de la falsedad.
Es bueno repetir que no es cierto que, en términos materiales, en términos de obra, el mentado gasoducto esté en marcha; y sería horrible que de tanto repetir que la obra avanza (como cuentan los videos) los funcionarios responsables se lo crean y no apuren finalizar las licitaciones y las tareas que tienen que concretar.
¿Qué denuncia este atraso? Una más de las consecuencias de las luchas al interior del gobierno. Todos sabemos de las disputas entre Martín Guzmán y Federico Basualdo por la cuestión de los subsidios y las tarifas energéticas.
En cualquier caso, la demora en la decisión que aparentemente se tomará, lo que ha hecho es agrandar el costo de la decisión.
Hay enfermedades que tomadas a tiempo son un mal trago. Pero que postergado su tratamiento, por ignorancia o por capricho, obligan a un shock terapéutico que multiplica el riesgo del enfermo.
La demora en política es pura inhabilidad. El destiempo hace mala una decisión por inoportuna.
Es probable que si Kulfas hubiera liderado hasta hoy la cartera de energía habría disparado la licitación del caño desde el principio de la gestión Fernández.
Las típicas disputas de poder al interior del gobierno del Frente de Todos, sin duda, son responsables de lo que ya es un pérdida de oportunidad en materia energética: los meses que van desde el inicio del gobierno hasta el comienzo real de las obras son una pérdida inferida a la sociedad por la mala gestión y la falta de Plan. Las dos cosas.
El propio Alberto -imitando a Cristina- ha dicho que él no cree en Planes y de hecho no los tiene, ni procura tenerlos.
Como ejemplo local la década del Siglo XX de mayor crecimiento económico por habitante fue una en la que gobiernos, de distintas tendencias ideológicas, manifestaron un consenso, social y económico, acerca del valor del planeamiento, y por lo tanto del pensamiento sistémico.
La consecuencia de esa prioridad ha sido el récord de una década de crecimiento sin ningún año de caída del PBI por habitante.
En esa década no hubo viento de cola ni estrategias mágicas y mirado por lo realizado y puesto en marcha -con la suficiente distancia de décadas – hubo una clara prioridad por el largo plazo si observamos las realizaciones en todos los órdenes, de la infraestructura al desarrollo de las industrias.
Esa necesaria prioridad del largo plazo y del plan, que permite superar los escollos de la torpeza de las gestiones, no sólo la hemos olvidado sino que hace años estamos empecinados en priorizar lo inmediato, en última instancia el destino electoral.
Nada que se hace sin tiempo, dura. La vocación por los vientos de cola, que nunca dependen de nosotros, olvida que hay vientos de bolina y la vocación por las soluciones drásticas, que sí dependen de nosotros, lleva consigo la venda sobre los ojos de las consecuencias.
La política es el arte de pensar las consecuencias, que son lo que dura después de las decisiones fueron tomadas.
Pero es imposible pensar las consecuencias sino se tiene un plan que permita estimarlas.
Por ejemplo quien recitaba el valor de Vaca Muerta perdió el área de energía y con esa decisión el Presidente devalúo sus proyectos; y los que sucedieron al ministro, en la práctica, llevan perdidos dos años. Grave.
La ausencia de plan impone la improvisación. El impuesto de la improvisación lo paga el futuro que es lo único que no tiene lobby.
El futuro se alimenta de la esperanza o la esperanza, finalmente, teje el futuro.
La ausencia de futuro es el anverso de la falta de esperanza.
Hoy la Argentina, la inmensa mayoría, sufre la desesperanza del esfumado del futuro.
El presidente dijo “A veces creo que soy el único que quiere sembrar esperanza, pero la verdad es que la esperanza está sembrada, sólo hace falta que la reguemos”.
¿Qué esperanza está sembrada?¿cuál es el camino de salida que anunciado y diseñado, para este presente enmarañado?
Regar esa esperanza, que él cree sembrada, permitiría germinarla.
Claramente no es regarla afirmar que la obra del gasoducto está en marcha, en obra según la publicidad oficial, porque no es verdad.
Sólo la verdad ayuda a germinar la esperanza.
La única verdad es la realidad. Y la esperanza es madurar un plan. Concreto. Las palabras se las lleva el viento. También el de cola cuando no hay plan.