7 octubre, 2023
«La venerada Cristina preparó el terreno para el iluminado Milei. Pero lo último que necesita el país es otro presidente que se sienta un ser superior»
El verdadero peligro de los dueños de la verdad
Por Héctor M. Guyot*
Aveces me pregunto qué clase de carencia lleva a ciertas personas a sentirse excepcionales, mejores que el resto. Por supuesto, hay quienes han recibido un talento especial en alguna disciplina o tienen una fortaleza de carácter que los distingue. Cuando estos atributos se combinan, tenés a un fuera de serie. He conocido a algunos, y los que admiro relativizan el talento y ponen el acento en la dedicación y el trabajo, pero sobre todo son personas que se saben iguales a los demás. Los otros, los que necesitan sentirse superiores, resultan peligrosos. Para confirmarse en su pedestal, precisan humillar a quienes los rodean. Por eso también me pregunto qué lleva a tantos a adorar a este tipo de personas, a endiosarlos y a ponerse bajo su sombra.
Me pregunto, además, qué llevó a Javier Milei a desplegar una contracumbre en Mar del Plata en el mismo momento en que Patricia Bullrich exponía en el Coloquio de IDEA, tras rechazar la invitación de los empresarios. Está claro que el líder de La Libertad Avanza prefiere el monólogo al coloquio. Para él, escuchar a los demás es perder el tiempo. Por otra parte, lo enerva que lo contradigan. Quien se cree dueño de la verdad se resiste a poner sus ideas al mismo nivel que las del resto. Como si fuera un profeta, hay que peregrinar hasta él. Por eso me pregunto por los empresarios que abandonaron su propia fiesta para concurrir a la que montó el libertario. Así contribuyeron a dañar, con un simple gesto, los presupuestos básicos de la convivencia democrática. Milei cosechó todo un capital político en base de una excepcionalidad de naturaleza dudosa. Y encarna en todo caso la excepcionalidad de quienes se sienten “moralmente superiores”, como él mismo lo expresó. Peligrosísimo.
En su contracumbre, regresó a las consignas elementales que repite en las entrevistas. Las mismas que esgrimió en el primer debate presidencial, donde, en mi opinión, volvió a exhibir su inconsistencia. En su discurso desarticulado y confuso yo no alcanzo a ver rastros de la solvencia académica que se le atribuye. Se vio el domingo: cuando intenta enhebrar un argumento para defender o desarrollar sus excéntricas ideas, Milei se enreda, pierde la paciencia y vuelve ofuscado a la muletilla de siempre. Muchos consideraron que salió airoso del debate porque evitó el estallido. ¿Prueba algo esa contención forzada? ¿Acaso no tuvimos suficientes muestras de su precaria estabilidad?
«La venerada Cristina preparó el terreno para el iluminado Milei. Pero lo último que necesita el país es otro presidente que se sienta un ser superior»
La ira divina que le brota ante quienes lo contradicen lo iguala a Cristina Kirchner. Y es el sustrato emocional desde el que, de llegar al poder, desplegaría un populismo similar a aquel que tanto daño hizo en veinte años de insensatez. Por otra parte, la continuidad con el peronismo en el poder se verificaría además en la pervivencia de una casta a la que, lejos de combatir, Milei ha sumado a sus listas. No hizo críticas ante el Chocogate y el escándalo protagonizado por Martín Insaurralde, ministro de gobierno de Axel Kicillof, en Marbella. Dijo por el contrario que le abriría las puertas a todo aquel que acompañe sus ideas. Los primeros que se apuntan, obvio, son los conversos reincidentes de la casta, con Barrionuevo a la cabeza.
Sergio Massa también esquivó el Coloquio de IDEA. Y en el debate habló de “mi gobierno” en tiempo futuro, como si su calculada calma zen lo absolviera de la responsabilidad que le cabe hoy por la debacle económica que propicia desde el Ministerio de Economía y, más aún, por la misma existencia de este cuarto gobierno kirchnerista, del que es socio fundador. “Cuando yo gobierne…”, decía. En distinta clave, Massa es como Alberto: eligió vivir en otra galaxia. Y quiere llevar a los votantes allí. Sabe que todos saben que lo suyo es un truco, pero no se le mueve un pelo.
¿Hasta dónde llega la tolerancia al engaño de los argentinos? Ingenuos o cómplices, en términos generales parece que bastante lejos, y acaso los esclarecidos no resulten suficientes el domingo de la verdad. Pero un límite tiene que haber y la duda es si nos estamos acercando a él. A la corrupción obscena de la Legislatura bonaerense se le sumó el desvelamiento del verdadero rostro de Insaurralde, y lo que se vio fue muy feo. Un homenaje a la vulgaridad. Todo fue una farsa: el declamado amor al pueblo, la apelación a los hijos y al origen trabajador, la revolución nac&pop. Lo que quería aquel muchacho de mirada soñadora era pasarla bien. Y para eso hace falta, en su mundo de mujeres burbujeantes y marcas de lujo, una parva de dinero. La política provee. Sobre todo, la política K, que llevó el robo a una escala inaudita, provocando del otro lado un vacío doloroso: una pobreza de más del 40%. Insaurralde en el yate “Bandido” con la modelo de turno, dándole la espalda a un país en caída libre, es la foto final de la aventura kirchnerista: el momento en que la disfrutan.
La venerada Cristina preparó el terreno para el iluminado Milei. Pero lo último que necesita el país es otro presidente que se sienta un ser superior. Ya tuvimos bastante. No necesitamos a alguien excepcional. Más bien, a uno de nosotros con los pies sobre la tierra.