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29 febrero, 2024

El amor al caos

Una batalla cultural a cargo del gobierno más débil de nuestra democracia con un presidente que no tiene paciencia para gestionar consensos: El amor al caos

Por Sergio Mammarelli*

La semana pasada hablamos de Milei como el presidente de una democracia republicana que no tiene congreso ni apoyo de gobernadores. Esta semana todo aumentó de tono y de polémica. Cerró el Inadi, les dijo a los políticos “excrementos”, al Congreso “nido de ratas”, permaneció inmutable recibiendo con beneplácito el paro ferroviario que dejó a más de dos millones de personas sin transporte, y se regocija con el paro anunciado para el lunes por Ctera haciendo peligrar el inicio de clases.

Milei claramente es un temerario que apuesta al desorden político sin temor al caos, potenciando la fragmentación para gobernar y cumplir con su mística misión: la mayor batalla cultural en los últimos 100 años.

Sin embargo, esta ambiciosa cruzada se encuentra amenazada entre dos conceptos que operan como fuego cruzado: revolución y legalidad, que acercan y alejan su batalla cultural en forma peligrosa y pendular.

Si de legalidad hablamos, nuestro país tiene un verdadero problema normativo que va más allá de la ley, no solo porque además hoy no hay consensos para poder sancionar ninguna norma según la composición parlamentaria de acá en adelante, sino porque ella opera para el bien y para el mal con casi igual intensidad.

La Argentina es una telaraña de prebendas armadas con mercados cautivos, protecciones especiales, regímenes diferenciales casi todos establecidos por una norma jurídica que muchas veces opera como “el mal”.

El reciente ejemplo fueron los 29 fideicomisos que financian todo curro posible de imaginar en la Argentina, muchos de ellos establecidos por ley desde hace más de 30 años. Lo bueno de la ley ómnibus y del famoso DNU cuya constitucionalidad se discute no es lo bueno que trae sino lo malo que deroga. Sin embargo, aquí vemos que revolución es la antítesis de la legalidad y hasta ahora no tenemos ley y el decreto ingresa a estudio del Congreso con una paralización importante por parte de la Justicia.

Milei, al igual que Cristina, pretenden gobernarnos de modo místico, y como bien señala Bernardo Saravia Frías en un interesante editorial del diario La Nación, la diferencia entre la dialéctica y el mito es que éste último es revelación divina y no admite discusión o diferencia –tómalo o déjalo-.  No es cuestión de izquierda o derecha sino de un dogma.

Milei viene a evangelizarnos modificando nuestros vicios y costumbres para llevarnos a la Argentina que alguna vez tuvo la oportunidad de ser rica y poderosa a fines del Siglo XIX, que incluso ni siquiera goza de la aprobación de los historiadores más calificados que cuestionan esa afirmación que sin duda es controvertida.

Con esto, en modo alguno quiero desconocer el nacimiento de nuestra ciudadanía civil de la mano de la Constitución de 1853, aunque solo sea el punto de partida. Hubo que esperar hasta 1912 para adquirir la ciudadanía política con la Ley Saenz Peña –eliminando el fraude endémico– y luego esperar hasta pasada la mitad del Siglo XX para adquirir una ciudadanía plena con los derechos sociales incluidos y esperar hasta 1994 para incorporar nuevos derechos para acomodarnos al Siglo XXI.

Darle crédito a la visión mesiánica de un Milei que en 2024 quiere regresar al modelo de país de 1853,  es bastante similar a que cualquier peronista anacrónico pretenda regresar al peronismo del 45. Casi no tiene lógica, ¿no?

Tampoco creo -y la historia lo confirma- que la corrupción y la inmoralidad comenzaron con la política a partir del Siglo XX. Es una visión tan absurda y mentirosa que excede cualquier comentario. Ríos de tinta relatan la corrupción y el contrabando en el Río de la Plata desde el 1700, y los fraudes y estafas de políticos anteriores a la Ley Sanz Peña, al punto que con posterioridad, nunca más pudieron volver al poder.

Pareciera entonces que regresar a ese pasado rico y poderoso no nos augura la solución a nuestra crisis moral. Y si de cuántos beneficiarios accederían a ese paraíso, bastaría con releer “El estado de las Clases Obreras Argentinas”, escrito por el famoso Juan Bialet Massé en 1904, encargado por el mismísimo presidente Julio Argentino Roca, para darnos cuenta de que ese país estaría vedado para “cualquier argentino de bien”, utilizando la terminología de nuestro presidente. Dicho de otro modo, ningún argentino común calificaría para vivir bien en esa Argentina de fines del Siglo XIX, salvo la pobreza indigna de aquellas épocas.

Con este aburrido razonamiento lo que quiero expresar es que tanto el Presidente como el Gobierno deberían ser muchísimo más modestos en su épica y sus promesas. Ni son Moisés conduciéndonos a la tierra prometida ni los héroes de la independencia libertaria. Son un gobierno democrático que triunfó ampliamente con más del 50% de los votos, pero en una segunda vuelta, donde miles de argentinos depositamos – recuerdo que yo lo voté– la confianza en Milei, pero eso no nos transforma ni en ciegos ni en estúpidos.

Los números

Según la última encuesta de la Universidad de San Andrés realizada entre el 9 y 16 de enero del 2024 relativa a niveles de satisfacción política y opinión pública, la cosa va bien pero no hay nada que festejar. La encuesta, respetada en general por todo el mundo académico, se realiza en 8 regiones del país –NOA, NEA, CUYO, CENTRO, SUR, CABA y GBA y abarca todas las generaciones – Z (16-22 años), MILLENNIALS (23-38), X (39 a 54), BABY BOOMERS (55-73) y SILENCIOSA (más de 73).

Los primeros resultados responden a cómo los argentinos percibimos cómo marchan las cosas en general. El 26% están satisfechos pero un 71% están insatisfechos. Si esos resultados los analizamos en segmentación socio económica, la clase media baja es la más insatisfecha (73%) contra los ABC 1 (30%) que parecieran los más satisfechos. Si el análisis lo queremos visualizar en edades, todos los segmentos tienen una insatisfacción mayor al 65%, salvo la generación Z que supera el 76%.

Si la pregunta es más cercana e indaga los niveles de satisfacción a 30 días de asumir el presidente Milei, los niveles de satisfacción están en alza, pero del 11% hoy llegamos al 26%. Todavía muy lejos del 53% de Macri en octubre del 2017 o del 57% de Alberto Fernández en junio del 2020, que fueron sus picos de satisfacción.

Si ya no hablamos de satisfacción sino de niveles de aprobación, el Presidente descendió del 54% del mes de diciembre al 48% en el mes de enero. Aquí los Baby Boomers son los que más aprueban con 59% contra nuevamente la generación Z que es la que menos aprueba (52%).

Si esa aprobación aún la queremos desmenuzar para saber dónde están, los laureles se los lleva la seguridad (40%), la política exterior con un 37% junto con Defensa y los peores niveles corresponden a economía y política social (32%) seguido por energía y salud con un 30%. Las medidas económicas del gobierno tienen al país dividido. Un 45% está de acuerdo contra un 49% en desacuerdo. No ocurre lo mismo en seguridad, donde el 60% está de acuerdo con el protocolo anti-piquetes.

Sin embargo, el resultado más interesante son dos conclusiones del informe: Por primera vez en 4 años se verifica un cambio de humor en los argentinos, donde el optimismo supera al pesimismo en prospectiva.

La segunda va dirigida directamente al Presidente. El 60% de los argentinos piensa que el Presidente debe negociar su agenda en el Congreso contra un escaso 17% que cree que debe imponerla. Esa lectura de la sociedad se expresa también con un aumento en la imagen del Estado donde se notó un crecimiento del 23% del Poder Judicial, un 20% del Senado y Diputados y un 31% del poder ejecutivo. Índices pobres, pero en ascenso.

Si lo que queremos es saber cuál es la preocupación de los argentinos, la inflación se lleva el 57% seguido de los bajos salarios con un 33% y la inseguridad con un 32%.

Ningún argentino quiere regresar a 1853 ni a aquella Argentina agroexportadora donde ninguno de nosotros tendría cabida salvo en una indigna pobreza. Ningún argentino quiere que lo conduzcan en modo místico, y está más que claro que ese 56% obtenido en el balotaje, además de comenzar a achicarse, no tolera que las reformas se impongan “manu militari”.

Sin duda tiene muchísima razón el Ministro de Economía cuando dice que “la sociedad está haciendo un esfuerzo heroico”, pero también hay un hilo muy delgado entre “ajuste y paciencia social”.

Es una locura sostener este ajuste sin una mínima masa critica de apoyo y consensos, y menos aún sostener el modo místico que a la Argentina la perjudicó durante muchísimo tiempo. Así como la filosofía abandonó el mito y avanzó al diálogo, nuestro gobierno y nuestra sociedad debe abandonar el misticismo y abrazar el consenso dentro del disenso lógico de la política. Los argentinos simplemente queremos solucionar la inflación, la pobreza de nuestros ingresos y gozar de mayor seguridad en un país democrático. El resto, poco importa.

 

*Sergio Marcelo Mammarelli es abogado laboralista, especialista en negociación colectiva. Ex Titular de la Catedra de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la UNPSJB, autor de varios libros y Publicaciones. Ex Ministro Coordinador de la Provincia del Chubut